12 Capítulo 11

Alice

Skay se quedó mirándome atentamente durante unos largos minutos, hasta el punto de que empezó a hacerme sentirme incómoda el hecho de que me estuviera observando de aquella manera tan descarada. Empecé entonces a cuestionarme seriamente si aquel engreído muchacho tenía modales. Pero a pesar de esto, no pude evitar sentir que sus ojos tenían un efecto en mí. No era igual que cuando me miraba el resto de la gente, porque yo sabía que por mucho que él pudiera odiarlo, su reacción al verme en la habitación hacía apenas un rato, y sin ropa, había sido sorprendente.

Nunca nadie me había mirado de aquella manera... como si me deseara.

Pero Skay no fijó sus ojos en mí de esa forma esta vez, sino que pude entrever un resquicio de odio y repulsión en ellos.

Al cabo de un rato, decidí romper el hielo, porque si estaba en ese momento con un chico que parecía una antorcha en la oscuridad, era por un motivo muy importante y no había nada que quisiera saber más que mis verdaderos orígenes. Quería descubrir quién era yo en realidad, de dónde había salido y cómo había acabado viviendo en un mundo ajeno al mío.

- ¿Y bien?... ¿Vas a explicarme esa historia tan larga que necesita ser explicada justo en este lugar oscuro, frío y lleno de moho? – le pregunté a la vez que intentaba descubrir lo máximo que pudiera del sitio en el que nos encontrábamos.

Skay apartó la mirada en ese momento y me dijo con un tono serio y autoritario:

- Sígueme.

Puse los ojos en blanco, ya que detestaba la manera en la que parecía que siempre hablaba aquel chico, como si lo supiera todo y los demás, o quizá tan sólo yo (todavía estaba por descubrir), fueran inferiores a él.

A continuación empezó a caminar hacia delante y tuve que resignarme por mi propio interés, a seguir sin dificultad la engreída antorcha humana que caminaba con superioridad, iluminando los numerosos pasadizos secretos.

No recuerdo con exactitud durante cuánto tiempo estuvimos caminando, pero mi memoria indica a que caminamos por tanto tiempo que acabaron doliéndome hasta los pies. Aunque tampoco era muy extraño que me cansara de caminar, pues nunca había tenido una condición física destacable, más bien al contrario. Era bajita y, por tanto, mis piernas eran cortas. Además, tampoco había practicado nunca ningún deporte, ya que siempre me había dedicado únicamente en ir al instituto y volver a casa. Y para mí ya era un esfuerzo demasiado grande sobrevivir a eso como para ponerme a hacer deporte.

Finalmente, llegamos a nuestro destino y no pude evitar mostrarme visiblemente sorprendida y confusa. Se trataba de una pequeña habitación que pasaría inadvertida por cualquier persona, ya que su entrada estaba escondida entre dos paredes, pero no era una simple habitación como cualquier otra. Había algo en el aire que me dejaba una sensación extraña que no lograba descifrar.

Moví la cabeza a todos lados para visualizar la estancia con detenimiento. Numerosos retratos se extendían por las paredes de la larguísima habitación y al final de todo había una pequeña estantería con algunos libros.

Estaba tan ensimismada en lo que me rodeaba que me olvidé del motivo por el cual habíamos ido hasta allí, así que cuando Skay empezó a hablar, fue como volver a la cruda realidad del momento.

- Nuestro mundo, llamado Origin, nació hace más de doscientos millones de años. Los dioses lo crearon a su buen gusto, primero levantaron montañas, abrieron los continentes partiéndolos en dos y aparecieron los océanos. Sin embargo, a pesar de haber construido un hermoso mundo, sintieron que faltaba algo, más bien alguien, para cuidar de él en su ausencia. Por ese motivo, nació el primer ser cálido. Este fue creado a partir de la calidez de los sentimientos de uno de los Dioses más importantes, el Dios de Aludra, la estrella que permite que todavía incluso después de tantos siglos, sigamos vivos. Ella nos dio la vida en su momento y nos la sigue dando hasta hoy en día.

Parecía una historia muy bella, pero en ese momento no creí que fuera real en absoluto. Siempre había sido muy realista y no creía en la magia, la fantasía, ni tampoco en los Dioses. Sólo creía en lo que veían mis ojos.

- ¿Pero qué tiene que ver todo esto conmigo? Yo no soy como tú... - rechisté al darme cuenta de que la historia que me había explicado no cuadraba con mi realidad.

- Los cálidos vivieron durante un par de siglos en paz y tranquilidad, dando calidez y vida a los animales y las plantas que habían nacido un tiempo después de la creación de los cálidos. Pero todo esto cambió, un día común, como cualquier otro. La paz que había conquistado nuestro mundo, se quebró por completo.

- ¿Qué pasó? – pregunté sorprendentemente interesada por el rumbo que estaba llevando la historia.

- Una joven se sintió atraída por algo que nunca antes nadie había deseado: La sangre. – dijo Skay de forma tallante y con los ojos brillando de rabia. Pude ver que se sentía abrumado y que él sí que creía fielmente en la historia que me estaba explicando.

- ¿Y entonces? – pregunté con ansias de conocer más.

- La muchacha, cuyo nombre era Sophie, atraída por el deseo de sangre, asesinó a sangre fría a tres niños. Los campos verdes se tiñeron de color carmesí y fue sólo cuando cayó la última gota de sangre del último niño, que el corazón de Sophie, el cual había sido muy cálido, se volvió frío como el más puro hielo. – prosiguió diciendo Skay con la mirada ardiente al infinito, como si lo que acabara de decir le provocara cierta repulsión y odio.

A pesar de que no pensaba que la historia, que parecía más bien una leyenda, fuera cierta, no pude evitar sentirme interesada especialmente en ese momento. ¿Cómo se podía enfriar un corazón? Desde el punto de vista biológico era imposible que asesinar a alguien pudiera hacer que un órgano tan importante como el corazón se volviera tan frío como el hielo.

Por la expresión de mi cara, no hizo falta que le pidiera a Skay que siguiera hablando. Podía saber a la perfección que me mostraba interesada.

- Sophie fue la única culpable de que los fríos nacieran. Al ver que su corazón se había enfriado y que su piel y su cabello se habían vuelto blancos... se sintió excluida y sola, por lo que decidió pedir a los mismos Dioses que nos habían creado a los cálidos, un ser igual a ella. Todos los Dioses negaron su petición de forma rotunda a causa del terrible crimen que Sophie había cometido, pero sin embargo, hubo uno, el Dios del amor, que se compadeció demasiado de la chica y le concedió su más preciado deseo con la promesa de que jamás volviera a lastimar a nadie.

Skay se quedó callado por unos segundos al terminar de hablar y a continuación, apretó un puño y golpeó los muros de piedra de la estancia con tanta fiereza y fuerza que me asustó y me hizo retroceder un paso sin darme cuenta de ello. Trocitos de roca cayeron al suelo como si de simples cenizas se trataran. El rostro del chico reflejaba rabia y supe que si me hubiera mirado en ese momento, no habría sentido otra cosa que odio.

- ¿Y así nacieron los... fríos? – pregunté intentando encajar las piezas del rompecabezas.

Skay asintió con la cabeza, mirando al suelo.

- Son seres horribles que no sienten, matan sin remordimientos y congelan los bosques. Desde su creación, vivimos en una guerra interminable. – explicó el chico, esta vez mirándome.

Mi corazón empezó a latir acelerado. ¿Quería decir eso que yo formaba parte de esa especie mortífera? Tampoco se podía decir que no sintiera, en lugar de eso, sentía más de lo que querría jamás reconocer. Yo no quería hacer daño a nadie.

Estaba a punto de empezar a hiperventilar cuando recordé el trato especial que me había dado el rey, el padre de Skay, cuando me había despertado. Aquello no era normal... todos los cálidos que había tenido la oportunidad de ver temían en cierta manera o les tenían odio a los fríos, por eso habían reaccionado de una manera extraña al verme. Yo era la imagen de su enemigo natural.

- ¿Soy yo una fría? – pregunté entonces al joven y este se quedó mirándome atentamente, en busca de una respuesta.

Supe entonces que ni siquiera él estaba seguro de esa respuesta.

- No sé qué eres. – respondió solemnemente.

No se me pasó inadvertida la palabra "qué" como si yo me tratara de una cosa y no de una persona.

- Entonces no me has ayudado a responder mi pregunta existencial. – respondí algo mosqueada por haberme hecho ilusiones – Y además me has hecho venir hasta este sitio remoto... ¿para qué exactamente? ¿Pretendes asesinarme o algo parecido por tener la piel pálida?

Inevitablemente, fruncí el ceño y elevé la voz más de lo normal al pronunciar aquellas preguntas.

- No voy a matarte a menos que me des un motivo. – sentenció Skay observándome seriamente.

Parpadeé varias veces, incapaz de creer lo que escuchaban mis oídos. El mismo chico que me había tocado por primera vez en mucho tiempo y el cual se había dignado a hablarme, amenazaba con asesinarme si no me comportaba como debía.

¿Y si decidía no mostrar mis sentimientos al mundo? Solía hacerlo siempre.

- ¿Por qué me has traído aquí si no es para hacerme nada? – le pregunté muy seria y con su amenaza todavía persistente en el ambiente.

Skay se giró entonces hacia los numerosos cuadros que se extendían por las paredes, llenando la estancia por completo.

- Estos son los cuadros de cada rey y reina que ha gobernado el territorio de los cálidos desde el principio de los tiempos. – dijo mientras avanzaba hacia delante, recorriendo los cuadros – Los primeros fueron elegidos gobernantes porque disponían de ciertas cualidades muy poderosas que los cálidos comunes no disponen.

Lo seguí a la vez que observaba los retratos. Todos eran hermosos, con la piel algo bronceada y el cabello cobrizo, muy parecido al de Skay.

Finalmente, llegamos al final de los cuadros y nos quedamos mirando el último. Se trataba de una mujer muy guapa, con el cabello completamente rojo, recogido en un sofisticado moño.

- Esta es la reina Opal. Es considerada la reina cálida más poderosa de todas las generaciones de reyes. – escuché que decía el chico a mi lado, pero yo no fui capaz de hablar.

La piel se me puso de gallina por primera vez, no por el frío, sino por el miedo.

Y es que no pude evitar fijarme en la nariz respingona de Opal o en la forma de sus grandes ojos. Apenas podía creerlo, no podía ser posible. Sin embargo, Skay, como si me leyera el pensamiento, pronunció:

- Tú, Alice, por mucho que me cueste creerlo, eres la hija legítima de Opal. Verdadera reina de los cálidos.

Mi respiración empezó a acelerarse al escuchar su confesión y sentí que el mundo se me echaba encima.

¿Yo, Alice la fría, era una reina?

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