La noche cayó como un velo oscuro sobre el castillo, y Clei avanzó hacia la habitación de Abraxus y Asmodeus. Allí, en la penumbra, sería encadenado. Deymon, lo prefería así para que no estuviera cerca de Nat, donde, donde los recuerdos aún eran cálidos y no estaban manchados por la traición.
La puerta se cerró tras Clei, y el silencio se hizo opresivo. Su mirada, llena de inocencia y sueño, amenazaba con desplomarlo al suelo. Pero Deymon no estaba dispuesto a ceder. Se acercó, y Seyan, con manos cuidadosas, ajustó la cadena alrededor del cuello de Clei como si estuviera plantando una flor en una tumba.
"Sabes lo que hiciste mal, pequeño príncipe", susurró Deymon. Su voz goteaba veneno, y cada palabra era una daga en el corazón de Clei. "Arrebataste mi sueño, despertaste a Luguria en tus hermanos, traicionaste la confianza de muchos".
Clei tragó saliva, sintiendo el peso de su culpa. Pero Deymon no había terminado. "Ahora yo te quitaré lo que más amas", anunció, sosteniendo con fuerza la barbilla de Clei. Y en ese beso brusco donde una danza entre el dolor y desespero se mezcló con la esencia de ambos y la sangre del príncipe, Clei supo que era su sentencia. El amor y la venganza se entrelazaban, y el destino se cerraba sobre él como una trampa inexorable.