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Fría como el hielo

Skay ha pasado toda su vida entrenando para ser digno del trono de su padre y digno de ser llamado rey, muy a pesar de que los Dioses no lo hayan elegido. Toda su vida ya está preparada: cuánto más debe entrenar, cuánto más debe estudiar, con quién se tiene que casar y cuál es su misión en la vida. Alice, en cambio, no cree en la magia, ni tampoco en los aliens, los Dioses o los fenómenos paranormales. Tan solo cree que está enferma y que es un peligro para la sociedad. Nadie se atreve siquiera a rozarla, ya que su tacto es tan frío que te congela los huesos. Sin embargo, todo está a punto de cambiar, Alice es en realidad la legítima heredera al trono de un mundo que no conoce y que le resulta hostil. Un mundo donde los fríos y los cálidos son divididos. Un mundo donde la guerra es constante. Alice no tiene ni idea de quién es, ni de lo que es capaz de hacer. ¿Resultará ser el error que todos creen que es o un milagro de la naturaleza? "Deberás descubrir tu pasado para poder salvar tu futuro." "No importa el cuerpo, sólo el alma" Esta es una historia únicamente sacada de mi cabeza, donde encontrarás fantasía, ciencia ficción, mitología y romance. *** Increíble portada realizada por CynthiaDannot

Emma_Aguilera · Fantasía
Sin suficientes valoraciones
76 Chs

Capítulo 12

Alice

Retrocedí unos pasos hacia atrás con el corazón en la garganta, como si quisiera salir corriendo. Parpadeé un par de veces a la vez que negaba con la cabeza frenéticamente.

- No puede ser. – dije para mí misma sin darme cuenta de que estaba hablando en voz alta.

No quería creerlo. Me había pasado la vida diciéndome a mí misma que era una inútil, que lo único que podía hacer era hacer daño a la gente, que no valía para nada... una inútil sin padre y con una madre a la que se le empañaban los ojos cada vez que pensaba en su hija.

Yo era Alice la fría, la chica rara del instituto con una terrible enfermedad que no tenía remedio. Un bicho raro que no servía para hacer nada. No se me daban bien las letras, ni los números, corría como un pato mareado y saltaba como si estuviera ebria. ¿Cómo iba a ser yo una reina?

Skay se quedó mirándome como si ya hubiera intuido que esa iba a ser mi reacción.

- Eso pensé yo cuando mi padre, el rey, me lo dijo. ¿Cómo puede una fría ser hija de la reina Opal? Sin embargo, se parece mucho a ti como bien puedes apreciar en este cuadro. Así que debe ser cierto al fin y al cabo.

- Pero yo no soy nadie especial. – dije para convencerme de ello.

Skay gruñó, como si esa fuera su forma de quejarse de la situación que estaba teniendo lugar. A continuación, me dijo evitando mirarme a la cara:

- Eres hija de Opal y para reinar en territorio de cálidos eso es lo único que importa. Bueno... tampoco puedo asegurarte que la gente no se vaya a rebelar contra ti. Tu imagen es la del enemigo, así que lo más probable es que se cree el caos en las calles.

Seguí negando con la cabeza, rotundamente. Esto no podía estar ocurriendo, había vivido en una pesadilla y ahora que por fin había conseguido despertar, la realidad me parecía todavía más terrible.

- Pero yo no quiero ser reina. – afirmé completamente segura.

El chico hizo una mueca y frunció el ceño al escuchar mi respuesta. Skay no entendía cómo podía rechazar algo de esa magnitud.

- No se trata de querer o no querer. Se trata de quién eres y cuál es tu deber como tal.

- ¿Cómo puedes decir que soy hija de Opal tan convencido? Mi única madre es secretaria de una humilde empresa de comunicaciones. – respondí, plantándole cara a mi destino y subiendo el tono de voz, a pesar de que sabía que él buscaría una buena respuesta.

Skay se acercó a mí hasta el punto que tuve que subir la cabeza para mirarle a la cara y comprobé que le llegaba por el pecho. Era tan pequeña a su lado... bueno, en realidad me veía diminuta al lado de cualquier persona, pero Skay me hacía sentir como si fuera muy poca cosa. Era realmente alto y ancho de espalda y, a pesar de que ese no era el momento de que mi cabeza viajara a la Tierra, no pude evitar que el cuerpo del chico me recordara al de un nadador olímpico.

- Se ve a simple vista que eres baja y débil, que no tienes ni idea de nada y que te niegas a aceptar la realidad. Y además, por si esto fuera poco, tu piel es tan pálida que estoy seguro que prácticamente toda la población te repudiará. Créeme, soy el primero que no te quiere de reina.

Mis ojos bajaron la mirada, avergonzada por sus palabras. Sentí una punzada de dolor, pero simplemente era como clavar un poco más hondo el cuchillo en la carne durante una puñalada.

Entonces, cuando ya estaba hundida en la miseria y la vergüenza, elevé la cabeza de nuevo y dije con orgullo:

- Pero lo único que importa es que mi sangre es real, ¿no? La tuya no lo es, así que por muy preparado que estés para reinar, simplemente no eres apto para el cargo de rey.

Skay apartó la mirada, visiblemente molesto. A continuación, una sonrisa triunfal se expandió por la comisura de mi boca.

- Parece que ninguno de los dos debería reinar. – proseguí diciendo, enfadando al chico que hasta hacía sólo unas horas había creído que algún día llegaría a sentarse en el trono.

El chico parpadeó, como si no pudiera creer que sus propias palabras se hubieran vuelto en su contra. Sus cálidos ojos me atravesaron y pude volver a sentir el chico que me había tocado con delicadeza.

Nos quedamos unos segundos en silencio, simplemente mirándonos y me pregunté si él respondería algo a mis afirmaciones.

Estábamos tan cerca que podía sentir la calidez que desprendía su cuerpo y algo en mí me urgía a acercarme todavía más a ese estúpido y orgulloso muchacho que lo único que conseguía hacer era hacerme sentir mal. Porque sólo hacía que quisiera hundirme en mi propia miseria. ¿Verdad? No podía hacerme sentir bien en absoluto. Sin embargo, tenía algo que me atraía y me pregunté seriamente si yo debía ser masoquista o algo por el estilo.

Apenas podía respirar con su mirada encima de mí.

Entonces, de repente, escuché el leve sonido del correteo de unas pequeñas patas y cuando sentí unas diminutas garras en mi tobillo derecho, me estremecí. Volví a coger todo el aire que me había olvidado de coger durante esos intensos segundos y grité muy fuertemente al bajar la mirada al suelo y encontrarme con un pequeño roedor.

Una rata blanca y del tamaño de mi pie se encontraba en el suelo intentando subir por mi tobillo.

Empecé a correr en círculos para quitármela de encima mientras gritaba histéricamente, sintiendo la mirada de Skay atravesarme en todo momento.

El chico se quedó observando la escena, probablemente pensando qué habían hecho de mí en estos quince años de mi vida. Yo, en cambio, empecé a sacudir mi cuerpo con miedo a que todavía no me hubiera quitado la rata de encima.

A continuación, una vez mis gritos se hubieran finalizado, tan sólo se escucharon las carcajadas de Skay.