La pelea había terminado con la derrota del líder de la banda de ladrones conocida como "Clavel"; aunque habían puesto resistencia y habían intentado escabullirse hacia las afueras del territorio del Imperio, cerca del río Airmid, no habían conseguido escapar de los mercenarios. Muchos de ellos traían pertenencias de alto valor justamente como armas, piedras misteriosas y libros. Para el Capitán Jeralt, aquella misión había sido más que sólo una rutina, pues había sido contratada a tiempo, tan solo pasados unos meses de los incidentes de la horrible tragedia de Duscur; parecía una coincidencia difícil de ignorar.
Sin embargo, el Capitán creía prudente no hablar de sus sospechas de manera abierta, en especial porque quería evitar que su hijo tuviera información o contacto con todo aquello que tuviera que ver con la Iglesia de Seiros. Jeralt había llegado a conclusiones en las cuales la Iglesia de Seiros debía estar implicada en esa tragedia, y que algo, o alguien, estaba provocando incidentes de esa magnitud para conseguir un objetivo que todavía parecía incomprensible. Además, Jeralt tenía recolección de los acontecimientos de hace casi cinco años atrás, de aquél grupo que había secuestrado a su pequeño hijo, mismo que había dejado una fortaleza abandonada con un montón de libros y cosas referentes a la magia arcana.
—Capitán —la voz cercana de Louis interrumpió los pensamientos de Jeralt. Así como el resto de los mercenarios que tenían tiempo trabajando para Jeralt, Louis lucía mayor, entrados los treinta años; con una barba cortada y una coleta sencilla que recogía su cabello negro. También había marcas en su cuerpo, cicatrices de diferentes misiones y combates durante los últimos cinco años. Prosiguió—: mire esto, encontré una carta entre las pertenencias del líder. Va dirigida a la reina fallecida de Faerghus.
Jeralt suspiró con impaciencia y tomó la hoja enrollada; leía con rapidez y descubría que esos ladrones no eran simples rufianes, sino mercenarios encubiertos que habían participado en alguno de los conflictos referentes a la muerte de los gobernantes del Reino Bendito de Faerghus.
—Será mejor que dejemos lo que no necesitamos aquí —dijo Jeralt con rapidez. Caminó hacia su hijo adolescente que estaba a unos metros de él y tocó su hombro—. Byleth, vamos, debemos acampar cerca del río. No quiero que quedemos expuestos para una emboscada y tener que pelear por nuestras vidas.
Byleth asintió de manera positiva. Ya no eran un niño, ahora su cuerpo se había desarrollado y era capaz de alcanzar el hombro de su padre; del mismo modo, su musculatura se había ensanchado. Sin embargo, todavía su rostro mostraba vacío y era inexpresivo casi por completo; sus ojos miraban como si estuviera perdido en algún pensamiento profundo y poco racional. Su cabello había crecido y caía como una especie de hongo corto que hacía lucir su rostro más fino, pues era un chico atractivo.
Antes de que los mercenarios tomaran el camino hacia la orilla del río, hacia el este, Jeralt notó algo inusual en su hijo. Byleth miraba de vez en cuando a una persona del grupo y parecía retirar la mirada cada determinado tiempo. Jeralt pensó por lo peor; creía que Byleth había tomado algún objeto de los bandidos y había leído algo sobre la tragedia de Duscur, o había encontrado alguna referencia a la Iglesia de Seiros. Empero, el Capitán descubrió algo todavía más curioso, Byleth dirigía la mirada hacia uno de los mercenarios, hacia un joven de cabello rojo y corto que portaba un arco. Jeralt decidió guardar sus comentarios y sujetó el brazo de su hijo adolescente.
—Andado —insistió Jeralt con una voz fuerte para ser escuchado por el resto de la compañía—, la noche está por caer, y es muy probable que inicie una tormenta. Louis, asegura el perímetro junto a Vivienne y Altamira; no queremos sorpresas que vengan de los cerros de Hrym.
—A la orden, capitán —dijo Louis con respeto.
***
Una vez el grupo de mercenarios llegó hasta una zona neutral de entre las colinas, las nubes ya se habían aglomerado en el cielo y habían causado que los pocos rayos del sol desaparecieran por completo. Los mercenarios habían levantado tiendas de campaña protegidas con carpas anti-lluvia y habían elegido algunos sitios bajo árboles para reunirse durante la cena antes de que la tormenta iniciara.
Jeralt había decidido acompañar al grupo más cercano de sus hombres y había llevado a Byleth consigo. Louis había cocinado en una olla vieja un estofado improvisado y servía en los platos hondos a sus compañeros. A la derecha, en un tronco caído, estaba Vivienne y Fergus, a la izquierda estaba el lugar de Louis y Altamira. Jeralt y Byleth ocupaban otro de los troncos que quedaba frente a la fogata y entre los dos grupos. Las conversaciones eran amenas y había risas entre los comentarios irónicos y despreocupados que hacían los mercenarios; a pesar de que no habían quedado conformes con la última misión, y que todavía no recolectaban su paga, solían disfrutar de momentos de paz.
—Capitán —Louis rompió la atmósfera cercana—, hay un pequeño pueblo que colinda con las montañas del este, hacia el puerto de Hrym. No es tan grande como la Villa Remire, pero podríamos quedarnos ahí por unos días.
—Bien, cruzaremos una parte del Campo Grondel para visitar a nuestro cliente, y tomaremos rumbo hacia ese pueblo —aceptó Jeralt sin levantar sospechas.
El Capitán contempló a su hijo y nuevamente encontró aquella mirada de interés que prestaba en uno de los mercenarios. Jeralt siguió con la mirada de manera prudente el objetivo de su hijo y aseguró que Byleth miraba a Altamira. Jeralt no tenía mucha información sobre ese joven; sabía que había sido contratado por su gran habilidad con el arco y su perspicacia para reconocer reliquias y pistas referentes a los distintos territorios de Fódlan, pero no conocía sobre su pasado. Jeralt solía investigar un poco sobre las personas que trabajaban para él, pues debía asegurar que no sería traicionado o que alguno de los hombres haría algo en contra de él o su hijo; había cierta paranoia cuando se trataba de Byleth, puesto que creía que en algún momento algún espía de la iglesia aparecería. Empero, de Altamira no tenía mucho qué decir, y era, en realidad, porque Louis había hablado del chico como alguien valioso para el equipo.
Jeralt guardó sus pensamientos y continuó con la plática sencilla por el resto de la noche.
La lluvia comenzó a caer durante la madrugada, por lo que la quietud se acrecentó. Las fogatas ya habían sido apagadas y la mayoría de las tiendas de acampamento ya no estaban iluminadas por las linternas de aceite que se empleaban usualmente. Excepto dos tiendas seguían con sus luces interiores y dejaban ver las siluetas de las personas que se encontraban sentadas una frente a la otra.
—Si vamos a cruzar al territorio de la Alianza, capitán, será necesario que consideremos a los brigadieres que suelen recorrer los territorios de Ordelia y Goneril; incluso se dice que esos grupos provienen de Almyra —Louis explicó al señalar el mapa que se encontraba frente a él y su Capitán—. Si lo que desea es alejarse de todos los últimos sucesos y de nuestro cliente actual, lo mejor será acercarnos a las zonas montañosas…
Jeralt notó la expresión de consternación en el rostro de Louis; sabía que para Louis era difícil regresar a las zonas montañosas debido a que provenía de un pueblo escondido llamado Kupala.
—No iremos hasta el norte —Jeralt dijo con seguridad y calma—, así que puedes estar tranquilo.
—Capitán… —Louis intentó explicar.
—Además, necesito preguntarte algunas cosas referentes a Altamira.
Louis levantó el rostro y contempló de frente al Capitán Jeralt. A diferencia del resto de los integrantes de la compañía, Jeralt parecía ser el único que no había cambiado en los cinco años pasados, pues todavía lucía igual desde aquél día en que Louis lo había conocido, hace más de nueve años atrás. Sin embargo, Louis respetaba a su líder y había aprendido a no preguntar nada personal sobre la vida de Jeralt, y para él estaba bien.
—¿Qué tiene Altamira? —Louis reinició la conversación con respeto.
—Viene del Reino de Faerghus, ¿no es así? —preguntó Jeralt.
—Sí. Es hijo de una familia pobre, si lo que le interesa es su lugar de nacimiento. No es un sujeto difícil de leer, de hecho es demasiado sencillo entablar conversaciones con él, y no sabe mentir.
—Comprendo —aceptó Jeralt la explicación.
Entonces, Jeralt pensó con prontitud, ¿qué es lo que llama la atención de Byleth respecto a ese joven?
—Una vez recibamos la paga, cruzaremos hacia el territorio de la Alianza Leicester y buscaremos un trabajo menos riesgoso.
—De acuerdo, capitán —Louis aceptó la respuesta de su líder y no insistió con las dudas.
Jeralt se despidió de su subordinado y abandonó la tienda; caminó hasta la tienda cercana de color rojizo oscuro y se adentró. Byleth yacía tendido sobre el camastro improvisado y parecía dormido; así que Jeralt se colocó junto a su hijo y aguardó por unos minutos. Había notado el desempeño en la técnica del chico, por lo que estaba seguro de que pronto sería capaz de llevar a cabo misiones por su cuenta; pero todavía sentía inseguridad. Jeralt había crecido con miedo, miedo por la vida de su propio hijo. Sabía que no había latidos en el corazón de su pequeño, pero Byleth respiraba como si estuviera vivo, entonces no podía asegurar qué era lo que ocurría mal dentro del funcionamiento de su cuerpo. De pronto, Jeralt se movió hacia el costado y contempló la imagen dormida del chico; todavía creía que la Arzobispo había sido la culpable de lo que fuera que había sucedido con su hijo, y por esta razón había decidido alejar a Byleth lo más posible de la Iglesia de Seiros y sus enseñanzas extremistas. Del mismo modo, casi todas las decisiones que Jeralt tomaba para guiar a la compañía de mercenarios las hacía pensando en el bienestar de Byleth. ¿Cometía un error?, ¿sería capaz de mantener alejado a su hijo de la verdad? ¿Algún día podría hablar sobre lo que había pasado realmente con su madre? ¿Sería capaz de dejar ir a su preciado pequeño? Byleth se había convertido en la razón de vida de Jeralt, y como padre tenía pavor.
***
El paso hacia el territorio de la Alianza Leicester no había sido un problema durante los días siguientes, la compañía de mercenarios había llegado a una zona remota en el territorio de Goneril; incluso habían tomado otro trabajo pequeño para defender a unos pobladores locales de algunos bandidos de la frontera. La cosas habían marchado bajo un buen rumbo, aunque durante el último enfrentamiento contra los ladrones, algunos miembros del grupo habían salido lastimados, incluido Byleth.
Jeralt había rentado unas habitaciones en la posada pequeña del pueblo y había ayudado a su hijo a tratar la herida del brazo que había recibido por el líder de los enemigos; aunque no era grave, Jeralt no podía evitar sentirse culpable y lleno de remordimientos cada que Byleth salía herido de las batallas cotidianas.
Byleth estaba sentado frente a su padre, en una de las sillas del escritorio junto a las camas; contemplaba con su mirada usual el vendaje que su padre ponía en su brazo izquierdo. Jeralt se había ahorrado el discurso de siempre, sobre tener cuidado y no bajar la guardia, así como analizar; en realidad, tenía otra preocupación en mente.
Pasaron casi cinco minutos de silencio absoluto.
—Chico —Jeralt decidió hablar; ya había entablado un monólogo interno de auto-convencimiento para tratar el siguiente tema—, hay algo que quiero preguntarte.
Byleth retiró el brazo del aire y miró el vendaje que cubría la herida reciente; había ignorado la mirada de Jeralt, pero no las palabras. Así que levantó el rostro y arrojó la misma mirada vacía que lo había caracterizado desde su nacimiento.
—En realidad —Jeralt prosiguió, tocaba su cabeza de manera inconsciente para demostrar la dificultad que ese tema representaba—, es un poco difícil hablar sobre esto… Bien… Dime algo, chico, ¿cómo te has sentido hasta ahora?
Byleth dudó de las palabras de su padre, pero no hizo ningún cambio de mueca en su rostro. No comprendía qué era lo que sucedía con exactitud en esos momentos; ¿había hecho algo malo durante el último combate? Sí, había descuidado la retaguardia porque había creído que conseguiría derribar al enemigo, pero no había contado con las ventajas del terreno y la velocidad del contrincante. Sabía que había sobreestimado la situación sin haber realizado un análisis profundo, justo como su padre lo repetía una y otra vez. Pero las actitudes de Jeralt arrojaban otro tipo de consternación, una que usualmente refería a otro tipo de cosas fuera del combate.
A pesar de que Byleth y Jeralt eran familia, no solían hablar de temas profundos. La primera razón era que Byleth no solía expresar sus emociones, y tampoco parecía interesado en entablar conversaciones prolongadas; la segunda razón era que Jeralt prefería hablar sobre cosas referentes al entrenamiento, a las batallas, a los análisis y tácticas de guerra, para él era más fácil crear un lazo desde esos gustos con su hijo.
—Supongo que te has sentido bien… —Jeralt dijo acompañado de un suspiro profundo—, por supuesto, la pregunta fue muy vaga. Bien, seré directo… Dime… ¿Qué es lo que te interesa tanto de Altamira?
Durante unos minutos no hubo ni siquiera un movimiento minúsculo que Jeralt pudiera reconocer en el rostro de su hijo; ni un parpadear, ni un movimiento extra en los brazos, manos, piernas o pies del adolescente. Jeralt comprendía que la adolescencia era una etapa difícil de afrontar, y no estaba tan sorprendido de aquella reacción que encontraba en su hijo.
—No quise incomodarte, Byleth, pero he notado que a veces estás contemplando a ese chico.
De pronto, Byleth agachó la mirada; prefería evitar cualquier charla referente a lo que sentía últimamente. Había noches en las que despertaba con sensaciones totalmente nuevas para él, como un cosquilleo en su abdomen bajo, en su estómago o incluso sentires intensos en su ingle cada que pensaba en Altamira. Byleth no tenía referencia sobre qué eran esas sensaciones, y había un pánico leve en su interior; del mismo modo, prefería evitar conversaciones sobre todo lo relacionado con su propio cuerpo, pues no sabía qué decir o preguntar.
—Chico, no te sientas mal —Jeralt insistió a toda prisa al reconocer el nerviosismo del adolescente—, supongo que es por la amistad que han compartido desde que se conocieron. Sé que te gusta jugar con Altamira y de vez en cuando escuchas sus relatos sobre los libros que suele leer.
Byleth divagó en su mente con rapidez. Antes de explicarle a su padre lo que pasaba, necesitaba comprender por su cuenta las cosas; y había obtenido una respuesta a sus dudas. Podría investigar en la biblioteca central del pueblo sobre el tema y después interrogar a su padre con todo aquello que no pudiera entender.
—¿Byleth? ¿Qué pasa?, ¿no quieres hablar de esto? Escucha, los cambios en la adolescencia son normales. Ya no eres un niño, eso me queda claro, así que comprendo que tengas diferentes intereses o que prefieras hacer otro tipo de actividades en lugar de jugar.
—¿P-Puedo…irme? —Byleth interrumpió con su voz jovial y tímida.
—¿Eh? ¿Irte? —Jeralt expresó con rapidez—. Ah… Supongo que prefieres dejarlo así.
Byleth asintió con la cabeza.
—Bien —compuso Jeralt con tranquilidad—, está bien. Hablaremos después de todo esto. Pero cuida tu retaguardia para la próxima pelea. Es probable que nos quedemos aquí unas semanas, ya que los habitantes han pedido ayuda constante con los grupos fronterizos.
—O-Ok…
A continuación, Byleth se puso de pie y abandonó la habitación a un ritmo pacífico. Por su parte, Jeralt concentró sus pensamientos en los acontecimientos actuales. Nunca había cuestionado si Byleth era feliz junto a él, con esa vida; pero tenía la impresión de que su hijo estaba madurando con una rapidez que parecía crear más distancia entre ellos. Sin importar cuánto tiempo deseara vivir así, era consciente de que algún día todo cambiaría, y él tomaría una de las decisiones más difíciles como padre.