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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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La advertencia de un borracho

Había una idea clara cuando observaron las piedras apiladas, había quietud cuando miraron el símbolo grabado en una gran roca, pero en cuanto Ollin les desveló el secreto, todos, excepto Gustavo, sintió sus esencias salir de sus cuerpos.

Todo era silencio, y el joven experimentó extrañeza y confusión al ver a sus compañeros de rodillas, sudorosos y pálidos, con una expresión que iba más a allá del terror absoluto. Se giró nuevamente a la entrada oscura, que indicaba que el sendero se dirigía a lo subterráneo, y observó el símbolo. No había nada raro, no impresionaba y no poseía energía que repeler o de la que defenderse.

—¿Qué les ocurre?

∆∆∆

Las ramas se movían con intensidad, las luces en el cielo pintaban figuras sin forma que desaparecían tan rápido que apenas si podían apreciarse, pero dejando a su paso estruendosos sonidos destructores de tímpanos.

—¡Sal! —dijo con tono de mando el hombre de pie luego destruir con su intención energética un sello invisible en la tierra—. ¡Sé que estás aquí, asesina!

Las dagas se detuvieron a centímetros de tocar su nuca, cayendo al suelo al perder la inercia.

—No soy como esos engreídos ancianos. —La energía pura se concentró en su palma—. Tus banales trucos no funcionan en mí.

Una fuente de luz cegadora arrasó por completo una parte de la arboleda, no dejando ni la más pequeña mota de existencia de la flora en el radio de ataque.

Se giró con una rapidez inhumana. Levantó el brazo y cerró el puño, queriendo atrapar el aire, pero lo que atrapó fue algo distinto, se sentía suave y duro a la vez. Su rostro no expresó emoción al ver la cara del culpable, de la única responsable que había causado que su tarea se alargara más.

Ella jadeó y abrió los ojos por la opresión en su cuello. Intentó respirar con normalidad, pero el poco aliento que le proporcionaba a sus pulmones era insuficiente para pensar con claridad. Atacó con la daga negra, pero su brazo fue detenido con tal facilidad que dudó por un momento que había atacado.

—Acero matamagos —dijo al quitarle la daga de la mano, acercando el arma a sus ojos, pero sin dejar de apretar su cuello con su otra extremidad, aunque no lo suficiente para matarla, o dejarle inconsciente—. Ahora entiendo las heridas —se dijo a sí mismo—. ¿Quién eres, asesina? ¿Y quién te ordenó que atrasaras mi camino?

Le observó desafiante tras el antifaz de su máscara de hueso. Sus venas se habían levantado por el esfuerzo, y sus ojos se habían vuelto rojos.

—Habla, niña, torturarte solo será una perdida de tiempo para ambos. Prometo matarte rápidamente, dejando tu cadáver intacto para las bestias de este bosque.

Disminuyó el agarre al notar el esfuerzo por pronunciar palabra.

—No... sé... qui-qui-quién... eres —dijo con dificultad.

—Y no necesitas saberlo, ahora contesta lo que te he preguntado.

Arrojó el cuchillo al suelo como quien tira la basura.

—Ya... te lo... dije... no... sé... quién eres.

Frunció el ceño, comprendiendo el significado. Sin embargo, no podía confiar en las palabras de una asesina, pero, y si decía la verdad, entonces, ¿quién había interceptado su viaje? Cerró los ojos, activando su habilidad, pero lo único que pudo observar fue: nada. Absolutamente nada.

—Mentira —dijo, apretando con fuerza su cuello, y mostrando en sus ojos la rabia y furia contenida.

Yukio le tomó del brazo e hizo lo imposible por liberarse, pero no dio resultado, solo desgastó energía y aliento que aceleraron su pronto deceso.

—Habla con la verdad, niña, no límites más mi paciencia.

—Te... de...seo... una... muerte... horrible... y... des...honrosa...

Le quitó la fea máscara.

Ella se contorsionaba en muecas de dolor e impotencia, había aceptado su final en el instante que su daga fue despojada de sus manos, lo sabía, y se arrepentía por no haber logrado cumplir con su objetivo, se lamentaba que su deuda nunca podría saldarse. Ya era tarde para arrepentimientos, muy tarde.

El Alto se cansó, inspiró profundo y en un parpadeo convocó las fuerzas de la luz que dominaba. Una poderosa descarga cayó sobre sus manos, pulverizando en un chasquido lo que antes había tenido vida. Se limpió las motas invisibles de polvo, observando con gran molestia la daga en el suelo.

El clima se tornó tranquilo, los relámpagos desaparecieron, pero la atmósfera se volvió pesada.

—Yo sé dónde está el muchacho que buscas —dijo una voz solemne y atrayente, suave, pero dominante, y muy tenebrosa.

Se giró al ver la silueta de la sorpresiva presencia. Era un hombre alto, no tanto como él, pero si mayor que el promedio. Tenía el cabello negro, peinado hacia atrás de alguna manera estrafalaria, y brillaba, aunque la luz del sol estaba extinta en el cielo nublado. Era muy hermoso. Vestía un peculiar conjunto que él nunca había visto, lo que parecía un pantalón blanco con rayas rojas, una camisa blanca y una chaqueta negra abotonada del mismo material que el pantalón. Portaba una capa de piel, que cubría la totalidad de sus hombros y parte del pecho, todo su conjunto estaba decorado con joyas de la más alta calidad. Tenía los ojos dorados y una expresión solemne. Había enfrentado a la muerte en más de una ocasión, la había visto a la cara y le había sonreído con burla, pero ahora no se atrevía a sonreír, ni siquiera a respirar.

—Te daré lo que más deseas, y estarás en deuda. Pero deberás apresurarte.

∆∆∆

No hubo una respuesta inmediata, y no se atrevió a preguntar nuevamente, tenía curiosidad, pero también podía darse cuenta del terror de sus compañeros.

—Es el refugio de un antiguo culto —dijo Ollin al ponerse de pie, era el menos afectado de todos, no obstante, su voz no era tan natural como lo había sido unas horas antes—. Ya perdido en el tiempo. El símbolo proviene de la antigüedad, pero solo se usó su nombre para profesar el miedo, y mira que ha funcionado —señaló con su mirada a los temblorosos individuos arrodillados—. Pero... Solo conozco de ella lo que se ha pasado de generación en generación, y no estoy dispuesto a equivocarme, en esto no.

—Lo siento, pero no te he entendido nada —dijo Gustavo con calma.

—Mi señor, por favor, muestre sus respetos —instó Meriel con la voz temblorosa.

Gus le miró, sonriendo, pero negó con la cabeza, él no se iba a arrodillar ante nadie, y mucho menos ante una imagen tallada en la roca.

—El símbolo pertenece a <Eterno Silencio> —Amaris, Primius, Xinia y Meriel temblaron con terror al escuchar nuevamente el título, sintiendo fuertes escalofríos recorrer sus espaldas—. A Desilea —dijo al ver la confundida expresión del compañero del Lobo Elemental, e inmediatamente notó su error. No dudó en someter sus rodillas al suelo y profesar en un idioma que solo Gustavo entendió palabras cargadas de arrepentimiento por atreverse a pronunciar el verdadero nombre de la entidad que les atemorizaba.

—Nunca había escuchado ese nombre —declaró, todavía ajeno a la atmósfera—. Pero ya me contarán después. Ahora que hemos llegado —Se giró y comenzó a caminar—. Debemos continuar.

No dudó en cruzar la oscuridad, pero sus compañeros si lo hicieron. Amaris fue la primera en ponerse de pie, luego Meriel, Xinia, y muy por último Primius. Se observaron, conversando con las puras miradas, pues sentían que si expresaban sus pensamientos con palabras, correrían en sentido opuesto.

—No despertará de su sueño por unos niños —dijo Ollin, intentando encontrar el coraje necesario para avanzar, aunque no le estaba resultando muy bien.

—En la vida y en la muerte —se dijo Meriel, avanzando a pasos muy lentos, pero constantes—, mi lealtad perdura.

—Soy un muerto —Primius comenzó a reír con locura, avanzando con las piernas temblorosas—. ¿A qué le tengo miedo?

«A una tortura inimaginable», pensó Ollin con una mueca de sonrisa.

—Parece que no jugabas al decir que tu sendero sería peligroso —se dijo Amaris al avanzar, tratando de calmar su mente con pensamientos positivos, y viéndose recompensada por su valentía con un amoroso beso de Gustavo.

Xinia cerró los ojos, mantuvo la mano sobre su muñeca y avanzó, deseando recuperar la normalidad en su cuerpo y deshacerse del violento miedo que invadía su ser.

—Perdona a estos necios y perdona a mi gente, pues mis actos no son los de ellos. —Inspiró profundo, escuchando el enloquecido viento—. «Santa sangre, por favor protegénos».

Y así el último de los presentes se adentró a la oscuridad.

—Aquí es donde dijo que estaría —dijo una voz masculina al aparecerse con la ayuda de un hechizo de transportación inmediata—. Pero no lo veo —Pasó su mirada por el terreno, pero no encontró a nadie. Cerró los ojos, pero los abrió al segundo siguiente, ya había ocupado su habilidad muchas veces en un día, y el constante fracaso lo habían agotado—. Seas quien seas te maldigo. Me mentiste —gritó en frustración, pero se congeló al ver un símbolo antiguo tallado en la roca, tragó saliva y se lanzó al suelo, arrodillado y con la cabeza gacha, temblando de miedo—. Perdone mi intrusión, <Eterno Silencio>. —Se colocó de pie, pero no levantó el rostro hasta girarse—. «Maldito loco, yo te habría matado rápido e indoloramente».

Selló sus palmas una con la otra, desapareciendo en un parpadeo.