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Dos. La larga noche.

—Te voy a extrañar. —dije.

—No tengo que ir, me puedo quedar. —

—Aja. —

En el cuarto solo se podía escuchar el sonido rítmico de mis palpitaciones y el sonido que hacían nuestros labios al encontrarse. A menudo tenía que ser yo la que pusiera el límite, no se me olvidaba que besaba a un vampiro. El aseguraba haber superado hace mucho la tentación a mi sangre, ya que la idea de mi muerte lo había curado del deseo de ella, pero yo sabía que el olor de mi sangre a un le causaba un ardor en la garganta como si inhalara fuego.

Abrí los ojos y me encontré con los suyos mirando mi rostro. Sus ojos dorados toparon con los míos, trasmitiendo amor, el mismo sentimiento que trasmitían los míos.

Acerco su rostro al mío.

—Me quedare de todas formas. —murmuro Edward.

—No, nada de eso. Es tu despedida de soltero, tienes que ir. —dije mientras acariciaba el pelo de su nuca.

—Las despedidas de soltero están diseñadas para quienes se entristecen por el fin de su soltería. No podría desear más dejarlos atrás, así que realmente no tiene mucho sentido. —

—Bueno, eso es verdad. —dije contra su pecho.

Estábamos acurrucados en mi cama, mis padres estaban dormidos así que estábamos solo él y yo en nuestro lugarcito feliz. 

Una de las cosas que siempre me gustaba era estar envuelta siempre en una manta, pero eso no quitaba que el momento fuera romántico. Nos volvimos a besar, puse mi mano en su pecho y con ella lo recorrí haciendo que se estremeciera y me besara con más pasión, ahí fue cuando se separó de mí, poniendo los límites de siempre. Me sorprendía la capacidad de contenerse de Edward, porque después de seis años juntos y que no ocurriera nada de nada, hay que darle crédito al chico. No me quejaba, que no ocurriera nada mas de los besos y toqueteo no era problema, pero eso no quitaba que yo quisiera que ocurriera.

—Íbamos muy bien, no me dejes solita. —dije haciendo un puchero.

Soltó una risita.

—Eres toda una tentación, corazón. Pero creo que ya es hora de que te duermas, hace un mes que no lo haces bien. —

—Oh, vamos. —dije haciendo otro puchero. 

No es que lo estuviera tentando tanto, ¿O sí?, solo traía puesto un short diminuto y un top, eso no era jugar sucio.

Me acerque más a él.

—Vamos, Elina. Sabes que es muy difícil concentrarme cuando estamos así y contigo vestida así. No puedo pensar correctamente. —

—Está bien, me calmo. —dije y me acurruque es su pecho.

—¿Te acuerdas cuando le íbamos a decir a tus padres que nos íbamos a casar y tu padre pensó que estabas…embarazada? —

—Si… aún recuerdo su cara, estoy segura en que pensó en llamar a su amigo policía. —solté una risita.

Edward se mantuvo serio.

—¿Qué pasa? —pregunte.

—Nada, es que por un momento desee que fuera cierto. —dijo. —Me gustaría que esa fuera una posibilidad para nosotros. Odio el hecho de arrebatarte algo. —

—Mi felicidad no depende de eso. —dije. —No me estas arrebatando nada. —

—¿Y cómo puedes saberlo en este momento, Elina? Mira a mi madre y a mis hermanas. —

—Bueno, si en algún momento quiero un hijo, podemos hacer como Esme y  adoptar. —

—No quiero que hagas sacrificios por mí. —suspiro. —Lamento ser tan deprimente, deben de ser los nervios. —

—No importa, es como tú te siente y aprecio mucho que te sinceres conmigo. Pero tendrás que preocuparte menos o tendré que llamar a tus hermanos para que te distraigan. —

—No hace falta. He estado esperando todo un siglo para casarme contigo, señorita Yorkie. La ceremonia de la boda es la única cosa a la que no puedo esperar... —se interrumpió así mismo. —¡Oh, por Dios! —

—¿Qué pasa? —pregunte.

—No vas a necesitar de llamar a mis hermanos. Parece que Jasper y Emmett no tienen intenciones de dejarme en paz esta noche. —

Lo abrace.

—Espero que te diviertas. —

De repente alguien araño mi ventana.

—Si no haces salir a Edward. —comenzó Emmett. —Entraremos por él. —

—Vamos. —lo empuje para que se levantara de mi cama. —Tienes que irte antes de que despierten a alguien o destruyan la casa. —

Se levanto de un salto y se inclinó para besarme la frente.

—Duerme algo, mañana será un gran día. —

—Lo hare no te preocupes. —dije.

—Te veré en el altar. —

—Yo seré la del vestido blanco. —sonreí.

Sonrió, para después saltar por la ventana, después se escuchó un sonido sordo y una maldición de Emmett.

—Espero que lo lleven a tiempo. —murmure sabiendo que me escucharían.

Y entonces Jasper se asomó por mi ventana y dijo:

—No te preocupes, Elina. Lo llevaremos a casa con tiempo suficiente. —

asentí sonriendo, sabía que el seria puntual.

—Jasper. —lo llame antes de que se fuera. —¿Qué hace los vampiros en sus despedidas de solteros? ¿Lo van a llevar con bailarinas exóticas? —pregunte.

—¡No le digas! —grito Emmett desde abajo.

—Tranquila, nada fuera de lo normal. Los Cullen tenemos nuestra propia versión, solo habrá unos cuantos pumas y un par de osos, ya sabes una noche como cualquier  otra. —dijo.

—Gracias, Jasper. —

Me dio un guiño para después desaparecer junto con sus hermanos. 

Después de que se fueran ya no se volvió a escuchar nada. Solo me dedique a acomodarme en la cama, haciendo que poco a poco el sueño me vaya invadiendo.

Era la última noche que pasaría en mi habitación. Mi última como Elina Yorkie, ya que mañana por la noche seria Elina Cullen. Siempre que mi mente llegaba a ese pensamiento mi corazón se aceleraba de la emoción.

Espere a dormirme, pero los nervios de novia me tenían cada vez más alerta y Jasper estaba demasiado lejos como para usar su don e influenciarme para que me relajara y pudiera dormir en paz.

Tenía ciertas preocupaciones que en parte algunas eran demasiado tontas, como la de los tacones, Alice me había dado unos tacones hermosos, yo era diestra en el arte de andar en tacones pero eso no quitaba mi nerviosismo de caerme mientras bajaba las escaleras de los Cullen.

La otra era la lista de invitados.

La familia de Tanya, el clan Delani, llegaba unas horas antes de la ceremonia. Habíamos sido cuidadosos de poner a la familia Delani cerca de los invitados de la reserva Quileute, el padre de Jacob y los Clearwater. No es como que los Delani quisieran mucho a los licántropos. De hecho Irina no iba a venir a la boda, aún tenía resentimiento por lo que los lobos le hicieron a su amigo Laurent.

Pero Edward había prometido que no iba a ser problema que los demás Delani vinieran a la boda. Todos los Delani con excepción de Irina se sentían terriblemente culpables de haber dejado a los Cullen cuando más los necesitaban, así que una pequeña tregua con los licántropos no era mal vista si eso pagaban la deuda por no ayudar.

El aquelarre de Tanya era ahora casi tan grande como el de los Cullen. Contaba con cinco miembros: Tanya, Kate e Irina a los que se habían unido Carmen y Eleazar, de un modo muy parecido al que se habían unido Alice y Jasper a los Cullen. Todos ellos deseaban vivir de un modo más humano al que solían estar acostumbrados los vampiros.

Pero a pesar de toda la compañía, Tanya y sus hermanas se sentían solas en cierto sentido. Todavía estaban de luto, porque hacía mucho tiempo también habían tenido una madre.

No podía imaginarme el vacío que su pérdida les habría dejado, incluso después de mil años. Intentaba imaginarme a la familia Cullen sin su creador y su guía: su padre, Carlisle. Y no podía. 

Carlisle me había contado la historia de Tanya durante una de las muchas noches que me había quedado hasta tarde en la casa de los Cullen, aprendiendo todo lo que podía, preparándome para el futuro. La historia de la madre de Tanya era una entre otras muchas, un cuento con reglas que tenía que cumplir cuando me uniera al mundo de los inmortales. Sólo una regla, en realidad: "Guarda el secreto".

Mantener el secreto significaba muchas cosas: vivir sin llamar la atención, como los Cullen, mudándose a otro lugar antes de que los humanos sospecharan que no envejecían. O manteniéndose alejados de cualquier humano, excepto a la hora de la comida, claro, del modo en que habían vivido nómadas como James y Victoria, modo en el cual aún vivían los amigos de Jasper, Peter y Charlotte. Eso significaba mantener el control de los vampiros que hubieras creado, como había hecho Jasper cuando vivía con María, o como no había sido capaz de hacer Victoria con sus neófitos.

Y sobre todo significaba no crear cualquier cosa, porque algunas creaciones terminan siendo imposibles de controlar.

—No sé cuál era el nombre de la madre de Tanya. —dijo Carlisle. —Nunca hablan ni piensan en ella por voluntad propia. —

» La creadora de Tanya, Kate e Irina vivió muchos años antes de que yo naciera, durante el tiempo de una plaga que cayó sobre nuestro mundo, la plaga de los niños inmortales. 

» No logro entender ni de lejos en qué estarían pensando aquellos antiguos para convertir en vampiros a humanos que eran poco más que niños. —

Mire a Carlisle mientras intentaba imaginar lo que me describía.

—Eran muy hermosos. —explicó. —Tan simpáticos y encantadores que no te lo puedes ni imaginar. Bastaba su proximidad para quererlos, era algo casi automático. —

» Pero no se les podía enseñar nada. Se quedaban paralizados en el nivel de desarrollo en el que estuvieran cuando se les mordía. Algunos eran adorables bebés que apenas hablaban y llenos de hoyuelos que podían destruir un pueblo entero en el curso de una de sus rabietas. Si tenían hambre, se alimentaban y no había forma de controlarlos con ningún tipo de advertencias. Los humanos los vieron, comenzaron a circular historias, y el miedo se extendió como el fuego por la hierba seca...

» La madre de Tanya creó a uno de esos niños. No tengo ni idea que fueron sus razones. Pero al final eso implicó a los Vulturis. 

» Los Vulturis estudiaron a los niños inmortales, tanto en su hogar de Volterra como alrededor del mundo. Cayo decidió que los más jóvenes eran incapaces de proteger nuestro secreto y que por eso debían ser aniquilados. 

» Ya te dije que eran adorables, y bueno, los miembros de los aquelarres lucharon con intensidad para protegerlos, por lo que quedaron destruidos. La carnicería no se extendió tanto como las guerras del sur en este continente, pero en cierto modo resultó más devastadora porque afectó a aquelarres que llevaban mucho tiempo funcionando, viejas tradiciones, amigos... Se perdieron muchas cosas. Al final, la práctica quedó completamente eliminada. Los niños inmortales se convirtieron en algo que no se debía mencionar, un tabú. 

» Cuando yo vivía con los Vulturis, me encontré con dos de esos niños inmortales, así que conozco de primera mano su encanto. Aro estudió a los pequeños durante muchos años después de que tuviera lugar la catástrofe que habían causado. Ya conoces esa inclinación que siente por las incógnitas, y tenía la esperanza de que pudieran dominarse, pero al final, la decisión fue unánime: no se debía permitir que existieran niños inmortales.  —

Ya casi se me había olvidado la historia de la madre de las hermanas de Denali cuando él volvió a mencionarlas.

—En realidad no está muy claro lo que ocurrió con la madre de Tanya. —siguió contando Carlisle. —Tanya, Kate e Irina vivieron completamente ajenas a todo hasta el día en que los Vulturis vinieron a buscarlas, a ellas y a su madre por la creación ilegal del niño y las convirtieron en prisioneras. Lo que salvó la vida de Tanya y sus hermanas fue su ignorancia. Aro las tocó y descubrió su total desconocimiento del asunto, de modo que no fueron castigadas como su madre.

» Ninguna de ellas había visto nunca antes al niño hasta el día en que le vieron arder en los brazos de su madre. Supongo que ella mantuvo el secreto para protegerlas precisamente de esa situación. Pero en cualquier caso, ¿Por qué lo había creado? ¿Quién era él y qué significaba para ella cuando no le importó el peligro de cruzar aquella línea? Tanya y las otras nunca recibieron contestación a ninguna de estas preguntas, pero jamás dudaron de la culpabilidad de su madre y no creo que la hayan perdonado por completo. 

» Cayo quería hacer quemar a las tres hermanas, incluso aunque Aro estuviese completamente seguro de su inocencia. Las consideraba culpables por asociación. Tuvieron mucha suerte de que Aro se sintiera aquel día bastante compasivo y fueran perdonadas, aunque les quedó en sus corazones heridos un respeto muy sano por la ley...  —

No estoy segura cuando me dormí pero ese recuerdo se convirtió en un sueño. Durante un instante me pareció seguir escuchando a Carlisle en mi memoria, mirando su rostro y luego, de repente me encontraba mirando un campo desierto y gris, aspirando el olor denso del algo que se quemaba. Y no estaba sola.

Había un grupo de figuras en el centro del campo, todas envueltas en capas. Lo normal es que me hubieran dado algo de miedo, porque evidentemente no podían ser otros que los Vulturis y yo seguía siendo humana. Pero sabía que solo era un sueño.

Había distintos fogatas que desprendían un humo que pude reconocer de inmediato, no me acerqué no tenía ganas de ver los rostros de los vampiros que habían ejecutado, tenía miedo de que pudiera reconocer alguno. 

Los soldados de los Vulturis permanecían en círculo alrededor de algo o alguien, escuché sus voces agitadas mientras susurraban. Me acerqué al borde siendo empujada por el mismo sueño para ver qué cosa o persona estaban examinando con un interés tan intenso. Me deslicé sigilosamente entre dos de aquellos soldados y finalmente pude ver el objeto que miraban con interés.

Era hermoso y adorable, era igual a como Carlisle lo había descrito.

Todavía era un niño pequeño como de dos años. Unos rizos de color marrón claro caían sobre su rostro, tenía mejillas gorditas y labios gruesos. Estaba temblando con los ojos cerrados, como si estuviera demasiado asustado para ver como la muerte se aproximaba a él.

Me llene de una necesidad de proteger al niño encantador y aterrorizado que dejaron de importarme los Vulturis, a pesar de la amenaza que suponían. Pasé por a un lado de ellos, sin preguntarme si ellos se daban cuenta de mi presencia. Salté hacia el niño. 

Pero me quedé clavada en mi lugar cuando tuve una visión más clara del lugar donde él se sentaba. No era de roca o algo parecido, sino que era una pila de cuerpos humanos, vacíos de sangre y sin vida. Era demasiado tarde para desviar la mirada y no ver sus rostros. Los conocía a todos ellos: Angela, Ben, Jessica, Mike... Y justo al lado de aquel chico tan adorable estaban los cuerpos de mi madre, mi padre y hermano. 

El niño abrió sus brillantes ojos del color de la sangre.