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Tercer Capítulo: Dante

Era una tarde lluviosa del 2010, el camino sin pavimentar hacia el orfanato se convertía rápidamente en lodo, una molestia para los autos. 

En ese momento, un joven chico pasaba por el frente de aquel deprimente lugar, podría sonar espeluznante, pero las ventanas del sombrío orfanato estaban decoradas con niños vigilando el exterior. No era una película de terror, si se dedicaba tan sólo un momento para divisar el rostro de esos infantes, se notaría la tristeza y desespero en sus ojos.

El joven sí se detuvo, solo unos segundos. Fue suficiente para toparse con las miradas de dos niños en particular, se podía ver desde la acera en donde estaba el desánimo de estos, los únicos que estaban tomados de manos. 

Su corazón se achicó. 

¿Qué podría hacer por ellos?

No valía la pena siquiera sentir lástima, si no haría nada.

Giró la vista hacia el camino, y siguió andando hasta perderse más allá de la esquina.

Dentro del orfanato, aunque no lo aparentasen, las mujeres que vivían allí luchaban a diario para mantener el orden y funcionamiento del lugar.

—Leyla, ya acabé de lavar y tender las sábanas— avisó desde la puerta del jardín trasero, un chico moreno de quizás unos 16 años, mojado de la cabeza hasta la cintura por tender las sábanas húmedas. 

—¿Tan rápido? Bien hecho— le contestó una mujer, que por sus rasgos, era más que obvio se trataba de su madre. Leyla quitó una mano de la bandeja que sostenía para acariciar un momento la cabeza de su hijo. —Ahora, prepara la mesa por mí, ¿Si?— sonriendo, desorganizó el cabello húmedo del chico —Corre, antes de que los niños vuelvan de leer del salón.

La mujer, como todas las que vivían en el orfanato, llevaba puesto un vestido de mangas negro junto con un delantal de cintura blanco. 

El muchacho le sonrió de vuelta, bajó las remangadas mangas de su abrigo amarillo y sacudió su franela mojada antes de irse corriendo hacia la cocina. 

—¡¿Cuántas veces he repetido lo mismo?!— la voz de una señora claramente irritada, hacía eco en todo el pasillo hacia la cocina. El chico, se acercó lentamente y procurando no hacer ruido, asimismo abrió un poco la puerta, pues no quería ser castigado solo por pasar por ahí. 

Por la pequeña abertura pudo ver a la señora con un cucharón de aluminio en manos. A pesar de ser tan delgada, el sonido que hacía al golpear la espalda del niño sin camisa y arrodillado en el suelo dejaba en claro la cantidad de fuerza que usaba, la cual probablemente no era medida. Con cada golpe que recibía el menor, este mordía más el trapo que le tapaba la boca, húmedo no solo por la saliva si no también por las lágrimas constantes. Su cabello castaño igualmente humedeció, puesto que era tan largo que cubría sus ojos.

El muchacho se enfureció al momento, pensó en azotar la puerta y rescatar al más joven, pero, ¿Y luego?, ¿No lo castigarian a él también? No es por gusto que Leyla le haya ordenado alejarse de ella. No sabe el porqué, "cosas de adultos" según las demás mujeres de allí.

Sin querer abrió más la puerta, un olor a café se hizo notar. De inmediato, el muchacho comenzó a correr antes de ser visto por la señora, quien se dio cuenta del movimiento de la puerta. 

Rápidamente llegó al comedor, donde su madre colocaba las ollas de la comida. 

—¿Dónde están las válvulas?— interrogó el chico, ansioso.

—Dante, ¿Qué has estado haciendo?— cuestionó Leyla, viendo que no traía nada. —¿Y los platos? 

—¡Por favor!— suplicó en voz baja. 

Camino de prisa rodeando la mesa. Cuando Leyla estuvo a su alcance, tomó sus hombros y la sacudió, repitiendo lo anterior —¿Dónde está la válvula del gas?

—En el patio, a mano izquierda. La naranja, esa es—aseguró. 

Dante salió disparado. 

—Ni se te ocurra jugar con algo así— advirtió apresurada, a la vez que lo perseguía. 

—La Señora Setvil lo está haciendo de nuevo— susurró al salir al patio.

—¿Qué?— espetó Leyla entendiendo al instante de lo que se trataba. Justo cuando Dante agarró la llave de la válvula, lo detuvo —¿Qué piensas hacer?, ¿Incendiar el lugar, intoxicarla?— cuestionó con preocupación. 

—¡No! Créeme, sólo quiero distraerla— mirándola decidido, confesó. 

Regresando a la cocina, por parte de la Señora Setvil los golpes habían cesado temporalmente. 

No había pasado tanto tiempo, sin embargo, la espalda de el niño ya estaba llena de moretones.

—¡Yo soy la que más ha donado al orfanato durante los últimos años!— declaró irritada —¡Sin MI DINERO ustedes estarían ya muertos de hambre! ¿Y aún así, Julian, te atreves a desobedecerme?— movía de lado a lado el cucharón mientras hablaba, ocasionando que el niño sollozara cada vez que acercaba el objeto.

El joven encontraba todo esto sumamente injusto, simplemente porque él y su mejor amigo se hayan negado a una petición de ella, esta planeaba castigar a ambos. 

Anteriormente, con la intención de proteger a su amigo, el chiquillo se ganó la atención de Setvil al mirarla con desafío en la biblioteca al lado del salón donde estaban todos. Ese era su propio modo de resguardar a su amigo, ya que las demás mujeres intervenían en el estricto caso de que el maltrato sea en frente de los demás. 

—¡Julian!, Discúlpate— exigió Setvil, agachándose frente al nombrado —"Siento haberla hecho enfadar y perder su preciado tiempo en la cocina". ¡Repítelo!— recitó con burla, haciendo aparecer media sonrisa llena de malicia. 

Retiró el trapo de la boca de Julian, pero antes de que alejara la mano, el pequeño hincó sus dientes en la palma de esta.

De inmediato, un grito inundó la cocina. Con su mano libre, apretó la mandíbula del joven, exigiendo con desespero que la abriera. 

La de negro soltó el rostro ajeno y levantó el brazo con la intención de abofetear al muchacho, y hubiera sido así si no fuera por un ruido, que por suerte la espantó. 

—¡Señora Setvil!— gritó Leyla abriendo la puerta de par en par —¿No cree que es suficiente?— con tono educado cuestionó. 

—¡Este mocoso me ha mordido!— espetó con rabia la señora raquítica. 

El infante, que llevaba todo este tiempo con la cabeza baja, la levantó al instante. 

"¿Por fin la detendrán?" pensó lleno de esperanzas.

Leyla caminó por la espaciosa cocina, cargando con las fijas miradas de los presentes. Luego de abrir la alacena y sacar un plato de plástico, se paró frente a la estufa, dando la espalda.

 

Aunque no pareciera, Leyla estaba haciendo un gran esfuerzo para no gritarle una que otra cosa a la Señora. Las ganas de hacerle sentir el mismo dolor que estaba pasando Julian eran tan fuertes que tomó el mango de la greca.

¡Qué ganas de echarsela encima! 

Mordió sus labios con fuerza, el sentimiento de impotencia la estaba carcomiendo. 

—¿No escuchaste? ¡Dije que éste engendro me ha mordido! Merece que sea-

Interrumpiéndola, Leyla se dio la vuelta y le dijo lo siguiente: