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La música suena despacio, la hoja está en blanco y el café se enfría en reposo. Pienso en el día que tengo por delante y en las sensaciones que me atraviesan. Me analizo, converso conmigo y saco conclusiones. Anoche volvió a pasar: otra vez Ella entró a mi habitación pasadas las tres de la mañana. Se sentó a los pies de la cama y la sentí de inmediato. Sabía que era Ella, pero no quise mirarla esperando que se vaya. Se movió despacio y abrí los ojos, a Ella le gustó que la vea. Hizo una pequeña mueca de satisfacción y se inclinó hacia delante. En Ella todo era igual, toda vestida de blanco, el pelo negro cayendo por el costado del rostro. Dos huecos negros en lugar de ojos y su boca abierta en forma de O. Quise gritar, pero no me salió la voz. Me arrastré hacia atrás hasta quedar pegado a la pared. Ella estiró un brazo hacia delante y con un dedo apuntando a mi rostro se acercaba despacio. Mi cuerpo estaba transpirado y por el movimiento de mis manos me di cuenta de que estaba temblando. Ella se acercaba y yo no reaccionaba, no me movía, no gritaba, solo respiraba y la miraba. Sabía lo que quería: tocarme. Hace mucho tiempo que lo intenta. Cerré los ojos esperando el contacto; sentía un calor que se aproximaba de forma gradual, hasta que de un momento para otro cesó. Abrí los ojos y ya no estaba. Ella se había ido y me había dejado otra vez con la sensación de frustración por no haber sentido su largo dedo rozar mi piel.