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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasía
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261 Chs

Lo que uno es

Se detuvo ante el principio de los escalones, recorriendo con sus profundos ojos el sendero oscuro. Bajó el primero, luego el segundo y así continuó. Al llegar al décimo escuchó una voz familiar, proveniente de la entrada. Era Meriel, que lanzaba susurros inquietos, llamándole.

—Estoy aquí —dijo, pero siguió avanzando, estaba decidido a llegar, a encontrar lo que había estado buscando en estos últimos días, que por momentos se habían tornado eternos.

Llegó al último escalón, seguía oscuro y húmedo, y frío de una horrible manera. No había abrigo para esta clase de temperatura, solo una mente fuerte. Escuchó un ruido, un chapoteo suave, por lo que extrajo su sable, prendiendo la hoja en furiosas llamas comprimidas, con matices negros que se asemejaban a sanguijuelas.

—Cristo Bendito. —Se santiguó.

Los huesos de los que alguna vez fueron hombres tapizaban todo el pasillo. Sus posturas indicaban que antes de lo fatídico estaban huyendo, de algo o de alguien, no lo sabía, y tal vez, por primera vez no lo quería descubrir. Se giró ligeramente a la derecha, encontrando a los responsables del anterior ruido. Ratas negras, de ojos rojos, roedores que compartían familiares con los vistos en su antigua patria. Suspiró y comenzó a avanzar, tratando de no pisar los huesos de los desgraciados caídos.

—¡Por los dioses! —Se sobresaltó al ver los huesos, pero encontró la confianza al notar la cercana espalda del joven muchacho—. Esperemos al resto, mi señor —le instó, desfundando con rapidez un cuchillo, pues la estrechez del pasillo no hacia conveniente la probable libertad de su mandoble.

—Sí —Detuvo el paso—, sería lo mejor.

Pronto se reunieron.

Primius carcajeó al notar un par de esqueletos en posiciones que él interpretaba de vergonzosas. Por un momento su risa, y la causa desvelada provocó que el nerviosismo y miedo aminorara, aunque, solo había sido por un instante.

Amaris convocó un par de flotantes orbes luminosos, que avanzaban y se detenían con base a sus movimientos.

—¿Qué es lo que estás buscando? —preguntó Amaris, en constante alerta por los extraños ruidos que avanzaban por el pasillo y se desvanecían como si nunca hubieran existido.

—Una oportunidad —respondió con calma—, o mejor expresado, un milagro.

La maga observó las sombras que las llamas creaban impactar en el rostro "hermoso" de su amado. Había algo en ellas que provocaban que la habitual expresión solemne, seria y a veces indiferente, se transformara en una triste y melancólica, aunque curiosa por la manera retratada, estaba segura de que eso solo era una ilusión.

—¿De qué habrán querido huir? —se preguntó Primius cuando la sonrisa no pudo más, y el nerviosismo y miedo regresó a su cuerpo.

—No tengo la menor idea —dijo Meriel—, solo espero que no nos lo encontremos.

—O eso a nosotros —sonrió, pero la inesperada mano del alto hombre le hizo sobresaltarse.

—Silencio —aconsejó.

Primius tragó saliva y asintió, perdiendo por un momento el hilo de pensamiento que había tenido.

—Debemos hablar —dijo al llegar ante Gustavo, dirigiendo una solemne expresión a la maga curiosa.

—Claro, dígame.

—Comprendo, en verdad lo hago, y respeto el valor que posees para avanzar por senderos que otros rehusarían caminar. Te pido que esa valentía no transforme en estupidez.

—Este seguro que trataré.

—Pido algo más que solo tratar.

—Es todo lo que puedo y voy a concederle. —Su ceño se endureció, mientras trataba de contener su tono en uno que únicamente pudiera escuchar el alto hombre—. La vida de mi amigo está en riesgo, y por un maldito símbolo dibujado en la roca no volveré mis pasos como un cobarde.

—No solo es un símbolo, humano apodado Gus —rectificó—. Es una advertencia a la memoria, un recuérdame pintado en la pared de que esté continente, en estos tiempos sin los dioses y Altos Humanos como guardianes, podría dejar de existir si así ella lo quisiese. Y, aunque sé que quienes colocaron el símbolo de <Eterno Silencio> no son sus seguidores, nadie está dispuesto a despertar su furia nuevamente.

—¿Quién es ella?

—Una semidiosa de nombre que no volveré a pronunciar.

—¿Te refieres a Desilea?

—¿Te parece gracioso? Por qué no lo es —inquirió con mala cara, ceñudo y molesto—. A veces pienso que no eres de este mundo. —Suspiró.

—No, no fue mi intención asustarle —dijo con honestidad—. Pero, háblame un poco más de Des... ella.

El pasillo llegó a su fin, mostrando el inicio de un ancho y extenso vestíbulo, tan oscuro y frío que provocó que los guerreros y magos detuvieran el paso e interrumpieran sus conversaciones. Había más esqueletos esparcidos por el suelo polvoroso.

—Lo sabía —dijo Ollin—, esto no es un culto. Si puedo pensar que bastardos usarían su símbolo para protegerse e infundir miedo, pensaría en las órdenes de asesinos; gremios oscuros; o magos con atroces intenciones.

—¿En dónde conseguiste el mapa? —pregunto Amaris.

—Me lo dio la maga Meira a cambio de una promesa.

—¿Qué promesa? —Fue inmediata su pregunta, mostrando gran interés por escuchar la respuesta de su amado.

—Que le prestaría el objeto que estoy buscando.

Se alejó antes de volver a ser cuestionado. Había visto algo en la densa oscuridad, un brillo azul, fugaz. Intensificó las llamas de su sable, pero el radio de luz no fue mayor.

—Hay que avanzar con cuidado —advirtió Ollin, desenvainando por primera vez en mucho tiempo su espada larga—, impacientarnos no nos beneficia en nada.

Gustavo exhaló con fuerza, deshaciéndose de la brutal necesidad de gritar.

—Sí, tiene razón —dijo sin quitar su atención de dónde el chispazo azul había aparecido, interesado en conocer si había sido su imaginación o algo real.

Xinia se hizo con su escudo y hacha, Primius con su espada y escudo, Meriel con su mandoble, y Amaris con su báculo.

—¿Cómo sabemos que a dónde vamos no es una trampa? —inquirió el expríncipe.

—No lo sabemos —respondió Gustavo.

—Soy yo, o el señor se comporta de forma extraña —le susurró a Xinia, quién se encontraba a su lado.

La guerrera del escudo meditó por un momento, asintiendo al encontrar verdadera la suposición de su compañero, pero no lo afirmó con palabras. Seguía temblando, y, aunque su mano ya no se encontraba en su muñeca, si lo hacía un trozo de tela oscura, situación percibida por Primius.

—La maldita de Iridia me quitó mi símbolo protector. —Frunció el entrecejo, tronando y mordiéndose los labios con insatisfacción—. Estaba encantado y había pertenecido a la madre de mi madre... Nunca lo valoré a decir verdad. —Bajó el rostro, haciendo muecas para evitar ponerse melancólico—. Si te soy sincero, he maldecido más a los dioses de lo que les he adorado. —Xinia le miró, respetando su dolor con el silencio—. No pudieron proteger a mi madre de sus monstruos internos —Su voz se quebró, pero la camufló con una débil sonrisa—, y no me ayudaron a entender que mi camino me separó de la persona que más amaba... Tal vez hubiera sido diferente, ¿no? —Su mueca se pronunció—. No, no lo creo. Aunque diga lo contrario, Katran siempre me miró como su contendiente al trono, y ahora puedo ver qué el amor de Prisila por él floreció muchísimo antes de lo que he llegado a concluir. Nunca lo ocultó. —Levantó el rostro, observando a la guerrera y su taciturna mirada—. Pero, ya no soy quién fui alguna vez, y con el sendero que camino, espero tener la oportunidad de volver al lado de mi madre. Como siempre repiten esos ancianos en los templos: "Solo los verdaderamente dignos serán acreedores de la ocasión para ingresar al gran salón".

—Una muerte con honor —dijo ella, asintiendo.

Primius sonrió, agradecido de que ella lo entendiera.

—Sí, un buen final, para un buen guerrero.

Gustavo volvió a observar aquella luz azul, y no fue el único.

—No siento ninguna presencia. —Escuchó decir a Ollin, mientras apresuraba el paso, pero el repentino y deslumbrante rayo blanco a su izquierda le hizo reconsiderar su trayecto—. Espera ¡Espera!