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Las curiosas peleas de mi asistente y de mi mano derecha

Ha transcurrido casi una semana desde que llegué de nuevo a Orlando y desde que se supo todo gracias a la ayuda de Silvia en aquella cafetería, una semana en la cual luego de haber descansando mientras estuve en Flor del Este, mis recurrentes sueños donde aparecía aquella chica nuevamente de la nada surgieron, nada fuera de lo común.

Aun hoy de los buitres aquellos aún no se ha sabido nada, ya que aparentemente se encuentran esperando el momento justo para dar su tan gran golpe y curiosamente todo aquí se mantiene extrañamente tranquilo aun más de lo normal.

Y de Milena bueno, la verdad no eh tenido noticias aún de ella, lo que me hace sentir algo impaciente porque con toda mi alma y mi ser no hay cosa en el mundo que más añore hacer que contemplar su tierna imagen.

Hoy es viernes y ha sido un día común y corriente, uno de esos tantos que me suelen rodear, la mañana a pasado sin ningún contratiempo y sin ningún nuevo acontecimiento, así que trabajando meramente en medio de las cuatro paredes que conforman mi oficina yo me encuentro junto a Silvia arreglando alguna que otra documentación.

— Ya terminaste de revisar las carpetas que tienen la etiqueta azul.

Cuestiono aquella con su atención bien puesta en mí, quien desde hace un momento me encontraba leyendo un libro del cual necesitaba extraer una base importante sobre asuntos meramente legales para resolver un caso pendiente, así que una vez giré mi cabeza en dirección a mi lado derecho, lugar en el cual Silvia había prestado atención desde hace un momento dije a aquella.

— No, primero quiero terminar de esto para que los demás abogados puedan continuar con su trabajo.

— Y te falta mucho tiempo para terminar.

— No, en unos cinco o como mucho diez concluyo con esta parte.

— Bueno, entonces será mejor de que los valla ojeando y ordenando de mayor a menor importancia, para que todo se te haga más sencillo, te parece.

— Claro adelante.

Por una milésima de segundos donde una pequeña sensación de calma me rodeo eleve mi rostro y ante Silvia quien no tardo igualmente en observarme sonreí, fue lo único que hice como un gesto de amabilidad antes de tomar por nueva vez la palabra — con tanto trabajo de verdad no sabría qué haría sin ti, realmente me has servido de mucho tu ayuda.

Silvia murmuro algo molesta y a la vez complacida por lo escuchado no muy bien regrese mi vista a aquel libro — no seas tonto — comentó mientras que de ella se podía llegar a sentir la satisfacción misma que aquello le producía — soy tu asistente, es parte de mi trabajo ayudarte a resolver cosas tan simples como la que supone esto.

— Lo sé — dije reafirmando lo que aquella exclamó — pero bien sabemos que no está demás agradecer de vez en cuando.

— En eso querido amigo estamos de acuerdo.

Mientras yo me encontraba concentrado, aquella se debatía de aquí para allá ojeando aquella maraña de documentos que aparentaba no tener fin cosa que sin dudas la desesperaba por lo que la escuche pelear consigo misma.

— No puede ser que en una sola semana en la que tu no estés, se junte tanto divino trabajo, más que nada parecería que durante todo un mes todo estuvo detenido aquí.

Exhausta la escuche resoplar — esto no aparenta acabar nunca — pues mientras más hurgaba, más cosas pendientes aparecían.

— Y eso que se suponía que yo no había dejado pendientes, no entiendo de donde salieron, aunque puedo suponer obra de quien son todos estos.

— Esos inútiles, panzudos y viejos rabos verdes, ya quiero verlos en el suelo rogando. Ya esto tiene que tener un fin y no sabes cuánto ancio que eso ocurra.

Silvia rugía llena de energía imaginando aquel escenario como su mayor victoria — ya quiero ver sus caras perplejas e incrédulas al encontrarse siendo espectadores tras ser finalmente enfrentados, quiero ver como se les cae la cara de la vergüenza o si tendrán el valor para aceptar lo que venían haciendo por detrás tuyo.

— Pues somos dos Silvia, somos dos.

Ambos seguimos envueltos en nuestro trabajo tarea que sin dudas debíamos de concretar y que debíamos de asegurarnos bien de revisar para no caer en una trampa pues con todo esto de que están a la espera de que cometamos probablemente un mísero error nosotros sin dudas teníamos que ser bien precavidos.

Totalmente ajenos a lo que en el pasillo venía aconteciendo nos encontrábamos, desconocedores al fin de que alguien sería capaz de interrumpir aquel momento, hasta que la puerta se abrió de golpe y alguien guiado por su tan marcada formalidad ingreso en aquel lugar.

— ¡Alexander! — murmuró Christian totalmente inexpresivo.

— Explícame que es lo que te sucede — cuestione tras girar mi cara en aquella dirección mientras Christian con una expresión sería y extrañamente calmada me observaba desde la entrada — ¿Por qué entras así? Acaso has visto un fantasma.

— No.

Su respuesta me obligo a mirar a Silvia quien al igual que yo se encontraba allí con el rostro desfigurado por la incomprensión.

— Conociéndole es probable que todo esto solo sea parte de su dramatismo — increpó aquella mientras se giraba pretendiendo ignorarle queriendo evidentemente tentarlo a pelear.

— ¡Dramático yo! … si la única que disfruta de eso eres tú, vieja bruja con figura de cabra lechera.

Silvia se giró con indignación, no creía para nada lo que Christian le había dicho y aún peor a él eso no le basto.

Aquello, aunque parecía ser lo suficientemente malo, no fue nada para él pues a pesar de ver como la boca de Silvia se encontraba de par en par anonadada continuo, Christian hizo un gesto de niño pequeño, ya que habiendo levantado la mano izquierda tiró del parpado de su ojo izquierdo hacía abajo y saco la lengua en señal de burla, en tanto yo reía y reía absorto.

— Eres un idiota — Silvia se puso de pie estaba más que decidida a acercarse y golpearlo, pero yo en aquel momento lo que necesitaba no era precisamente la presencia de tal alboroto.

— Ya dejen de pelear, parecen un par de mocosos malcriados.

Ambos ya se encontraban en vueltos en aquel juego de manos con el que buscaban pegarse uno al otro y como si mis palabras se tratasen de una condena directamente contra mí mismo, los dos giraron su cabeza en mi dirección para observarme.

— Bien, bien… no dije nada yo soy el malcriado aquí — afirme mientras alzaba las manos en señal de rendición.