—No están.
Nao corrió por todo el parque, llamando con preocupación a Noah y Tao.
La esperanza de que estuvieran escondidos por los arbustos la retenía en aquel parque dando vueltas, gritando sus nombres.
Sus zapatillas y sus jeans azules estaban llenos de arena consecuencia de sus repetidas caídas mientras corría.
Después de revisar todos los juegos y escondites de aquel lugar, un gran miedo aumentó dentro de ella, hasta el punto de arrebatarle gran parte de sus fuerzas.
Se detuvo unos segundos debajo de una farola que parpadeaba.
Comprendió que no estaban allí.
¿Debería dirigirse hacia los adultos y pedir ayuda? No, no saben que se marcharon solos. No ha pasado mucho tiempo desde que se fueron, estarán cerca. Entonces, ¿los buscaría sola? Era la única salida que su mente podía generar.
—Tengo que encontrarlos— afirmó para sí misma, temblando hasta los huesos.
Se retiró del parque, comenzó a mirar por los alrededores, sin dejar de gritar sus nombres. Cada minuto que pasaba, cada paso que daba, la sumergía en unas arenas movedizas de angustia.
Pasó por la comisaría, casas de conocidos, farmacia, escuela, se le estaban acabando los lugares dónde buscar y la oscuridad de la noche dejaba a los grandes faroles como pequeñas velas alejadas una de la otra.
Hasta que, como una bofetada repentina, una idea surgió.
—El bosque.
Ese aterrador lugar lleno de animales salvajes en la cima de la colina.
Era el único lugar donde no había buscado. Tuvo más miedo cuando recordó que el parque estaba al pie de la colina, no era lejos.
Sus pies tomaron el control, le encaminaron directo hacia donde se encontraban los adultos.
Noah y Tao eran los únicos amigos que tenía, sin contar que Tao era su preciado hermano pequeño, ya no le importaba si su madre se enojaba, todo lo que deseaba era volver a verlos.
—¡Mamá, mamá! — chilló Nao, con los ojos llorosos y la nariz húmeda al divisar de lejos la reunión en el patio de su casa.
La madre de los hermanos posó toda su atención en la pequeña quien echaba gritos sin cesar.
Todos los presentes dejaron de lado lo que estaban haciendo, alarmados por los gritos
Incluidos los padres de Noah.
—Nao, ¿qué sucede?— preguntó preocupada la mujer, dejando su plato sobre una de las mesas y rodeando a su niña con sus brazos, proporcionándole consuelo.
La niña a pesar de tener su rostro hundido en el pecho de su madre, entre sollozos un susurro casi inaudible logró ser escuchado sólo por su madre —Tao… Tao y Noah no están.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de la mujer.
—¿Qué acabas de decir?— interrogó preocupada.
Devuelta al parque, una hora atrás. Cuando el silencio de la noche era interrumpido por las risas de los amigos.
—Oye, Noah— le llamó Tao en voz baja.
—¿Qué haces?— reaccionó murmurando el nombrado.
Tao se encontraba agachado al parecer observando algo, mientras que el de suéter se acercaba desde atrás con sus dos manos llenas de arena con intención de gastar una broma.
—Creo que es un cachorro, ¿o un gran sapo?— dudó de lo que veía, estrujando sus ojos —No sé, no sé, velo tú antes de que se vaya— con emoción, apresuró a Noah para que se agachara también.
Noah arrojó a un lado la arena que sostenía colocándose en cuclillas a su lado, para sorpresa de ambos, lo escondido entre los arbustos se percató de dicha acción y desapareció entre la oscuridad.
—¡Los asustaste!— se quejó el menor en voz alta, espantando al mayor.
—Sí, sí. Ni siquiera vi lo que era— contestó con desdén y sacando su lengua, causando la risa ajena —Entonces, ¿lo seguimos?— propuso Noah, poniéndose de pie.
Llegando a un acuerdo y olvidando detalles muy importantes, comenzaron a seguir a aquella criatura, curiosa para ellos.
Luego de largos minutos de "expedición", los chicos llegaron a la cima de la pequeña colina.
—¡Detente!— ordenó Noah inquieto por la densa oscuridad de aquel lugar.
—¿No ves los árboles? Esto ya es bosque— agregó.
Tomó la muñeca de Tao de inmediato, pero ésta fue sacudida y liberada con rapidez, Tao se quedó de espaldas, inmóvil.
Ese acto de rebeldía le tomó por sorpresa —¿Qué rayos haces?— interrogó ya un poco molesto. No comprendía lo que sucedía con su amigo, por lo que quería verle el rostro, que le mirara a los ojos.
Eso fue lo peor que pudo hacer en ese momento.
Esos pocos metros de distancia entre ellos marcaban un hilo de esperanza para el menor. Lo que ignoraba Noah, la expresión de terror plasmada en el rostro ajeno, ni mucho menos sabía cuál era la causa.
—No te acerques— advirtió Tao en un susurro desesperado, con los nervios de punta sin quitar sus ojos del frente. Eso hizo preocupar más al de suéter, quien ignoró su petición.
—¿De qué hablas tan de repente?— preocupado e intrigado se aproximó hacia el chico, en su camino sin querer quebró una pequeña rama.
El castaño al segundo giró para verle —¡¡Corre, Noah, corre!!— vociferó asustado, acto siguiente tomó una piedra cualquiera y la lanzó no tan lejos. Un gruñido acompañó al golpe seco.
Tao se dio la vuelta y comenzó a correr, lo que parecía un gato gigante <o eso pensaron los niños> salió de entre la oscuridad.
Por los nervios falló en tomar la mano de Noah, quien por el miedo se quedó paralizado.
Por desgracia, las delgadas piernas de Tao no se detuvieron; entre el sonido de su agitada respiración, pudo escuchar a un aterrado Noah, balbuceando torpemente su nombre.
—T-Tao, no me dejes, Tao— el nombrado no giró, pero podía imaginarse el rostro lleno de lágrimas de su amigo.
Apretó sus pequeños puños y siguió corriendo con todas sus fuerzas, algunas ramas arañaron toda su ropa junto con su piel, estaba sangrando pero eso era lo de menos.
"—Quiero encontrar ayuda lo más rápido posible, ¿verdad? Por eso es que estoy corriendo, no podemos hacer nada sólo nosotros. Regresaré con los demás para salvarlo, ¿cierto?—"
Pensaba una y otra vez como disco rayado en su mente mientras bajaba la colina.
—¡Noah, Tao!
Tao se detuvo del tiro al escuchar la voz de la madre de Noah.
Sus ojos, no habían derramado ni una sola lágrima, sin embargo aquella voz le derrumbó por completo, comenzó a llorar y a gritar con todas sus fuerzas, desplomándose sobre sus piernas heridas.
Por culpa de las lágrimas en sus ojos no pudo ver más que un grupo de personas con linternas.
Cuánto alivio sintió en ese momento.
—¡Señora Powkind!— llamó Tao, con sólo una cosa en su cabeza:
Regresar por Noah.