Eva

Eve estaba recostada en un sillón de terciopelo mientras que un hombre robusto recargaba su peso sobre ella, y ahogado en la indulgencia liberaba fantasmas internos dentro de lo que es casi una mujer completa, excepto porque no lo llegaría a ser jamás. Mientras ella era clavada contra la pared, pensaba en si Lilith, su hermana pequeña, había comido ya. Pensaba en sí se sentía sola, o si tenía frío. El invierno comenzaba y estaban muy lejos de casa. Caminaba descalza sobre el concreto del asfalto, buscaba un auto con las ventanas abiertas, se recargaba de algunos hasta que algún hombre le ofreciera donde pasar la noche. Buscaba un celular sin contraseña y llamaba. Esperaba y llamaba otra vez, hasta poder escuchar la dulce voz de una niña al otro lado. Buscaba ese pilar que la tranquilizaba y le decía, "estoy bien, no me falta nada, lo que haces me mantiene viva y te agradezco, está bien tenerle asco a tu propia piel porque al final estoy durmiendo en un lugar cálido aunque solitario." buscaba esas palabras que necesitaría volver a escuchar el próximo jueves y sin embargo, llamaba, y llamaba, pero no había respuesta. Dejó el celular sobre la mesa, pagó por los servicios que le brindaban con su cuerpo y volvió a ese celular esperando ver una respuesta pero no había nada. Llamó una y otra vez hasta que comprendió que no había respuesta. Tomó el dinero del buró junto a la cama, beso a ese amable caballero recostado en ella y susurro a su oído la misma frase que le susurraba a todos los que la usaban por placer. Abandonó la habitación y temblando caminaba cada vez más rápido hacia la calle traficada. No buscaba un hombre, porque ninguno podría jamás darle paz como le daba ella. Solo deseaba no haber sido abandonada.