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Las Malvadas Intenciones de Samuel Altamirano

Si Verónica pensaba que sería blanco fácil ser la esposa del millonario Miguel Altamirano estaba muy equivocada. Nunca imaginó encontrarse con el alacrán.

GerardoSalazar · Ciudad
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14 Chs

Capítulo 7 Micaela

Karina caminaba de puntillas. Se detuvo un segundo para mirar a su madre. El amplio rostro de Doña Carmen mostraba una expresión de abandono; dormía sobre una mecedora y sus ronquidos eran profundos y resonaban. 

La chica se encogió de hombros. Después giró su muñeca para consultar su reloj. Decidió apurarse a salir y deslizó delicadamente el pasador de la puerta; éste produjo un angustiante "clac", pero la mujer seguía desparramada en la mecedora.  

La chica empujó suavemente la puerta y puso un pie en el exterior.    

Afuera Samuel la esperaba impaciente, con las manos metidas en los bolsillos y con una mueca de desesperación encima del rostro; mueca que se esfumó en el instante en que la vio aparecer con una sonrisa en los labios. 

-Mi amor-. La recibió entre sus brazos con ternura.

Al tenerla tan cerca del rostro admiró ese brillo encantador que habitaba en sus pupilas y que tanto le gustaba observar en silencio.

-Debemos marcharnos de aquí. No vaya a ser que mi mamá se despierte y ocurra lo mismo que ayer.

-El chico le dio un beso fugaz y le dijo:

–Un día vamos a estar juntos para siempre. ¡Y nada va a evitar que así sea!

-¿Qué significa eso? ¿Es una promesa?

-Si. Es algo que pronto va a ocurrir. 

-Samuel, prométeme que siempre me vas a querer, porque yo estoy dispuesta a luchar por ti contra viento y marea.

-Te lo prometo, nena. ¡Por sobre todas las cosas!

Volvió sus ojos a los de ella, a continuar endulzado de esa sensualidad que se desprendía de ellos. Enseguida la besó. Esta vez no fue un beso fugaz. Se apretó fuerte contra sus labios. La chiquilla se dejó envolver por aquella caricia.

-Basta-. Le dijo ella apartándose. –aquí no… mejor será que vayamos al parque. ¿Te parece?

-Está bien. 

De la mano la llevó hasta el vehículo que se hallaba en la acera de enfrente. Era un Mustang negro, impecable, majestuoso, del año; que brillaba como la noche cuando es bañada por la luz de la luna. 

Alrededor de él había un grupo de chiquillos que lo admiraban con la boca abierta. 

Era un auto de ensueño. El preferido de la colección de Samuel. 

El chico ahuyentó a los admiradores. Los pequeños se esparcieron por la calle como las palomas cuando se desprenden del suelo al ser asediadas.

-No seas malo. Solo lo ven de cerca para maravillarse, pues por estos rumbos es muy difícil ver un auto así pasar.

-Es que el auto es negro y no quiero que con sus manos lo ensucien.

-Ya. No seas detestable.

El jovenzuelo se limitó a sonreírle y después a morderle suavemente una oreja. La chica se estremeció. 

-¡Basta!- Protestó ella, divertida.  

Sonrientes abordaron el auto. Samuel giró suavemente el encendido a la vez que la veía con ternura. La chica recargó su cabeza sobre el hombro de él. Él le tomó la mano y hundió sutilmente el pie en el acelerador al tomar de lleno la avenida. 

Eran las cinco en punto del domingo por la tarde. 

El destino, siempre cómplice en la vida de Samuel, los acomodaba en ese justo lugar. Fue éste quien sin avisar los obligó, calles más adelante, a transformar sus sonrisas en aspavientos de tragedia… 

Samuel apretó con fuerza el volante al mismo tiempo que pisaba con toda el alma el freno y que desprendía su mano de la de Karina. 

-¡Cuidado, Samuel! ¡Un niño! 

El encuentro del auto con aquel niño que escapaba de las manos de su madre era inevitable. 

Se produjo el espantoso sonido de la llanta al raspar el pavimento. Samuel apretó los ojos. Enseguida escuchó un grito desgarrador. Abrió los ojos y negó con la cabeza. Una mujer corría enloquecida hacia el interior de la avenida.  

Samuel jadeó. Tenía miedo, terror más bien. Le costaba trabajo recuperarse ante la escena. Karina bajó del auto con el rostro pálido y con un temblor en todo el cuerpo. 

Al fin, Samuel pudo reaccionar y se apresuró a salir. Al pisar el pavimento las piernas le flaquearon. Vio la escena bajo la defensa del coche. Sus ojos no daban crédito. Los apretó y de nuevo se aletargó. Se volvió de forma abrupta en un sentido contrario, evadiendo la imagen de aquel pequeño ser envuelto en sangrienta tragedia. Se llevó una mano al pecho, angustiado. 

Fue Karina quien lo hizo reaccionar:

- ¡Apresúrate! ¡Llama a una ambulancia!

Torpe, marcó el número de emergencias. Entre balbuceos, y los gritos de la madre del niño, apenas logró explicar lo ocurrido.

Fueron minutos eternos los que transcurrieron desde el momento de la llamada hasta el momento en que la ambulancia apareció por la esquina. 

Momentos más tarde, el niño fue ingresado en la sala de urgencias. La madre y los jóvenes aguardaron en el pasillo. 

Samuel marcó el número de su padre. Tardó en contestar. Mientras esperaba posó los ojos en la imagen de la madre llorando. Suspiró con fuerza y apretó la garganta al pasar un puño de saliva. 

Empezaba a caminar de un lado para otro cuando al fin su padre respondió. 

-¡Necesito tu ayuda! ¡Ha ocurrido algo espantoso!- Había en el tono de Samuel una nota de angustia.

Una vez que lo puso al tanto, el chico volvió a lado de Karina y se arrojó a sus brazos. La madre del pequeño se hallaba serena, con el rostro inclinado. Se podía adivinar la angustia que la atormentaba. Sus ojos hinchados y rojizos de tanto llorar veían sin mirar un punto determinado sobre el suelo. De pronto alguien la llamó por su nombre:

-¡Micaela!

La mujer levantó la cabeza, y desconsolada corrió a abrazarse del sujeto que se colocaba frente a sus ojos.

-¡Esteban! ¡Mi hijo está muy mal!

Samuel no cupo en su asombro. Le resultaba increíble la coincidencia:

-¡¿Esteban?!- Exclamó casi en silencio al reconocerlo. 

Se trataba del mismo hombre que recién había contratado para sus perversos planes. Fue rápido al organizar sus pensamientos: 

-Si este pendejo permanece aquí puede estropear el plan. ¡Debo pensar en algo! 

Se dirigió con tranquilidad hacia ellos. 

-¿Es usted el padre de la criatura?- Le preguntó a él sin saludar. 

La sorpresa de verlo paralizó a Esteban por un instante pero bastó la aniquilante mirada de Samuel para que actuara.

-El niño… es hijo solo de ella... yo soy su novio. ¿Fuiste tú… quien lo atropelló?

-Sí, fue un accidente. Estoy dispuesto a correr con todos los gastos necesarios en la recuperación del pequeño.

Vieron salir al doctor del cuarto de urgencias y rápidamente se plantaron frente a él.

-Doctor, ¿Dígame cómo está mi hijo?- Cuestionó la madre. 

El galeno adoptó una actitud seria:

-Confiamos en su recuperación pero es prematuro aún decir que está fuera de peligro. Le garantizo que haremos todo lo que esté en nuestras manos.

-¡Sálvelo! ¡Es lo único que tengo en esta vida, doctor!- Suplicó Micaela estallando en llanto. Karina la abrazó. 

Con una mirada, Samuel solicitó a Esteban hablar a solas.

-Sinceramente me preocupa la salud del niño. Sin embargo no puedo correr el riesgo de que el plan se estropeé... Necesito que te desaparezcas de aquí, pues de un momento a otro mi padre se presentará en éste lugar y no debe de conocerte antes de tiempo. ¡Así que le inventas algo a tu noviecita y te largas ya!... solo así evitaré situaciones de sospecha.

-De acuerdo.- Fue todo lo que dijo Esteban.

Más tarde, los ojos de Micaela se estaban inundando de lágrimas por enésima vez, pero en esta ocasión logró contener el llanto.  

-Miguel Altamirano, a sus órdenes-. Se presentó viéndola fijamente. -Responderé a nombre de mi hijo. 

Micaela posó sus ojos en él. Se limitó a callar y asintió con un movimiento de cabeza.

-Mi papá hará que los mejores doctores atiendan a su hijo y le aseguro que se recuperará-. Agregó Samuel mirando con orgullo a su padre. 

El sonido de un teléfono celular interrumpió la conversación. Don Miguel revisó su saco. Se apresuró a contestar.

-¿Jeremías?- Era el mayordomo de la mansión Altamirano. –De acuerdo, descuida-. Finalizó la llamada y observó, un tanto preocupado, a la novia de su hijo.

-Karina, tu madre se encuentra en mi casa sumamente molesta. Exige verte.

-¡Cielos!- Exclamó la chica. -¡Ahora si me mata!

-¿Hay algún problema con ella?- Don Miguel observó primero a Samuel, después volvió el rostro hacia la joven. -¿Le avisaron a ella lo que ocurrió?

-No, señor-. Respondió la chica inclinando la cabeza. 

-Ella se opone como una fiera a nuestra relación-. Se entrometió Samuel. -Considera que solo quiero jugar con Karina. ¡Doña Carmen y yo hemos tenido algunos enfrentamientos!- Agregó.

-¿Explícame a qué te refieres con "algunos enfrentamientos"?

Se produjo un largo silencio. A don Miguel le sobrevino un suspiro. 

-Hijo, los problemas no se arreglan teniendo "enfrentamientos"-. Así inició el sermón: -¡Seguramente con tu carácter despertaste su intranquilidad y no confía en ti! ¿No crees que es lógico?- Respiró pausado tratando de controlarse. -Si desean conservar una relación exitosa como novios deberán procurar la tranquilidad y armonía con la familia de ambos. De lo contrario siempre vivirán con ese inconveniente que quieran o no perjudicará tarde o temprano su relación… ¿Le han hablado respecto a sus sentimientos con la madurez necesaria para que ella confié en ustedes dos?- Más silencio. -¡Entonces, explíquenme, ¿Cómo carambas quieren que doña Carmen confíe en las buenas intenciones del novio de su hija?!- Viró el rostro hacia Karina. -Es probable que tu madre aún se encuentre en mi casa. Te llevaré a su lado y hablaré con ella. Tú, Samuel, te quedarás aquí acompañando a la madre del pequeño. Yo me encargaré de la situación, después lo harás tú con una buena actitud. Con permiso.

   Sin decir más, don Miguel se incorporó y salió seguido de la chica.