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Capitulo 11: Historia mal contada (parte 3)

La atmósfera lóbrega se cierne sobre el desordenado espacio, presagiando la llegada del invierno a esa habitación donde la noche parece eterna. Por más que intenta escapar, el pasado fluye inexorablemente, alcanzando a aquellos con asuntos pendientes en algún momento. Es un instante propicio para resguardar buenos recuerdos, aunque en medio de la oscuridad, los corazones agitados se ven inundados de tristeza y soledad.

Con una sonrisa cruel, Soichi susurra con desprecio al oído:

—Vete.

El hombre se siente abrumado, el joven está demasiado cerca para reaccionar a tiempo. Las respiraciones de ambos se entrecruzan de forma inconsciente, una ataca mientras la otra se tropieza cada tres pasos.

Impaciente, Soichi apoya su mano sobre el hombro de Lían. Sin necesidad de ejercer presión, el aroma a sangre fresca doblega la valentía del hombre.

—Vete ahora —repite con voz firme.

Los oscurecidos ojos del joven recobran una tenue luz y de repente separa los cuerpos imantados. Con pasos lentos y pesados hacia atrás, recuerda con melancolía que el hombre frente a él no es un adversario. Mira sus manos con temor, cierra los ojos mientras una sombra le inquieta el corazón.

¿En qué momento se convirtió en el villano? ¿Se olvidó de lo que había hecho?

Soichi quiere desaparecer.

Sostiene con firmeza su cabeza; siente cómo todo comienza a arder. El cuerpo y el cráneo a punto de desprenderse parecen unidos por pequeñas tiras de músculo, al menos así lo cree.

Las expresiones del joven chocan entre sí, luchando por el control. Miles de serpientes se deslizan por su interior, siseando y mordiendo; envenenando las neuronas, susurrando a la conciencia y devorando los neurotransmisores. El cerebro colapsa, deseando llevar al joven al abismo; desaparecerlo.

Pérfidas lujuriosas seducen con rencor y venganza, tomando el control con crueles palabras.

Algunas se ríen "¡Nadie te quiere!" "¡Eres un fracaso, tu vida es una mierda!", otras suenan heridas "Estás solo" "Odiado desde que naciste".

Codiciosas, se deslizan por la frente dejando las venas expuestas a través de la piel "¡No necesitas sueños!", bajan hacia los ojos, ramificando y expandiendo con tinta roja "¿Felicidad? ¡No la mereces!".

Recorren su cuello, él trata de detenerlas. Clava las uñas en la garganta desesperado "¿Si morís ahora? ¿Mañana quién te va a recordar?".

Escurridizas, llegan a los pulmones y clavan los colmillos en el pecho, impidiendo su respiración.

Soichi con angustia mira hacia adelante para gritar:

—¡CORRE!

Pero no lo escucha, Lían se queda firme. Puede ver cómo esa persona pelea internamente entre dos, ¡no!, ¡entre tres! o ¿cuatro?, hasta que al final emerge un vencedor.

—Te dije que te fueras... ¿Acaso no entendes? ¿Eres sordo o estúpido?

El corazón y la mente del hombre están en caos, sintiendo un profundo dolor.

—Estás herido, déjame ayudarte.

El joven se acerca con una sonrisa maliciosa.

—Y quién te dijo que quiero tu ayuda. Si queda algo de dignidad en ese cuerpo, deberías usarla para largarte de una buena vez.

Lían no puede evitarlo y agacha la cabeza apartando la mirada. "Dignidad", esa palabra resuena en su mente de manera asfixiante. Sin embargo, antes de que pueda reaccionar, Soichi lo toma de la cintura con firmeza, ejerciendo una presión que lo deja sin aliento.

—Veo que no te queres ir. ¿Qué estás buscando? Lamento decirte que no tengo mucho para ofrecerte. Aunque tu enamorado me dijo que te gusta hacer precio —dice con cierta ironía, mientras recorre con la mirada la figura aprisionada, aguardando una respuesta que no llega.

Por un instante, aquel que había sido desterrado vuelve.

—Por favor... vete —suplica con desesperación en la voz.

En los gestos de Soichi se refleja el dolor y el arrepentimiento, como si fueran sombras de un pasado que lo atormenta. Pero el momento de vulnerabilidad es efímero. Con un tono venenoso comienza a hablar nuevamente.

—Me dicen que te encanta jugar, a mí también me gusta. Hace mucho que no tengo un compañero ¿Qué te parece si lo hacemos? ¿Probamos? Ah, tranquilo, no creo que te aburras, dicen por ahí que te divertís bastante hablando de mí, ¿no es así, pequeño parásito?

Con la yema de los dedos, sigue la curvatura de la cintura de Lían antes de soltarlo. Comienza a caminar de un extremo a otro, buscando algo específico en su mente. Ansiaba repetir las mismas palabras que había escuchado antes, y el rostro se ilumina con una sonrisa torcida en el momento en que las encuentra.

—¡Escucha! ¡Escucha! ... Mi vecino es un pelotudo, es peor que un animalito herido buscando una familia... mmm no, no me sale... creo que repetir lo que viene me haría vomitar.

El hombre es quien mejor conoce las artes de manipulación de Rodrigo, consciente de la necesidad de calmar la situación antes de que empeore, se esfuerza por mantener un tono sereno en la voz.

—Lo que te hayan dicho es mentira.

—¿En serio? ¿Estás seguro de que todo es mentira?

—Puede que algunas cosas sean ciertas, pero permítime contarte. Si escuchas un solo lado, ¿acaso no es eso injusto?

Ambos permanecen en silencio, mientras los minutos van y vienen. El último es el más prolongado. Durante ese tiempo, las cejas del joven se relajan y vuelven a tensarse en una sucesión constante.

Finalmente, cae sobre sí mismo.

Detectando la oportunidad, Lían se acerca con la intención de tranquilizarlo.

—Puedo explicarlo todo, responder a tus preguntas, pero nunca me reí ni hablé mal de vos. Sea lo que sea que te hayan dicho no lo creas. Te considero un amigo, no...

Antes de poder terminar la explicación, es derribado al suelo con rudeza, Soichi presiona la garganta con vehemencia.

—¿Amigo? ¿Tu amigo? ¿Por qué pensas que lo somos? ¡¿POR QUÉ SEGUÍS ACÁ?!

La cabeza del hombre retumba mientras su garganta arde.

¿Se hizo añicos esa pieza de cristal que tanto anhela y desea proteger? ¿Cómo puede reconstruir algo así?

Es demasiado ambicioso decir: ¡Te conozco, puedo arreglarte!

Se siente atrapado en una tormenta, sin nada a lo que aferrarse. No sabe qué hacer. Desde lo más profundo de su corazón quiere gritar: ¡Sé cuántas cucharadas de azúcar agregas a tu café! ¡Cuando te avergonzas tus orejas se ponen rojas! ¡Conozco el motivo por el que no mostras tus brazos! ¡Sé que el dolor y la tristeza te consumen!

Desea explicárselo, ser honesto, pero ¿cómo puede hacerlo sin sonar como un acosador lunático? O, tal vez, ¿lo es?

La expresión de dolor que tiene no es por algo físico; al final con la garganta seca, solo puede decir.

—Es cierto, no somos amigos.

Las mentes perturbadas carecen de lógica; la respuesta que el joven quiere escuchar es dicha, entonces ¿por qué esa sensación de pérdida lo invade? Presiona más fuerte, y observa cómo el rocío cubre esos ojos verdes.

La noche los invade y la luna se aleja.

Lían quiere volverse pequeño, escalar por los brazos de Soichi hacia arriba y volverse invisible para hablarle.

«Te conocí antes de verte. Lo que no sé, lo puedo deducir. Como ahora, puedo ver a través de vos. ¿Cómo te explico todo esto sin que sospeches de mí? »

Por un instante, mientras siente el calor y el frío que se descargan en su cuerpo, los ojos cansados se cierran, pero él todavía le dice entre pensamientos.

«Llevo años esperando, cada vez que estoy a punto de alcanzarte, te deslizas por mis dedos como neblina. Es como si supieras que estoy frente a ti en esos momentos y tu mente me borra. Aunque no lo recuerdes, estuve, ¡yo también estuve ahí!»

En cuestión de segundos pierde la conciencia.

Al despertar, Lían está acostado sobre el sofá. De forma atenta y cariñosa, fue cubierto con unas mantas. Se acurruca sobre sus piernas y mira fijamente a la puerta durante mucho tiempo, pero Soichi no sale del cuarto.

El cielo está nublado, la llovizna levanta sobre el pavimento un aroma a hierba fresca.

Es hora de irse.

Mira todo alrededor como si hubiera perdido algo. Frunce los labios con tristeza, antes de girar la perilla dice unas palabras de despedida:

—Señora Hanna, lo he arruinado.

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