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Tu camino

La vida de Byleth Eisner nunca ha sido fácil; desde su niñez ha tenido problemas para expresarse, y sucesos extraños parecen rodearlo de manera continua. Una vez decide comenzar su trabajo en el Monasterio de Garreg Mach, su vida se torna un remolino lleno de nuevos descubrimientos sobre sí mismo, más la atracción confusa hacia un enemigo y, por supuesto, el conflicto bélico entre los tres territorios de Fódlan. El joven mercenario se ha cuestionado quién es en verdad, ¿por qué puede escuchar la voz de una entidad que parece ser más una deidad? ¿Será capaz de aceptar la realidad? ¿Podrá proteger a los que ama? ¿Tendrá el valor de enfrentar sus propios sentimientos? Esta es la historia de Byleth Eisner, antes de convertirse en un profesor en la Academia Militar, durante la guerra y después de la guerra. Pareja principal: Jeritza von Hrym & Byleth Eisner

Kiritomo_Deeh · Video Games
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7 Chs

Descubrimiento 2

Los ojos de Byleth estaban fijos en las páginas de los libros que tenía frente a él; ya había leído casi toda la colección referente a la anatomía humana, cambios en el cuerpo humano y algunos otros panfletos referentes a la sexualidad. Ahora sabía que el interés que desarrollaba por otras personas podía estar marcado por más que simples gustos como pasar el tiempo con otro individuo, también por atracciones sexuales. Byleth había leído sobre algo tan simple y básico como el deseo carnal que una persona podía expresar de múltiples maneras; empero, no estaba seguro de su propio deseo. Sentía deseos de tocar su propio cuerpo en muchas ocasiones, pero se detenía ya que era difícil encontrar un tiempo libre y un lugar apropiado para hacerlo; sin embargo, sentía pena y desdicha por actuar de una manera errónea.

Debido al tiempo en la lectura, Byleth había ignorado los alrededores y había hecho caso omiso a la luz del sol que cada vez más se ocultaba en el horizonte lejano; incluso hasta ese momento había detectado las lámparas de aceite que eran encendidas por los bibliotecarios. Aunque la biblioteca del pueblo no era muy grande, había descubierto que tenía libros interesantes. Además de biología y anatomía, había encontrado un libro marcado con unos círculos de magia que desconocía.

Byleth pasó su mano sobre el libro de magia arcana, dejando que sus dedos sintieran el relieve que las ilustraciones causaban sobre el papel. Había una memoria borrosa sobre incidentes con la magia; podía recordar que alguna vez había sido quemado por la magia del fuego y había sido encadenado, pero no podía recapitular qué había ocurrido en realidad.

—Disculpe, jovencito —una voz sonó cercana y dulce; era la bibliotecaria que lucía joven y con un peinado trenzado de un tono café claro—, la biblioteca está por cerrar. ¿Desea llevarse algún libro?

Byleth negó con la cabeza. Comenzó a cerrar todos los tomos que tenía esparcidos sobre la mesa y los apiló con rapidez. Había hecho una reverencia de respeto hacia la muchacha y luego había llevado los libros sobre el carrito de depósito.

Al salir de la biblioteca, el adolescente anduvo por las calles oscurecidas y contempló la arquitectura del pueblo. A diferencia de la Villa Remire, ese lugar no tenía mucha vegetación frondosa ni bosques en los alrededores; había unas montañas hacia el este y debido al río del sur, la población tenía plantaciones de vegetales variados. Las casas tenían una arquitectura básica, con techos de teja naranja desgastados, las paredes eran en su mayoría grises y parecían construidas con piedras resistentes a los climas cálidos. Byleth prefería el frío, aunque su padre optaba por el calor y era un poco exagerado cuando se trataba de viajar a sitios en el Reino de Faerghus.

Por unos minutos prolongados, Byleth disfrutó de la tranquilidad que el pueblo proporcionaba y dejó que su mente se vaciara de preocupaciones banales. Estaba consciente de que la herida en su brazo izquierdo no sanaría con rapidez ya que era profunda, pero no dejaría que eso detuviera su entrenamiento. De entre las calles encontró a algunas personas que paseaban debido a que la brisa nocturna era agradable; había niños que jugaban y corrían, algunos hombres y mujeres que se adentraban a los pocos bares y tabernas, así como parejas de mujeres con hombres que caminaban sujetados de la mano. Este último detalle causó que Byleth detuviera sus pasos. Nunca antes había prestado tanto interés a las relaciones humanas, en especial aquellas que implicaban entrelazar gustos, sentimientos profundos y sexuales con una persona externa a la familia. Byleth conocía el amor de un padre gracias a Jeralt, pero jamás había visto a su propio padre con una mujer y casi nunca recibía información sobre su madre.

De forma abrupta, Byleth decidió no indagar más en sus pensamientos, así que continuó por su camino hacia la posada. Al arribar, saludó al hombre de la recepción con un movimiento de cabeza de respeto y prosiguió hasta llegar al segundo piso y a la puerta de la habitación que su papá había rentado. Abrió la puerta y entró; había esperado encontrar a Jeralt en el interior, pero no había nadie allí. El adolescente caminó hasta el escritorio y encontró una nota con la letra hermosa y cursiva de Jeralt. "Estaré en la taberna con Louis bebiendo un poco; hay comida en la bolsa azul, así que cena sin mí y ve a dormir. Yo llegaré un poco tarde"; Byleth leyó en silencio e hizo una nota mental. Sabía que su padre gustaba de la bebida, aunque no era un borracho empedernido, pues Jeralt tenía bastante resistencia al alcohol, incluso más que una persona ordinario de acuerdo a sus mercenarios, por lo que usualmente terminaba por beber más de lo que podía pagar.

Byleth se acostó en la cama cerca de la ventana y miró el techo de madera con los pequeños candelabros básicos que iluminaban con el fuego de las velas de cera. No había notado el detalle de la luz encendida hasta este momento, por lo que creía que el recepcionista había prendido las velas por petición de Jeralt; incluso para los detalles, su padre siempre estaba presente. Byleth sintió una especie de sofocación en todo su cuerpo; quizás estaba abrumado por la sobreprotección de Jeralt, pues no comprendía por qué su padre era un poco insistente.

Otra vez el adolescente abandonó sus pensamientos y se acomodó de costado. Byleth decidió indagar en los libros que había consultado, sobre aquellos deseos que las personas presentan a edades tempranas. Reconocía que él tenía algunos deseos, pero temía aceptarlos. Sí, quería tocar su propio cuerpo, justo como lo había deducido durante su tiempo en la biblioteca, pero también deseaba alimentar algo más en su mente que tenía el rostro de Altamira. ¿Por qué de Altamira? ¿Por qué de una persona como ese joven? En primer lugar, Byleth aceptó, Altamira era un varón justo como él; y en los libros se habían descrito situaciones en donde los seres humanos, así como los animales, deseaban entablar relaciones sexuales por deseos de reproducción. Entonces, deducía el adolescente, ¿por qué él tenía interés en sentir las manos de Altamira en su propia piel si ambos eran varones?

Casi como un acto inconsciente, Byleth movió su mano derecha hacia su pecho y recorrió su cuerpo sobre la tela de la playera café que portaba; su mente todavía divagaba en dudas y contradicciones, así como en pensamientos de reproche sobre sus deseos sexuales. Sin embargo, su mano llegó hasta el cinto que sujetaba los pantalones oscuros y lo desabrochó con facilidad; aguardó por unos instantes y miró hacia sus propias piernas y mano. ¿Estaría mal?, ¿cometería un acto incorrecto si tocaba su cuerpo para explorar? Byleth ignoró las respuestas a esas dudas y prosiguió. Alzó la playera un poco y con su mano tocó su abdomen plano y marcado por el ejercicio constante; después, se acomodó sobre su espalda y mantuvo un movimiento suave y pacífico sobre su piel. Las yemas de sus dedos arrojaban sensaciones leves como pequeños toques eléctricos que incitaban al adolescente a desear más.

Byleth cerró los ojos y llevó su mano hasta la ingle, luego hizo los mismos movimientos tersos y se dejó llevar por el momento. Sin pensarlo dos veces, bajó su mano hasta su entrepierna, tocó su miembro por encima de la ropa interior y disfrutó de la nueva experiencia. A pesar de que podía percibir el calor concentrarse en su pecho y genitales, no hacía ningún sonido con su voz, pero él no era consciente de ello. El adolescente cedió a sus caprichos, así que metió la mano debajo de su ropa interior y comenzó a masturbarse; hacía movimientos lentos con un vaivén para estimular su miembro, y sentía la necesidad de arrojar algo más.

Sin esperar un segundo extra, Byleth volvió a la posición de un costado y dejó que sus dos manos trabajaran en su actividad; había intensificado la rapidez y aspereza con la que tocaba su pene, se había permitido hacer algunos sonidos con la garganta aunque muy bajos, y dejaba que su mente fantaseara con la imagen del mercenario Altamira. La actividad era insólita, nueva, sublime y casi imposible de abandonar; Byleth experimentaba espasmos suaves en su ingle y creía que algo de su interior estaba por escapar. El adolescente estaba perdido dentro de su propio placer, tanto que había ignorado sus alrededores. Entonces, casi como un estruendo interno, Byleth sintió que hubo una liberación que explotaba de su propio miembro; había emitido un bufido leve de satisfacción, pero había sido capaz de controlar su respiración una vez había eyaculado.

El adolescente contempló hacia el frente, hacia la puerta y el escritorio; la habitación todavía lucía vacía y no había sonidos cercanos de personas que pasaran por los pasillos exteriores o por los callejones cercanos a las ventanas. Byleth se incorporó sobre el colchón de la cama y miró el líquido pegajoso de color blanco que cubría sus manos y una parte de su abdomen y ropas; sabía el nombre de esa sustancia, pues lo había estudiado en los libros de biología, pero sentía vergüenza por haber manchado sus ropas.

Con serenidad, Byleth se levantó y caminó hacia el baño; agradecía en ese instante el gusto que su padre tenía por el alcohol, ya que por fin había tenido un tiempo en soledad y había podido experimentar algo nuevo y que había provocado placer en el adolescente. Byleth entró al baño y usó un poco del agua fresca, había sido cuidadoso al utilizar un bote extra para sacar el agua y no contaminar el líquido fresco para las manos; además, había buscado una toalla limpia y había remojado el trapo. Byleth retiró su playera y pantalón para enjuagar las prendas, pero algo capturó su atención. Había un espejo frente al lavador, y su imagen se reflejaba como una especie de estatua carente de emotividad.

En realidad, Byleth no era vanidoso, no tenía interés en lucir de un modo u otro, ni mucho menos de llamar la atención de otras personas. Sin embargo, al no prestar mucha atención a su apariencia física, solía ignorar su rostro. Es casi como si no estuviera aquí, pensó Byleth como un reproche infantil. Agachó la mirada para continuar con la actividad previa y limpiar los ropajes; empero una duda se estancó como una flecha en su mente. ¿Qué pasaría si otra persona prestara interés en su imagen? Había aprendido que la atracción sexual podía derivarse de muchas cosas, especialmente del físico de una personas. Por lo que rehizo la duda, ¿qué pasaría si Altamira prestara interés en su imagen?, ¿sentiría atracción sexual por él? Byleth negó con la cabeza y abandonó cualquier posibilidad de respuesta.

Al terminar la limpieza, Byleth regresó a la cama, retiró las botas y acomodó las sábanas y edredón. Se había metido entre las colchas y había conciliado el sueño casi de inmediato.

¿Quién eres?, se escuchó una voz femenina e infantil. Parecía como eco que rondaba en una oscuridad latente y casi imparcial. ¿Quién eres?, otra vez preguntó la voz.

Byleth abrió los ojos y encontró que los alrededores estaban vacíos pero repletos de oscuridad. El suelo estaba frío e imposible de reconocer. Esa no era la habitación de la posada donde se suponía que descansaba junto a su padre. Byleth se incorporó y miró hacia los alrededores; aunque parecía estar lejos de su habitación, también parecía que estaba en un lugar familiar, en una especie de recámara espaciosa como un altar. Dio unos pasos al frente y sus pisadas hicieron un eco; empero, el eco prosiguió incluso si él ya no avanzaba.

Los sonidos llegaban como relámpagos que a veces se percibían más agudos y a veces más lejanos; había espadas al chocar entre ellas, aleteos de algunos animales grandes, pisadas de botas al contacto con un suelo mojado, gritos de guerra, algunos llamados de ayuda, de comando y de angustia. Byleth sintió una presión inusual en su pecho y una especie de desesperación; ¿dónde estaba y por qué oía ese tipo de ruidos? ¿A caso era un campo de batalla?, ¿una guerra?

Con rapidez, Byleth se hizo hacia atrás, pero sintió que su cuerpo se balanceaba. La oscuridad desaparecía como si manchas de luz se incrustaran en ella; y había rostros, soldados con armaduras que el adolescente desconocía, guerreros montados en Pegasos y en dragones heráldicos, otros en caballos. Entre la conmoción había una persona, una mujer de cabellos verdosos claros vestida con un atuendo blanquecino, una capa y que portaba en su brazo izquierdo un escudo. ¿Quién era ella? Byleth no tenía recolección de una persona así, pues jamás había visto a esa hermosa mujer.

De forma sorpresiva, un soldado con hombreras pronunciadas se acercó a la mujer para proteger su cuerpo de un extraño espadazo. Byleth notó que el arma de la cual había salido el ataque era larga, como una especie de látigo que resplandecía con un tono naranja-rojizo. Por primera vez, algo recorrió el cuerpo entero del menor y causó pánico a un nivel que nunca antes había experimentado. Tenía miedo, mucho miedo; había un espanto irracional al contacto visual con aquella espada, pues Byleth creía que esa espada estaba conectada a él, que era él. Así que cerró los ojos y comenzó a sollozar.

Byleth abrió los ojos y se sentó sobre la cama, tocó su rostro y no encontró ningún rastro de lágrimas. La oscuridad de la habitación era invadida por la luz de la luna que entraba por las ventanas; ya se habían apagado las velas de los candelabros pequeños, y alguien ocupaba la otra cama. Byleth movió la cabeza hacia la izquierda y reconoció el cuerpo de su padre; se puso de pie y caminó hacia la ventana. Se había hincado y recargaba sus brazos sobre el marco ancho de la ventana para contemplar la luna. ¿Qué había sido eso?, ¿un sueño?

—¿Byleth? —la voz de Jeralt resonó en el silencio de la habitación; todavía estaba rasposa por la interrupción de su propio dormir—, ¿qué estás haciendo?

Byleth ignoró las palabras del Capitán Jeralt y continuó con sus dudas. Podía recapitular el miedo que había sentido durante esa pesadilla, aquella sensación de debilidad que se postraba en su cuerpo entero y que causaba espasmos en todos sus músculos, como una especie de impedimento pesado que adormecía a todo su ser. Ni siquiera en combate, Byleth se había expuesto a esas sensaciones tan poderosas.

—Byleth… —Jeralt insistió; ya había salido de la cama y había llegado junto a su hijo—. ¿Qué pasa? ¿No puedes dormir?

—Tuve un sueño —por fin reveló el adolescente con pánico, a pesar de que su voz había sonado plana.

—¿Un sueño? ¿Sobre qué? —Jeralt preguntó otra vez. Se sentó junto al menor y tocó con paternalismo la cabeza de Byleth.

—Una guerra.

—¿Una guerra?, ¿qué clase de guerra?

—Una guerra masiva —explicó Byleth—, con armas de colores brillantes.

Jeralt no replicó. Conocía sobre armas míticas, armas legendarias que la Iglesia de Seiros utilizaba junto a la élite de la nobleza que controlaba la política de todo Fódlan; pero jamás había hablado de dichos artefactos a su hijo, y se había asegurado de que nadie pudiera proporcionar esa información a Byleth.

—Pero no hay ninguna guerra —aseguró Jeralt con un tono dulce—, ninguna guerra, Byleth. Lo único que hay aquí y ahora es esto… Tú y yo en esta posada, disfrutando de la luz de la luna y la tranquilidad de la noche.

Sin previo aviso, Byleth giró hacia su padre y lo abrazó con fuerza. Jeralt encontraba emociones contradictorias en el momento. Por una parte sentía una calidez y serenidad al saber que su hijo expresaba cada vez más, aunque fuera paulatinamente; pero, en la otra mano, sabía que aquél sueño no sería el único y que aquello que Byleth había vivido durante esa pesadilla, regresaría y tal vez era la clave para permitir al adolescente tener una vida ordinaria. Jeralt suspiró y envolvió a su hijo en un abrazo paternal; aunque no podía asegurar por cuánto tiempo más podría vivir así con Byleth, por lo menos estaba decidido a disfrutar de esa vida junto a él lo más posible.