Capítulo II

Estas hermosas praderas, son observadas por los diez hermanos que brillan. Era tan intenso su resplandor, que su calor quemaba donde pasaban. Cada uno quería saber si era verdad que hubieran seres tan especiales desde el lugar cual ellos eran admirados.

Cada uno deseaba destacar aún más, sin percatarse de que, al hacerlo, consumían todo a su paso, junto a las criaturas; aquellos que sufrían debido a la rivalidad de estos. Siempre emergían simultáneamente, sin considerar que por sus acciones morían.

Pero había un arquero llamado Hou Yí (后羿), que se cansó de la negligencia de los diez soles y decidió hacer algo que cambiara esto, para volver a ver los campos verdes y las cosechas. Así que forjó un arco.

Yí, junto con su esposa Chang'e (嫦娥), quien era una mujer hermosa, sabían que tenían que intervenir para evitar que los diez soles desecaran la tierra. Fue entonces que tomó su arco y se posicionó en una montaña, esperando que los diez estuvieran como siempre, y lanzó las flechas a cada sol, derribándolos uno por uno. Al llegar al número diez, consideró que si destruía al número 10, les haría falta el calor y optó por dejarlo con vida. El sol número 10 era el menos orgulloso; solo deseaba resplandecer, y su intención no era causar daño, así que el cazador le brindó la oportunidad de seguir saliendo cada día. Fue entonces cuando la madre del cielo, al ver tal valentía y determinación, deseó obsequiarle el elixir de la vida como regalo.

El arquero Yi amaba profundamente a su esposa Chang'e y sabía que no la podía dejar sola, así que Yi le dio a guardar el elixir de la vida eterna a ella. Un hombre malvado se enteró de que ella tenía el elixir de la vida y esperó a que ella estuviera sola. Cuando fue así, la rodearon, la capturaron y, sin alguna salida, ella prefirió tomar la decisión de ingerir el elixir para salvar la humanidad.

Esto conmovió a los dioses, así que le concedieron a ella estar en la luna junto a su esposo y el conejo. Así, fue como Hou Yí la vería cada año, en el festival de otoño.