Pese a que los gritos del hombre fueron escandalosos y su mirada no escondía su cólera, el asechador siguió sonriendo demostrando ser un hombre de gran paciencia, o tal vez un hombre sin temor a la muerte.
—¿Acaso crees que estoy bromeando? Te voy a embocar un balazo entre ojo y ojo si sigues sonriendo como un tarado sin darme respuesta alguna: ¿quién carajos eres y por qué me miras de forma tan estúpida?!—Grito Abel con impaciencia, sin comprender qué le pasaba a este sujeto, claramente su sonrisa no era amigable y mucho menos el hombre se acercaria a comprobarlo, tampoco era un sonrisa irónica y mucho menos una sonrisa feliz, era un sonrisa forzada y no había duda de ello, puesto con lo larga que era se notaba a leguas que estaba siendo forzada.
Sabiendo eso la pregunta seria, por que este hombre está forzando su sonrisa y la respuestas sin lugar a dudas era una gran incógnita, puesto que este acechador no parecía tener intenciones de explicar sus actos y los amenazadores gritos de Abel no lograron cambiar su postura.
Los minutos pasaron y como Abel terminó de comprender que este lunático no parecía tener ganas de responderle o siquiera entrar en este sótano, entonces la atmósfera del lugar se fue mezclando con el silencio moribundo del pueblo.
Por su parte, el hombre sosteniendo el ya pesado revólver de sus manos, cansado de no obtener más respuestas, le dio una última mirada a este sujeto extraño y comenzó a retroceder lentamente para alejarse de su ángulo de visión.
Nada ocurrió mientras Abel se alejaba de la trampilla y el hombre en la salida mantuvo su sólido y inflexible silencio, provocando que Abel se quedará pensando que tal vez fuera posible que este extraño sujeto fuera otra víctima que haya perdido la cabeza completamente. Sin embargo, la horripilante sonrisa del hombre y sus ropas no concordes con la época le recordaban constantemente a Abel que este debía ser otro guía y por tantos debía ser un cómplice del hombre gordo que había tratado de secuestrarlo hace algunas cuantas horas.
La situación actualmente era bastante incómoda, por un lado Abel no podía hacer nada si este hombre no respondía, de hecho tal vez este era el mejor escenario, mientras esté enfermo mental se quedará en la trampilla sin moverse, entonces seria cuestion de tiempo para que la policía llegara y le salvarán el culo. Pero por el otro lado de la moneda esperar en este sótano teniendo a un posible asesino en la puerta de lugar era algo que terminaria haciéndole perder la cabeza a cualquiera y mucho más si la maldita puerta de este lugar era una trampilla rota que para colmo se encontraba completamente abierta.
Abrumado por la situación, Abel se sentó en una de la esquinas de la habitación y se quedó mirando por unos cuantos minutos las escaleras, mientras el revólver en su mano siempre se mantenía en alto, temblando, cansado por la angustia mental y física del momento, más aún cansado del lento y puntiagudo dolor que se sentía en su otro brazo, el cual a estas alturas indudablemente parecía estar roto o como mínimo con los músculos desgarrados.
—Que dia de mierda, que pueblo de mierda y que vida de mierda…—Maldijo Abel en voz baja mientras soportaba el dolor en su brazo, y se forzaba a sí mismo para no perder la paciencia, ahora solo era cuestión de esperar y tarde o temprano sus salvadores aparecian en esta horripilante mansion.
Pasaron los minutos, luego pasaron las horas y finalmente Abel dedujo que había pasado la tarde, a estas alturas el hombre se había cansado de estar rodeado de la oscuridad del sótano, si bien con la trampilla completamente abierta aún se colaba algo de luz, esa no era suficiente para mantener la cordura mental de Abel a flote, por lo que el viudo había decidido tomar una de las velas del paquetes de velas y dejar que la misma iluminara lo mejor que pudiera este oscuro lugar.
A estas altura de la historia la primera vela, ya se había consumido en casi un cuarto por lo que bastante tiempo había pasado y todavía no había señales de un salvador viniendo a rescatarlo. Durante todo este tiempo rutinariamente Abel iba a comprobar si este acechador aún estaba esperándolo afuera del sótano y la respuesta de cada chequeo nunca había cambiado: el demente no solo se encontraba esperándolo, sino que tambien seguia sonriendo con esa estúpida sonrisa en su rostro y ya debían haber pasado horas enteras, pese a ello su postura no cambiaba más que para mover la cabeza para mirarlo fijamente con esa asquerosa sonrisa.