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Capítulo I

Se encontraba el Señor del Hades, Yanluo Wang (閻羅王), sentado en el centro del bosque, con la apariencia de un humilde hombre. Se preguntaba si hallaría en sus criaturas la bondad que anhelaba ver, por lo que decidió actuar como un mortal y paseó por las montañas. Se encontró con numerosas criaturas en el bosque. Llamó a sus servidores, pero el tiempo pasaba y no encontraba lo que buscaba. ¿Debía comportarse como un simple mortal? ¡Quizás! Tal vez así atraería la atención.

Caminó y el cansancio se apoderó de él. Descansó cuando varias criaturas se acercaron y le ofrecieron alimento. De repente, notó a una criatura especial: un pequeño conejo de suave pelaje blanco. Yanluo lo observaba desde lejos mientras comía lo que las otras criaturas le ofrecían. El anciano sabía que era una criatura tímida, pero poco a poco se le acercó.

—¿Cómo estás, amiguito? —preguntó.

El conejo no respondió. Yanluo volvió a preguntar: —¿Qué hace una criatura como tú sola?

Finalmente, el conejo respondió: —Señor, siempre he estado solo.

—¿Cómo? ¡Nadie puede estar solo!

—Yo sí.

—¿Quieres un poco de verduras?

—Gracias. ¿Cómo puede vivir usted solo en este lugar, Señor?

El Señor de Hades sonrió y agregó: —No estoy solo, si miras cuántos me acompañan, te darás cuenta.

—Es verdad, hay muchas criaturas del bosque que lo rodean. Tiene usted razón.

—¿Cuál es tu sueño, amiguito?

El conejo abrió sus grandes ojos y alzó sus largas orejas, respondiendo: —Ayudar, ya que me he dado cuenta de que muchas criaturas tienen necesidades.

—Es un gesto muy hermoso. ¿Qué sabes hacer? —le preguntó el Señor del Hades.

—Panes de arroz.

—¿Harías algunos para mí?

—Pero no tengo nada en este momento.

—Cierra tus ojos.

El conejo obedeció, y ante el Señor del Hades, todos los ingredientes aparecieron como por arte de magia, como también una fogata. Pasaron unos segundos y ante el anciano se encontraban los más exquisitos panes de arroz; era la comida más deliciosa que había probado.

—Entonces, te concederé una petición.

—Señor, quiero servir.

El Señor del Hades había notado la bondad y la disposición de servir del conejo, por lo que decidió: —Desde hoy en adelante, se hablará de ti en cada festividad. Te llevaré a un lugar muy especial donde ya no estarás solo.

—¿Quién es usted, señor?

—Soy el Señor del Hades.

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