La oscuridad lo envolvía. Nathan sentía su presencia, pesada y asfixiante, pero no temía. No ahora. No después de lo que había aprendido.
Había llegado a este mundo por accidente, una fisura en el tejido del tiempo y el espacio. Un simple error que lo lanzó hacia una era que no le pertenecía. Su mente, siempre hambrienta de conocimiento, había aceptado el desafío. Sobrevivir en este nuevo universo, tan distinto al suyo, requería más que astucia. Requería poder.
Y Nathan lo había encontrado.
Había pasado años observando a la humanidad en su época más oscura. Guerras por venir, imperios colapsando, la ruina inevitable. Pero entre los secretos de esta Tierra, había descubierto algo más profundo, más antiguo: la magia. No era como la conocía en su vida anterior, era algo más salvaje, más incontrolable. Sin embargo, él había logrado dominarla.
Al principio, fueron pequeños encantamientos, sencillas ilusiones. Pero a medida que su poder crecía, también lo hacía su ambición. Descubrió que su intelecto le otorgaba una ventaja única: podía comprender los misterios del cosmos y los límites de la magia con una facilidad aterradora. Pero no fue hasta que abrió el grimorio, un antiguo manuscrito encontrado en las ruinas de una civilización olvidada, que su verdadero potencial despertó.
La magia, sin embargo, venía con un costo.
Un aura oscura comenzó a rodearlo, algo más allá de su comprensión. La energía misma del universo parecía haberse dado cuenta de su presencia, atrayendo a criaturas del más allá. Los monstruos, espectros y sombras que había visto en su vida pasada comenzaron a manifestarse en su mente, pero no eran solo recuerdos. Nathan creía que podía controlarlos, que podría invocarlos como herramientas para asegurar su poder en este mundo, pero cada intento fracasaba.
Como uno de los discípulos de Gu Yi, Nathan no aceptaba el fracaso tan fácilmente, usando la energía de demonios ya existentes, los sello en su libro y al hacerlo se percató de algo.
Su magia transformó los espectros de energía inconscientemente, cambiándolos a entes más conocidos, más entendibles... O al menos para el.
Pero eso no tenía mucha influencia, dado a que ni el mismo podía sacar a dichos monstruos de su libro.
Después de terminar su libro y sellar con éxito a los fantasmas de otras dimensiones, regreso a su maestro el gran anciano con un objetivo claro.
Quería dejar la magia.
Nathan regresó al templo del Gran Anciano, donde su maestro, Gu Yi, lo esperaba con serenidad. Ella había sentido el peso del poder que había acumulado su discípulo y la tensión que ese poder generaba en el delicado equilibrio del mundo.
"Quiero dejar la magia," anunció Nathan, con una voz firme, pero llena de cansancio. "Lo he visto, lo he sentido... He caminado al borde del abismo, y no quiero seguir por ese camino."
Gu Yi lo observó en silencio, sus ojos penetrantes como si pudieran ver más allá del simple deseo de su discípulo. Sabía que había algo más, una sombra en su interior que aún no estaba completamente extinguida. Sin embargo, no podía obligarlo a quedarse.
"Acepto tu decisión, Nathan. Pero, si quieres dejar la magia atrás, debes dejar también todo lo que la conecte contigo," respondió ella, con tono solemne. "Tus pertenencias, tus libros... y tu legado mágico. Deberán quedar aquí, en el templo."
Nathan asintió. Sabía que era el único camino para alejarse de ese poder oscuro que lo había consumido, al menos en parte. Depositó su libro en las manos de Gu Yi, el grimorio que había sido la fuente de tanto poder, pero también de su tormento. El peso del tomo parecía aligerar su espíritu.
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Nathan regresó a Estados Unidos con una nueva perspectiva de vida. Su poder, aunque formidable, ya no sería lo que lo definiría. Se sumergió en la ciencia, una disciplina que le había sido esquiva en su juventud, pero que ahora dominaba con la misma facilidad con la que antes manipulaba las fuerzas místicas. Los conocimientos que no pudo comprender en su mundo anterior se volvieron claros ante su intelecto expandido.
Se casó con Miranda Ton, una científica brillante a su lado, y juntos formaron una familia. La vida de Nathan se estabilizó en la comodidad de la normalidad, aunque no pudo evitar aplicar su genio en sus nuevas empresas. Con el tiempo, sus descubrimientos comenzaron a atraer la atención del gobierno y otros ambiciosos científicos, entre ellos un joven prodigio llamado Howard Stark.
Howard admiraba profundamente a Nathan, pero su ambición lo llevó a querer más. Él veía en la ciencia no solo un camino para el conocimiento, sino para la fortuna. Quería explotar los avances de Nathan para ganar poder, pero Nathan, que veía el peligro en ese enfoque, se distanció de él, sabiendo que no todos los conocimientos estaban destinados a ser compartidos.
Nathan observaba a Howard Stark con ojos llenos de decepción. El joven, con su ambición desmedida, había perdido de vista el propósito del conocimiento. Para Howard, la ciencia era un medio para alcanzar poder, para influir y moldear el mundo a su antojo.
"Nathan, con tus fórmulas y mis conexiones, podríamos cambiar el mundo," insistía Howard, sus ojos brillando con una mezcla de genialidad y codicia.
"No es cuestión de lo que podemos hacer, sino de lo que debemos hacer," respondió Nathan, su voz cargada de una calma que ocultaba un abismo de sabiduría. "El poder sin responsabilidad nos convierte en algo peor que lo que buscamos vencer."
Howard bufó, cruzando los brazos con una arrogancia juvenil. "Si no lo haces tú, alguien más lo hará. Prefiero estar en la cima cuando eso suceda."
Nathan asintió, sabiendo que sus caminos se habían separado. No podía detener la ambición de Howard, pero tampoco podía seguir siendo su mentor. El mundo cambiaría, pero no bajo su mano.
Con el paso del tiempo, Nathan diversificó su genio hacia otras áreas. Compró fábricas, campamentos y restaurantes, inversiones estratégicas para construir una red que lo mantuviera fuera del radar del gobierno y los ambiciosos científicos como Howard.
Los recuerdos de su vida pasada aún lo acechaban, y en secreto, Nathan comenzó a experimentar con tecnologías rudimentarias que rindieran homenaje a esos horrores. Creó sus primeros animatrónicos, seres mecánicos que, aunque simples, resultaban inquietantemente similares a las criaturas que él había intentado convocar tantos años atrás.
Animatrónicos. Aunque eran primitivos, estas figuras robóticas atraían multitudes y fascinaban a los niños. Sin saberlo, Nathan estaba dejando un legado oscuro que resonaría mucho después de su muerte.
El gobierno no sabia que secretos habían en esas máquinas, pero estaban decididos a conseguirlos . Después de todo, si pudieran enviar a robots al campo de batalla, serían los vencedores en cualquier guerra.
Uno de sus proyectos más personales fue la creación de una marioneta, un homenaje a Jigsaw, una de las criaturas más lindas de su vida pasada. Aunque no podía convocar a los monstruos, había logrado recrearlos en el mundo real, de manera física.
Esa marioneta no se podía mover de forma autónoma, su diseño estaba echo para que solo sea capaz de guardar información, como un PDF.
Aunque su capacidad de almacenamiento era aterradora, había usado vibranium para crearlo.
Ahí escondió sus conocimientos de tecnología, solo William y Miranda sabían de eso.
Con los años, Nathan envejeció aún más, y gran parte de su trabajo quedó en manos de su hijo, William Nerdy. Nathan estaba orgulloso de su legado, aunque nunca imaginó que la tragedia lo alcanzaría de forma tan brutal.
Una noche oscura se cernía sobre la mansión Nerdy, un manto oscuro que ocultaba los secretos que yacían en su interior. En el laboratorio, William, un joven brillante y obsesionado por la ciencia, observaba a través de una pequeña camara. Su padre, Nathan, un genio viejo con una mente inquieta, y su madre, Miranda, una anciana cálida y comprensiva, eran el centro de su universo, se encontraban en el comedor hablando de algo.
Un crujido le hizo levantar la cabeza. En otra cámara, un hombre encapuchado, con ojos que brillaban de una siniestra determinación, irrumpió en la casa. Este no era un simple ladrón, su objetivo era mucho más siniestro. Era un agente encubierto, enviado para recuperar los avances científicos de Nathan, avances que podían cambiar el equilibrio de poder en el mundo.
Con movimientos ágiles y silenciosos, el intruso revisó cada rincón de la casa. Abrió cajones, revolvió papeles, buscando algo en particular. En el laboratorio, se detuvo frente a la mesa de trabajo de Nathan. Examinó los instrumentos, los diagramas, los apuntes garabateados en papel. Sus ojos se iluminaron al encontrar un cuaderno de notas, un tesoro que contenía los secretos más preciados del científico. O eso es lo que creía el.
Los disparos resonaron en la noche, cortando la tranquilidad de la mansión. William observó horrorizado cómo sus padres caían, víctimas de una violencia fría y calculada. La sangre manchó el suelo blanco, convirtiendo el lugar en una escena de pesadilla.
En ese momento, el mundo de William se desmoronó. La ira, como un fuego devorador, consumió su interior. Juró vengarse de aquellos que le habían arrebatado todo lo que amaba. Con la mirada fija en la figura que se escapaba por la ventana, el joven científico comprendió que su vida nunca volvería a ser la misma.
Lejos de allí, en el corazón del Templo de Gu Yi, un silencio inquietante invadía la biblioteca. El grimorio de Nathan, sellado por precaución, comenzó a emitir una leve vibración, como si algo estuviera despertando en su interior. Sin previo aviso, el libro desapareció, dejando tras de sí un vacío palpable.
Gu Yi, que lo había mantenido bajo resguardo, sintió la perturbación en el tejido de la realidad. Las energías oscuras se esparcieron por el mundo, ocultas e indetectables, selladas en la misma esencia del universo. Era como si la magia del libro hubiese reescrito las reglas del mundo, permitiendo que los horrores aprisionados en sus páginas comenzaran a manifestarse de manera natural, sin que nadie pudiera preverlo.
William desesperado por la furia, William decidió que no solo continuaría con el legado de su padre, sino que lo superaría.
William examinaba los apuntes que su padre había dejado, buscando algo, cualquier cosa que le ayudara a comprender el legado que ahora era suyo. Las hojas dispersas en su escritorio comenzaron a vibrar, sus líneas tornándose borrosas, hasta que las palabras mismas parecieron reorganizarse.
Ante sus ojos, las hojas comenzaron a unirse, formando un libro que no existía antes. Una portada blanca y vacía, donde solo unas pocas páginas tenían contenido visible. William supo inmediatamente de qué se trataba, era el legado oculto de su padre. La voluntad de Nathan, que no había sido completamente extinguida, ahora se manifestaba a través del libro, dándole acceso a secretos que su padre nunca había compartido.
En su mente, William sintió una conexión. No estaba solo en esta búsqueda. La magia, los conocimientos ocultos, todo estaba a su alcance. Y él, el hijo de Nathan Nerdy, estaba destinado a completar lo que su padre no pudo.