webnovel

Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Real
Sin suficientes valoraciones
194 Chs

54

John

Llegué a la casa y desajusté mi corbata, era como si me estuviera asfixiando.

—¿Y la Srta. Juliana, Señor?— preguntó Alfred al verme llegar sin ella.

—Se fue a un mejor lugar, Alfred. No la menciones más en esta casa. Por otro lado, quiero que elimines todo lo de su habitación y la dejes libre.

—¿Es ella realmente su hermana, Señor?

—¿Hay algún problema?

—Se ve disgustado.

—Me disgusta esta casa, se ha vuelto muy ruidosa y los empleados no siguen órdenes. ¿Qué esperas para eliminar todo?

—Lo haré enseguida, señor.

Subí a mi habitación y me recosté en la cama, esta situación me recuerda mucho a Bibi, creo que me he estado involucrando demás. Los años me han vuelto más pendejo, se supone que con todas las experiencias que he tenido, esto no me esté sucediendo otra vez. Ni el respeto queda en la gente, me ensucié las manos innecesariamente para sacarla de ahí, y así me paga. Debí matarla en ese lugar. ¿Cómo le pude perdonar la vida luego de esa traición? ¿Así de débil me he vuelto?

Alfred tocó la puerta de mi habitación.

—¿Qué quieres?

—Disculpe por la molestia, pero la Srta. Juliana está afuera. ¿Qué le digo? — ¿Cómo se atreve a regresar? Tiene que ser una perra muy descarada.

—Déjala afuera, no se te ocurra abrirle la puerta.

—Ella no tiene intención de entrar, ella quiere hablar con usted, no se atrevió a cruzar la puerta.

—Al menos es inteligente, sabe que si lo hace le cortaré el cuello. Dile que se largue, que no me provoque sino quiere conocerme en realidad, parece que se pasa todo lo que digo por el orto.

—Dice que no se va a ir hasta hablar con usted, señor.

—Que espere hasta que se le dé la gana, no me interesa verle la cara en este momento. Si me sigue colmando la paciencia, voy a llevarla al carnicero para que la destripe.

—No hable así de su hermana, Señor.

—Una hermana traidora es lo menos que necesito, que se muera esperando. No te atrevas a dejarla pasar, o serás tú quien va a pagar las consecuencias.

—Si, señor.

Al día siguiente, al salir de la casa, me la encontré recostada en la puerta.

—Por favor, hablemos. Ya sé que me odias, pero escúchame...— la interrumpí, antes de que siguiera hablando.

—No necesito escuchar a una perra barata, que fue capaz de traicionarme.

—¿Cuándo entenderás que yo no te traicioné? Sería incapaz de eso.

—¿Y cómo se llama lo que hiciste?

—Perdóname, por favor.

—Lárgate de aquí antes que mande a soltar los perros— se aferró a mi pierna y me miró.

—Si quieres sacar esa rabia que debes sentir, hazlo, pero no me alejes de ti. Sé que cometí un error, pero no lo hice con la intención de hacerte daño. Te debo mucho, y créeme que nunca me hubiera atrevido a traicionarte. Independientemente de mis estúpidos sentimientos, yo te aprecio mucho. Eres mi ejemplo a seguir, la persona que me salvó y…

—Si me veías como todo eso, y aún así me mentiste en mi propia cara y me traicionaste, eres entonces más sucia y cínica de lo que pensé.

—Tenía miedo de decirte y que pensaras esto mismo, tenía temor de que no me dejaras explicarte y hubieras preferido matarme sin más. Jamás le hablé de ti y jamás planeé hacerlo, tienes que creerme.

—No me interesa creerte. Lo que te dije ayer, te lo repetiré porque parece que no lo captaste bien; para mí ya estás muerta, Daisy. Agradece que no tuve tiempo de matarte en ese lugar, o de lo contrario, no estarías respirando en este momento—sacudí mi pierna y retrocedí—. Ahora lárgate de aquí y fuera de mi vista.

—¡John, por favor!— seguí caminando y la dejé ahí.

¡Maldita cínica de mierda! Esta provocándome y va a conocerme si sigue haciéndolo. No voy a dar mi brazo a torcer, ya fue suficiente de estar cuidando a una mocosa malagradecida.

Me fui a trabajar y me quedé fuera de la casa por dos días. Al regresar, ella aún estaba en la puerta de entrada en el suelo.

—Parece que no fui claro contigo. Mirándote bien, ese papel de perrita encaja contigo a la perfección. Debería comprarte una cadena para que vigiles la casa, ya que parece que no tienes nada más que hacer.

—De aquí no me voy a mover. Si quieres matarme hazlo, me harías un gran favor.

—No me lo digas dos veces, o no lo pensaré; fíjate que me estaría quitando muchos problemas de encima.

—¡Pues hazlo!— me gritó entre lágrimas, y me agaché agarrando su cuello.

—No me sigas provocando, no sabes lo que estás haciendo, mocosa.

—Señor, le pido que no le haga nada a la señorita— Alfred intervino.

—¿Estás interfiriendo, Alfred?

—Ella se irá de aquí, yo me encargaré de eso, pero no la lastime— la solté y me levanté.

—Si te encuentro mañana aquí, te echaré a los perros — entré a la casa y tiré la puerta.

                         Daisy

—No complique las cosas, señorita. Vaya a otro lugar y no haga esto más difícil. Su hermano está muy mal en este momento y es capaz de cualquier cosa bajo coraje. Sin duda jamás lo había visto afectado por algo, y tengo temor de que se deje cegar por esa ira y la lastime. Váyase de aquí, por favor.

—Yo solo quiero arreglar las cosas con él y que me escuche.

—Así no podrá lograr nada. Como su hermana debe conocer que el Señor no es de ceder cuando toma una decisión. Está empeorando las cosas así. Si se siente más presionado, terminará haciendo algo de lo que lo más probable se arrepienta después. Debe darle un respiro y tiempo. Vaya a otro lugar. Tenga este dinero y vaya a un Hotel. Coma algo, relájese y piense las cosas bien. Lleva días aquí y no ha comido nada. Me gustaría poder ayudarla más, pero no puedo, solo soy un pobre empleado.

—Quédese con este dinero, no sé preocupe por mi, de igual manera gracias por intervenir.

—Por favor, acéptelo. Me haría sentir mal si no lo hace, sé que debe estar pasándola muy mal.

—Yo estoy bien.

—No, no lo está. ¿Se ha visto lo pálida que está? Parece muerta en vida. Hágalo por mi, ¿Si? — me puso el dinero en el pantalón.

—Gracias, Sr. Alfred, y perdóneme por causarle también molestias.

—No se preocupe, y perdone al Sr. John, no está acostumbrado a lidiar con este tipo de situaciones.

—Lo sé, gracias.

Caminé hacia la carretera y me quedé caminando por un largo rato, en el lugar que estaba no pasaba ningún taxi que pudiera llevarme a alguna parte. Me sentía muy cansada, adolorida, hambrienta, sedienta. No sé ni cuántos días estuve ahí, pero tenía la esperanza de que él me escucharía. Yo no quiero que me siga viendo con desprecio; esa mirada llena de odio, resentimiento y de rabia que me dio, me dolió mucho. Él me odia, pero yo no puedo odiarlo. Sé que me equivoqué, pero jamás quise hacerle daño. Lo quiero con cada parte de mi, yo no quiero renunciar a él; aunque no me ame o yo no le importe, juré que me mantendría a su lado siempre. Estaba caminando sin fuerzas, era como si alma fuera quien tuviera ganas de seguir, pero mi cuerpo no estaba respondiendo como quería. Traté de llegar caminando a un sitio público, sin nada de fuerza restante, sentía un dolor en mi vientre y una sensación rara en mi vagina, tenía un mareo fatal que terminé perdiendo el conocimiento.

                       Kwan

Una hora después

—Tuvimos que realizar un raspe de inmediato, la mujer estaba embarazada y sufrió un aborto espontáneo, estará bien en unos días — me informó el doctor.

—¿¡Embarazada!? ¿¡Aborto!?

                      Daisy

Al despertar, me encontraba en un cuarto de algún hospital. Mi cabeza dolía y sentía mi cuerpo muy débil, sentía una especie de ardor en mi vientre y me sujeté esa área, pensando que quizás así se iría.

—Panterita, hasta que por fin despiertas.

—Kwan, ¿Qué haces aquí?

—Ya sé que no me quieres cerca, pero no pude evitarlo. Te vi desplomarte y pensé lo peor. ¿¡Por qué no me llamaste, panterita!?

—Tenía cosas que hacer.

—La estás pasando así de mal por ese idiota, ¿Eh? ¿Cuándo dejarás de preocuparte por él? ¿¡Piensas seguir perdiéndolo todo por ese infeliz que no te merece!?

—Lo que haga o no, no debe ser tu problema; además ¿De qué estás hablando?

—¿Por qué no me dijiste?

—¿Qué cosa?— pregunté confundida.

—Que estabas embarazada, panterita, ¿¡Ese bebé era de Alma!?