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Capítulo 10: No estás solo

Kotaro se encontraba sentado en su escritorio, el sol de la tarde entraba tímidamente por la ventana, pintando de tonos cálidos las paredes del salón vacío. Había una calma extraña, el tipo de silencio que solo precede a una tormenta de recuerdos. Kotaro apretaba los puños sobre sus rodillas, mirando al vacío mientras su mente lo arrastraba a un lugar que había intentado olvidar durante años.

Cinco años atrás:

Era su primer año en secundaria, y aunque la escuela era un lugar que todos los días le provocaba ansiedad, ese día en particular había llegado a clases con un atisbo de orgullo. Se había anunciado el listado de calificaciones, y su nombre figuraba en el primer lugar. El corazón le latía con fuerza cuando el profesor lo mencionó, y un pequeño destello de esperanza brotó dentro de él. Sin embargo, mientras se dirigía hacia su pupitre, sintió una vibración extraña en el ambiente, como si las miradas en su dirección fuesen una advertencia.

Al llegar a su asiento, encontró lo que ya presentía en el fondo de su mente: sus libretas, sus preciados apuntes, estaban destrozados sobre su escritorio, esparcidos en pedazos. Su morral, que había dejado con cuidado en la esquina del aula, ya no estaba.

Miró alrededor, buscando alguna señal de compasión, alguna mirada que le devolviera su confianza en los demás, pero solo encontró burlas. Algunos compañeros reían abiertamente, mientras otros bajaban la cabeza para evitar su mirada, como si el solo hecho de estar presente los hiciera culpables. Había algunos que lo miraban con lástima, pero sus ojos vacilaban, incapaces de ofrecerle apoyo real. El aula, que una vez fue solo un lugar de estudio, ahora se sentía como una jaula opresiva.

Decidió intentar reportarlo, aferrándose a la esperanza de que el profesor pudiera hacer algo. Caminó hacia el escritorio del docente con las manos temblorosas, y con una voz entrecortada le explicó lo que había sucedido. Sin embargo, la respuesta fue un balde de agua fría: "Es solo un juego de amigos, Kotaro. No te lo tomes tan a pecho. Vuelve a tu asiento y no hagas una montaña de un grano de arena."

Kotaro sintió cómo la frustración y el dolor se acumulaban en su pecho. No era un juego, y mucho menos de amigos. Apretó los labios, y con la cabeza gacha, regresó a su asiento. Decidió soportarlo en silencio, esperando que el día terminara.

Cuando finalmente la campana sonó, señalando el final de las clases, Kotaro recogió lo poco que quedaba de sus pertenencias. Sin embargo, al llegar al casillero, descubrió que sus zapatos también habían desaparecido. Le tocó caminar hasta su casa con los tenis desgastados que usaba para practicar deportes. Las burlas y los comentarios maliciosos lo siguieron hasta las puertas del colegio, como sombras que no podía sacudirse.

El camino de regreso a casa fue un suplicio. Cada paso resonaba con el eco de las risas que había escuchado en clase. A pesar de todo, había aprendido a soportarlo, al menos hasta llegar a casa. Su madre siempre lo recibía con una sonrisa, a pesar de su enfermedad, y eso era suficiente para que él intentara aparentar que todo estaba bien.

Cuando cruzó la puerta de su hogar, su madre estaba allí, con esa misma sonrisa cálida, esperando por él. "¿Cómo te fue hoy, Kotaro?" preguntó con su voz suave y amorosa.

"Bien, mamá," respondió él, reprimiendo el dolor que le quemaba el pecho, obligándose a sonreír mientras su garganta se cerraba con las palabras que quería decir, pero no se atrevía.

Regreso al presente:

El eco de esos recuerdos lo devolvió a la realidad. Apretaba los puños con tal fuerza que sus nudillos estaban blancos. La tristeza y la ira aún resonaban en su corazón, como una vieja herida que nunca terminó de sanar. No importaba cuántos años hubieran pasado, el dolor seguía ahí, enterrado en lo más profundo de su ser.

—"¿Kotaro?" —La voz tímida de Naomi lo trajo de vuelta al presente. La chica se encontraba de pie junto a su pupitre, mirándolo con evidente preocupación. Sus manos temblaban ligeramente, pero sus ojos buscaban los de él, tratando de conectar de alguna manera. —"¿Estás bien?"—

Kotaro alzó la mirada y trató de sonreír, aunque el brillo de sus ojos traicionaba la tormenta interna que acababa de experimentar. —Sí… todo está bien, — respondió en un susurro, aunque ambos sabían que no era cierto. Naomi no insistió. Era evidente que Kotaro no quería hablar del tema, y ella, siempre respetuosa de sus espacios, optó por no presionarlo.

El aula comenzó a llenarse rápidamente con el sonido de los estudiantes regresando de sus actividades. El bullicio de las conversaciones y el sonido de las sillas moviéndose llenaba el ambiente, pero Kotaro aún sentía el peso de los recuerdos en su espalda.

El profesor entró con una expresión más relajada, haciendo que el murmullo de la clase disminuyera.

—Muy bien, chicos, les tengo buenas noticias, — comenzó el maestro con una sonrisa. — Nuestra clase ha sido la más destacada en cuanto a calificaciones en toda la escuela. Quiero felicitar especialmente a Kotaro, y Akane por estar entre los diez primeros puestos."

Los aplausos llenaron el salón. Kotaro sintió las miradas sobre él una vez más, pero esta vez, las vibraciones no eran de felicitación. Algunos lo miraban con recelo, otros murmuraban entre dientes, pero fue Makoto quien rompió el silencio con una frase envenenada.

—Espero que para los exámenes revisen bien que no haya trampa, ¿no? Es sorprendente que alguien como Kotaro esté en los primeros lugares, — dijo, con una sonrisa maliciosa en los labios. La tensión en la clase se podía cortar con un cuchillo. Kotaro no dijo nada, pero su mandíbula se tensó visiblemente. Podía sentir el peso de las acusaciones no dichas en el aire, las sospechas infundadas que lo rodeaban.

Naomi, desde su lugar, lo miraba con una mezcla de angustia y preocupación. Quería defenderlo, decir algo en su favor, pero las palabras se atascaban en su garganta.

Afortunadamente, el profesor interrumpió el incómodo momento. — Vamos, chicos, eso no es algo de lo que debamos hablar. Cambiemos de tema. Se acercan las vacaciones de verano, y como saben, la escuela está organizando una salida especial para las clases. Tenemos dos opciones: una excursión a las montañas o un viaje a la ciudad capital para visitar los museos. —

Los estudiantes comenzaron a murmurar emocionados, la tensión de antes se disipó como el humo. Sin embargo, muchos propusieron otra idea. —¡Queremos ir a la playa! — gritó uno de los compañeros, pero el maestro sacudió la cabeza con una sonrisa cansada.

— La administración ya descartó esa opción, — dijo. — Solo tienen dos opciones, así que hagamos una votación. —

Naomi, aún un poco tensa por lo ocurrido antes, fue llamada por el profesor. —Naomi, como presidenta de la clase, debes recoger las votaciones. —

Ella, visiblemente sorprendida, asintió rápidamente.

—¿Yo? Ah, claro… sí, lo haré, — respondió, mientras Akane se levantaba para ayudarla a recoger los votos.

Después de unos minutos, las dos chicas presentaron los resultados: la excursión a las montañas había ganado por una amplia mayoría.

La clase se llenó de alegría y comentarios sobre lo que harían durante el viaje. Pero Kotaro permanecía en silencio, con la mirada perdida en el paisaje que se veía desde la ventana. Cuando el timbre sonó, indicando el final de la jornada, Kotaro se levantó de su asiento sin decir una palabra y salió del aula antes que nadie.

Naomi lo vio irse, deseando poder decirle algo, cualquier cosa, para aliviar el peso que veía en sus hombros. Pero no se atrevió. Simplemente lo vio desaparecer por la puerta, sintiéndose impotente ante el muro que parecía rodear a Kotaro.

Kotaro caminaba rápidamente por los pasillos vacíos de la escuela, con el eco de sus pasos resonando en las paredes. La tensión de la clase aún pesaba sobre él como una losa, con el comentario de Makoto zumbando en su cabeza. Su cuerpo tenso y su mandíbula apretada eran señales claras de que algo en su interior estaba a punto de quebrarse.

Apretó los puños mientras el aire frío de la tarde empezaba a envolverlo al salir del edificio. No quería lidiar con nadie, ni siquiera con sus propios pensamientos. Quería escapar. Pero justo cuando dobló la esquina hacia la puerta principal de la escuela, escuchó pasos apresurados detrás de él.

— ¡Kotaro! — La voz de Naomi, temblorosa pero decidida, rompió el silencio. – ¡Espera!

Él no se detuvo. Fingió no escucharla, con la esperanza de que se cansara o lo dejara en paz. Pero los pasos de Naomi se hicieron más rápidos, más decididos. No iba a rendirse tan fácilmente.

— ¡Kotaro, por favor! — insistió, esta vez con más fuerza en su voz.

Finalmente, Kotaro se detuvo, aunque sin voltearse. Apretó los labios y respiró hondo, tratando de mantener la compostura. Sabía que, si hablaba en ese momento, podría decir algo de lo que se arrepentiría. Podía sentir su presencia acercándose a él, y eso le incomodaba.

Naomi se detuvo justo a su lado, su respiración entrecortada por la carrera. No sabía cómo empezar. Había algo en los ojos de Kotaro que le decía que estaba dolido, pero también que no quería que nadie lo viera así. Sin embargo, ella sentía que no podía dejarlo ir sin intentarlo.

— ¿Por qué… por qué nunca hablas con nadie? — preguntó con suavidad, tratando de no sonar invasiva.

Kotaro guardó silencio, aún sin mirarla. El viento jugaba con su flequillo, y Naomi apenas podía ver sus ojos escondidos bajo la sombra de su cabello.

— Lo que Makoto dijo… — Naomi continuó, su voz temblando ligeramente, — fue muy injusto. Tú no tienes por qué soportar eso.

Kotaro soltó un suspiro, bajo y pesado, pero no dijo nada.

–—Yo… yo sé que no somos cercanos, pero… quiero ser tu amiga, Kotaro. — Las palabras salieron de Naomi más rápido de lo que había planeado, y de inmediato sintió un nudo en la garganta. Se sonrojó, pero se mantuvo firme. — Quiero que sepas que puedes confiar en mí. Que no estás solo.

Hubo un silencio incómodo. Kotaro seguía inmóvil, como una estatua. Por un momento, Naomi pensó que lo había arruinado. Quizá había sido demasiado directa, o tal vez él la veía como otra persona más que intentaba acercarse por lástima. Pero justo cuando estaba a punto de dar un paso atrás, él habló.

— No necesito amigos — dijo Kotaro en voz baja, su tono áspero, aunque había algo diferente en su voz. No era frío, sino más bien agotado. — He aprendido a no confiar en la gente. Solo se ríen a tus espaldas cuando creen que eres débil.

Naomi sintió un golpe en el pecho al escuchar esas palabras. Era como si estuviera viendo un lado de Kotaro que pocos, o nadie, conocía.

— No todos son así — replicó suavemente, pero con convicción. — Yo no soy así.

Kotaro soltó una risa amarga, finalmente girándose para mirarla. Sus ojos oscuros, aunque ocultos en parte por su flequillo, se clavaron en los de Naomi.

— ¿Y por qué deberías ser diferente? — le preguntó, con una mezcla de cansancio y escepticismo.

Naomi lo miró fijamente, tratando de encontrar las palabras correctas. No tenía una respuesta perfecta, pero lo que sentía era genuino. Sabía que Kotaro no era el tipo de persona que confiaba fácilmente, y sabía que podría ser difícil para él abrirse.

— Porque no quiero verte así, sufriendo — admitió. — Y si puedo ayudarte, aunque sea un poco, quiero hacerlo. No porque me sienta obligada, sino porque… porque me importas. No tienes que cargar todo solo.

Kotaro frunció el ceño, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Algo en su mirada se suavizó por un momento, aunque rápidamente lo ocultó.

— ¿Qué te hace pensar que puedes ayudarme? – preguntó con voz ronca, aunque sin la misma dureza de antes.

Naomi bajó la mirada, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago. No sabía si realmente podía ayudarlo, pero algo en su interior le decía que debía intentarlo.

— No lo sé — respondió honestamente. — Pero… quiero intentarlo.

El silencio volvió a reinar entre ellos. Kotaro miró hacia el suelo, procesando lo que había escuchado. Por alguna razón, las palabras de Naomi habían tocado algo dentro de él. No estaba seguro de qué era, pero no podía ignorarlo. Finalmente, dejó escapar otro suspiro, esta vez más suave.

— Agradezco que te preocupes — dijo Kotaro con voz más calma. — Pero no es tan fácil. Hay cosas que no puedes entender. —

Naomi asintió lentamente. Sabía que no podía esperar que él le contara todo de inmediato, pero ese simple gesto, que él hubiera reconocido su preocupación, era suficiente por ahora.

— Lo sé — dijo Naomi en voz baja. — Pero, aun así, estaré aquí. Cuando quieras hablar.

Kotaro la miró de nuevo, esta vez con una expresión menos endurecida. Algo en su pecho se relajó ligeramente, como si un peso que había estado cargando se hubiera aligerado, aunque solo fuera un poco.

— Está bien — murmuró finalmente. — Te avisaré si algún día quiero.

Se hizo el silencio, pero esta vez no era incómodo. Naomi se sintió tranquila por haber dado ese paso, por haber intentado acercarse, aunque fuera con algo de torpeza. Sintió que había logrado algo, aunque fuera pequeño.

Antes de que pudiera decir algo más, Kotaro, de manera inesperada, se acercó un poco y extendió la mano hacia la cabeza de Naomi. Con un movimiento suave y repentino, le dio una palmadita en la cabeza.

— Gracias — dijo con voz baja, su mirada desviándose al suelo.

Naomi se quedó inmóvil, sorprendida por el gesto. No había sido mucho, pero algo en ese toque la había hecho sentir algo extraño en su interior. Su corazón latió con fuerza mientras miraba a Kotaro, quien ya había dado media vuelta para continuar su camino.

Ella permaneció de pie, viéndolo alejarse, con las mejillas ligeramente sonrojadas y una confusión dulce en su pecho. Algo había cambiado en ese breve instante. No estaba segura de qué era, pero por primera vez, sintió una conexión que no había previsto.

Kotaro siguió su camino, dejando a Naomi atrás, pero algo en su pecho también había cambiado. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que, tal vez, no estaba tan solo como siempre había creído.