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Capítulo 2

Hospital de Seúl

Los pasillos del hospital brillan bajo las luces fluorescentes, el ambiente es un caos controlado de batas blancas y uniformes azules. En medio de este torbellino, el Doctor Min Ji-hoon, cirujano estrella del hospital, se mueve por el pasillo, con una gran calma, marcado un gran contraste con la agitación a su alrededor. Su caminar es fluido y sin prisa, su bata blanca impecablemente planchada ondea ligeramente con cada paso.

Ji-hoon saluda a las enfermeras con una sonrisa encantadora, sus ojos marrones oscuros brillando con una calidez que parece derretir el estrés del personal. Cada gesto suyo transmite confianza y competencia.

—Buenos días, Dr. Min —lo saluda una enfermera joven, sus mejillas sonrojándose ligeramente.

—Buenos días, Soo-yeon —responde Ji-hoon, su voz suave y reconfortante—. ¿Cómo está tu madre? ¿La operación fue bien?

La enfermera parpadea sorprendida. —Oh, sí, muchas gracias por preguntar. Ella está mucho mejor.

Ji-hoon asiente, satisfecho, y continúa su camino. "Tan fácil de impresionar", piensa para sí mismo, su sonrisa apenas ocultando un atisbo de desdén.

A pocos pasos, el Dr. Han, un colega cirujano de mediana edad con gafas gruesas, se acerca apresuradamente.

—Ji-hoon —llama el Dr. Han, un toque de ansiedad en su voz—. Necesito tu opinión sobre un caso. Es un paciente en la 305 con una posible obstrucción intestinal. Estoy considerando una intervención quirúrgica.

Ji-hoon se detiene, girándose hacia su colega con una expresión de interés profesional. —Por supuesto, vamos a revisar el caso.

En la sala de médicos, Ji-hoon examina las imágenes de TAC y los resultados de laboratorio que el Dr. Han le presenta. Sus ojos recorren los datos, evaluando cada detalle.

—Basándome en estas imágenes —dice Ji-hoon, señalando un área específica en el TAC—, parece que hay una adhesión post-operatoria causando la obstrucción. Recomendaría una laparoscopia exploratoria para confirmar y, si es necesario, proceder con la lisis de adherencias.

El Dr. Han asiente, visiblemente aliviado por la opinión de Ji-hoon. —Gracias, Ji-hoon. He llegado a la misma conclusion pero sabras que la opinion de otro médico es invaluable en estos casos. —Ji-hoon sonríe modestamente y dise mientras ambos salen de la habitación. —Somos un equipo, Han. Todos hacemos nuestra parte.

Mientras se alejan de la sala de médicos, Ji-hoon y el Dr. Han discuten los detalles del procedimiento propuesto. La confianza y el conocimiento de Ji-hoon son evidentes en cada palabra, en cada gesto. Los médicos y enfermeras que pasan a su lado lo miran con respeto.

"—Dr. Min, su próxima cirugía está programada en 30 minutos," —anuncia una enfermera al pasar. —Ji-hoon asiente con una sonrisa tranquila. "—Gracias, estaré allí puntualmente."

Se despide del Dr. Han con un gesto amable y se dirige hacia los ascensores. Mientras camina, varios miembros del personal lo saludan con respeto y admiración. Ji-hoon responde a cada saludo con una sonrisa cálida y un asentimiento cortés.

Al llegar al ascensor, Ji-hoon presiona el botón y espera pacientemente. Su postura es relajada pero profesional, su expresión serena. Cuando las puertas se abren, entra y se gira hacia el pasillo del hospital.

Por un breve instante, antes de que las puertas se cierren, el cambio en su rostro es sutil pero innegable. La sonrisa cálida se desvanece, los ojos pierden su brillo de compasión. En su lugar, una máscara de hielo se desliza sobre sus facciones. Su mirada se vuelve fría, calculadora, desprovista de toda la emoción que había mostrado momentos antes.

Las puertas del ascensor se cierran.

El club nocturno "Neón Sueños" se alza frente a Seo-jun y el Detective Kim, su fachada antes brillante ahora apagada y rodeada de cinta policial amarilla. El sol de la tarde arroja sombras largas sobre la entrada, dando al lugar un aire aún más siniestro. El zumbido distante de las sirenas y el murmullo de los curiosos crean un telón de fondo inquietante.

Seo-jun inhala profundamente, preparándose mentalmente. Kim lo nota y esboza una sonrisa sardónica.

—¿Nervioso, novato? —gruñe Kim mientras se agacha bajo la cinta—. Bienvenido a tu primera escena del crimen real del Justiciero Desconocido.

Seo-jun cuadra los hombros, su voz firme a pesar de la tensión en su mandíbula. —Prácticamente no es mi primera escena, Detective. Estoy listo.

Kim resopla, poco impresionado. Saca una libreta desgastada y comienza a recitar: —Víctima: Park Sung-ho, 53 años. Un bastardo que prostituía menores. Lo encontraron hace tres noches en la oficina del segundo piso.

Seo-jun frunce el ceño. —¿Cómo murió?

Kim lo mira de reojo. —Le cortaron el cuello. Un corte limpio, trabajo de profesional, es la firma de nuestro Justiciero. Pero antes... —hace una pausa, su voz endureciéndose —Fue torturado y castrado.

Seo-jun siente un escalofrío recorrer su espalda, pero mantiene su expresión neutral. —¿Qué más sabemos? —Kim frunce el ceño, su voz teñida de irritación. —Eso es todo, muchacho. Si supiéramos más, no estaríamos aquí perdiendo el tiempo, ¿verdad?

Al entrar, el olor a desinfectante industrial asalta sus sentidos, apenas enmascarando un aroma metálico subyacente que Seo-jun reconoce como sangre seca. Sus pasos resuenan en el piso de madera, creando ecos inquietantes en el espacio vacío.

Un oficial uniformado se acerca —Detectives —saluda con voz tensa y haciendo una reverencia. —Hemos terminado de procesar la escena, pero todo sigue como lo encontramos.

Kim asiente. —Gracias, Oficial Lee. ¿Algo inusual?

Lee duda, sus ojos moviéndose nerviosamente. —Bueno... encontramos un montón de papeles quemados en el baño. Parecían ser registros de algún tipo de negocio. Y... —baja la voz —Hemos encontrado un cuarto de tortura fétichisa en la oficina del difunto.

Seo-jun siente su estómago revolverse, pero se obliga a mantener la compostura. —¿Pudieron recuperar algo de los papeles?

—No —responde Lee —Si estos papeles contuvieron información importante, todo ha sido borrado.

Mientras suben las escaleras hacia la oficina, el crujido de la madera vieja bajo sus pies parece amplificar la tensión. Seo-jun nota marcas de arrastre en la alfombra.

—Detective Kim, mire esto —señala—. Parece que movieron el cuerpo.

Kim se agacha para examinar las marcas, su escepticismo evidente. —Podría ser de cualquier cosa en un lugar como este, chico. No saques conclusiones precipitadas.

Seo-jun frunce el ceño, pero insiste. —Pero la dirección y la profundidad de las marcas sugieren...

—Está bien, está bien —interrumpe Kim, levantándose con un gruñido—. Buen ojo. Tal vez no seas tan inútil después de todo.

En la oficina, la escena es sorprendentemente ordenada, contrastando con la brutalidad del crimen. No hay signos de lucha, solo una gran mancha de sangre seca en la alfombra detrás del escritorio. El olor metálico es más fuerte aquí, mezclado con un aroma acre que Seo-jun no puede identificar.

Seo-jun examina el escritorio, notando algo. —Mire, hay marcas recientes de que algo pesado estuvo aquí —señala unas hendiduras en la madera.

Kim asiente, una chispa de respeto en sus ojos. —Probablemente una caja fuerte. Nuestro amigo Sung-ho guardaba sus secretos cerca.

Mientras Seo-jun revisa los cajones, encuentra una tarjeta de visita parcialmente quemada. Solo se puede leer "...nica de Belleza S...". También nota un pequeño frasco vacío rodando en el fondo de un cajón.

—Detective Kim, ¿cree que esto podría ser importante? —pregunta, mostrándole la tarjeta y el frasco.

Kim examina los objetos y se encoge de hombros. —La tarjeta podría ser de cualquier clínica de belleza en Seúl. Y el frasco... quién sabe. No perdamos el tiempo con esto. Concentrémonos en los hechos concretos.

Después de una hora de búsqueda meticulosa, regresan al primer piso. El silencio del club es opresivo, como si el edificio mismo guardara los secretos de lo que sucedió.

—Bueno, ¿qué piensas, novato? —pregunta Kim, encendiendo un cigarrillo.

Seo-jun frunce el ceño, su mente trabajando a toda velocidad. —El asesino conocía el lugar. Sabía dónde estaba la oficina, cómo entrar sin ser visto. Y ese corte limpio... no parece el trabajo de un aficionado. Pero la tortura... —se detiene, luchando por mantener su voz estable— es personal. Este Justiciero no solo mata, quiere que sufran.

Kim exhala una nube de humo, su expresión sombría. —No está mal, muchacho. Este caso... es diferente. El Justiciero está escalando. La prensa está enloqueciendo y el jefe está presionando para resultados. Tenemos que resolver esto, y rápido.

Mientras salen del club, Seo-jun no puede evitar sentir que están pasando por alto algo importante. Sus dedos rozan la tarjeta de visita en su bolsillo.

—Detective Kim —dice Seo-jun, sacando la tarjeta—, creo que deberíamos investigar esto juntos. Podría llevarnos a algo.

Kim mira la tarjeta quemada y suspira, el cansancio evidente en su rostro. —Ya te lo dije, chico. No creo que sea algo muy importante. Probablemente sea solo una tarjeta de alguna clínica de belleza cualquiera.

Seo-jun asiente, pero su expresión sigue siendo determinada. —Entiendo, pero aun así creo que vale la pena investigarlo. Si no le importa, me gustaría seguir esta pista por mi cuenta.

Kim se encoge de hombros, una media sonrisa en su rostro cansado. —Como quieras, novato. Solo no dejes que te distraiga de las partes importantes del caso. Y ten cuidado... este Justiciero, quien quiera que sea, es peligroso.

Seo-jun guarda la tarjeta de nuevo en su bolsillo, su mente ya trabajando en cómo abordar esta nueva línea de investigación. A pesar del horror de la escena, siente una chispa de emoción. Este caso podría ser su oportunidad de probarse a sí mismo y tal vez, solo tal vez, de hacer una diferencia real.

El reloj digital en la pared del quirófano marca las 8:00 PM con un silencioso cambio de dígitos. Ji-hoon, con movimientos precisos y controlados, se quita los guantes ensangrentados, el látex desprendiéndose de su piel con un sonido húmedo. Los desecha en el contenedor de residuos biológicos, el ruido sordo del material cayendo resuena en la habitación esterilizada. Se acerca al lavabo y se lava las manos meticulosamente. El aroma astringente del jabón antiséptico llena sus fosas nasales.

En su vestuario privado, Ji-hoon se despoja del uniforme quirúrgico con movimientos fluidos y practicados. La tela cae al suelo con un susurro, revelando su cuerpo tonificado. Se desliza bajo la ducha, el agua caliente golpea su piel con fuerza, llevándose el estrés del día y el olor persistente del hospital. Cierra los ojos, permitiéndose un momento de relajación mientras el vapor llena el pequeño espacio. Minutos después, fresco y revitalizado, se viste con un traje gris oscuro de corte impecable. Sale del hospital, su presencia comandando respeto y admiración.

—Buenas noches, Dr. Min —se despide una enfermera mientras Ji-hoon pasa por la recepción, su voz teñida de admiración y coqueteo apenas disimulado.

—Buenas noches, Eun-ji. Hasta mañana —responde Ji-hoon con una sonrisa cordial que no llega a sus ojos. Su voz es suave y controlada, una máscara perfecta de amabilidad profesional que oculta la frialdad subyacente.

Al salir del hospital él se sube a su sedán negro, un vehículo elegante y discreto, se desliza por las calles de Seúl como una sombra sobre el asfalto. Las luces de la ciudad se reflejan en la carrocería pulida, creando un juego de luces y sombras. Ji-hoon, llega a su edificio de apartamentos, una estructura moderna de hormigón, cristal y acero que se eleva hacia el cielo nocturno.

Entrando a su departamento, vemos salón minimalista, dominado por tonos grises y blancos, Ji-hoon se desprende de su corbata y chaqueta con un suspiro casi imperceptible. Las prendas caen sobre el sofá de cuero negro con un suave susurro, el único sonido en el silencio sepulcral del apartamento.

El se dirige a su cocina y comienza a preparar su cena con movimientos fluidos y precisos. Saca un filete de salmón fresco del refrigerador, su color rosado contrastando con la frialdad metálica de la cocina. Lo sazona con sus especias favoritas y luego coloca el pescado en la parrilla eléctrica, el siseo del aceite caliente rompe el silencio mientras el salmón se cocina, llenando el aire con su aroma, Ji-hoon corta vegetales en trozos pequeños. El cuchillo se mueve con la misma destreza que un bisturí, cada movimiento controlado y eficiente, transformando los vegetales en piezas uniformes.

Después de cenar y lavar los platos, dejando la cocina tan inmaculada como la encontró, Ji-hoon se dirige a su gimnasio personal. El sudor perla su frente mientras realiza su rutina de ejercicios. Sus músculos se tensan y relajan rítmicamente, una máquina bien engrasada en constante movimiento.

Después de su exigente rutina de ejercicios, Ji-hoon se desliza bajo la ducha de su habitación. El agua caliente cae sobre su cuerpo atlético, lavando el sudor y la tensión acumulada, mientras que el baño se llena de vapor.

Minutos después, fresco y vestido con ropa cómoda, se sienta frente a su computadora de última generación. La pantalla cobra vida con un zumbido casi imperceptible, iluminando su rostro con un resplandor azulado que acentúa sus rasgos afilados. Sus dedos vuelan sobre el teclado con una velocidad y precisión asombrosas, abriendo archivos encriptados y revelando perfiles de criminales que han eludido la justicia. Cada clic del ratón es como el tictac de un reloj, marcando el tiempo.

Un nombre capta su atención, destacándose entre los demás, Park Mi-sook. Sus ojos, fríos y calculadores, recorren el informe, absorbiendo cada detalle con una intensidad casi palpable. Acusaciones de tráfico de menores, casos desestimados por tecnicismos legales, vidas jóvenes destruidas por la avaricia y la corrupción. El último caso fue desestimado porque la policía realizó un allanamiento sin una orden judicial válida, invalidando todas las pruebas recolectadas. Una sonrisa fría, carente de toda calidez, se dibuja lentamente en sus labios. Ha estado siguiendo a Mi-sook durante semanas, estudiando sus movimientos, sus hábitos, sus debilidades. Esta noche, finalmente, va a saciar su deseo.

Mientras se sirve una copa de vino tinto, el líquido oscuro cayendo en la copa de cristal como sangre fresca, Ji-hoon repasa las fotos de vigilancia de Mi-sook. Cada imagen es un testimonio de su meticulosa planificación, cada detalle catalogado y analizado con precisión. Sorbe el vino lentamente, saboreando su complejidad mientras su mente repasa cada paso de su plan inminente.

Terminando la copa, se dirige a su dormitorio con pasos silenciosos. Un panel oculto en la pared, invisible para el ojo inexperto, se desliza sin hacer ruido, revelando dejando ver una habitación secreta iluminada por una tenue luz azulada. El contraste entre la normalidad aparente de su dormitorio y este santuario de muerte es sobrecogedor.

En la pared, una pizarra llena de fotos de víctimas anteriores cuenta la historia de su misión autoimpuesta. Cada imagen es un trofeo, un recordatorio de la justicia que ha impartido. Debajo, una mesa de acero inoxidable alberga una pequeña cámara de alta definición, un maletín de cuero negro y cuadernos llenos de notas meticulosas escritas con una caligrafía precisa y ordenada. Ji-hoon repasa su plan una vez más: interceptará a Mi-sook en el callejón que ella siempre usa para volver a casa alrededor de las 11 PM. Cada detalle ha sido considerado, cada variable calculada. No hay margen para el error.

Se viste de negro, cada prenda elegida cuidadosamente para fundirse con las sombras de la noche, primero lleva unos pantalones negros ajustados pero flexibles, perfectos para moverse sin ser detectado. Luego, una sudadera con capucha negra, que le permite ocultar su rostro en la oscuridad. Sus manos las cubre con guantes negros de cuero suave, asegurándose de no dejar huellas. En sus pies, zapatos negros de suela blanda, ideales para moverse en silencio por las calles de Seúl. Finalmente, se coloca un cubrebocas negro, completando su transformación de respetado cirujano a vengador nocturno. Del maletín saca un estuche con bisturíes quirúrgicos, seleccionando cuidadosamente los que llevará esta noche.

Las calles de Seúl brillan con luces de neón cuando Ji-hoon sale, un depredador urbano en busca de su presa. Camina por callejones oscuros, sus pasos silenciosos sobre el pavimento húmedo, hasta localizar a su objetivo: Park Mi-sook, una mujer de mediana edad con un llamativo abrigo rojo que destaca en la penumbra como un faro de iniquidad. Mi-sook está de pie en la esquina de una calle concurrida, su postura tensa y vigilante mientras habla en voz baja con un hombre de aspecto nervioso. Ji-hoon observa el intercambio desde las sombras, sus ojos fríos registrando cada detalle. Después de un breve intercambio, el hombre se aleja rápidamente, lanzando miradas furtivas a su alrededor, y Mi-sook comienza a caminar por la calle, sus tacones altos resonando en el pavimento.

Ji-hoon la sigue a distancia, moviéndose como una sombra entre las sombras. Sus pasos son silenciosos, su respiración controlada. Mi-sook camina rápido, su mano aferrando su bolso con fuerza mientras mira ocasionalmente su teléfono. De repente, como si sintiera la presencia amenazante que la acecha, se tensa visiblemente. Mira sobre su hombro, sus ojos escudriñando la oscuridad, pero Ji-hoon ya se ha ocultado tras un contenedor de basura, su cuerpo inmóvil como una estatua. Mi-sook acelera el paso, su inquietud evidente en la rigidez de sus hombros y la rapidez de sus pasos. En un intento desesperado por evadir a su perseguidor invisible, gira bruscamente en un callejón, sus tacones resonando en el estrecho pasaje.

El callejón se estrecha, las paredes de ladrillo se cierran a su alrededor como las fauces de una bestia urbana. Las sombras se alargan, danzando amenazadoramente bajo la luz parpadeante de una farola solitaria. Mi-sook se detiene y se gira abruptamente, pegando su espalda contra una pared fría y húmeda, el grafiti desteñido formando un telón de fondo surrealista para la escena que está a punto de desarrollarse. Ji-hoon emerge de la oscuridad como un espectro vengador, su figura alta y amenazante bloqueando la única salida. La luz mortecina se refleja en sus ojos, revelando un brillo depredador que helaría la sangre de cualquiera que lo viera.

—Park Mi-sook, ¿verdad? —la voz de Ji-hoon es suave pero helada, cortando el aire nocturno. Cada palabra está cargada de una amenaza apenas contenida—. La mujer que trafica con niños.

Los ojos de Mi-sook se abren de par en par, el miedo dilatando sus pupilas hasta que parecen pozos negros de terror. Su mano tiembla incontrolablemente mientras busca algo en su bolso, quizás un arma, algo para protegerse, cualquier cosa que pueda salvarla del depredador que tiene delante. —¿Quién eres? ¿Qué quieres? —su voz tiembla, apenas un susurro entrecortado que se pierde en la noche—. Si buscas mercancía, no es siguiéndome de esta forma como podrás conseguirla.

Ji-hoon avanza, cada paso medido y deliberado, la luz tenue de la farola lejana arroja sombras extrañas sobre su rostro, acentuando la sonrisa siniestra que se dibuja en sus labios. Sus ojos, normalmente fríos e inexpresivos, ahora brillan con una intensidad febril, como si toda la emoción que reprime durante el día se liberara en este momento de justicia retorcida.

—No soy un cliente —dice, su tono casi conversacional, como si estuvieran discutiendo el clima en lugar de estar en medio de un encuentro mortal—. Soy solo un ciudadano que aplica la justicia donde otros han fallado. Donde el sistema ha fallado.

Mi-sook palidece visiblemente, el color abandonando su rostro como si la misma vida se estuviera drenando de su cuerpo. El terror es evidente en cada línea de su rostro, en el temblor de sus labios, en el sudor frío que perla su frente. Sus ojos, abiertos de par en par, buscan desesperadamente una vía de escape, pero solo encuentran paredes de ladrillo implacables y la figura imponente de Ji-hoon, una barrera infranqueable entre ella y la salvación.

—¿Justicia? —repite, su voz quebrada por el miedo, apenas más que un susurro tembloroso—. Yo no soy una delincuente. Estás cometiendo un error.

—¿No? —Ji-hoon inclina la cabeza, un gesto que en cualquier otra circunstancia podría parecer de curiosidad, pero que aquí solo intensifica la amenaza implícita en su presencia. Sus ojos brillan con una intensidad depredadora, como los de un lobo acorralando a una presa—. ¿No traficas con niños, Mi-sook? ¿No destruyes vidas inocentes por dinero?

Mi-sook traga saliva audiblemente, su garganta tan seca que el sonido es casi doloroso. Sus manos se mueven nerviosamente, aferrándose a su abrigo rojo como si la tela pudiera protegerla de alguna manera del destino que se cierne sobre ella. —No... no sé de qué hablas —tartamudea, las palabras saliendo atropelladamente, una cascada de negaciones desesperadas—. Yo no hago nada de eso. Debes tener a la persona equivocada.

Ji-hoon da otro paso adelante, invadiendo el espacio personal de Mi-sook. El callejón parece encogerse, las paredes cerrándose a su alrededor como una trampa. Mi-sook puede oler la colonia cara de Ji-hoon, un aroma cítrico y fresco que se mezcla incongruentemente con algo más, algo metálico y peligroso que hace que su corazón lata aún más rápido. —Oh, pero ambos sabemos que eso no es cierto, ¿verdad? —su voz es ahora un susurro aterrador, cada palabra cargada de una fría certeza que no deja lugar a dudas—. Todos esos niños, Mi-sook. Todas esas vidas que has destruido. ¿Puedes oírlos llorar en tus sueños? ¿O el sonido del dinero ahoga sus gritos?

Mi-sook tiembla visiblemente, sus piernas amenazando con ceder bajo el peso del terror que la consume. Ji-hoon observa cada reacción, cada temblor, con la atención. Sus ojos, fríos y calculadores, recorren el cuerpo de Mi-sook, catalogando cada signo de miedo como si fuera un síntoma más en su diagnóstico de culpabilidad. Una sonrisa apenas perceptible se dibuja en sus labios, una expresión que no alcanza sus ojos y que solo intensifica el aura de peligro que emana de él.

Con un movimiento deliberadamente lento, Ji-hoon levanta su mano derecha, sus dedos flexionándose como si estuviera a punto de realizar una delicada operación. Mi-sook retrocede instintivamente, su espalda presionando contra la pared fría y húmeda del callejón, buscando una escapatoria que sabe que no existe. El aire entre ellos se carga de una tensión palpable, como la calma antes de una tormenta devastadora.

Ji-hoon, con un movimiento fluido que revela años de práctica, saca un pequeño estuche negro de su bolsillo. El cuero suave brilla tenuemente bajo la luz mortecina del callejón. Lo abre lentamente, el clic del cierre resonando como una sentencia de muerte en el silencio opresivo. El interior del estuche revela una serie de bisturíes quirúrgicos perfectamente alineados, cada uno una obra maestra de precisión y letalidad.

Con dedos expertos, Ji-hoon selecciona uno, sopesándolo en su mano como si fuera una extensión natural de su cuerpo. La hoja brilla con un destello metálico bajo la tenue luz del callejón, reflejando una promesa siniestra. Lo levanta a la altura de los ojos de Mi-sook, quien observa horrorizada cómo la luz juega en el filo, bailando como si tuviera vida propia.

Mi-sook comprende en ese momento, con una claridad cristalina y aterradora, que no saldrá ilesa de esta situación. El terror se apodera de ella como una ola fría y implacable, y su cuerpo comienza a temblar incontrolablemente. Cada fibra de su ser grita en silencio, implorando una salvación que sabe que no llegará.

—No... por favor —suplica Mi-sook, su voz quebrada por el miedo, apenas más que un susurro entrecortado—. Haré lo que sea. Te daré dinero, información, lo que quieras. Puedo ayudarte, puedo... puedo cambiar. Por favor, dame una oportunidad.

Sus palabras se cortan abruptamente cuando Ji-hoon cubre su boca con la mano derecha, presionando con una fuerza implacable que habla de una fuerza oculta bajo su apariencia elegante. Con la izquierda, sostiene el bisturí cerca del rostro de Mi-sook, tan cerca que puede sentir el frío del metal contra su piel sudorosa.

—Shh... —susurra Ji-hoon, su voz un arrullo macabro que envía escalofríos por la columna de Mi-sook—. Pronto acabará todo. Pero antes, vamos a tener una pequeña sesión de... redención. Considéralo un regalo, Mi-sook. La oportunidad de pagar por tus pecados.

Con un movimiento preciso, Ji-hoon hace un corte superficial en la mejilla de Mi-sook. La hoja se desliza por su piel como si fuera mantequilla, dejando tras de sí una línea roja perfecta. Ella intenta gritar, pero el sonido queda ahogado por la mano de Ji-hoon, transformándose en un gemido sordo que reverbera en su garganta. Lágrimas de dolor y terror corren por su rostro, mezclándose con la sangre que comienza a brotar de la herida.

Ji-hoon continúa su macabra tarea escalofriante, su rostro una máscara de concentración. Sus manos infligen dolor metódicamente, trazando un mapa de sufrimiento sobre la piel de Mi-sook. Cada corte en los brazos y manos de Mi-sook es una obra de terrible precisión, diseñado para maximizar el sufrimiento sin provocar una hemorragia fatal. La sangre brota en finos hilos escarlata, contrastando vivamente con la palidez de su piel y el rojo de su abrigo.

Los gritos ahogados de Mi-sook se intensifican con cada incisión, su cuerpo convulsionándose en un intento desesperado por liberarse. Pero la fuerza de Ji-hoon es implacable, su agarre tan firme como el destino mismo. El callejón se llena con el sonido amortiguado de su agonía, un coro macabro que solo las ratas y las sombras pueden escuchar.

—¿Duele? —pregunta Ji-hoon, su voz teñida de una falsa preocupación que contrasta grotescamente con la brutalidad de sus acciones. Sus ojos brillan con una mezcla de curiosidad y satisfacción retorcida—. Imagina el dolor de todos esos niños, Mi-sook. Esto es solo una fracción de lo que ellos sintieron. Cada corte, cada gota de sangre, es un recordatorio de las vidas que has destruido.

Mi-sook intenta suplicar nuevamente, pero sus palabras se pierden en sollozos incoherentes, ahogados por la mano implacable de Ji-hoon. Sus ojos, dilatados por el terror y nublados por el dolor, buscan desesperadamente algún atisbo de misericordia en el rostro de su torturador. Pero solo encuentran una fría indiferencia, un vacío que refleja la oscuridad del callejón y de su propia alma.

Ji-hoon observa su obra con gran fascinación, como si estuviera realizando una cirugía particularmente complicada. Sus ojos recorren las heridas que ha infligido, evaluando cada corte con la mirada crítica de un artista perfeccionando su obra maestra. Hay una belleza terrible en la precisión de su trabajo, una simetría macabra que habla de una mente brillante torcida hacia la oscuridad.

Finalmente, ju-hoon suelta a Mi-sook, y esta última cae al suelo, Ji-hoon se endereza, su postura relajada contrastando grotescamente con la escena de horror ante él. Con un movimiento fluido él se agacha y coloca el bisturí en la garganta de Mi-sook, justo sobre la arteria carótida. Hay un momento de terrible anticipación, el tiempo parece detenerse mientras Mi-sook mira los ojos fios de su victimario, consciente de que estos son sus últimos segundos de vida.

Con un movimiento rápido y preciso, Ji-hoon hace un corte profundo. La hoja se hunde en la carne con una facilidad aterradora, abriendo un surco carmesí que inmediatamente comienza a brotar sangre. El líquido vital fluye en un torrente escarlata, empapando el abrigo rojo de Mi-sook y formando un charco oscuro a sus pies.

Mi-sook se ahoga en su propio fluido vital, sus ojos abiertos de par en par en un último gesto de terror y súplica. Su cuerpo se sacude en espasmos violentos mientras lucha por respirar, cada intento produciendo solo un gorgoteo húmedo y burbujeante. Ji-hoon da un paso atrás, observando con fría indiferencia cómo la vida se escapa lentamente del cuerpo de su víctima.

Antes de que la luz se apague completamente de los ojos de Mi-sook, Ji-hoon saca una pequeña cámara de su bolsillo, enfoca y captura una imagen de su víctima moribunda. El flash ilumina brevemente el callejón, congelando para siempre el momento final de Mi-sook en una grotesca obra de arte.

Con movimientos suaves, Ji-hoon guarda la cámara y el bisturí ensangrentado en su estuche. Cada acción es deliberada y controlada, sin un solo movimiento desperdiciado. Echa un último vistazo al cuerpo tembloroso y sangrante de Mi-sook, su rostro una máscara de indiferencia que oculta la satisfacción oscura que siente ante su obra.

Sin decir una palabra más, Ji-hoon se da la vuelta y abandona el callejón con pasos silenciosos. Su figura se funde con las sombras, dejando tras de sí el silencio de la muerte y un recordatorio sangriento de su justicia retorcida. El único sonido que queda es el goteo constante de la sangre de Mi-sook, un réquiem macabro que marca el final de otra noche de cacería para el Justiciero de Seúl.

Note de la autora :) Este capítulo me ha llevado mucho tiempo, espero que te guste, aunque no estoy muy satisfecha con el resultado final es lo mejor que pude hacer, dale me gusta al capítulo si te ha gustado y deja tu comentario, y si encuentras inconsistencias con la narrativa que estoy tratando de establecer en la historia no dudes en mencionarlo, Gracias Por Leer.

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