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Una Ciudad Llena de Posibilidades

El atardecer de Nueva York abrazaba la ciudad con tonos cálidos, pintando las calles y edificios con un suave resplandor dorado. Kintaro Oe, todavía lleno de energía a pesar del largo viaje, estaba montado en su querida bicicleta, pedaleando por las concurridas avenidas. Había pasado poco tiempo desde que encontró un lugar donde quedarse, un pequeño apartamento alquilado que apenas cubría sus necesidades, pero para él, era perfecto. El agotamiento del viaje no había hecho mella en su espíritu, en lugar de descansar, decidió explorar la ciudad y relajarse en su bicicleta.

Mientras atravesaba el parque cercano a su apartamento, Kintaro divisó a una joven que repartía folletos. Llevaba un uniforme de pizzería y su sonrisa era tan brillante como el sol. La joven, al verlo pasar en su bicicleta, lo detuvo con un gesto.

"¡Hey! Tú, el chico de la bici. ¿Estás buscando trabajo?" dijo con entusiasmo.

Kintaro, siempre dispuesto a interactuar con una mujer atractiva, frenó rápidamente y casi se cayó al suelo. Sus ojos brillaron al verla de cerca, y su mente ya comenzaba a divagar. "Una belleza... de esas que sólo se ven en las películas", pensó para sí mismo.

"Tenemos una vacante en la pizzería de mi papá. ¿Te interesa? Ya tienes transporte, eso es lo más difícil de conseguir", continuó ella mientras le entregaba el folleto.

Kintaro miró el papel, pero sus ojos se desviaban constantemente hacia la chica. No podía evitar fijarse en los detalles: su cabello castaño ondeaba ligeramente con el viento, y su uniforme de trabajo, aunque simple, dejaba entrever una figura que inmediatamente inspiró su lado artístico. Decidió sacar su cuaderno y, sin siquiera pensar, comenzó a dibujarla.

La joven, sorprendida, le preguntó: "¿Qué estás haciendo?"

Kintaro sobresaltado, salió de su estado concentrado para sonreír nervioso, y con su clásica risa torpe respondió: "¡Oh, nada! Sólo estoy... um... tomando notas para mi investigación."

De pronto, como reflejo condicionado, se enderezó, inclinó la cabeza profundamente y, con una voz educada y formal, dijo en inglés

"¡Ah! ¡Muchas gracias por la oportunidad, señorita! ¡Será un honor servirle con todo mi esfuerzo!"

Su respuesta no solo dejó atónita a la chica, sino que también llamó la atención de las personas alrededor en el parque. Algunos se detuvieron a observar, y otros intercambiaban miradas de curiosidad y diversión. ¿Quién era este tipo que hablaba tan formalmente en medio de un parque, inclinándose como si estuviera en una ceremonia?

Lo cierto es que, en su cuaderno, además de notas aparentemente relacionadas con la ciudad, había esbozado una imagen de la chica en una pose exageradamente sugerente: con un pie en un taburete, inclinada hacia adelante mientras el viento movía su cabello. El dibujo, aunque algo cómico, capturaba a la perfección su belleza.

Después de conseguir el trabajo, Kintaro comenzó a adaptarse a su vida como repartidor de pizzas. Durante los días que siguieron, el cuaderno se convirtió en su fiel acompañante. Cada vez que entregaba una pizza, no podía evitar hacer anotaciones sobre las cosas que veía, las personas que conocía, y especialmente las mujeres que encontraba por las calles de Nueva York.

Sentado en un banco del parque, Kintaro sacó su cuaderno y comenzó a escribir:

*"Las mujeres de Nueva York son como obras de arte vivientes. Cada una tiene una belleza única que sólo se puede encontrar en esta ciudad. Hoy, conocí a una joven repartidora. Su cabello parecía una cascada de chocolate bajo el sol, y sus ojos... ¡qué ojos! Brillaban como estrellas, llenos de vida. Su uniforme se ajustaba perfectamente a su cuerpo... ¡Estudio, estudio, estudio!"*

Y mientras se sumergía en su cuaderno, describiendo a la hija del jefe de la pizzería con todo lujo de detalles, su imaginación desbordaba. En su mente, la veía en distintas poses mientras repartía las pizzas, y no podía evitar dibujar cada momento con una mezcla de admiración y torpeza.

Un día cualquiera comenzó y Kintaro se movía por la ciudad en su bicicleta, a menudo a toda velocidad, dejo un pequeño caos tras de si. Con su habilidad para conducir cualquier vehículo, incluso algo tan sencillo como una bicicleta se convertía en una herramienta de acrobacias. Saltaba de las aceras a la calle, cruzaba atajos a través de callejones y subía escaleras pedaleando sobre la barandilla. Todo esto mientras sostenía cajas de pizza precariamente equilibradas sobre una mano.

En una de sus entregas, Kintaro pasó tan rápido frente a una patrulla de policía que el agente apenas pudo reaccionar. Cuando el oficial finalmente lo alcanzó en un semáforo, le gritó desde la ventana:

"¡Hey, tú! ¿Acaso no sabes que es peligroso andar así?"

Kintaro, sudoroso y sonriente, casi se paso de largo pero después de un giro y una pequeña caminata inocente hacia el policía. "¡Lo siento! Estoy en una misión importante... ¡Las pizzas no pueden esperar!"

El oficial lo miró con incredulidad. "Sólo trata de no causar un accidente, chico. La ciudad ya tiene suficiente caos sin ti."

Kintaro asintió con entusiasmo, pero en cuanto la luz del paso peatonal cambió, salió disparado de nuevo a toda velocidad, haciendo caso omiso del consejo. Mientras tanto, la policía simplemente lo observó sacudiendo la cabeza, sin saber si reír o suspirar.

Al final del día, Kintaro llegó al restaurante, donde lo esperaba su jefe, un hombre robusto y de rostro severo. El jefe había oído hablar de la velocidad y las acrobacias de Kintaro en la ciudad. "Oye, chico, ya me han llegado varios reportes de que estás haciendo locuras en las calles. ¿Te crees un stuntman o algo así? ¡Este es un trabajo serio!"

Kintaro rió nerviosamente, rascándose la cabeza. "¡Lo siento, jefe! ¡Sólo quiero asegurarme de que las pizzas lleguen calientes!"

La hija del jefe, lo observaba desde las ventanas del restaurante, no pudo evitar sentirse más intrigada por él. Quizás fue porque ya tenía su propio método único de transporte, o porque siempre sacaba su cuaderno para escribir pensamientos, lo cual le daba un aire de misterio. Cada vez que ella lo veía, parecía que Kintaro estaba más concentrado en algo que solo él comprendía.

Uno de esos momentos fue cuando, durante una entrega, Kintaro se detuvo a tomar notas. Su cuaderno era su fiel compañero, donde registraba todas las locuras que cruzaban por su mente. Y claro, la hija del jefe no pudo escapar de ser la protagonista de algunos de esos pensamientos. Kintaro la observó con detenimiento mientras ella se inclinaba para recoger una caja de pizza del mostrador, y no pudo evitar dibujarla en una pose algo sugerente.

Mientras escribía, murmuraba para sí mismo. "Hmm… esos movimientos son tan… naturales, tan elegantes. ¡No puedo evitar admirar la estética de sus curvas cuando se mueve! ¡Es como si el arte en su forma más pura estuviera presente ante mis ojos!" Dibujaba con rapidez, detallando cada línea, cada contorno con una precisión que contrastaba con su usual torpeza.

Luego, deteniéndose un momento para observar su propia creación, sonrió con satisfacción. "¡Perfecto!" exclamó. "El balance entre la gracia y la fuerza… ¡es exactamente lo que estaba buscando!"

Pero su felicidad no duraría mucho. De repente, su teléfono vibró, sacándolo de su ensimismamiento. Era un mensaje del jefe quien se escondía en la cocina "¡Kintaro, deja de perder el tiempo! ¡Tienes pizzas que entregar!"