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Invocaciones de invierno

Edith era la atractiva cuarta hija del Conde Montgomery y tenía su futuro asegurado. Estudiaba en la Universidad de Pulmina y se codeaba con la crema de la sociedad Pulmense. De cuna alta y vida de lujos, ella no se relacionaba con gente socialmente inferior y disfrutaba de todo lo que el dinero podía comprar. Jack era su opuesto. Pero a veces los opuestos no sólo se atraen, sino que se parecen demasiado.

Maya_Plagga · Urban
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8 Chs

Capítulo 4

Edith y Jack eran completamente diferentes.

Y hubiera sido radicalmente imposible que se conocieran antes. No solo por sus rutinas, sino también por sus procedencias. De hecho, el mayor motivo por el que nunca hubieran estado destinados es por sus procedencias. Solo que el amor simplemente aparece, sin más. A veces después del odio.

La familia de Jack, los Wembley, era de clase trabajadora y proveniente de Onicent. Vivian en una muy modesta casa de un solo piso en un barrio bastante humilde y precario. Ocho niños y sus dos padres, Anne y John. Ocho pequeños que habían pasado necesidades y penurias. Sin jabón para bañarse y un baño fuera de casa, comida justa a base de pan y mucho té para saciarse era su dieta. Anne trabajaba en una fábrica de zapatos y John en una fábrica de relojes. Los Wembley eran muy pobres ya que sus sueldos no les alcanzaba para gastar en sus hijos.

Jack había vivido demasiado tiempo con el estigma de pertenecer a una clase inferior en los estratos ingleses. Había sufrido, se había sentido sucio y con hambre, y había tenido que salir a trabajar siendo muy joven, con solo trece años. Había comenzado vendiendo diarios y había seguido hasta lustrador de zapatos para, como hijo mayor, ayudar a mantener a sus otros hermanos menores y a sí mismo. Había logrado juntar suficiente dinero como para dejar su hogar familiar y mudarse a un departamentito en Pulmina en una zona barata y alquilado entre cuatro, con gastos repartidos.

¿Y dónde había conocido a dos amigos con los que podía vivir en Pulmina? Vendían diarios como él y tenían sus mismas ganas abrazadoras de mejorar. Se llamaban Roger, Charles y Oliver, y los conoció en la calle. Caminando, con hambre, frio y cansancio. Trabajando para ganarse el poco dinero que pudieran llevar a casa. Él tenía suerte porque sus padres jamás le habían pegado, pero a sus amigos sí los golpeaban. Y bastante. Si no llevaban dinero a casa al final del día, unos golpes siempre vendrían de cena. Y era horrible verlos después.

Esa era la vida de los pobres, los que no tenían tanta suerte de poder usar perfume o joyas. Que tenían que trabajar para comer.

Así nació y creció Jack Wembley. Con necesidades que lo ayudaron a ser un hombre joven con muchas ganas de mejorar cada día. Por eso se había conseguido un trabajo de recolector de basura en Pulmina, había logrado independizarse y, si bien seguía siendo pobre y su trabajo era mal pago, era un trabajo digno. Siendo más chico había llegado a robar por necesidad. Había sido un pequeño carterista, pero esos días habían quedado atrás.

Pulmina: vida nueva. O algo así.

Y todo venia muy tranquilo en su corta estadía en Pulmina. Trabajaba tranquilo durante todo el día y, por la noche, descansaba un poco y salía a tomar algo con alguna novia o con sus amigos. Simple y descontracturante después del esfuerzo de tener que saltar del camión una y otra vez levantando bolsas apestosas. Aunque claro que, si otro tipo de ejercicio se le presentaba, no le decía que no. Nunca le venía mal.

Todo venia bien.

«Demasiado bien para ser verdad», pensó después Jack.

Todo marchaba de maravilla, sería una lástima que algo se estropeara. Por eso el entendimiento cayó como una cascada de dominós cuando algo salió mal.

Ya tenía que venir algo a estropear todo, para arruinar la maldita paz.

No faltaba más que toparse con la mismísima maldita hija de un Conde. Y generar problemas con ella, con un rico. Con una aristócrata.

Grandísimos demonios. Era como una patada en la entrepierna.

Todo pasó tan rápido, pero él lo vio como en cámara lenta. El hermoso auto Ford, reluciente y nuevo de color rojo, apareció como un manchón ante su vista y escuchó el frenazo. Él era justo; reconocía su parte de la culpa y responsabilidad. Sabía que había hecho mal en confiarse y lanzar la bolsa por los aires, pero esa chica caprichosa también tenía que reconocer su culpa. Mira que ir a esa velocidad y, encima, pasarse una luz en rojo. Él justamente se había confiado y había lanzado la bolsa por ver que el maldito semáforo estaba en rojo.

Todo una mierda.

Cuando ella se bajó a gritarle quiso simplemente darse la vuelta y dejarla hablando sola.

Pero se quedó.

Y, ni bien la empezó a escuchar, la empezó a detestar.

Se escuchaba tan pedante…

"Le voy a decir a mi papá…" qué asco. Niños de papá. Los detestaba.

Se notaba a la legua que era de esa gente que tiene dinero e impunidad, que hacían lo que querían solo porque tenían dinero para pensar que tienen los derechos reservados de todo. Esos que compran a la policía si hacen algo malo, o mueven a sus abogados.

Cuando la chica se puso a despotricar con que llamaría a su padre, Jack supo que debía darse la media vuelta e irse de allí. Y una mierda iría con la policía. Ni loco o borracho. Le había costado demasiado tener su nueva vida como para arruinarlo con una entrada a la policía solo porque una niña con dinero no quería reconocer que se saltó una luz en rojo y excedía el límite de velocidad.

No. Ni loco. Ni siquiera sabía bien por qué se la había quedado mirando como embobado cuando debería haber huido sin pensar, sin dejarla hablar.

Tal vez se la había quedado mirando como bobo solo porque era guapa. Buen cuerpo, bunas curvas y bella. Unos ojos verdes agua brillantes y labios llenos y rojizos, enmarcados por un rubicundo rostro en forma de corazón y cabello marrón en cascada.

Si. Era atractiva y seguro que lo sabía. Se veía que se sentía bella, en lo alto como una estrella.

Pero la había empezado a detestar en cuanto abrió la boca con eso de llamar a su papá.

"No se junten con la gente de cuna alta. Solo les traerá dolor. Manténganse alejados de los que no son como nosotros, es mejor así" les había dicho siempre su padre.

Apagó su cigarrillo mientras apagaba sus pensamientos hacia la hija del "Conde nadie".

Él le haría caso.