Frenéticamente cerró el libro de golpe produciendo un sonido seco que la hizo dar un salto y lamentarse en el acto.
- Cálmate Ondín, solo piensa… - Decírselo era muy fácil, pero llevarlo a cabo era otra cosa; las manos le temblaban y quería echarse a llorar sin pensar en nada más que en su miseria. Mas, pese a todo, no tardó en ser capaz de componerse lo suficiente como para trazar un plan; se desharía del libro esa misma noche.
Era una lástima destruir el libro, en realidad le disgustaba la idea, pero era indispensable para su seguridad; sin evidencia no había culpa, ¿no?
Cinco minutos después una horrorizada Ondín comprobaba que el libro tenía un fuerte encantamiento de protección. No hubo modo de hacerlo desaparecer o destruirlo. Acaso era posible dejarlo en un lugar alejado de su casa. No, no podía quitar su aroma completamente y las Grandes Blancas tenían el olfato más agudo.
¿Qué podía hacer? El tiempo era su mayor enemigo. Un loco plan se formó en su mente: iba a devolver el libro.
Así que planeó usar el hechizo de invisibilidad y con este aparecerse en la biblioteca de palacio para retornar el tomo. ¿Pero y si las lechuzas estaban a la espera del intruso para emboscarlo? Con seguridad la sentirían llegar… eso era si no estaban rastreando ya su olor hasta su propia casa. La llevarían a palacio y la interrogarían, y tendría que revelar sus pecados. Iban a conocer que ella usaba magia de alto nivel, cosa que ninguna mujer de verano hacía y resultaba que Ondín era muy buena en ello. No quiso pensar en la reacción de sus padres y mucho menos en el castigo. Al final de todas aquellas cavilaciones se encontró echa un completo caos. Estaba temblando: su mandíbula inferior completamente descontrolada. ¡Qué gran tonta era! ¿Cómo desembarazarse del libro? ¿Restaría gravedad a su serie de pecados el acto de retornarlo intacto? Sería como si nunca lo hubiera tomado. ¿Qué podía hacer para librarse de la culpa? La respuesta le llegó con el sonido de la música de los violines en el salón de bailes. Así que sin pensarlo dos veces tomó una caperuza amplia y oscura y después de hacerse invisible dio una vuelta sobre sí misma y se desvaneció en su habitación con el libro en brazos. Cerca del salón de bailes ella se tomó su tiempo para crear su doble: una copia de Ondín destinada a hacer una gran escena y que el cielo la perdonara, esta iría directamente hacia sus majestades y derramaría su vino sobre alguno de aquellos.
Enseguida su doble estuvo creada. Su otra yo la miraba, era como mirarse en un espejo. Una segunda Ondín: demasiado alta para una chica y con pechos lo suficiente exuberantes como para que le fuese incómodo saltar en los bailes, atentando certeramente contra su destreza en aquella actividad. Antes de partir ella le dedicó una mirada de compasión a su otra yo. Tras provocar el desastre la segunda Ondín correría hasta su cuarto y se encerraría allí, esto debía ser suficiente como coartada.
Ondín apareció en la biblioteca y con rapidez depositó el volumen sobre la primera mesa que encontró sin embargo cuando estaba a media vuelta para su partida escuchó con horror que alguien gritaba:
- ¡Revelación!
Y con esto ella fue visible. Mas no le importó mucho porque estaba a un segundo de desaparecer; sin embargo, algo fuerte la agarró por un brazo impidiéndole completar su vuelta. Enseguida tiraron de ella sin contemplaciones, mas, Ondín se escurrió dejando sólo la capa en manos del que la había agarrado. Sin saber de qué modo, ella había sido lo bastante rápida como para cambiarse el vestido azul por un oscuro traje masculino y colocar en su cara un antifaz idéntico al de la portada del libro.