El dolor se filtraba por cada fibra de Clei al menos las primeras veces y ahora todo era indoloro, como una tormenta que amenazaba con arrastrarlo, sus ojos antes brillantes y llenos de asombro ahora eran opacos al igual que su cabello. Las jeringas, frías y metálicas, inyectaban un líquido ardiente en partes de su cuerpo que nadie debería haber visto. La habitación, estéril y cruel, se cerraba sobre él como un ataúd.
Deymon, quien una vez lo había abrazado con amor y cariño, ahora lo miraba con desdén asegurando que su semilla fuera depositada. Sus ojos, antes llenos de ternura, eran ahora implacables. Clei recordaba esos momentos compartidos, las risas y los secretos. Pero todo eso se había desvanecido, reemplazado por la traición y la venganza.
¿La primera vez? Clei sangró, su resistencia inútil. Intentó evitar lo inevitable, pero Zai, con fuerza inhumana, lo abrazó, impidiendo cualquier negación. El dolor, físico y emocional, se entrelazaba, y Clei se debatía entre la lealtad y la supervivencia.