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Señor Presidente: Usted es el padre de mis trillizos

—M... ¡Marissa! ¿Son mis hijos? —Los ojos de Rafael no se apartaban del rostro adorable de los niños. —No, Rafael. No lo son —dijo Marissa con una sonrisa fingida—. No son tuyos. ¿Recuerdas? —pestañeó de manera bastante dramática—. ¡Nunca nos casamos! Valerie Aaron, la hermana mayor de Marissa Aaron, dejó plantado a su novio ciego el día de su boda y se fugó. Para salvar las apariencias, la familia de Merissa le rogó que se casara con Raphael Sinclair. ¿La ironía? No se le permitió decirle a su esposo ciego que ella no era Valerie sino Merissa Aaron. El día de la exitosa cirugía ocular de Raphael, Marissa se enteró de que Valerie había vuelto para tomar su legítimo lugar como nuera de Sinclaire. Marissa intentó explicarle a su esposo que ella era la que estaba casada con él, pero él no le creyó. En vez de seguir convenciéndolo, la desconsolada Merissa decidió dejar la ciudad sin contarle su secreto. Raphael Sinclair era la definición clásica de una belleza impactante y era el único heredero del grupo de industrias Sinclair. ¿Qué haría él cuando se enterara que todo este tiempo la mujer que le ofreció su amor y su cuerpo no era Valerie sino su hermana menor Marissa Aaron? ¿Cómo reaccionaría al saber que era el padre de los bebés que Marissa llevaba en su vientre? ¿Iría tras Marissa para recuperarla? ¡Y la pregunta del millón! ¿Podrá Marissa alguna vez perdonarlo y volver a amarlo?

JessicaKaye911 · Ciudad
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117- Su número de teléfono

—Sofía aún estaba furiosa con Marissa y Rafael. Los inocentes ángeles solo querían sus marcas favoritas de dulces.

—¿Por qué tanta severidad con los dulces?

—Sí, sabía que no era su mamá. Pero era su tía. Tal vez no se le permitiera tomar decisiones por ellos, pero se suponía que las tías mimaban a sus sobrinos y sobrinas.

—Dio un golpe al volante frustrada y miró hacia adelante.

—Estaba de camino a la tienda grande cuando vio un convoy de camiones cargados con las tablas de madera más blancas y algunos elegantes muebles blancos, dirigiéndose hacia el camino que llevaba al Palacio Blanco.

—¡Demonios! ¿Está vendido? ¡De ninguna manera! Necesitaba contarle esto a Marissa y cogió su teléfono abruptamente pero entonces se recordó que estaba enojada con su amiga. Esos dulces niños habían conseguido un papá adinerado, y ni siquiera podía comprarles dulces.

—¡Patético!

—¿Y por qué estaban riendo secretamente como si yo también fuera una niña?

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