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Capítulo 28: Pequeña reunión.

La oscuridad se extendía sobre el puerto, pintando el cielo con tonos de azul profundo y negro. Ik se encaminó hacia Nozomi y Kiyomi, cuyas siluetas se recortaban contra las luces titilantes de los barcos en el horizonte.

—¿Ves lo que nos pusieron? —Nozomi señaló con un suspiro el ajustado uniforme de lycra negra que ambas llevaban debajo de sus vestidos blancos, diseñados para proporcionar movilidad sin sacrificar la elegancia.

Ik arqueó una ceja, observando el atuendo de las chicas con interés. —Interesante elección. Aunque no puedo negar que se ven bien.

Kiyomi soltó un bufido, agitando las manos para deshacerse del vestido que le provocaba un calor insoportable. —Lo odio, ¡me sofoco con esto!

—¿No deberías estar ya en el jardín principal? —preguntó Nozomi.

Ik se encogió de hombros, ajustando su corbata con calma. —Todavía no ha llegado nadie. Solo quería pasar a saludarlas.

—Qué injusto. Él puede estar divirtiéndose en la fiesta, y nosotras aquí, viendo pasar los barcos —dijo Kiyomi cruzándose de brazos.

—Te queda muy bien ese traje —comentó Nozomi antes de acercarse para ayudar a Ik a acomodarse bien la corbata.

—Gracias, Nozomi. —Ik sonrió, agradecido por el gesto de su amiga mientras ajustaba su corbata con elegancia.

—De nada, Ik. —Nozomi le devolvió la sonrisa, asegurándose de que todo estuviera perfecto antes de que él partiera.

Ik observó cómo se acercaban los lujosos yates a lo lejos, indicando el inicio de la llegada de los invitados. Sabía que era hora de tomar su posición.

—Ya me tengo que ir —se despidió Ik, percibiendo la urgencia en el ambiente.

Las chicas asintieron, entendiendo la señal, y se dirigieron rápidamente a sus puestos para recibir a los recién llegados.

Pronto, el patio de la hacienda cobró vida con la presencia de la élite adinerada, que se movía con gracia y elegancia entre la música y las conversaciones animadas. Las bebidas fluían sin restricción, y el aire estaba impregnado con el aroma de la riqueza.

En una esquina del patio, Ximena y su séquito de niñas de su misma clase social charlaban animadamente, sus miradas ocasionalmente dirigidas hacia Ik, cargadas de un brillo malicioso que no pasó desapercibido para él. Sin embargo, Ik optó por hacer caso omiso de las insinuaciones y se adentró en la fiesta, decidido a descubrir cualquier indicio de actividad sospechosa que pudiera surgir.

—Buenas noches, señorita. ¿Desea algo de beber? —inquirió el joven, su voz suave y su mirada atenta mientras se dirigía a Mirna, una figura enigmática entre la multitud.

Mirna, ahora ataviada en un traje de baño ceñido, exhaló una bocanada de humo de su cigarrillo antes de apagarlo en la palma de su mano con un gesto casual.

—No, gracias, guapo. Pero, ¿podrías responderme una pregunta? ¿Dónde está tu jefe en este momento? —su tono era dulce, pero sus ojos destilaban determinación.

El mesero titubeó por un momento antes de responder con una expresión de disculpa. —Lo siento, señorita. Ninguno de los mayordomos sabe el paradero del patrón ni sus movimientos.

Mirna asintió con una sonrisa insatisfecha, intercambiando miradas con el hombre, Peeky, cuyo oído estaba atento a la conversación a través de un micrófono camuflado en su oreja como un simple arete.

—¿Escuchaste eso, Peeky? —susurró Mirna, apenas audible sobre la música y las risas de la fiesta—. No servirá de nada acostarnos con estos imbéciles.

—Esa fue tu idea, vaca loca. De todas formas, ya localicé al objetivo. Está conversando con su guardaespaldas. Ve y verifica si la piedra solar está desatendida. Yo me encargaré de mantener a todos ocupados —respondió Peeky en voz baja, su tono tranquilo pero lleno de determinación, mientras observaba furtivamente a don Guadalupe desde su escondite en los conductos de ventilación.

Mirna apretó los dientes con furia al escuchar el insulto de Peeky, sintiendo la ira arder en su interior antes de cortar la comunicación con un gesto brusco. Con determinación en cada paso, se dirigió hacia donde había avistado la piedra solar, su mente maquinando el próximo movimiento en su plan.

Justo en ese momento, el cielo estalló en una cascada de colores y luces, con fuegos artificiales que brotaban de los cañones estratégicamente ubicados en cada rincón de la hacienda, pintando el firmamento nocturno con destellos resplandecientes.

La atención de la multitud se desvió hacia el escenario cuando don Guadalupe hizo su entrada triunfal, atravesando la masa de invitados con una sonrisa radiante.

—¡Buenas noches, mi gente! —su voz resonó por encima de la música, capturando la atención de todos los presentes—. ¿Se están divirtiendo esta noche?

Un clamor de voces jubilosas respondió a su pregunta, llenando el aire con un murmullo festivo.

—¡Ya haz el sorteo, Guadalupe! —interrumpió un joven empresario desde el corazón de la multitud, provocando un silencio repentino mientras todos los presentes dirigían sus miradas hacia él con indiferencia palpable.

En lugar de mostrar molestia ante la interrupción, don Guadalupe estalló en risas, su buen humor irradiando calidez y camaradería a través del patio de la hacienda, como si cada invitado fuera un amigo de toda la vida.

Mirna se deslizó con cautela por los estrechos conductos de ventilación, su corazón latiendo con nerviosismo mientras se acercaba sigilosamente a la habitación donde se encontraba la piedra solar. Sin embargo, su esperanza se desvaneció cuando avistó a Doble Seis, quien ya estaba de vuelta custodiando el valioso artefacto.

Un suspiro frustrado escapó de los labios de Mirna mientras observaba la situación desde su escondite. Sabía que enfrentarse a un espadachín como Doble Seis sería una tarea ardua, especialmente sin la ventaja del factor sorpresa.

—Tardamos demasiado, Peeky. —Mirna habló en un susurro por el comunicador, su tono cargado de frustración—. La piedra está siendo custodiada de nuevo por ese espadachín. Parece que su presencia está a la altura de la de Yin. No podré deshacerme de él tan fácilmente.

Con un gesto despiadado, Peeky tomó una guitarra eléctrica del cadáver de una mujer que acababa de caer bajo su mano implacable.

—Ahora voy a causar un revuelo para atraer a todos los guardias. Tienes que aprovechar esta oportunidad —instó Peeky, su voz resonando con una determinación fría mientras se preparaba para la siguiente fase de su plan.

Con la guitarra eléctrica en mano, Peeky subió al escenario de conciertos, donde se encontró con la banda musical que había quedado sin su compañera.

—¿Quién diablos eres tú? ¿Dónde está Adri? —gruñó el musculoso baterista, su voz llena de ira mientras se enfrentaba a la figura desconocida que había ocupado el lugar de su amiga.

Sin mediar palabra, Peeky actuó con brutalidad. Con un movimiento fluido, lanzó una pesada roca del tamaño de un balón de fútbol, unida a su brazo derecho por una conexión de zen densa y poderosa. La roca golpeó al baterista con una fuerza devastadora, reventando su cabeza con un impacto ensordecedor.

La tecladista y el bajista observaron con horror la escena que se desarrollaba frente a ellos, paralizados por el shock antes de que fueran víctimas del mismo destino que su compañero. 

Peeky se movió con rapidez hacia los amplificadores y las bocinas, ajustando cada configuración para llevar el volumen al límite máximo. Con un movimiento ágil, encendió las luces y deslizó el telón del escenario, revelando su presencia ante la multitud con un gesto desafiante.

Una vez en el centro del escenario, comenzó a tocar un solo de guitarra que dejó boquiabiertos a todos los presentes. Los acordes resonaban en el aire, llenando el espacio con una energía electrizante que capturó la atención de cada alma en la fiesta.

—¡Esa mujer es una de las chicas de Khal! —exclamó don Guadalupe, su voz llena de alarma y furia mientras señalaba a Peeky desde su posición en el escenario.

El pánico se apoderó de los invitados, quienes se dispersaron en todas direcciones en busca de refugio, mientras varios soldados de la hacienda salían de las sombras, listos para enfrentar la amenaza.

La música de Peeky retumbaba en el aire, marcando el inicio de un enfrentamiento inevitable en el corazón de la fiesta.

Nozomi y Kiyomi se acercaron a Ik, quien se encontraba junto a don Guadalupe, preparados para recibir nuevas órdenes en medio del caos que se desataba en la fiesta.

—Tú, chico —don Guadalupe señaló a Ik con determinación—, cambia de lugar con Doble Seis y dile que venga a apoyar a los soldados. Ustedes dos, niñas —dirigió su mirada hacia Nozomi y Kiyomi—, protejan a Ximena y a sus amigas, por favor.

Las chicas intercambiaron una mirada cargada de preocupación antes de que Kiyomi se adelantara para hablar.

—Pero señor Guadalupe, Nozomi... —comenzó Kiyomi, pero fue interrumpida por un gesto de la mano del dueño de la hacienda.

—Se los pido por favor —insistió don Guadalupe con voz firme—. No le confiaría esta tarea a nadie más.

Nozomi asintió con determinación, aceptando la responsabilidad que se les había asignado. —Está bien, Kiyomi. Vayamos con la niña Ximena —dijo, antes de girarse y dirigirse hacia la mansión para cumplir con su misión.

Mientras tanto, Ik asintió en señal de aceptación, listo para cumplir con las órdenes de don Guadalupe. Con un rápido movimiento, se despidió y se apresuró hacia la sala donde Doble Seis resguardaba la piedra.

Mirna escuchó el escándalo a través del comunicador, con una mezcla de ira y desprecio, lanzó un insulto hacia Peeky, pero recibió silencio como respuesta, ya que la atención de la mujer estaba completamente enfocada en la inminente pelea con los soldados que se aproximaban.

Mientras tanto, Ik llegó a la sala donde Doble Seis custodiaba la piedra solar. Con urgencia en su voz, explicó la situación al mercenario, quien asintió con seriedad antes de dejarlo a cargo y partir para unirse a los hombres de don Guadalupe en el enfrentamiento.

En medio de la confusión y el peligro inminente, Mirna vio su oportunidad para actuar. Con rapidez y astucia, comenzó a ejecutar su plan.

Ik, por otro lado, fue presa de una inquietante sensación cuando percibió un olor peculiar en el aire. "Qué raro, huele como a… gas butano", pensó mientras la sospecha se apoderaba de su mente. Sin dudarlo, salió corriendo de la sala, impulsado por un instinto que le advertía del peligro que se avecinaba.

—Maldita sea, tengo que sacar la piedra solar. Si se daña, me echarán a mí la culpa —murmuró Ik para sí mismo, sintiendo la presión de la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. Sin embargo, al abrir de nuevo la puerta para regresar a la sala, se encontró con una escena desconcertante: la piedra solar ya no estaba.

Mientras tanto, en un lugar distante de la hacienda, Mirna se alejaba velozmente por la espesura de la selva que rodeaba la isla, llevando consigo el preciado artefacto. A través del comunicador, dejó escapar un comentario burlón.

—Bueno, parece que el mocoso actuó por impulso. Así que no tuve que hacer explotar todo el maldito lugar —dijo con una risa sardónica, su voz resonando en el oído de Peeky mientras se alejaba sin mirar atrás.

Sin embargo, la huída de Mirna se vio interrumpida cuando Ik, con una determinación implacable, se acercó a ella rápidamente. La joven criminal se dio cuenta de su error: había olvidado cerrar el flujo de gas que utilizó como distracción, permitiendo que Ik la siguiera por el característico olor.

—¡Suelta eso! —exclamó Ik, cerrando la distancia entre ellos con cada zancada.

Mirna apretó los dientes, consciente de su descuido. Con un gesto rápido y decidido, cerró con fuerza su puño derecho, deteniendo la emisión de gas. Pero era demasiado tarde. Ik, recordando sus entrenamientos con Finley, utilizó su destreza y velocidad para superar a Mirna en cuestión de segundos, aprovechando los árboles y las palmeras para impulsarse con agilidad a través del terreno accidentado de la selva.

—Deténgase ahora, señorita, y devuélvame la piedra que robó —solicitó Ik con firmeza, tratando de mantener la calma y evitar hacerle daño a Mirna, a pesar de la tensión del momento.

—Supongo que tú también quieres que les devuelva la piedra —comentó Mirna con desdén, su mirada desafiante mientras se dirigía hacia un tercero. Detrás de una palmera, apareció Doble Seis, su presencia imponente añadiendo un nuevo nivel de tensión a la situación.

—¿Tú nos estabas siguiendo? —inquirió Ik, sorprendido por la aparición del mercenario.

—Los vi correr hacia acá mientras iba hacia donde estaban los demás hombres de don Guadalupe. Asumiré que se llevó la piedra mientras estabas distraído… ¿huele a gas butano? —comentó Doble Seis, frunciendo el ceño al percatarse de la densa nube de gas que emanaba de la mano de Mirna—. ¡Corre, niño!

La advertencia apenas escapó de los labios del mercenario cuando Mirna, con un gesto rápido y letal, chasqueó los dedos, haciendo estallar la gran nube de gas que rodeaba a Ik y Doble Seis. Ambos se lanzaron hacia adelante, apenas evitando ser consumidos por el fuego que rugía en su dirección.

Mirna pertenecía a la naturaleza zen "Volátil", una esencia que encerraba una fuerza explosiva y peligrosa. Los usuarios de esta naturaleza eran conocidos por su orgullo y celos hacia aquellos que consideraban su propiedad, así como por su tendencia a discutir y confrontar a sus semejantes. Para Mirna, cada situación era una oportunidad para demostrar su dominio sobre su entorno, y su capacidad para utilizar su zen "Volátil" la convertía en una amenaza impredecible.

Sin embargo, la naturaleza "Volátil" también tenía sus limitaciones. Carecía de habilidades base más allá de la capacidad de transformar el aura del usuario en un poderoso gas explosivo. Por eso, Mirna había creado un Jibun ingenioso y letal: "Clicker". Este simple pero efectivo Jibun le permitía a Mirna, con solo chasquear los dedos de su mano izquierda, generar una chispa instantánea que detonaba el gas que liberaba de su mano derecha.

Así, Mirna se había convertido en una fuerza a tener en cuenta, capaz de desatar la destrucción con un simple gesto. Con "Clicker" a su disposición, ningún obstáculo parecía insuperable para ella. 

—Me tomó desprevenido —murmuró Doble Seis con frustración. Con un gesto rápido, desenvainó su corta espada, un arma que más parecía un cuchillo agrandado, pero que él manejaba con maestría.

—Un niño y un cazarrecompensas mediocre, ¿no tenían nada mejor para cuidar esta maldita piedra? —inquirió Mirna, su tono cargado de desdén mientras continuaba liberando gas por la palma de su mano, preparándose para su siguiente ataque. Su expresión era desafiante, su mirada fija en sus adversarios con una mezcla de desprecio y confianza en su propia habilidad.

Ik, por su parte, no vaciló ante el desafío. Cubrió su cuerpo completamente con armor y se lanzó al ataque con determinación. Utilizó la "Velocidad Rompevientos", la habilidad que le permitía correr impulsándose con el ambiente, aquella técnica que había comenzado a entrenar con Finley para perfeccionar su destreza con la espada Kopsino.

Mirna apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que Ik se abalanzara sobre ella con un golpe certero. Antes de que pudiera detonar el gas, se vio sorprendida por un puñetazo cargado con toda la fuerza de la armor de Ik, que impactó directamente en su boca del estómago. El golpe la dejó sin aliento, luchando por respirar mientras el dolor se propagaba por su cuerpo.

A pesar del poder del ataque, Mirna logró recuperarse con una rapidez sorprendente. Sin embargo, se encontró con un problema: Ik no le daba espacio para lanzar una explosión. En lugar de ello, se vio obligada a enfrentarse al novato cuerpo a cuerpo, lanzando una serie de fuertes puñetazos que Ik esquivaba con agilidad.

La batalla se volvía cada vez más intensa, con Mirna esquivando hábilmente cada golpe que Ik lanzaba mientras ella misma contraatacaba con puñetazos precisos. Parecía que el enfrentamiento duraría una eternidad, con ambos luchadores igualados en habilidad y determinación.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. De repente, Ik sintió un intenso ardor en la gran marca que permanecía oculta bajo los vendajes de su frente, distrayéndolo por un momento crucial. Mirna no desperdició la oportunidad y, en un abrir y cerrar de ojos, cubrió el rostro del novato con una pequeña nube de gas.

El corazón de Mirna latía con anticipación mientras detonaba la nube de gas antes de que Doble Seis pudiera reaccionar para ayudar a su compañero. La explosión envolvió a Ik, su cuerpo sacudido por la fuerza del impacto mientras era arrojado hacia atrás por la explosión.

Mientras tanto, Doble Seis había estado observando la pelea con atención, esperando su oportunidad para intervenir. Con un movimiento rápido, se lanzó hacia adelante con su espada desenvainada, apuntando directamente hacia Mirna. Sin embargo, la astuta mujer estaba un paso adelante. Con precaución, dejaba pequeñas nubes de gas cada vez que se movía, impidiendo que Doble Seis se acercara lo suficiente como para hacer un ataque decisivo.

—No luce como una pelea fácil, ¿qué quieres cortar? —preguntó un simpático ajolote que apareció repentinamente sobre el hombro de Doble Seis, su voz chirriante y llena de curiosidad.

—¿Cuánto me costaría cortar las explosiones de esta mujer para anularlas? —inquirió Doble Seis, su tono decidido mientras evaluaba sus opciones para ganar la ventaja en la batalla.

El ajolote se frotó el mentón con una pequeña pata, como si estuviera considerando la pregunta con seriedad. —Bueno, veamos… depende de cuántas veces las vayas a cortar, ¿prefieres que te cobre en cortes o en tiempo de actividad? —respondió con un aire de misterio, sus ojos brillando con una chispa traviesa.

—Treinta minutos —declaró Doble Seis, su determinación clara en su voz.

El ajolote asintió con aprobación. —Sería una fiebre que te dejará en cama por ocho horas, ¿aceptas? —ofreció, su tono lleno de advertencia pero también de promesa de poder.

—Acepto, ¡hazlo, Prion! —exclamó Doble Seis con determinación, instando al pequeño ajolote a tomar acción.

Con un destello repentino, el pequeño Prion desapareció en una neblina de luz, y la hoja de la espada de Doble Seis comenzó a brillar intensamente, como si estuviera reflejando una poderosa fuente de luz. 

Mirna, aprovechando el momento de distracción, cargó una gran cantidad de gas en la palma de su mano y lo disparó rápidamente hacia Doble Seis. La masa de gas se movía con una velocidad impresionante, dirigida hacia su objetivo con una precisión letal.

—Más te vale tener una habilidad para cubrirte de eso, aunque yo prefiero ver tus entrañas volar —declaró Mirna con una sonrisa siniestra, su tono cargado de malicia mientras observaba el gas dirigirse hacia su oponente. Con un chasquido de sus dedos, detonó la mecha de gas que había dejado en el aire, preparada para la explosión inminente.

Sin embargo, la confianza de Mirna se desvaneció cuando vio que Doble Seis, con un movimiento rápido y preciso, cortaba la explosión en el aire con su espada. La reacción fue instantánea, y la amenaza del gas fue neutralizada antes de que pudiera alcanzar a su objetivo.

—Lanza todas las explosiones que quieras, las cortaré todas con mi Keiyaku: "Neon Blade" —proclamó Doble Seis con determinación, su voz resonando con confianza mientras se preparaba para el contraataque.

Sin detenerse por las explosiones que Mirna dejaba a su paso para intentar detenerlo, Doble Seis se lanzó hacia adelante con determinación. Cada movimiento era calculado y preciso, sus movimientos ágiles y letales mientras perseguía a la mujer a través del caos de la batalla. Con su habilidad "Neon Blade", estaba seguro de que podía cortar cada uno de los ataques de Mirna, y estaba decidido a demostrar su dominio sobre ella.

Ik se levantó con un intenso ardor en el rostro, producto del impacto que, a pesar de haber protegido su cabeza concentrando toda su armor en ese punto, aún había logrado lastimarle. La sensación punzante era un recordatorio tangible de lo cerca que había estado de la muerte. "Si no hubiera entrenado mis reflejos y velocidad con Finley, ahora ya no tendría rostro", reflexionó Ik, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda mientras se dejaba caer en el césped de la selva, agotado y con la mente llena de pensamientos tumultuosos.

Sin embargo, su breve respiro fue interrumpido abruptamente por la presencia de una mujer que se erguía sobre él, su figura apenas visible entre las sombras de la noche. Ik apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que ella se dirigiera a él con una voz firme y decidida.

—Buenas noches, jovencito. ¿Me podrías llevar hacia donde se encuentra peleando mi compañera? —solicitó la mujer, su tono de voz indicando una urgencia evidente.

—Sigue el sonido de las explosiones —respondió Ik, tratando de mantener la calma a pesar de la situación tensa.

Pero la mujer no parecía dispuesta a aceptar una respuesta tan simple. Con un gesto decidido, levantó una pesada roca sobre la cabeza de Ik, amenazando con dejarla caer si él no cooperaba.

—Creo que no estás entendiendo, ¡sígueme! —exclamó la mujer, su voz llena de impaciencia y autoridad mientras mantenía la roca sobre la cabeza de Ik, quien se apresuró a levantarse para evitar el peligro inminente.

—Sígueme, se fueron por allá —respondió Ik, su tono de voz más firme ahora bajo la amenaza, indicando la dirección en la que habían ido. Con un gesto rápido, se puso en marcha, consciente de que no podía permitirse detenerse ahora.

Mientras tanto, a unos metros al este, Doble Seis y Mirna continuaban su feroz enfrentamiento. A pesar de los esfuerzos del mercenario por mantener la ventaja, Mirna seguía demostrando una habilidad formidable para esquivar sus ataques y mantenerlo a la defensiva. Con cada intento de Doble Seis por conectar un golpe directo, Mirna respondía con una serie de explosiones coordinadas que lo obligaban a cortarlas una por una, manteniéndolo ocupado y sin poder hacer un movimiento decisivo.

La ansiedad comenzaba a apoderarse de Doble Seis mientras luchaba por encontrar una apertura en la defensa de Mirna. "El tiempo que me dio Prion está por terminar y aún no he logrado hacerle más que cortes superficiales", pensó, consciente de que necesitaba actuar rápidamente si quería cambiar el rumbo del combate.

De repente, unos extraños rayos de energía comenzaron a rodear la mano libre de Doble Seis, envolviéndola en una aura eléctrica que crecía en intensidad con cada segundo que pasaba.

—¡Que la energía de mi zen le dé poder a la hoja de esta espada! ¡Hoja eléctrica! —exclamó Doble Seis con determinación, canalizando su zen en un poderoso relámpago que surgió de la punta de su sable, cargado de energía letal.

Mirna apenas tuvo tiempo para reaccionar ante el ataque tan veloz y poderoso que se le avecinaba. Sin embargo, en el último segundo, la gran roca de Peeky se interpuso entre ella y el relámpago, recibiendo el impacto de lleno y protegiéndola de la devastación que habría causado.

—De nada, vaca —dijo Peeky con una sonrisa burlona, antes de empujar a Ik a los pies de Mirna, quien lucía visiblemente frustrada por la intervención de su compañera.

—Te dije que no me volvieras a llamar así, perra —respondió Mirna con un gruñido de disgusto, su rostro endurecido por la irritación.

—Al menos hiciste un buen trabajo cansando al espadachín, yo me encargo a partir de ahora. Tú cuida al niño, lo quiero interrogar —ordenó Peeky con desdén, ignorando por completo las protestas de Mirna.

—¡No me des órdenes, estúpida! —gritó Mirna, su voz llena de furia contenida mientras observaba a Peeky alejarse con determinación. Sin embargo, sus palabras cayeron en oídos sordos, ya que Peeky simplemente continuó caminando en dirección a Doble Seis, quien, al ver su aproximación, adoptó una firme posición defensiva.

Mirna tomó a Ik con su mano derecha, agarrándolo por la parte trasera del cuello con un agarre firme pero calculado. Mientras lo mantenía sujeto, comenzó a liberar gas lentamente, creando una atmósfera tensa y cargada de peligro.

—Si te mueves, te reviento el cuello —advirtió Mirna con frialdad, su voz llena de determinación mientras mantenía su agarre sobre Ik, quien se encontraba atrapado en su control.

—Entiendo —respondió Ik con calma, su tono de voz firme a pesar de la amenaza inminente. Sabía que cualquier movimiento en falso podría ser fatal, por lo que optó por no intentar concentrar su armor en el cuello, consciente de que, dado su estado de agotamiento, no sería tan efectivo como la última vez. En cambio, se mantuvo quieto, evaluando sus opciones.

Peeky desató una serie de ataques feroces contra Doble Seis, utilizando su característica roca con una destreza impresionante. El mercenario se vio obligado a desviar y esquivar cada golpe, concentrándose en mantenerse en movimiento y encontrar una oportunidad para contraatacar. Sin embargo, su contrato con Prion limitaba sus opciones, ya que solo podía cortar las explosiones de Mirna, dejándolo vulnerable ante los embates físicos de Peeky.

Con astucia y habilidad, Peeky manejaba su roca tanto como arma ofensiva como escudo defensivo, utilizando cada oportunidad para mantener a raya a Doble Seis y protegerse de sus contraataques. Pero el mercenario, determinado y hábil, logró acercarse a una distancia peligrosa, cambiando el curso del enfrentamiento a su favor.

—Perra, ¿quieres que te ayude? —preguntó Mirna con una nota de preocupación en su voz, viendo la situación complicarse frente a sus ojos.

—Te dije que cuides al niño, ¡quédate cuidando al niño! —respondió Peeky con firmeza, sin desviar su atención del combate. Sin embargo, en ese momento de distracción, Ik vio su oportunidad y aprovechó para escapar, utilizando su velocidad rompevientos para desaparecer de la vista mientras escondía su presencia con la técnica de ocultar, evadiendo así la atención de sus enemigos y ganando un momento de respiro en medio del caos de la batalla.

Mientras tanto, en la habitación de Ximena, la tensión era palpable mientras la chica y sus amigas se mantenían ocultas, con Nozomi y Kiyomi vigilando la puerta con determinación.

—Chicas, vayan a mi laboratorio, tomen el par de zapatos que están escondidos en el segundo cajón del escritorio y vayan a ayudar a Ik —ordenó Ximena con urgencia, instando a las novatas a tomar acción. Las dos jóvenes se miraron entre sí, indecisas sobre si deberían seguir la orden dada la responsabilidad de proteger a Ximena.

—Lo siento, señorita Ximena, pero su padre nos ordenó cuidar de usted —respondió Nozomi con firmeza, demostrando lealtad a su deber.

—¿En serio creen que vendrán por nosotras? Los ladrones solo quieren la piedra solar. Además, yo puedo defender a mis amigas —argumentó Ximena, tratando de convencerlas de la necesidad de actuar.

Con determinación, Ximena sacó de su bolsa de mano un pequeño artefacto con forma de escuadra, que llamó la atención de Kiyomi.

—¿Qué es eso? —preguntó Kiyomi, intrigada por el extraño dispositivo. Ximena respondió apuntando el artefacto hacia una de las paredes antes de accionar el gatillo, desencadenando un estruendoso proyectil de piedra que se fragmentó al salir, perforando la estructura con sorprendente facilidad.

El asombro se reflejó en los rostros de las jóvenes mientras observaban el resultado del disparo, impresionadas por el poder del artefacto. 

—¡¿Tú construiste ese aparato tan poderoso?! —exclamó Nozomi, su asombro evidente en cada palabra que pronunciaba.

—Sí, y necesito que le lleven esos zapatos a Orochi para que pueda pelear con más comodidad —respondió Ximena con determinación, instando a sus amigas a tomar acción mientras las empujaba hacia afuera de la habitación.

—Bueno, supongo que estarán bien sin nosotras —comentó Kiyomi, asumiendo que Ximena estaría a salvo con su sorprendente dispositivo. Sin perder tiempo, ambas jóvenes se apresuraron hacia donde se estaba llevando a cabo la fiesta.

Sin embargo, al llegar al escenario donde Peeky se había enfrentado a los guardias de don Guadalupe, se encontraron con una escena desoladora. Todos los presentes estaban tendidos en el suelo, inconscientes y heridos de gravedad, dejando un silencio ominoso en el aire.

—Al este, se fueron hacia el este —dijo uno de los guardias con dificultad, señalando hacia la selva antes de caer en la inconsciencia, dejando a Nozomi y Kiyomi con la angustiosa tarea de seguir la pista de los intrusos.

—Nozomi, reporta esto al señor Guadalupe. Dile que llame a los servicios médicos —ordenó Kiyomi con urgencia, reconociendo la gravedad de la situación mientras se preparaba para enfrentar lo que fuera necesario.

—¿Y tú qué vas a hacer, Kiyomi?

—Voy a llevarle esto a Ik —respondió la chica, sosteniendo los zapatos con determinación antes de adentrarse decidida en la densa selva.

Mientras tanto, Doble seis mantenía a Peeky casi a su merced, concentrado en su próxima acción cuando de repente una gran explosión comenzó a acercarse peligrosamente hacia él. Con reflejos rápidos, el mercenario detuvo su ataque para protegerse, cortando la explosión a la mitad con su habilidad única.

Sin embargo, en medio del corte, Doble seis sintió un cambio repentino en su espada. El brillo característico que le había otorgado Prion había desaparecido, indicando que el tiempo concedido por el contrato se había agotado. La espada del mercenario salió volando, clavándose en un árbol cercano justo donde Ik se encontraba oculto, observando la escena con horror.

"Maldición, si tan solo hubiera bajado para ayudarlo, podría haber sobrevivido", pensó Ik, completamente frustrado por la situación. Sin embargo, su atención fue abruptamente desviada hacia la presencia de Kiyomi, que se acercaba a la zona con determinación. "Es peligroso que ella esté aquí, lo mejor será detenerla antes de que se acerque más", se dijo a sí mismo Ik, saltando sigilosamente entre los árboles hasta llegar frente a Kiyomi, quien se sorprendió al verlo descender tan repentinamente.

—¿Qué haces aquí, Kiyomi?

—Ik, la señorita Ximena me pidió que te trajera esto —respondió la chica, entregándole un par de zapatos. Ik los observó un momento antes de cambiar sus tenis deportivos por ellos.

—¿Tienen algo de especial? —preguntó Kiyomi con curiosidad, notando cómo luces se iluminaban en el calzado y algunas placas metálicas se movían lentamente.

—Estaba cansado, pero ahora siento como si pudiera correr una larga maratón —comentó Ik, sorprendido por la repentina energía que los zapatos le proporcionaban mientras daba pequeños saltos para probar su agilidad renovada.

—Vamos a recuperar la piedra —dijo Kiyomi decidida, lista para enfrentar la situación. Sin embargo, Ik rápidamente la detuvo, tomando su hombro con firmeza.

—Es muy peligroso. Regresa y pide refuerzos. Yo intentaré recuperar la roca —advirtió Ik, preocupado por la seguridad de su compañera.

—Pero si es peligroso, es mejor que vayamos los dos juntos. Además, Nozomi ya fue con el señor Guadalupe para informarle sobre la situación —respondió la chica, argumentando con determinación su posición. Ante su insistencia, Ik no pudo negarse a llevarla de vuelta con las ladronas.

Al llegar, los novatos se subieron al mismo árbol donde Ik se había escondido, observando desde la distancia mientras las ladronas discutían entre sí, todavía recuperándose de la reciente confrontación. La tensión en el aire era palpable, y ambos novatos se prepararon mentalmente para lo que vendría a continuación.

—¿Esto es una espada? —susurró Kiyomi a su compañero, entregándole el arma de Doble seis con cautela.

—Sí, el arma del mercenario de la cara vendada —respondió el joven en el mismo tono, tomando la espada con determinación —. Voy a recuperar la piedra solar, tú espera aquí los refuerzos.

—No, eso es una estupidez. Déjame ayudarte —replicó Kiyomi, sosteniendo a Ik del brazo con firmeza, mostrando su determinación de estar al lado de su compañero en la confrontación.

—Lo voy a hacer. Usa tus estacas para incapacitar a la chica del traje de baño si intenta interferir en mi pelea contra la chica que carga una roca —ordenó Ik con resolución, mientras se preparaba para saltar del árbol y enfrentar a Mirna y Peeky, quienes de inmediato adoptaron una posición defensiva, listas para el próximo enfrentamiento.

—¿Otra vez tú? Debiste huir cuando pudiste —comentó Mirna con desdén, mientras comenzaba a soltar gas lentamente de su mano derecha, preparándose para un nuevo enfrentamiento.

—Yo me encargo, vaca. Quédate con la piedra. Ya lo dejaste ir dos veces, no dejaré que lo arruines de nuevo —dijo Peeky con determinación, jalonando hacia atrás a Mirna, cuya mirada destilaba rabia y frustración por la situación.

—¡Devuélvanme la piedra solar! —exclamó Ik con voz firme, su determinación brillando en sus ojos. Comenzó a saltar ágilmente de un lado a otro, impulsándose con los árboles, sosteniendo la espada de Doble seis en su mano derecha y aferrándose con la izquierda a las superficies cercanas para mantener el equilibrio, mostrando su destreza a pesar de la dificultad para dominar completamente la velocidad rompevientos.

—Vaya, niño, eres muy veloz, pero pareces una pelota de pinball —observó Peeky con un tono burlón, tratando de entender el patrón de movimientos de Ik mientras intentaba anticipar sus movimientos. De repente, un fuerte ardor comenzó a recorrer el brazo derecho de Peeky, mientras un líquido cálido comenzaba a gotear de su mano, sorprendiéndola y desconcertándola al mismo tiempo.

—¡Perra, cuidado! —gritó Mirna, alertando a Peeky mientras esta se daba cuenta del profundo corte que Ik le había infligido en su extremidad.

—Maldito niño, ¡te voy a aplastar la cabeza! —rugió Peeky, su furia intensificada por el agudo dolor que recorría su brazo herido.

Mientras la herida mujer desataba su furia, partiéndolo todo a su paso con la gran roca para despojar a Ik de sus puntos de apoyo, un moribundo Doble seis observaba la escena con una mezcla de dolor y determinación, resistiendo el intenso dolor causado por las quemaduras provocadas por la explosión de Mirna.

—Parece que esta es la última vez que vamos a hablar —dijo Prion, flotando frente al rostro del mercenario agonizante.

—Necesito que me hagas un favor —musitó Doble seis entre sus labios quemados.

—Lo siento, yo solo soy un demonio de contrato. Mi única labor es estar contigo para cobrar el contrato de sangre que hiciste, ya que tus habilidades son bastante ambiguas.

—Recuerdas hace dos años… tú me dijiste que me debías una.

—Eso solo era una expresión.

—Ya entiendo… los demonios no tienen palabra.

—Bien, ¿qué necesitas? —inquirió el ajolote con indiferencia.

—Mándale este mensaje a los "Espadachines Inazuma": Doble seis tiene un sucesor, se llama Ik Orochi.

—¡¿Ese niño?!.

—Nunca elegí un sucesor para mi espada y este niño parece que se adapta bien a ella —respondió Doble seis antes de dejar de respirar para siempre.

—¡Al diablo, Peeky, no podrás vencer a ese mocoso solo con "Rolling Stones"! Tu Jibun es demasiado lento. ¡Déjamelo a mí! —gritó Mirna, preparándose para soltar gas y anticipando los movimientos de Ik. Sin embargo, antes de que pudiera chasquear los dedos de la mano izquierda, una gran estaca de tierra rompió su pulgar tras impactar en su mano antes de desmoronarse.

—Mirna, en el árbol a tu izquierda —advirtió Peeky, justo cuando Ik apareció en su campo de visión, propinándole dos cortes rápidos pero superficiales. El joven mercenario, que ya se estaba quedando sin puntos de apoyo para seguir saltando, notó que los zapatos especiales que Ximena le había enviado comenzaban a fallar; las luces parpadeaban y las placas metálicas se movían de manera errática.

"¿Dónde se habrá ido la mujer del traje de baño?" se preguntó Kiyomi, sin percatarse de la presencia de Mirna justo detrás de ella. Antes de que pudiera reaccionar, un fuerte golpe la alcanzó, dejándola inconsciente en el suelo.