Antes de ir a casa, Ana pasó a un puesto de comida para comprar algo que nos sirviera de coartada por si nuestros padres ya estaban en casa cuando llegáramos, así es, estaba en nuestras venas la astucia para no recibir regaños por parte de nuestros padres.
—¿Entonces no me vas a contar? —le pregunté después de no obtener ni una sola palabra de mi hermana cuando la cuestioné sobre lo que Kaori le había dicho antes de salir de la casa de Marceline—, después de todo lo que te confesé hoy ¿me vas a dejar con la duda?, esto no es justo Ana María, no esta habiendo confianza en esta relación.
Saqué mi lado mas dramático esperando que mi hermana me dijera algo.
—Alexis —por fin habló con voz pasiva para mi sorpresa, creí que estaría harta de mi después de todas las preguntas que le hice en el camino a casa—, hazme el favor de callarte la boca si no quieres que te empuje fuera del auto en movimiento.
—Y yo que creía que eras mas paciente —dije cruzándome de brazos y mirando por la ventana, estábamos a punto de llegar a casa, el auto estaba impregnado del olor a comida y yo no podía esperar a llegar para devorar todo lo que habíamos comprado por el camino.
Ana estacionó el auto, justo al lado de el de mis padres, para nuestra buena suerte ellos también estaban estacionándose, solo tendríamos que decirles que fuimos por cena.
—¿En donde estaban? —preguntó mi madre apenas puso un pie sobre el asfalto de la calle.
—Ana tenía hambre, fuimos por hamburguesas para cenar —contesté levantando la bolsa en mi mano para que la viera mi madre.
—Es muy tarde para que estén fuera, debieron llamarnos para que nosotros la recogiéramos —mi padre habló desde el otro lado del auto.
—Vamos adentro, la cena se enfriará —dijo Ana cortante.
Estando en la cocina Ana seguía tan distante como en todo el camino en auto, mis padres también lo habían notado, los dos veían a mi hermana con curiosidad, era muy evidente que algo le sucedía.
—¿Ana? —la llamó mi madre—, ¿todo está bien?
Mi hermana no contestó, solo asintió con la cabeza sin dejar de comer sus papas fritas.
No sabía si estaba así por lo que había descubierto hoy, o si era por lo que Kaori le dijo antes de salir de la casa de Marceline.
—Hija, no creo que esté todo bien, ni siquiera nos miras a los ojos —trató hacerla hablar mi padre, pero sus palabras no parecían surtir efecto en la actitud de mi hermana.
—Alexis, ¿sabes algo que nosotros no? —me faltaría tiempo de la noche para contarles todo lo que ellos no saben y esta ocurriendo ahora mismo, pero obviamente no les diría nada sobre eso.
—No, se lo mismo que ustedes —dije tratando de sonar lo mas convincente posible.
— ¡Pfff! —de repente Ana emitía un sonido, y era de burla, estaba echándome en cara mi mentira sin decir una sola palabra.
—Creo que Ana solo está cansada, incluso podría jurar que le dio el sereno, ustedes no se preocupen por ella, estará bien por la mañana —desvié la atención ignorando los sonidos que mi hermana emitía mientras comía.
Todos nos fuimos a dormir después de cenar, la oscuridad de mi habitación me atemorizaba, las palabras de Darío regresaban a mi cabeza, "¡No sabes lo loco que me volvería si te perdiera!", imaginar a Darío triste por mi muerte me ponía triste a mi, lo ultimo que quería era que mis seres queridos sufrieran, aun recuerdo el funeral de Kathe, el silencio haciendo eco al llanto de su madre, su padre sentado frente al ataúd de su hija con las manos en la cabeza y entre sus piernas, todos nuestros compañeros de clase estaban esparcidos por la iglesia y en silencio absoluto, como si estuvieran en otra parte, tal vez en algún lugar de sus memorias donde Kathe aun estaba viva. Aquel recuerdo aun era amargo y me hacía doler el corazón.
Volví a cambiar de posición en mi cama, incluso si daba mil vueltas no podría encontrar la comodidad cuando tenía tantas cosas en la cabeza. Mirar el techo ya no era una opción, tenía que ponerme a hacer algo o nunca consiliaria el sueño. Prendí la luz de mi mesita de noche y me levanté de la cama.
Sobre la silla de mi escritorio había un montón de ropa, había olvidado limpiar aquel desastre por la mañana, así que decidí que era el momento perfecto para limpiar, las 2 de la mañana y un poco de insomnio me inspiraban a ordenar mi habitación.
Estaba terminando de barrer cuando mi teléfono sonó sacándome de mi transe de limpieza.
—¿Darío? —contesté asustada.
—Perdón por la hora, preciosa —saludó con voz ronca.
—Esta bien, ¿pasó algo? ¿estas bien? —tenía miedo que algo malo estuviera ocurriendo justo ahora, salir a escondidas de casa no me era difícil, pero le había prometido a Darío y a mi hermana no volver a exponerme al peligro.
—Todo esta bien, solo llamaba para avisarte que mañana Kaori y yo iremos al pueblo natal de Rafael, me contó sobre lo que hablaron cuando yo estaba teniendo una charla con Ana —no quería que se fuera, pero sabía que había muchas posibilidades de que encontraran pistas en ese pueblo, no podía ponerme a hacer berrinche para que él se quedara.
—Ten mucho cuidado —susurré deseando que todo esto se terminara pronto y no tuviéramos que sentirnos amenazados todo el tiempo.
—No te preocupes, volveremos lo antes posible, ni te darás cuente de que no estoy —dijo sonriendo, ¿como sé que esta sonriendo?, su voz me lo decía todo, podía escuchar a las comisuras de su boca levantándose para dejar a la vista sus dientes blancos de estrella de Hollywood.
—Sería imposible no darme cuenta de que te haz ido.
—Me alegra que así sea, preciosa.
La conversación no continuó mucho tiempo, Darío debía ir a descansar, se irían muy por la mañana en busca del pasado de Rafael, dormir era lo que mi chico necesitaba.
Después de media hora de despedida me fui a intentar dormir de nuevo, para mi suerte no supe a que hora me quedé dormida.
Ana estaba paranoica a la mañana siguiente, se ofreció a llevarme a la escuela cuando le dije a mis padres que Darío no nos llevaría a Marceline y a mí a la escuela esta mañana, mi hermana solo se puso un suéter encima de su pijama y en menos de 15 minutos ya estábamos a menos de una cuadra de la escuela.
—Cuando salgas me llamas —me miró en espera de confirmación como la futura madre que era.
—Si mamá, no hablaré con extraños pero si aceptaré las drogas que me ofrezcan, digo, dulces —traté de calmar sus nervios bromeando, pero para las pocas pulgas de mi hermana, eso no funcionó para nada.
—No estoy bromeando, Alexis —dijo viéndome feo—, es peligroso que andes por ahí sola, hay un asesino rondando a todo el que se atreva a perseguirlo, y tu eres una de esas personas, no seas idiota y llámame, no quiero perder a mi estúpida hermana menor.
Ana comenzó a dejar caer lágrimas gruesas de sus brillantes ojos negros, parecía querer parar de llorar, pero no lo estaba logrando, ahora solo me sentía mal por hacer llorar a mi embarazada hermana.
—Lo siento, solo trataba de romper el hielo, no me gusta ver a la gente que quiero preocupada por mi, se que suena contradictorio después de todo lo que he hecho, pero de verdad nunca fue con la intensión de hacerlos sentir mal, preferible ser una lombriz que hacerlos sufrir.
—Innecesario lo de ser una lombriz, pero lo comprendo, eres demasiado impulsiva para parar a pensar en las consecuencias de tus actos —dijo mi hermana secando sus lágrimas con el dorso de la manga de su suéter.
—Si, yo solo actúo y no uso el cerebro con anticipación —me encogí de hombros al admitir mis deficiencias de ser humano sobre tierras mundanas.
—Ya vete, se te hará tarde —señaló la puerta de la escuela a unos metros de su auto con un movimiento de cabeza.
—Nos vemos en casa, y ya no llores, te ves mas fea llorando, no quiero que mi sobrinoa tenga una mamá fea —dije riendo mientras bajaba del auto.
—No tiene una madre fea, tiene una tía que es idéntica a Federico de Montefeltro —ni siquiera entendía su insulto, ¿quien diablos era ese tal Federico?
No tuve tiempo de preguntarle, ya era tarde y no podía tardarme mas discutiendo con mi hermana en la puerta de la escuela.
Las primeras horas de clase estaba mas dormida que despierta, mis ojos se cerraban solos, y la maestra de Física no ayudaba mucho, era como escucharla cantar una nana para que todos nos durmiéramos.
Después de las dos horas mas largas de la vida, pude ir a desayunar con Marceline, una de mis horas favoritas del día había llegado.
—Te vas a enfermar si sigues comiendo como desesperada —me riñó Marceline viéndome acabar con mis burritos en menos de 5 minutos.
—Estoy nerviosa, le envié mensajes a Darío desde que desperté, pero aun no contesta —hablé dejando por unos segundos mi burrito en el plato de plástico frente a mi.
—Relájate, Darío y Kaori están viajando, es obvio que pasarán por lugares donde no hay señal, dijeron que el pueblo donde vivía Rafael era pequeño y poco conocido, tardarán en llegar a una zona con señal —Marceline hacía todo por calmarme, pero aun pensaba en miles de situaciones en donde algo iba mal y Darío salía lastimado.
—Espero que todo este bien —dije mirando mi burrito con nostalgia.
La siguiente clase después de receso era la del profesor Estrada, historia.
Toda la escuela seguía murmurando sobre la relación que el profesor mantenía con una alumna, por lo que todos estaban atentos a todo lo que sucedía en su clase, algunos lo miraban con curiosidad, y otros con total indiferencia, porque a muy pocos le importaba la ilegalidad de la posible relación, relación que podría ser igual a la mía con Darío, que aunque yo fuese mayor de edad, al fin y al cabo se trataba de una chica menor saliendo con un hombre mucho mayor que ella.
Mi postura era totalmente indiferente a lo que se estaba murmurando en toda la escuela, yo menos que nadie podía juzgar, no era mi problema que el profesor Leonardo Estrada de casi 40 años saliera con una chica de 16.
—Alexis, ¿podrías decirme porque los monarcas del siglo XV sufrían de enfermedades congénitas que acortaban sus vidas y les impedían dejar un heredero varón en el trono? —me sacó de mis pensamientos el profesor Estrada.
Para ser sincera, no me importaba en lo mas mínimo porque se morían los desgraciados príncipes de la edad media, solo sabía que los cuentos de hadas nos había mentido a todas, los príncipes no eran tan divertidos y apuestos como nos decían desde pequeñas.
—No tengo ni idea —contesté pensando en que decir después—. Tal vez porque no se bañaban y no había antibióticos.
Dije al azar.
—No —dijo con cara de pocos amigos. Si soy sincera, yo tampoco había sido amable con mi respuesta.
—El incesto y la edad en que concebían generaban enfermedades que les impedían llevar una vida normal, además de lo que ya dijo Alexis, las condiciones sanitarias y la falta de medicina que les ayudasen era la causa de que no pudiesen dejar herederos sanos al trono, muchas guerras se desencadenaron debido a la falta de herederos, claro, también había una montón de personas en busca de poder dentro de las familias de la realeza que deseaban poner sus manos en la corona.
Marceline había salido en mi defensa luciendo como una total genio, esa era mi amiga.
—Eres una bestia —no me contuve y me levanté de la silla para aplaudirle asintiendo mientras la admiraba como una heroína que salía desde un edificio en llamas y una ruidosa explosión de fondo.
—Señorita Montes, siéntese y compórtese si no quiere que levante otro reporte por su comportamiento —me amenazó el profesor mirándome feo de nuevo.
Lentamente me senté sin hacer ruido para no hacer enojar a la damita de mi profesor.
—Así es señorita Caruso, los defectos genéticos eran una razón por la que el poderío de muchas naciones decaía, y lentamente los llevaba a la muerte —las palabras del profesor Estrada me pusieron los pelos de punta, la sonrisa en su rostro al mencionar la palabra "muerte" me había dejado una profunda sensación de terror.
El hombre delante de toda la clase era guapo, pero había algo en sus ojos que te hacía temblar, tal vez era su personalidad, o su postura rígida, no sabía que era exactamente, pero había algo oscuro en él.
No volví a decir una palabra en toda la clase, solo me mantuve callada y atenta al profesor Estrada, como si esperara que volviera a decir algo raro o escalofriante, pero eso no ocurrió, la clase terminó y mis necesidades biológicas se hicieron presentes.
—Voy a ir a dejar fluir las malas vibras al baño —le avisé a Marceline cuando me levanté de mi banca—, si llega el señor Martínez dile que regreso rápido.
Caminé hasta el baño tranquilamente, aun tenía tiempo hasta que la naturaleza llamase mas fuerte a mi puerta.
Algo en mi bolsillo comenzó a vibraba, al instante supe que era Darío llamando.
—Bueno —contesté después de pegándome el teléfono al oído rápidamente.
—Hola, preciosa —una sonrisa estúpida se formó en mi rostro al oírlo llamarme preciosa como siempre lo hacía—, leí tus mensajes, no te preocupes, estoy bien, no pude contestar por la mala señal en la carretera, estamos a 15 minutos del pueblo donde solía vivir Rafael, Kaori encontró a la familia de Rafael y están dispuestos a hablar con nosotros, creemos que resolveremos todo este lío con lo que ellos nos digan, aun así quiero que estés alerta y no te pongas en riesgo, ¿esta bien?
—Si, prometo no hacer cosas estúpidas.
—Bien, eso me deja mas tranquilo, cuando acaben las clases regresa a casa, le diré a Pedro que te lleve a casa a ti también.
—No es necesario, Ana va a venir por mi, está tan preocupada como tu —no se si eso ayudará a calmarlo, pero al menos sabe que mi hermana estará al pendiente de mi.
—Genial, regresaremos apenas tengamos información que nos sirva, espero mañana estar de regreso, si no es así quiero que sigas teniendo precaución, tal vez no pueda llamarte desde el pueblo de Rafael así que no te preocupes, Kaori me mantendrá a salvo, es como un samurai —dijo riendo al otro lado de mi teléfono. Que mencionara a Kaori me recordó que mi hermana estaba embarazada, ahora me preocupaba que le sucediera algo al imbécil de Kaori y que mi sobrinoa no tuviera un padre para odiar o amar.
—Darío, ¿recuerdas que te morías por saber que había entre mi hermana y Kaori?, descubrí que es lo que sucede entre ellos, bueno, lo que sucedió —confesé confiando por completo en Darío.
—¿En serio?, por favor dime que hizo el imbécil de Kaori para ganarse el desprecio de Ana.
—Ana lo encontró con una mujer entre las piernas el día que iba a decirle que vendría a casa y que quería que la acompañara, además de que Kaori va a ser papá —dije de una para no arrepentirme de ventilar la vida privada de mi hermana.
—¡Mierda! —escuché maldecir a Darío—. Esto debe ser un mal entendido, Kaori es estúpido pero no infiel, deberías escucharlo hablar de Ana, para nada le fue infiel. Y sobre lo otro, por dios, tengo que mantener a salvo a Kaori, ¿verdad?
—Si, no le digas nada, a menos que su vida esté en riesgo, no quiero intervenir en que mi hermana le cuente todo, pero tampoco quiero que el hombre muera sin saber que va a ser padre.
—Lo entiendo, mi boca permanecerá sellada, a menos de que Kaori esté a punto de colgar los tenis, claro.
Estaba recargada en la pared del baño mirando al piso, sabía que debía despedirme de Darío, pero no quería hacerlo, no quería decir adiós tan rápido.
—Darío, creo que tengo que irme, escapé de clases solo para ir al baño y terminaste alegrándome el día con tu llamada —susurré por la vergüenza que me daba hablar así en el baño de la escuela.
—Esta bien preciosa, regresa a clase, todo estará bien, encontraremos al cabrón que terminó con la vida de Kathe y no tendremos porque estar separados mas tiempo —las palabras tranquilizantes de Darío me hicieron saber que las necesitaba más de lo que creía.
—Darío, te quiero —dije poniendo me roja como un tomate.
—Yo también te quiero, preciosa —las palabras de Darío sonaban dulces al oído, casi como si me acariciaran, no podía esperar para verlo otra vez.
Después de ocuparme de mis necesidades biológicas regresé a clase, al señor Martínez no le hizo ni un poco de gracia mi explicación de la tardanza en el baño que me había inventado. Al parecer tener problemas digestivos no era una buena causa de tardanza para mi profesor de filosofía.
Darío llamó a Marceline poco después de que yo regresara a clases, cosa que tampoco le hizo gracia al profesor Martínez, aunque pensándolo bien, nada le hacía gracia al pequeño hombrecillo de mostacho negro y gafas de fondo de botella.
Al terminar el día lo único que quería hacer era dormir, la tarea podía esperar, estaba cansada de perseguir asesinos y tratar de llevar la vida normal de una adolescente a punto de graduarse.
—¿Segura que no quieres que te llevemos a casa? —me preguntó Marceline cuando vio llegar a Pedrito.
—No es necesario, le envié un mensaje a Ana, no debe de tardar en llegar —dije queriendo no causarle problemas a mi amiga.
—Esta bien, cuando llegues a casa me llamas —dijo Marceline subiendo al auto manejado por su guardaespaldas.
—Si, no te preocupes por eso —le aseguré animándola con gestos a subir al auto.
Mientras esperaba a Ana me entretuve revisando mis redes sociales, estaba tan inmersa en el mundo sucediendo en la pantalla de mi teléfono que no me di cuenta que el estacionamiento de la escuela estaba casi vacío. ¿Donde estaba Ana?
Llamé a Ana un par de veces, pero no contestó, ni siquiera vio mis mensajes, esperaba que no le hubiese sucedido nada.
Resignándome a que me dejaran plantada, caminé hasta la salida de la escuela, sabía que era poco seguro andar por ahí sola como lo había mencionado Darío, pero no me quedaba de otra, era eso o quedarme aquí hasta mañana.
Cuando estuve fuera de la escuela escuché el motor de un auto atrás de mi, por un segundo me asusté, pero cuando me di cuenta de quien era me relajé por completo. Era el señor Estrada en su lindo auto del año.
Creí que no me voltearía ni a ver, pero no fue así, redujo la velocidad tanto que casi estaba estacionado en medio de la calle.
—¿Quieres que te lleve a casa? —me preguntó con una sonrisa que muchos calificarían como "super sexy" o al menos eso había escuchado de algunas chicas y chicos de la escuela.
—No es necesario, puedo caminar, no está tan lejos —me negué forzando una sonrisa, aquel hombre no me caía bien, y podía intuir que tampoco le caía bien, incluso si se ofrecía a llevarme a casa, sentía que el señor Estrada era el tipo de profesor que con solo mirarlo te caía mal y el sentimiento era mutuo, cosas de la vida que nunca podremos entender.
—Insisto, no tienes por que caminar cuando yo puedo llevarte —volvió a hablar sonriendo y con cara de autosuficiencia. El hombre no me caía bien, pero eso no quería decir que fuese malo, y como le había prometido a Darío, no me pondría en peligro de nuevo.
—Esta bien —acepté subiendo al lujoso auto.
—¿En donde vives? —me preguntó sin mover el auto desde que me había interceptado en medio de la calle.
—Por toda la calle que pasa por la iglesia, 5 cuadras abajo y 2 cuadras antes de llegar al asilo de ancianos —le di indicaciones tratando de que ubicara al menos el barrio donde vivía.
—¿Te parece bien si paso por mi casa a dejar mis cosas y recoger dinero?, esta detrás de la iglesia, necesito ir al pueblo de a lado por un libro que la empresa de paquetería dejó por error en la oficina de correos de allá —me contó su vida el señor Estrada tranquilamente mientras doblaba una esquina para ir hacia el centro.
No me importaba pasar por su casa a dejar lo que sea que quisiera dejar, justo después del asilo de ancianos estaba la carretera que llevaba al pueblo al que supongo el profesor iría, le quedaba de paso mi casa.
—Después de lo que le ocurrió a Kathe, ¿haz estado bien? —preguntó súbitamente sin darme tiempo a pensar mucho en la respuesta.
—La extraño, y estoy segura de que nunca dejaré de extrañarla —fue lo único que pude decir sin ponerme a llorar a mares.
—Imagino el dolor por el que tu y Marcela pasaron, eran las mas allegadas a Kathe —continuó hablando el profesor.
—Marceline y yo pasamos por mucho dolor por perderla, pero su madre es la que vive un calvario después de perder a su hija de una manera tan atroz y violenta —dije comenzando a sentir incomodidad, Leonardo Estrada no podía imaginar el dolor de perder a una hija, no a menos de que le hubiese ocurrido antes, y para la edad que tenía lo veía difícil, no imposible, pero si difícil.
—Claro, su madre es la mas afectada —coincidió conmigo estacionándose frente a una casa verde descolorida y con puertas negras, parecía muy vieja al igual que todas las casas en esa cuadra—, ahora regreso.
El profesor Estrada bajó del auto con su maletín y una gabardina negra tan deprisa como llegamos a su casa, en realidad el centro del pueblo donde estaba la iglesia quedaba muy cerca de la escuela, esa era la razón por la que habíamos llegado tan rápido.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos abruptamente por una mano que desde la parte trasera del auto me amordazó con un pañuelo que tenía un olor horrible.
El terror se apoderó de mi.
Traté de gritar, pero el pañuelo en mi boca no me dejaba emitir sonidos fuertes, pelear era una perdida de tiempo, aquellas manos tenían un agarre fuerte, y lo que fuese que tuviera el pañuelo me hacia sentir mareada.
Comencé a patear el lujoso auto del profesor esperando que él escuchase algo, mis manos volaron desesperadas a las manos que me sujetaban, clavé las uñas a sus brazos rogando que me soltaran.
Mis manos se sentían pesadas, y mis ojos llenos de lágrimas comenzaban a cerrarse, o al menos eso creía que estaba ocurriendo, todo estaba poniéndose negro a mi alrededor.
Lo ultimo en lo que pensé antes de desmayarme fue en mi familia, mi madre llorando mi perdida, papá desesperado por encontrarme, Ana desconsolada pensando que todo fue su culpa por no venir a recogerme, luego vino a mi mente Marceline y Darío, debí aceptar irme a casa con Marceline para que no llorase la perdida de otra amiga, y Darío, mi lindo chico estaría destrozado, le había prometido mantenerme a salvo, ahora no sabía si podría mantener esa promesa.
Pero Kathe fue la ultima a la que vi en mi cabeza antes de perder la conciencia por completo, le había fallado, y ahora probablemente yo también moriría, después de todo la vida no era una película con final feliz.