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Invocaciones de invierno

Edith era la atractiva cuarta hija del Conde Montgomery y tenía su futuro asegurado. Estudiaba en la Universidad de Pulmina y se codeaba con la crema de la sociedad Pulmense. De cuna alta y vida de lujos, ella no se relacionaba con gente socialmente inferior y disfrutaba de todo lo que el dinero podía comprar. Jack era su opuesto. Pero a veces los opuestos no sólo se atraen, sino que se parecen demasiado.

Maya_Plagga · Urban
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Capítulo 3

—Vamos… por favor arranca.

Giró la llave, y nada. El auto se negaba a ir.

«Si que no eres tonto…», se rio por dentro Edith.

—Vamos, vamos…

Y arrancó.

Fue manejando despacio a Minnerly Hall, casi como si no quisiera llegar. Y es que no quería llegar.

Le dolía la cabeza, finalmente la borrachera se le había subido. Ni siquiera sabía si era decente manejar en esas condiciones, pero su padre había sido claro. Quería que ella estuviera en la mansión. Sin peros.

Sabía que quería hablar con ella, o con los cuatro, en el peor de los casos. Su padre solía hacer eso, los convocaba como si fueran una especie de secta y les hablaba a los cuatro. Él pensaba que le funcionaria, pero Edith se lo había dicho varias veces. De nada le serviría presionarlos.

A todo esto, entre su hermano Michael, que era el que le daba más trabajo a su padre, Sarah y Louise con sus novios y amoríos con los mozos de cuadra, y la misma Edith en su última salida de fiesta, parecía que su padre había tenido suficiente.

Y eso la asustaba.

Sabía que ella no estaba a la altura de lo que se esperaba de la hija de un Conde, pero se esforzaba en estarlo, se esforzaba muchísimo. Y no pensaba cambiar.

Por todo eso, ahora Edith estaba en la etapa de la negación. No entendía cuando había sido que se había dejado llevar para ir a esa estúpida fiesta y al pub.

Mala idea.

Muchas cosas malas.

O tal vez fue mucho antes. Mucho antes que el alcohol, que el flirteo, que la vergüenza, que la fiesta y que John. Tal vez había ido a esas fiestas porque había querido deshacerse de la estúpida tención que había ganado mientras viajaban hacia el chalet.

Si. Fue por el maldito incidente con el estúpido basurero.

Ese basurero petulante, que la había dejado con las palabras en la boca. Sonriendo con su estúpida sonrisa de labios llenos, sacudiendo su estúpido cabello largo y mirándola con sus profundísimos ojos azules altivos.

Era guapo, sí. Se había dado cuenta de eso luego. Al repensar en la situación una y otra vez en su cabeza.

Ese tal Jack Wembley era guapo, con su maldito cuerpo alto y grácilmente musculoso del trabajo. Seguramente por eso era tan petulante, por saberse atractivo.

Seguramente era igual con todas las mujeres que se cruzaba, soberbio y petulante.

Que se fuera al diablo.

Que se fuera al diablo él y su estúpida sonrisa torcida de labios llenos.

El Ford rojo freno, y ya estaba en Minnerly Hall.

La cabeza comenzó a latirle muy fuerte. Casi podía sentir las sienes palpitando.

Luego de manejar los dos mil quinientos acres que rodeaban la casa solariega, tenía las piernas por demás agarrotadas.

Manejó el coche por el camino pavimentado, entre la arboleda que coronaba la entrada principal de la casa de su padre. Frenó y bajó del coche, entonces lo único que le quedaba era respirar y entrar.

Y eso hizo.

Ni bien bajo del coche, un sirviente salió de la casa y le abrió la puerta. Era Frank, el mayordomo.

—Buenos días, señorita Edith.

—Buenos días, Frank.

Otra criada se acercó para retirar su abrigo y guardárselo.

—Desea que le sirvamos algo para beber? ¿Agua fresca, tal vez?

—No, solo una taza de café, por favor.

El mayordomo le dio las instrucciones a la criada y siguió dirigiéndose a ella.

—Su padre la está esperando en la sala de estar.

—¿Vienen mis hermanos? —la incertidumbre comenzó a llover en la mente de Edith.

¿Sus tres hermanos no habían sido llamados con ella? Eso era inusual. Lo normal sería que su padre los llamara a los cuatro para darle directivas, aunque era verdad que raras veces su hermano Michael acudía. La travesía siempre terminaba con algún criado que encontraba a su hermano borracho hasta los pelos, tirado en su casa. Siempre sin conocimiento. Pero sus hermanas si iban.

Pero no esta vez.

Camino por los largos pasillos de suelo de madera lustrada. Caminó bajo hermosos e imponentes cuadros de antiguos señores Montgomery que la miraban acusadoramente. Caminó a través de gigantescos ventanales de pequeños vitrales y subió por escaleras majestuosas hasta que llegó a la sala de estar de la casa.

Se frenó ante las grandes puertas de dos aguas, cerradas. Se frenó sin querer entrar. Puso una mano en el picaporte de plata sin atreverse a abrirlo, sin atreverse a ver a su padre y a sus razones para verla solo a ella del otro lado de la puerta.

Esta vez ella era la única convocada. Y no sabía por qué.

Esta vez era la primera en la que a ella sola la llamaba.

Era la primera.

Y la última.

Abrió las puertas.

Ante una pequeña mesa encerada, de diferentes tonalidades de vetas de madera, su padre tomaba coñac. Estaba sentado frente a un gran ventanal que daba vista al campo en todo su esplendor. A lo lejos, una manada de ciervos saltaba a través de un riacho, entre pinos.

—Papá —el corazón de Edith latía pesadamente en su pecho.

—Oh, allí estás —su padre se sobresaltó y la miró, condescendiente— Hola, mi querida.

—Hola, papá.

Su padre se hizo a un lado en el sillón de tapizado de terciopelo rojo en el que estaba sentado para que ella tomara asiento a su lado.

—¿El viaje se te hizo tedioso? —le preguntó él. Se estiro poniendo en su lugar su ropa de gran señor.

—No demasiado —Edith intentó respirar un poco y tranquilizar a su corazón, demasiado lento para bombear sangre a su cerebro—. Solo estaba nerviosa intentando no atropellar con el coche a algún ciervo distraído.

Eso era verdad.

—Oh, no deberías preocuparte por eso. Hay demasiados de ellos por allí —su padre señalo hacia el riacho con una mano blanca temblorosa—. Tengo que salir de caza dentro de poco para deshacerme de algunos cuantos"

—Pobrecitos...

—No. Está bien, es la santa ley de la naturaleza. La selección natural —Lord Edward estiró su brazo hacia una mesita que tenía al lado y abrió su cigarrera de plata para tomar un cigarro—. Ya tengo varios invitados para la caza de la próxima temporada.

—¿Qué necesitas papá? ¿por qué me llamaste? —El corazón de Edith dejó de latir pesadamente para empezar a repiquetear— ¿Estas bien de salud?

—Oh si —se dio una leve palmada en el pecho—. Este viejo zorro sigue en pie, como siempre. No es por eso por lo que te llame.

Tosió.

—¿Y tus pulmones? Deberías dejar de fumar tanto" le indicó Edith.

—Oh no, estoy bien. Te llamé por otra cosa.

—Papá, ¿por qué solo a mí? Siempre llamas a los cuatro…

—Necesitaba… —un criado entro a la estancia, se hizo una reverencia a Lord Montgomery y le entregó la taza de café a Edith.

—No entiendo…

—Necesitaba hablar solo contigo, por esta vez. Es de vital importancia que hable contigo sobre un tema"

—Conmigo.

—Un tema que te incumbe solo a ti y a mi… y alguien más.