925 Tierra 1.

El General McLean observó cómo las nubes se agitaban en lo alto del cielo de Zerzura. Las nubes eran grises, mezclando nubes negras que daban la sensación de amenazar con una lluvia torrencial. El sol estaba oculto por las numerosas nubes y el ambiente era silencioso, a pesar de que millones de personas llenaban las calles de Zerzura.

Dos semanas habían pasado desde esa noticia que cambió Zerzura por completo. Primero, nadie lo creyó. ¿Cómo podrían creerlo? Aurora Campbell, la Protectora de Zerzura, la mujer que en su adolescencia se había enfrentado a poderosos enemigos y aquella mujer que en la adultez había sobrevivido portales abismales, los había dejado.

Incomprensible. Durante la primera semana, se volvió un escándalo y lo que resaltaba sobre todo era la imposibilidad de que Aurora Campbell estuviera muerta.

Zerzura, la Iglesia y la Empresa Apicius buscaron respuestas en el Gigante del Norte, pero no encontraron nada resaltable. La última persona que la invitó al portal y aquel que lo manejó, desaparecieron por completo. El Gigante del Norte cedió a la presión de la investigación y culpó a esas personas que desaparecieron y que no tenían forma de contar la verdad, pero la realidad era un hecho.

El cuerpo de Aurora Campbell fue encontrado en el mar Atlántico, luego de que se avisara de efectos anormales en una parte del océano. Tal suceso era un hecho. Él había visto los restos de aquella joven y… Aun así, le costaba entender la verdad.

No, le costaba aceptar la realidad.

El General McLean parpadeó otra vez y bajó la cabeza, mirando cómo a lo largo de la calle en dirección del cementerio y observó a todos los ciudadanos que vinieron al funeral. El rumor de que Aurora Campbell murió surgió y no pudo ser tapado, lo que llevó a que todo el mundo se enterara, incluyendo la Ciudad Zerzura.

Ahora, a dos semanas de ese suceso, se estaba llevando a cabo el funeral.

Hubo muchas protestas por el funeral. Algunos de la Iglesia hablaban de tratar de pedir al Dios del Tiempo y el espacio que la reviviera, pero Aurora fue asesinada y aquellos que lo hicieron estuvieron preparados para que la muerte sea para siempre.

El alma de Aurora ya no se encontraba y, si los teólogos estaban en lo cierto, entonces era probable que ella haya ido al Río de la Reencarnación, lo que imposibilitaba revivirla, pero aún así la gente no quería aceptarlo. No podían aceptarlo, lo que llevó a retrasar el funeral, poniendo su esperanza en Aión, en sus sacerdotes.

Algunos que conocían el trasfondo de las hermanas ponían su esperanza en los padres de Aurora y Alice.

Otros esperaban que de alguna manera todo fuera mentira. El General McLean los entendía. Había pasado por muchas cosas en su vida y había visto a muchas personas morir. 

Cada vez que sucedía, sentía ese vacío, esa sensación de que nada era real y que todo era un sueño. Sin embargo, esta era la realidad, y uno no despertaba de la realidad.

"¡Firmes!"

Los soldados, guiados por el Coronel Makeba, saludaron en alto. Él estaba arriba de un vehículo militar en la segunda sección de esta caravana en homenaje a Aurora. 

Al principio avanzaba un auto fúnebre y a cada lado del vehículo se encontraban los militares de Zerzura, aventureros, paladines y todos aquellos que se ofrecieron para acompañar a la Protectora de Zerzura.

Si él miraba hacia atrás vería todos los vehículos de acompañantes más cercanos y militares. A cada lado, en las veredas, en los edificios, callejones y prácticamente en todas partes se encontraban miles y miles de ciudadanos. La cola iba aún más lejos llenando las calles enteras mientras el funeral era transmitido a toda la ciudad.

El llanto silencioso superaba el ruido de los vehículos militares y los pasos de los soldados, pero no había más. Esa mezcla de silencio, dolor, inquietud y llanto desconsolado era una vista normal en cada parte que miraba. 

Era más notable para aquellos mayores, pero la Ciudad de Zerzura tenía alrededor de cinco años de existir oficialmente y todos alguna vez oyeron, vieron o conocieron a la Protectora de Zerzura, así que el dolor y el llanto eran generales. Lloraban por una inmensa pérdida.

"…"

El General McLean de vez en cuando sentía las miradas en él. Él permaneció firme, sin mover un músculo, sin mostrar tristeza y simplemente permaneció serio. Porque las miradas que le daban eran esperando que él fuera un pilar que había sido ella, pero él lo sabía. 

Era imposible tratar de llenar los zapatos que Aurora había dejado. Era imposible convertirse en lo que ella fue para toda la ciudad, pero, aun así, por más que fuera difícil, él tenía que permanecer firme. 

Alguien tenía que hacerlo.

Alice, que viajaba en el vehículo fúnebre, desapareció sin contactarlos y ni siquiera la Cardenal Brousseau podía hablarle. 

Era probable que esa joven buscara venganza. El General McLean sabía que decirle que tenía su apoyo era inútil. Se centró en lo que tenía que hacer y en lo que podía hacer.

Si James y el Ministro Turay se encargaban de la ciudad y de mantener el orden y la unidad, la Cardenal Brousseau trataba, por medio de la iglesia, un modo de traer a Aurora de vuelta, pero él necesitaba mostrar firmeza.

Por los ciudadanos de Zerzura y frente a todos aquellos que seguramente creían que no había nadie para detenerlos. Él les iba a mostrar a estos últimos que se equivocaban.

Quizás ahora no estaba Aurora para ir en contra de aquellos que iban en contra de sus valores en África, pero no importaba. 

Él se encargaría de mostrar que la presencia de Aurora permanecería, y si para hacerlo tenía que volver a mostrar la fortaleza y poderío de un antiguo Gran Señor de la Guerra, entonces lo haría.

Sin embargo, ahora no era el momento. El General McLean, al ver que el cementerio estaba a la vista, respiró hondo y dejó sus pensamientos de lado. 

Le iba a dejar la venganza a Alice. Ella era la indicada y era probable que, la Empresa Apicius, fuera la unica ayuda que necesitaba. Así que debía poner su furia y rencor en otra parte, al igual que su dedicación.

El General McLean descendió cuando los vehículos entraron al cementerio de la ciudad y él se posicionó a un lado, al ver que el cajón era sacado por los militares. Alice descendió del vehículo, pero su rostro estaba cubierto por un velo tan negro como el vestido que llevaba. 

Ella tomó el liderazgo mientras que el cajón era llevado por el Coronel Makeba y algunos conocidos de Aurora.

El General McLean conocía los nombres del gremio Tormenta Helada. Santiago y Oscar fueron los primeros en llevar el cajón y ayudaron el Gorila Atronador Cesar y Rupert cuyo tamaño era reducido por artefactos. 

Ellos fueron suficientes para llevar al cajón, pero el General McLean vio a las personas atrás del cajón. 

Yoshihisa Akira, Shao Ya, Kuwahara Aeko del gremio de Tormenta Helada. Entre ellos se encontraba Nicole West y a diferencia de su forma de luchar tan salvaje, ella lloraba como una niña.

 A su lado y abrazándola se encontraba Érica Reynolds que tanto ayudó durante estos últimos meses y cuya frialdad era visible. Al lado de ambos se encontraba Clémentine Delacroix, que trataba de contener las lágrimas duramente. 

Un poco más atrás de ellos se encontraba Andrés Silva considerado como un talento a reclutar y él se encontraba abrazando a Leslie Haillet la mecánica cuyos logros durante la guerra en contra de la república todavía resonaban.

Más atrás estaban personas del Imperio Falion guiados por Urfin Jadegrog y detrás el bosque mágico guiado por Alba el Amanecer Furioso. La Homotherium de pelaje rojizo caminaba con pasos lentos y por presencia mostraba la ira que seguramente su Reina estaba sintiendo.

Detrás de ellos venían la Iglesia guiado por la Cardenal Brousseau, el gremio de aventureros guiado Zhan Tian del gremio Orisha Oko, luego los mercenarios guiados por Abdellah, la Academia de Héroes y prácticamente distintas personas de diferentes organizaciones o grupos que el General McLean apenas podía reconocer.

Y tampoco tuvo tiempo de reconocer a todos, ya que él siguió el cajón funerario. Este funeral era simbólico, ya que el cajón estaba vacío, pero era para tratar de dar un paso para enfrentar la realidad.

Quizás muchos se moverían tratando de alguna manera de vengar a Aurora y aquellos que quizás creían en los dioses buscarían un modo de traerla a la vida, pero independientemente de lo que hicieran era necesario este paso.

Era necesario reconocer que Aurora había muerto. Este era el primer paso.

Ya fuera por la venganza o por un atisbo de esperanza de traerla de vuelta… O para enfrentar la realidad.

******

"Su Excelencia Brousseau."

Una voz la despertó y la Cardenal Brousseau se dio cuenta de que había caído dormida por un tiempo desconocido luego del funeral reaccionó.

Ella parpadeó tratando de recuperar del agotamiento, pero su viejo cuerpo apenas pudo mantener su estado.

"Debería descansar."

La persona que le habló era una mujer de cabello griseo y mirada plana. Sus ojos claros pocos expresivos se diferencia del toque de preocupación que llevaba su voz.

Esmeralda la Capitana de los Guardianes del Tiempo estaba aquí y la Cardenal Brousseau se recompuso de inmediato. No lo hizo para mantener una apariencia o su estatus, simplemente por la expectativa de las noticias que la joven podía dar.

"¿Tienes noticias?" Preguntó y su voz no ocultó esa esperanza y temblor, que una mujer con su estatus y edad no debería mostrar.

La joven mujer se quedó en silencio durante un momento y luego agitó la cabeza en calma… Esmeralda era una joven talentosa de rango SS que Agatha había criado y era ella quien tenía medios para contactar a las únicas personas que podían sacarla de esta pesadilla.

"Agatha y Antón no han respondido a las llamadas de emergencia." Informó Esmeralda.

La Cardenal Brousseau apretó su puño queriendo insultar y maldecir. ¿A dónde demonios estaban Antón y Agatha cuando se los necesitaba?

Esos dos se fueron y prácticamente desaparecieron por completo y el único medio de contacto lo tenía Esmeralda o Aurora y Alice, pero ahora la primera no había funcionado, la segunda ya no estaba y la tercera prácticamente los ignoraba.

¿Alice les avisó a sus padres? ¿Quizás lo ocultó? La Cardenal Brousseau ya no lo sabía.

Siempre le costó entender a Alice y en este punto era a un nivel que no sabía que era lo que esa joven pensaba. Ya que Alice se había cerrado por completo y cuando ella intento hablar, ni siquiera la pudo encontrar o la ignoraba.

Lo peor era que no importa cuánto ella rezara, su Señor no respondía y la Cardenal Brousseau estaba a su límite. Si estuviera Agatha o Antón aquí, ellos podrían obtener respuesta.

La Cardenal Brousseau lo sabía, Agatha era más de lo que parecía y su relación con Aión era aún más profunda de lo que cualquiera podía imaginar, pero ella no estaba.

"Maldición." La Cardenal Brousseau no pudo evitarlo.

Ella rezo durante horas enteras y cada vez que podía, pero su Dios no respondía y con cada silencio era peor. Su parte más racional le decía que era normal que el Dios del Tiempo y el Espacio no respondería, pero su parte más emocional lo culpaba por la falta de respuesta.

¿Por qué los dejó varados ahora que más lo necesitaban?

"También han encontrado al militar que tuvo la última conversación con Aurora y que según las autoridades del gigante del norte manipuló el portal que Aurora utilizó." Dijo Esmeralda y apenas ella le dio una mirada, añadió. "Su cuerpo fue encontrado destrozado en un hotel de poca monta en Texas."

La Cardenal Brousseau supo de inmediato quien podría haberse encargado de esa persona. En este momento en el que desconocían lo que había sucedido, ese militar que se encargó del portal y que habló con Aurora por última vez era la única pista.

El cuerpo de Aurora fue encontrado en el mar atlántico, pero era difícil precisar qué tipo de batalla tuvo y como murió, ya que a pesar de que se trató de ver el pasado, todo era borroso y sin sentido.

Probablemente algún dios demonio haya intervenido para evitar encontrar pistas y a todo esto, Alice no compartía lo que sabía ni tampoco hablaba con ellos y era probable que en el futuro tampoco lo hiciera.

A diferencia de Aurora que pedía la ayuda de la iglesia, Alice podía recibir toda la ayuda que necesitaba en la Empresa Apicius y conociendo el fanatismo de James y como la protegía, era difícil que ella obtuviera respuesta.

En este momento deberían estar Agatha y Antón para calmar a Alice y para ayudarla a ella a traer de vuelta a Aurora.

"Sigue con la investigación y ofrece cualquier apoyo que puedas a Alice… Necesitamos encontrar a los culpables y hacerle pagar por lo que hicieron." Dijo la Cardenal Brousseau al levantarse y viendo la mirada seria de Esmeralda, añadió. "Yo me encargare de los demás cardenales si interrumpen con el esfuerzo."

No todos los cardenales estarían de acuerdo en iniciar una cruzada por venganza, así que ella necesitaba acallar esas voces de descontento, incluso si tenía que usar el nombre de Agatha o en mayor medida su dios.

"Entiendo." La voz de Esmeralda sonó a su espalda y la Cardenal Brousseau salió de la oficina y caminó por el pasillo de la iglesia en la Ciudad Atlántida.

El centro de la Iglesia del Tiempo y el Espacio que en este momento estaba en completo silencio.

Ella ignoró su pensamiento de usar a su dios para controlar la iglesia y causar miedo entre los cardenales o acallarlos. Tal acción era la última opción.

La Cardenal Brousseau no era Agatha quien controló con mano de hierro la iglesia incluso por sobre el Sumo Pontífice. Ella no tenía el poder, la audacia y astucia de la Luz de Plata, pero aun así no podía quedarse sin hacer nada.

No cuando uno de los suyos fue asesinado sin ni siquiera pudieran ayudarlo.

Sin embargo, la venganza a sus ojos no era prioridad, su prioridad era recuperar a esa joven que tanto había visto crecer.

Aurora le había mostrado una tenacidad, audacia y bondad que ella pocas veces había visto en las personas que había conocido. La Cardenal Brousseau había estado con ella durante mucho tiempo y la había acompañado durante momentos buenos y malos, era imposible que se quedara sin hacer nada.

Así que ella se movió a la siguiente opción aparte de los padres de Aurora y Alice y su caminata rápidamente la llevó a una entrada protegida por dos paladines con armadura cuerpo completo.

"El Sumo Pontífice está rezando." Dijo el paladín en un tono serio.

La Cardenal Brousseau simplemente lo apartó y abrió la entrada, ignorando por completo a los paladines que quedaron aturdido.

A diferencia de ella que entró abiertamente cerrando la puerta a su espalda, el interior fue tan silencioso como siempre.

En medio de esta sala se encontraba la estatua que cambiaba con rapidez de un anciano, a un joven y a un niño y frente a la estatua estaba un anciano con una túnica gris simple rezando arrodillado.

El anciano levantó la cabeza y la Cardenal Brousseau vio los ojos en calma del hombre y aquello que había estado aguantando salió.

"¿Por qué Aión no responde? ¿No es el Dios del Tiempo y el Espacio? ¿No es el ser omnisciente? ¡¿Por qué no la vio?!" Su voz empezó tranquila, pero se fue elevando hasta que su ira brotó por completo. "¡¿Por qué demonios no la salvo?!"

Vio en los ojos del Sumo Pontífice Abraham una calma casi indiferente y tal calma hizo brotar su ira por completo.

¿Por qué su Señor no respondía? ¿Por qué no ayudó a Aurora? ¿Por qué no la salvo? ¿Su Señor que era aclamado como una deidad omnisciente e incluso que a veces era alabado por omnipotente porque no pudo salvar a una mortal?

La Cardenal Brousseau fue devota desde su tiempo como jugadora, ahora pedía que se le cumpliera un solo pedido, un único deseo, pero nada sucedió.

Ni su deseo se cumplió ni hubo respuesta.

"Porque Aión es tan injusto…" Murmuró en voz baja.

Como tantas veces antes se preguntó porque su fe fue puesta en una deidad que en su momento más desesperado la ignoró. Solo necesitaba una respuesta, aunque sea un murmullo pequeño.

Se hubiera bastado con que le dijeran que Aurora en donde fuera que se encontrara estaba bien… Que su alma viajo al Rio de la Reencarnación, que reencarnaría en un buen lugar en donde no necesitara luchar por otros.

Donde pudiera tener el descanso que merecía.

"A veces nuestro señor actúa de maneras misteriosas." Respondió Abraham y cuando ella levantó la cabeza con ira ante esa respuesta que su parte más devota conocía, vio al hombre levantarse. "Pero si quieres saber más solo necesitas tomar mi posición."

La Cardenal Brousseau se quedó inmóvil al escuchar esas últimas palabras y al sentir la mirada del hombre cuya edad era unos diez años mayor.

Para aquellos que estaban dentro de la Iglesia y que conocían la autoridad y poder que tuvo Agatha en su momento, sabrían que fue esa mujer que movió los hilos durante años.

No obstante, la posición de Sumo Pontífice Abraham permaneció y no fue solamente porque Agatha no quería ser el rostro de la iglesia, sino que fue por otra razón.

Abraham Robynson pidió ayuda a un dios y la recibió y tal pedido permitió que la Iglesia del Tiempo y el Espacio fuera fundada. Su posición tenía un significado más profundo de lo que cualquiera podía imaginar.

Incluso ella.

"Bien…" Respondió.

Ya no podía quedarse sin saber nada siempre en lo desconocido y recibiendo órdenes. Lo hizo durante el periodo que Agatha se encontró a cargo y se mantuvo luego incluso cuando a ella le querían dar este puesto.

El puesto de Sumo Pontífice le brindaba un poder y autoridad que probablemente nadie más en la iglesia que Agatha podía igualar, pero a la vez la iba a limitar demasiado especialmente en su trabajo de campo en los cuales participaba.

Sin embargo, si esa posición le ayudaba a traer a Aurora de vuelta, entonces la tomaría… Aunque el costo fuera desconocido.

Ante su determinación el Sumo Pontífice Abraham sonrió.

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