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Hogar. Esa cosa que no conozco

Una leve llovizna comenzó a caer cuando alcanzaron el estado de Washington.

Eleanor apreciaba desde el asiento trasero como las gotas salpicaban contra la ventana. Era el único sonido que se oía, además de la radio estancada en algún tipo de música country.

Sus hermanos, Steve y Luke, no se dirigieron la palabra más que para discutir. La relación entre ellos ya no era la misma. Para ninguno de los tres, en realidad. Los estigmas del pasado les pasaban factura. A cada uno, sin excepción. Lo enfrentaban de la forma que podían...o no lo hacían, justo como Steve. El vivía en la negación constante. Como si todo lo que vivieron no fue más que una simple pesadilla. Pero esa pesadilla se hizo realidad: lo escribió todo y lo publicó. Más pronto que tarde se convirtió en un éxito. Ahora cualquier librería del mundo tenia aquel libro; ese que, según Nell, debería estar prohibido. Era su secreto familiar, su vida privada. Pero ya no mas. Y eso hacia que ella sienta cierto recelo hacia el.

Por otro lado, estaba Luke. Su gemelo. A diferencia de ella y Steve, tenía ojos azules y un ceño bien marcado; el tipo de muchacho que uno espera ver en las peleas callejeras, infringiendo la ley con vandalismo, o incluso asaltando tiendas. Sin embargo, no era nada de eso. De hecho, era la persona mas atenta y afable que ella había conocido. Pero también sabía que en los momentos bajos, cuando el pasado tocaba la puerta, un espectro tomaba su lugar para hacerse mucho daño. Ni Steve ni Eleanor podrían olvidar la vez que fueron testigos de una sobredosis que casi lo lleva a la tumba. Por eso, la primer parada antes de instalarse en Forks, seria el hospital psiquiátrico de Seattle.

— ¿Por qué has hecho eso? — Dijo Luke frunciendo el ceño al ver que su hermano cambio la música.

—No me gusta la música Country.

Se relamió los labios antes de hablar:

—Pues a mi si—volvió a ponerla en la transmisión anterior. Ambos se miraron unos segundos con chispas.

—¿Por qué no duermes unos minutos antes de llegar?—sugirió Steve impaciente.

—No gracias, ya lo intenté. Pero cierta persona conduce tal mal que, por poco, mi cabeza atravieza el cristal. —respondió Luke con sarcasmo.

Steve giró en una rotonda.

—Quizás esa era su intención...—susurró. Aunque su hermano lo escuchó.

Luke estaba dispuesto a iniciar otra discusión, hasta que ve a Eleanor estirarse entre medio de ellos para apagar la radio. Su gemelo la miro con confusión. Ella se cruzó de brazos.

—Me duele la cabeza—se justificó, para luego volver a mirar la ventana. En realidad, no era mentira. Las riñas entre ellos ya le provocaron cierta migraña.

Afortunadamente, el trayecto que les quedaba no duró mas de diez minutos. Steve hizo una maniobra antes de aparcar frente al estacionamiento del Hospital. También fue el primero en salir del coche, pero al ver que Luke y Nell no avanzaban, frunció el ceño.

—¿Que sucede?

—Nada—soltó ella, rápidamente—. Adelántate y llena el formulario de ingreso. Nosotros enseguida iremos.

Steve suspiró.

—No se tarden.—dio la vuelta y se encamino hacia el edificio.

Se acercó preocupada a su hermano y lo tomó del hombro. Tenia sus guantes puestos, pero no planeaba quitárselos. No todavía.

—¿Luke?—llamó, pero no le respondió. Miraba el edificio con expresión ausente, displicente, hasta que lo volvió a llamar.

—¿Que?

Ella lo miró con una sonrisa tranquilizadora.

—Es normal que tengas miedo.

—No tengo miedo—desestimó.

Nell elevó una ceja. Sin creerle.

—Hablo en serio. No me aterra. Tan solo...me preocupa.—volvió a observar el edificio con mucha seriedad—Personas como mamá y papá terminan en estos lugares... y también personas como yo.

—Oye, no te compares con ellos. Tu no eres como ellos. Tu no estas entrando ahí porque hiciste algo que no se puede reparar. Tu estas ahí para salvarte a ti mismo y bajo tu propia voluntad. Por eso estamos todos aquí. No importa como sea, todos queremos una segunda oportunidad y tenemos que luchar para conseguirla.

Luke sonrió y la abrazó con fuerza:

—Vamos.

 ●●●

En la sala de espera, Eleanor se acomodó en uno de los asientos mientras estudiaba el lugar. Tenia toda la pinta de un hospital, lo admitía. Aunque las paredes pintadas de un amarillo limón le daban al lugar cierta alegría. De pronto, ve como Steve le entrega su bolso a una enfermera, y Luke se acerca a ella con una media sonrisa. Supo que era el momento. Se irguió y lo volvió a abrazar.

—Te voy a extrañar. —le dijo ella.

—Yo también.

—Vendré a todas las visitas disponibles.

—Creo que estarán disponibles a partir del segundo mes. Ya sabes, por lo de la abstinencia.

Ella asintió.

—Disculpen...—interrumpió una voz. Era la enfermera—Tengo que llevarlo dentro.

—Si, lo entiendo, solo un minuto—suplicó Nell. La enfermera asintió con la cabeza y les dio algo de espacio.

—Hazme un favor...—pidió Luke. Bajando un poco la voz—Quítate los guantes de vez en cuando. Solo unas horas.

Nell hizo una mueca.

—Luke...

—Tienes un don, Nell—insistió—.Y se que piensas que si lo haces te saldrás de control, pero nunca lograrás obtenerlo si no empiezas a practicar. Así que prométemelo.

Ella miró un segundo a Steve, por si había escuchado la conversación. Definitivamente, él no habría estado de acuerdo con eso. Como vio que no, respiró hondo y cerró los ojos. No podía creer lo que estaba a punto de hacer.

—De acuerdo—Luke sonrió—. Y tu trae a mi hermano de vuelta. Ambos decidieron estrecharse las manos para pactar su promesa y también en modo de despedida. Steve se acercó y le dijo que se cuidara. Segundos despues, vieron como su hermano avanzaba por el pasillo hasta desaparecer a la vuelta de la esquina.

 ●●●

Cuando Steve abrió la puerta de la casa, Nell sintió como una nube de polvo le daba la bienvenida. Cerró los ojos inconscientemente y sacudió lo que quedaba en el aire con la mano. Segundos después, se la quedó contemplando. Estaba vacía, y los muebles llegaran recién la semana entrante. Aparte de eso, había telarañas en cada esquina; y una escalera blanca se ubicaba exactamente junto a la puerta. Perfecto para golpear a alguien en la frente. Las paredes, blancas y desnudas, estaban llenas de marcas de clavos donde antes colgaban cuadros.

Sin embargo, a pesar de todo eso, la casa seguía siendo simplemente eso: una casa. Un cascarón listo para que le infundieran vida como a un globo desinflado. Era una casa preparada para convertirse en un hogar. Pero ninguno tenia idea de como convertirla en un hogar. El único que habían conocido casi no podía llamarse hogar, al menos ya no. No en retrospectiva.

Nell se acercó a la caja de herramientas que su hermano había comprado, y tomó un martillo y un clavo.

—¿Que haces?—le preguntó él con curiosidad.

Ella caminó hacia la puerta, tomó el clavo y, con la ayuda del martillo, lo incrustó en la pared. No tenia nada que colgar, ni cuadros, ni adornos. Así que colgó la argolla metálica con la llave de la casa. Una única llave y nada mas. Le pareció un progreso. Se dio la vuelta para encarar a su hermano:

—Empezar a convertir este sitio en un hogar.

Acto seguido, tomó su maleta y se retiró escaleras arriba.