El fuego se extendía a lo largo y ancho de toda la Colonia Espacial Mancher. Los Kantianos habían vuelto a atacar a una de las bases de la Alianza Interplanetaria. El pedido de ayuda ya había sido mandado, pero por desgracia la nave de Rangers Espaciales se encontraba a más de un año luz de distancia, eso significaba que los enormes soldados con horridas armaduras que cubrían su cuerpo podrían masacrar a placer a los demás todo el tiempo que quisieran. Tanto mujeres como también hombres pensaban que era una suerte que los Kantianos no fuesen de violar a sus víctimas sino de matarlas, pero ninguna de las opciones era verdaderamente buena.
Mancher poseía una fuerza militar, pero era el equivalente a que un Sheriff de un pueblo pequeño junto a sus ayudantes tuviesen que impedir una invasión a gran escala de soldados profesionales. La resistencia militar de Mancher era ineficiente ante las fuerzas militares Kantianas que estaban destrozando la colonia, reduciéndola casi hasta las cenizas. Los gritos y lamentos de los colonos hacían sonreír el turbio corazón de aquellos soldados hasta que vieron a un pequeño niño atrapado entre los escombros de una casa en ruinas. las anaranjadas armaduras con la insignia Kantiana en el pecho: una especie de Pterodactilo con dos cabezas y alas emplumadas abiertas a los costados. Ambos soldados poseían unos cascos que cubrían sus rostros, dichos cascos podían varias según el individuo, pero era común que tuviesen una forma similar a un cráneo humano o que fuesen modelos casi aleatorios de casco militar con ojos verdes y un filtro para que pudiesen respirar.
Viendo con por medio de sus visores anaranjados al muchacho de cabello negro y ojos azules tirado en el suelo con las vigas de lo que pudo haber sido su hogar en el pasado aplastándole las piernas mientras lloraba debido al miedo que tenía, aquellos Kantianos rieron y decidieron ir a "darle una mano" al muchacho mientras cargaban sus rifles de plasma.
El ataque fue tan repentino, que no tuvo oportunidad de huir y ponerse a salvo, para cuando salió a la calle, la nave de ataque de los Kantianos había largado un ataque sorpresa que destruyó su casa, las vigas cayeron encima de él atrapándolo y ahora estaba a nada de morir a mano de aquellos soldados responsables de su sufrimiento. Una parte de él sabía que sus padres estaban muertos, pero otra parte quería creer que habían sobrevivido y que se encontraban bien, pero eso tampoco era mucho consuelo debido a que no sentía sus piernas. Debería de sentir un dolor inaguantable, pero en su lugar no sentía nada, ni siquiera movilidad. Aun así, al ver a esos monstruos, no tardó en largar un llanto de horror mientras veía a los Kantianos burlarse de él mientras lo apuntaban con su arma.
- ¿Qué pasa niño? - se mofaba el Soldado Kantiano al verlo- ¿Acaso te cuesta levantarte o es que eres un haragán?
- Quizás se deba a que tiene una pata dura- río su compañero
- Entonces ayudémoslo a que la estire- sugirió el Kantiano apuntándole con su arma
- Concuerdo- asintió su colega apuntándole a la cabeza del pequeño, dispuesto a disparar
El pequeño no rogó, tampoco suplicó por su vida, aunque sus más profundos y casi bestiales instintos gritaran que se salvara, él solo decidió cerrar los ojos y afrontar la muerte como un hombre, aunque fuese un pequeño de unos seis o siete años. Oyó el sonido de un disparo seguido de un grito ahogado, abriendo los ojos vio como el Soldado Kantiano caía de rodillas mientras su respirador echaba humo, intentando quitárselo recibió otro disparo repentino en su espalda que lo dejó inmovilizado de cintura para abajo.
- Eso fue por burlarse del niño- exclamó una voz fuerte, directa y femenina. Aterrizando detrás del sorprendido Kantiano, susurró- y esto es por querer matarlo
Repentinamente una luz dorada atravesó el estómago de aquel Kantiano, largando un fuerte alarido, aquel enorme soldado cayó de rodillas mientras intentaba sostenerse las tripas, solo para descubrir con horror que en su lugar había un gigantesco agujero.
Una segunda ráfaga dorada borró la boca y nuca del Kantiano, haciéndolo callar para siempre.
Cuando la figura del enorme Kantiano cayó de cara al suelo, el pequeño pudo finalmente ver a su salvadora. Era alta, portaba una armadura blanca junto a una minifalda negra y unas enormes botas de hierro del mismo color que su armadura. De larga cabellera dorada y ojos del mismo color, aquella misteriosa guerrera se acercó al pequeño con un solo movimiento de su mano, logró sacarle las vigas de la pierna. Vigas que arrojó al otro Kantiano, acabando con él al incrustarlas en su cuerpo.
Poniéndose en cuclillas, colocó sus manos sobre las piernas del pequeño y concentrando una especie de aura dorada, pudo sanarlo.
- ¿Mucho mejor? - le preguntó aquella muchacha extendiéndole la mano
- Sí- asintió el pequeño, aceptándole la mano, pudiendo levantarse- Dime, ¿Quién eres?
- Yo te diré mi nombre si tú me dices el tuyo- le propuso la guerrera con una sonrisa maternal
- Me llamo Tom Rigger ¿y tú eres? - le contestó el pequeño con una risa franca de alivio y agradecimiento
- Hola Tom, yo soy Zero-One, es un gusto conocerte- sonrió aquella mujer mientras sus ojos largaban un dorado resplandor.