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Capitulo 10: Historia mal contada (Parte 2)

La revelación sobre la magnitud de los pecados resulta impactante; nunca imaginaría su alcance.

¿Quién, en el momento de abrir aquella puerta sospecharía que la Parca ya acecha para llevarse al difunto?

Frente a él, esa imponente figura erguida con dos metros de arrogancia y desprovista completamente de vergüenza, opta por iniciar la conversación de manera descarada.

—¡Hola Bebé!, ¿me extrañaste?

La cara de Lían esta pálida por el susto, el disgusto o ambas.

—¿Qué? ¡¿Qué haces acá?!

Rodrigo arremete un paso hacia adelante.

—¿No estás feliz de verme?

El hombre empuja la puerta con todas sus fuerzas, pero no funciona.

¡Pum! ¡Ouch!

—¡Hey! ¡Tranquilo! Casi me lastimas los dedos. Si los dañas, ¿cómo te van a hacer sentir bien? —Parece contento, pero quiere aclarar algo primero—. ¡No te enojes!, me invitaron.

Lían lo observa con sorpresa.

—¿Cómo qué? ¡Qué mierda estás inventando!

—Tu amiguito me dijo que viniera a buscarte. ¿No te avisó? —Su risa estalla en carcajadas lleno de éxtasis—. Ay, bebé... qué ingenuidad la tuya. Parece que nunca cambiarás, ¿verdad?

El hombre sin creerle persiste en su intento de impedirle la entrada.

—¡BASTA! ¡CORTALA!—grita Rodrigo, aplicando fuerza con el brazo haciendo que cayera. Su paciencia tiene un límite y este es delgado—. ¡NOS VAMOS!

—¡Ni muerto me iría con vos!

Viendo que no cede, la furia inicial se aplaca ligeramente.

—Lían, será mejor que vengas. — Desde arriba, con un tono venenoso se burla. — Tú amiguito ya lo sabe todo. Idiota ¿Pensabas que se quedaría con vos?

Pero la ira consume al hombre al escuchar esas palabras, se levanta del lugar donde ha caído.

—¿Qué le dijiste? —gruñe furioso.

—Dije la verdad, no me gusta mentir. Aunque me sorprendió, parece que no le interesó demasiado. —Con pasos lentos comienza a pavonearse, mira de reojo el lugar para volver hacia Lían—. ¡Tarado! Esta mierda, ¿te gusta?

Como si fuera el dueño del lugar, hace un par de pasos más. Esta vez estalla a carcajadas al punto de agarrarse el abdomen.

—¡Me muero!, ¿estabas por cocinarle? ¡Por dios!, no cambias eh... primero regalas una sonrisa, luego contoneas las caderas y por último una mesa bien servida. No me digas que ya...

Chasquea la lengua y la desliza hacia la derecha. El gesto obsceno que cree simpático, a los ojos de Lían solo hace aumentar su rabia.

—¡Fuera! dijiste que no lo meterías en esto. ¡Te creí! hice lo que me pediste ¡El no tiene nada que ver entre nosotros!

—¿Nosotros? —pregunta una voz fría, que resuena desde atrás de la espalda del hombre. Aunque suena indiferente, su mirada muestra algo distinto.

Rodrigo, ríe entre dientes.

—¡Mira, mi nuevo amigo! Hey estamos arreglando asuntos, no tendrías que meterte.

—No soy tu amigo. —Sus palabras van hacia el intruso, pero la mirada atraviesa a Lían. La postura es extraña, rígida y tensa, como música de fondo suena el rechinar de sus dientes.

Rodrigo se jacta de la patética vista, saborea la situación mientras juega con el cuchillo que está junto a las papas y la carne.

—Por favor... solo vete —murmura el hombre agotado.

Al escucharlo, Rodrigo desdibuja la sonrisa y su rostro se oscurece.

—¿Estás seguro de que lo decís? —Vuelve en sus pasos hacia Lían, acercándose hasta casi rozar sus narices. Los ojos destellan con intensidad—. Sabes muy bien lo que va a pasar ¿Acaso vale la pena un tipo que no te da bola? Échale un vistazo...¿no ves la cara de asco con la que te está mirando?

Lían no se atreve a mirar a Soichi, ni puede encontrar las palabras para responderle al otro. En el fondo creía que estaba sucio, que era indigno.

—Bebé...que pensabas, que te amaría, se casarían y serían como la familia Hingalls. —Hunde el índice en la frente—. ¡Tus dos neuronas no están funcionando, eh! —Toma la barbilla con firmeza y lo atrae hacia sí, como si quisiera insuflarle oxígeno. Una sonrisa burlona se dibuja en su rostro—. Él ya sabe que vendías tu culo por mierda, así que es mejor que vengas conmigo.

Las piernas de Lían ceden y el cuerpo se enfría. Con los últimos vestigios de fortaleza en su ser mira a los ojos al bastardo. Se muerde la lengua, incapaz de expresar lo que quiere gritar, todo se atasca en la garganta, como un nudo imposible de desatar.

Soichi, quien hasta ese momento había guardado silencio experimenta un sabor repulsivo en la boca.

—Habías dicho que se iría con vos.

—Siempre es así... una pena, le gusta que lo correteen—resopla molesto.

El joven se cruza de brazos y esboza media sonrisa.

—Pero dijo que no quiere, así que ¿por qué mejor no te vas de mi casa?

Como si estuviera evaluando a su rival, Rodrigo lo escudriña de arriba abajo y luego de abajo arriba. Le supera en altura por al menos una cabeza, y aunque la constitución de Soichi no es nada desdeñable, el sujeto lo duplica en tamaño corporal. Podría ser que fuera menos ágil, pero no hay que confundirse, cada centímetro es pura fibra y músculo, con un solo golpe podría desfigurar el bello rostro del jovencito.

Se detiene un momento en esas largas piernas. Por un momento los pensamientos obscenos salen a flote, es una lástima arruinar esa belleza. Se le ocurren otras formas de borrar esa postura arrogante. ¿Quién sabe? Al finalizar, dependiendo de cómo quedará el joven, podría adquirir un nuevo juguete.

Ambos se acercan, frente a frente, Soichi lo observa de brazos cruzados. Mientras que Rodrigo, bueno, no es necesario aclararlo, pero no es una persona que se le diera la virtud de la espera.

Lanza un puñetazo a la boca del estómago del joven, aprovecha el primer movimiento y con el mismo brazo efectúa un gancho hacia la mandíbula.

Como resultado del impacto, Soichi retrocede dos pasos. Por unos minutos queda con el rostro elevado hacia el techo, mueve tres veces la quijada como queriendo recomponer algo. En la comisura de la boca un hilo de sangre brillante se desliza.

Creen que queda aturdido, pero no.

Lo está disfrutando.

Un velo rojo cubre su rostro y dice con una voz escabrosa:

—Bien, desde el sábado tengo ganas de esto.

En un abrir y cerrar de ojos, ambos desatan sus movimientos. Entre golpe y golpe, es difícil distinguir quién es el receptor principal de los impactos. No es para nada grotesco; más bien, roza lo sensual.

Se asemeja a una coreografía meticulosamente diseñada; al borde de los ochos, arrasan con los objetos a su alrededor. Dos hombres danzan en un espacio reducido. Uno pierde el ritmo y se tropieza con sus propios pies.

Qué lástima por él.

Las esbeltas y delgadas piernas lo someten, se anclan sin dejar espacio para la fuga. Los nudillos de Soichi se están haciendo un festín. El joven no mezquina entre izquierda y derecha.

Rodrigo se equivocó en una cosa, Soichi no era sólo ágil, el muchacho es feroz.

Golpea sin detenerse. Tiene una finalidad, quiere convertir en carne picada ese rostro repugnante. Lo odia.

La cara del sujeto que yace abajo se está deformando, quien lo viera incluso tendría lástima. Soichi toma un breve receso, en la euforia se ha olvidado de respirar. Inhala una buena cantidad de aire. Sus ojos están desenfocados, mira los restos del ser humano entre sus piernas.

El sometido escupe una bocanada de sangre atorada, el joven no puede evitar reírse del hombre patético.

—¡Hijo de puta, estás muerto!—grita Rodrigo.

Si es una amenaza, no logra su efecto. El joven sigue golpeando, los nudillos ya están a carne viva, pero parece que están hambrientos.

Lían está asustado, lo que está viendo parece irreal.

En un punto la mente de Soichi está ansiosa, parece que no solo está golpeando a Rodrigo, está peleando con algo más.

Demasiadas cosas, demasiado dolor, demasiada ira.

Eso le da energía, quiere hacer un buen trabajo.

El tiempo pasa y él no se detiene. La situación se ha excedido hace mucho. El sujeto se lo merece, pero Lían no puede ver que esto arruine la vida de Soichi.

Grita que se detenga, pero no lo obedece.

Grita que es suficiente, pero no lo escucha.

Aterrado se avienta para detenerlo.

—Por favor... para, ya es demasiado.

Soichi se detiene. Ante la súplica o el cansancio, al final se detiene.

Lían alza el cuerpo destrozado e intenta acomodarlo, por suerte el sujeto empieza a recobrar la conciencia.

El sí era un ser humano, no lo iba a dejar inconsciente tirado como basura. Lo apoya afuera del departamento, sabía que en poco tiempo vendrían a recogerlo.

Rodrigo nunca anda solo.

Una inquietud se apodera del pecho del hombre, con temor cierra y asegura la puerta con lo primero que encuentra a mano, manteniéndose vigilante en el lugar.

Sabe que debe ser precavido; las represalias pueden llegar en cuestión de minutos.

Pero está equivocado, hacia su espalda, una bestia sellada hace años lo está acechando.

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