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Capítulo 2: ¿Vas a Morderme?

Entonces desperté realmente.

Aquello sí había sido un sueño, estaba muy segura.

No abrí los ojos de inmediato. Sin embargo, me di cuenta de que estaba plácidamente recostada sobre un firme y suave torso. Por alguna vergonzosa razón, me encontraba encima de una persona.

Era un hombre, lo sabía por ese olor masculino tan familiar. Su piel era cálida al tacto.

Apreté los párpados con fuerza. No me atrevía a separarlos por la vergüenza que sentía de enterarme quién estaba debajo de mí. No quería ni imaginar la razón por la cual había dormido con alguien.

Sin previo aviso, un dolor agudo sacudió mi hombro. Pinchazos se extendían por toda la longitud de mi brazo y...

Olfateé sangre.

Abrí los ojos.

Lo primero que vi fue un musculoso cuello y un abdomen masculino estupendamente constituido. Seguidamente, elevé la mirada hacia su rostro, el cual se hallaba increíblemente cerca del mío. Al igual que sus apetitosos labios y sus ojos grises oscuros, intensos, deslumbrantes... Admiré su barbilla, cubierta por una incipiente barba rasposa, y sus cejas pobladas y masculinas alzadas, dedicándome una expresión coqueta de incredulidad.

Oh por Dios.

Era Joe.

De un salto, traté de apartarme. El problema era que aquella maniobra resultó imposible de realizar. Intenté ponerme de pie, pero algo tiraba de mí hacia abajo.

Él se encontraba pegado a mí. Mejor dicho, estábamos amarrados el uno al otro con una estranguladora soga.

Cuando hice un esfuerzo por levantarme, su peso me lo impidió. Mis manos estaban atadas en mi espalda, al igual que las suyas. No era capaz de moverme.

—¡Hasta que te despiertas! —dijo con una sonrisa astuta.

Sólo entonces me di cuenta.

Él llevaba su pecho desnudo, estaba descalzo y únicamente tenía puestos unos pantalones ajustados.

Yo en cambio estaba en... ropa interior.

Mis mejillas enrojecieron, haciendo arder mi cara. Creí que moriría de vergüenza.

—No sabes lo molesto que fue tenerte durmiendo encima de mí —empezó Joe—. Parece que tienes muchas pesadillas. Además, has impedido que escape. Estoy atado a ti y tú sólo dormías y...

Sus palabras se apagaron lentamente. Dejó de hablar cuando se percató de que estaba inmersa en mis pensamientos, sin prestar atención a nada de lo que decía.

—Oye, ¿al menos podrías fingir que me escuchas? —atendí a su voz, que tenía una nota fingida de dramatismo.

—Suéltame —demandé, casi segura de que él me había puesto en esa situación. O al menos de que era su culpa.

Me agité encima de su cuerpo hasta que el dolor me hizo gemir. Observé por el rabillo del ojo mi lastimado hombro izquierdo.

Por supuesto. Ahí estaba la herida de bala.

Recordé todo. La sangre, la mordida, el disparo.

—Créeme, yo más que nadie quisiera liberarme de ti —me contestó Joseph. Y su odiosa entonación me hizo sentirme ofendida.

A mi alrededor todo estaba oscuro, aún era de noche.

Me encontraba en una habitación vacía, tan diminuta que creí que el aire se acabaría de un momento a otro, a pesar de que había dos ventanas medianas por las que se vislumbraban las cimas de los rascacielos en las calles iluminadas de New York.

Joe y yo estábamos tumbados contra el suelo.

—No entiendo... —murmuré—. ¿Qué hacemos aquí?

—Tuviste la genial idea de escapar de casa en la noche, mataste a un pobre, inocente humano y fuimos capturados por cazavampiros. Todo gracias a ti —enumeró mis hazañas con sus labios casi presionando los míos. Luego de examinar mi semblante, soltó una carcajada—. En serio, deberías ver tu cara en este momento —se burló.

Contuve el aliento. Era incómodo tener que respirar sobre el cuello de ese sujeto.

—Soy una asesina —susurré con la voz temblorosa.

—Ya te acostumbrarás —añadió él, tensándose debajo de mí—. Ahora escucha, me voy a levantar. Así que ten cuidado.

De forma hábil, comenzó a utilizar sus piernas para erguirse. Apoyó la espalda contra una de las paredes para que le sirviera de soporte. En un breve instante, estuvimos de pie uno frente al otro.

Las únicas opciones que teníamos era estar juntos o más juntos. Una difícil elección, considerando las sogas que nos mantenían unidos. Mi abdomen desnudo tocaba el suyo, también desvestido y endurecido por todos esos músculos rígidos.

Estaba casi segura de que mis mejillas lucían más ruborizadas de lo que nunca habían estado. Me avergonzaba que él tuviera que verme tan de cerca, que mi corazón delatara mi nerviosismo latiendo acelerado encima de su pecho, que pudiera oír mi respiración fuerte y clara. Me avergonzaba llevar ropa interior tan atrevida y no poder hablar sin que mi aliento golpeara su piel. Todo era tan incómodo…

Cuando Joe empezó a agitar sus hombros, supe que trataba de desatar sus muñecas.

Era algo tentador sentir sus músculos tensándose contra mí.

Mechones de mi cabello castaño claro me molestaban en el rostro, dándome comezón en la nariz y en las mejillas.

—Oye, ¿podrías...? —antes de que pudiera terminar la frase, Joe ya lo sabía.

Utilizó su rostro para sacar los cabellos del mío. Apoyó su mejilla contra mis pómulos, masajeándome con su rasposa barba en forma de una caricia.

—¿Mejor? —preguntó.

Asentí, meneando la cabeza con rapidez de manera nerviosa.

Él continuó moviéndose para soltarse, pero parecían ser esfuerzos en vano.

—Maldita sea —refunfuñó cuando comenzó a hastiarse.

Su voz retumbaba en mis oídos demasiado cerca, demasiado alta.

—¿Te importaría bajar la voz, cariño? —murmuré con un deje de sarcasmo.

—Lo siento, pero no suelo hacer lo que me piden.

Era un claro mensaje de: "Por supuesto que me importaría".

—Lo imaginé —resoplé.

—Tranquila, la próxima vez que estemos en una situación como ésta, te aseguro que será mucho más agradable —no hablaba en serio, se burlaba de mí.

Entrecerré los ojos, furibunda.

Su cuerpo tembló mientras se reía de forma burlona e irónica.

Debía admitirlo, su sonrisa era hermosa y tenía una mirada… Uff...

¿Qué estoy pensando? ¡Qué patrañas!

Lo odio por convertirme en una asesina como él. Me dije en la mente. Aunque no me faltaba mucho para confesárselo en la cara. Era un idiota.

—Vamos, no te enojes —siguió mofándose antes de cambiar el tema—. Ayúdame a caminar hasta esa puerta, puede que esté abierta.

Se dio la vuelta para que la puerta enfrentara su espalda. Yo di pasos hacia adelante al tiempo que él se movía hacia atrás, hasta que alcanzó la perilla. Advertí cómo trataba de girarla con sus manos detrás de la espalda.

—Bueno, está cerrada —informó.

—¡Oh! ¿De verdad? —fingí sorpresa—. Nadie secuestra a unos vampiros y les deja la puerta abierta, ¿o sí?

Sonrió.

—Me gusta tu actitud —confesó—. Eres malvada a pesar de tu carita inocente.

Contuve una sonrisa. Quería parecer irritada.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —interrogué, aparentando enojo.

—No lo sé.

Buena respuesta.

—Genial —usé mi sarcasmo—. Pensé que eras más inteligente.

—¿Qué esperabas? Soy guapo, no pidas más.

—Tienes razón —resollé con ironía filosa.

—Al menos la mayoría de las chicas están de acuerdo con eso —sonrió.

Arrugué la nariz cuando la herida en mi hombro ardió, justo en el momento en que mi brazo rozó el suyo. El dolor fue casi insoportable. Él lo notó.

—Ya sanará —comentó, estudiando la profundidad de la incisión.

—Cierto —afirmé—, somos inmortales.

—No creas tanto eso.

—Ah, ¿no? ¿No somos inmortales?

—Algo así, pero no exactamente —explicó—. Los de nuestra especie no somos tan inmortales. Podemos sanar más rápido que los humanos y somos más fuertes. Más rápidos también. Pero con una herida letal pudiéramos morir al igual que ellos. Si la bala te hubiera dado en el pecho o la cabeza, ahora estaría sosteniendo tu bonito cadáver. Se utiliza el término inmortal para referirse a que no moriremos de vejez, debido a que seremos eternamente jóvenes. No obstante, sí existen los vampiros inmortales, de esos tipos pálidos que leen mentes y tienen súper poderes. Ellos son de los rangos más altos, los que llevan siglos y siglos existiendo, a diferencia de tú y yo, y los chicos. Todos nosotros somos vampiros jóvenes convertidos por otros vampiros jóvenes. Somos bastante humanos después de todo. Humanos que se han detenido en el tiempo y beben sangre.

Su sonrisa se borró repentinamente, así como si sus pensamientos hubiesen tomado otro misterioso rumbo.

El ambiente se tornó silencioso y durante muchísimo tiempo ninguno de los dos dijo una palabra. A pesar de que estábamos tan cerca que podía escuchar cada vez que respiraba, evitamos mirarnos a la cara por alguna razón. Bajé mis ojos a su pecho, no había demasiadas alternativas.

Estaba exhausta, incómoda y mi espalda dolía por el tiempo que pasé de pie. Que sinceramente, no tenía ni idea de cuánto era. Pero ya podía ver en las ventanas el cielo aclararse poco a poco. No resistí el cansancio y, sin darme cuenta, reposé la cabeza en el hombro de Joe, quien tenía la mirada fija en algún punto elevado.

Mi nariz se hundió en su cuello de forma involuntaria. Durante numerosos minutos, lo único que hice fue observar el modo en que la vena bajo su piel palpitaba y sus terminaciones nerviosas se ponían en contacto con la sensibilidad de su garganta.

Admiré con extrema fascinación cómo se movía su manzana de Adán cuando tragaba. No había otra cosa más interesante a la que contemplar y aquello era mucho más que simplemente entretenido. No me preocupé por disimular cuando aspiré ruidosamente su esencia con mi nariz pegada al hueso de su garganta. Olía masculinamente a perfume caro, sudor y sangre.

Hmm, delicioso. Gimoteó mi subconsciente.

Tenía mucha curiosidad de saber si su sangre sería como la de un ser humano. El impulso de pasarme la lengua por los labios fue incontrolable. De un segundo a otro, quería morder su cuello. Mi mandíbula se tensó y sentí como mis colmillos crecían, doliendo por la necesidad. No era una necesidad como la de antes, no era como el hambre y la sed. Era más bien como... Deseo.

Quería probarlo por puro placer. Me hipnotizaba el tentador grosor de su cuello, su tez blanca sonrosada, su musculatura y arterias palpitando debajo de toda esa piel. Cada mínimo movimiento, me incitaba más a querer morderlo.

Sin pensar, hundí mis labios todavía más en el sendero entre su garganta y su clavícula. Cada vez se me hacía más difícil controlarme. Mordí mis labios para no tener que hacer lo mismo con su cuello, pero de verdad lo deseaba. Deseaba probarlo. Estaba segura de que no me arrepentiría luego.

Totalmente enajenada, abrí ligeramente la boca, dejando escapar mi aliento mientras intentaba conseguir sus venas con mis colmillos.

—¿Vas a morderme? —murmuró Joe, con una sonrisa en la voz.

Inmediatamente intenté saltar, dando un paso hacia atrás. Al notar que no podía moverme, recordé que seguía atada a él. Mi corazón se aceleró por la embarazosa escena.

Cuando Joe bajó la mirada para examinar mi cara, escondí el rostro, tratando de ver hacia el suelo.

Sí, iba a morderlo, definitivamente sí.

—No te culpo, sé que soy irresistible, pero creo que deberíamos llegar a la casa primero.

Lo observé extrañada.

Él contenía la risa.

—Creo que necesitas saber que compartir sangre con un vampiro es algo tan íntimo como tener sexo —enunció, aún con esa sagaz sonrisa.

—Donovan —susurré, recordando su propuesta.

Me había pedido que compartiéramos sangre.

Nuevamente, a Joe le parecía muy gracioso. Se carcajeaba a más no poder.

—No lo hiciste con Donovan, ¿o sí?

Sacudí la cabeza negativamente para después responder.

—Le dije que no.

—O sea que te lo ha propuesto —no fue una pregunta—. No creí que ese chico fuera tan hábil. ¿Aprovecharse de una desinformada vampiro? Suena a algo que yo haría. Sabes cómo es esto: primero el mordisco y luego la cama.

Una oleada de alivio recorrió mi cuerpo.

¡Qué suerte que le había dicho a Donovan que no! Y qué suerte que Joe me impidió morderlo a tiempo.

Suspiré.

Muy callada, vi que el cielo era cada vez más claro. Se hizo un silencio ominoso durante un largo momento.

—Necesito saberlo —rompí el silencio abruptamente—. ¿Moriremos cuando salga el sol?

Y ahí estaba de nuevo esa risotada engreída. Odiaba que se riera de mí.

Negó con la cabeza.

—Será irritante y molesto, pero no moriremos —aclaró.

—Está bien, te creo.

—No tienes opción. Necesitas saber muchas cosas sobre nosotros, pequeña aprendiz de vampiro.

Joe hizo un brusco movimiento y sus manos se soltaron de su espalda. Me sonrió ampliamente. Mi cuerpo se tensó cuando me rodeó la cintura con los brazos para desatarme a mí también. Deshizo los nudos con sus dedos y en seguida nos separamos. Fue un gran alivio.

Lo primero que hice fue correr a buscar mi ropa, que se hallaba tirada en un rincón. Empecé a ponerme los grandísimos pantalones de Donovan al tiempo que Joe me escudriñaba con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Lástima —lo escuché compadecerse—, tienes lindas bragas.

Mis ojos se agrandaron al tiempo que mi rostro se ruborizaba de forma visible. Terminé de vestirme con la camisa de Donovan tan rápido como pude.

—Sólo bromeo —continuó hablando, riéndose.

La ropa de Joe no estaba, pero al menos él todavía llevaba pantalones.

—¿Y tu ropa y zapatos? —cuestioné.

—De hecho, sólo te desvistieron a ti. Yo ya estaba así. Una sensual mujer me estaba comenzando a desnudar cuando me atraparon.

—Bien, "Don Juan", no quiero escuchar los detalles. Quiero saber si esos cazavampiros piensan hacernos daño.

—No —contestó—, realmente piensan matarnos, pero... Por favor, todo el mundo sabe que nosotros somos los depredadores y ellos la presa. Jamás podrán con nosotros, mucho menos ahora que nos desaté.

—Yo digo que si te atraparon una vez, pueden hacerlo de nuevo.

—No, cariño. No lo harán dos veces. Además, la primera vez hicieron trampa —hablaba al tiempo que forcejeaba con la cerradura, intentando abrirla—. ¡Maldición! Estúpidos cazadores de vampiros —rezongó, propinándole una patada a la puerta cuando descubrió que no podía abrirla—. ¿Qué dices? ¿Nos lanzamos por la ventana?

Lo miré con asombro. Hasta donde sabía, estábamos en lo alto de un edificio. A juzgar por lo que se vislumbraba a través de la ventana, unos once o dieciocho pisos.

Joe se burló de mi expresión.

—No, los vampiros no podemos hacer eso —respondió a lo que supuso que preguntaría.

—No me gusta tu sentido del humor —mentí.

Si me gustaba, era divertido. Excepto cuando el objeto de burla era yo.

Inesperadamente, la puerta se abrió. Del otro lado apareció el tipo que, reconocí, me había disparado. Llevaba una estaca de madera en las manos. Cerró la puerta detrás de él.

—¿Crees que es buena idea encerrarte con vampiros? —preguntó Joe, muy calmado.

—He matado a muchos más que ustedes dos… Con mis propias manos —informó el sujeto de la estaca, sonriendo.

Era un hombre de mediana edad, alto y corpulento. Con el cabello corto, de color dorado.

Sentí sed al instante.

—Acabemos con esto rápido, ¿sí? —el tono de Joe era desafiante—. Si no nos dejan ir, nos beberemos toda su sangre con un poco de vino y lasaña.

—Inténtalo —lo retó el humano—. Son unos sucios asesinos. Chupasangres, malditos demonios. ¿Se sienten bien con ustedes mismos haciendo lo que hacen?

Siendo justos, el tipo tenía razón. Nunca creí que estaría tan de acuerdo con un sujeto que me disparó, me secuestró, me quitó la ropa y me amarró al cuerpo de un vampiro. Pero, increíblemente, decía toda la verdad.

Yo era un monstruo. Tal vez merecía estar ahí atrapada. Había matado a un joven, también merecía ser asesinada. Y esa bestialidad dentro de mí salía a relucir cada vez que estaba cerca de un vivo.

Intenté no respirar para suprimir mi instinto de atacarlo.

Segundos más tarde, entraron a la habitación dos sujetos más y una chica. Todos ellos armados.

Joe sonreía con los brazos cruzados sobre el pecho, confiado.

Cuando la única mujer del grupo le disparó con una ballesta, logró esquivar la estocada. Se tomó justo el tiempo necesario para que la flecha no le impactara.

En cuanto a mí, estaba siendo dominada por la sed y rabia. Sentía ira contra mí misma por ser lo que era, pero también contra ellos por agredirme sin saber lo difícil que era ser una bebedora de sangre. En mi caso, no tuve la posibilidad de elegir.

Me moví de forma sigilosa, igual que un gato en la oscuridad. Fui primero por la chica de la ballesta y la mordí en la muñeca. Bebí su sangre mientras que Joe acorralaba a los hombres, dándoles mordidas para defenderse. Ellos tenían un arsenal de armas, nosotros sólo colmillos. Ah, y contábamos con fuerza sobrehumana.

Cuando la mujer falleció entre mis brazos, aún me sentía sedienta. Salté sobre el tipo de cabello dorado a la vez que enterraba mis dientes en su cuello. Sus manos se aflojaron despacio, soltando la pistola. Joe acabó con el resto. Los matamos a todos.

La imagen de mí misma sujetando a un hombre sin vida, con mis dientes, me desconcertó.

Acabé traumatizada.

No fui capaz de moverme, me temblaba todo el cuerpo. Mis ojos se humedecieron, estaba a punto de llorar.

Contemplé toda esa sangre, mis manos manchadas, la ropa de Donovan húmeda de ese líquido espeso, escarlata… Todavía podía saborear los restos de esa sustancia en mi boca. Toda la habitación tenía aquel olor a hierro.

Joe me tomó de los codos para alzarme, sabiendo que no me encontraba bien.

—Vámonos antes de que vengan más —me ordenó con preocupación—. Este lugar debe estar repleto de esos cazadores.

Prácticamente, me hizo el favor de caminar por mí. Me rodeó la cintura con uno de sus brazos y me pegó a su costado al mismo tiempo que me arrastraba, obligándome a mover los pies.

Salimos a un gran pasillo. El edificio parecía en ruinas. Corrimos hasta los elevadores, pero no funcionaban. Así que tuvimos que dar marcha atrás en busca de unas escaleras. Al hacerlo, nos percatamos de que detrás de nosotros venían otros como ellos, otros cazadores persiguiéndonos con armas.

—¡Corre, Angelique, por aquí! —me indicó Joseph cuando halló una puerta que comunicaba con las escaleras.

Emprendimos nuestro descenso. Estaba tan mareada que más de una vez me tambaleé y Joe tuvo que atajarme antes de que me desplomara contra los escalones.

Mientras más bajaba, las escaleras parecían hacerse más y más largas. Sentí que habían pasado interminables horas desde que habíamos empezado a descender. A nuestras espaldas, las pisadas de los cazadores se escuchaban como golpes graves.

Finalmente, conseguimos llegar hasta la planta baja con vida. Yo jadeaba para recuperar el aliento. Estaba exhausta. Joe, en absoluto. Él seguía radiante, como si jamás hubiera hecho ningún esfuerzo físico, siendo quien hizo la mayor parte del trabajo al arrastrarme escaleras abajo.

Justo antes de poner un pie fuera de la entrada principal de la edificación, en las calles seguras, donde esos tipos no podrían darnos caza frente a toda esa gente, me detuve. El sol ya había salido y su resplandor me cegaba. El calor de los rayos que se filtraban dentro me quemaba más bien de forma dolorosa.

Sentí mucho temor de exponerme directamente a la radiación solar. Ahora sabía a qué se refería Joe cuando dijo que era molesto. No obstante, era mucho más que eso. Era como sufrir quemaduras en todo el cuerpo. Creí que me derretiría si daba un paso al exterior sin ninguna protección.

Clavé mis pies en el suelo, justo en medio del arco de la salida. Paralizada, me rehusé a salir.

—No te va a pasar nada, lo prometo —testificó Joe—. El sol no te hará daño, ellos sí —señaló a la manada de humanos armados que corrían hacia nosotros.

Convencida o no, tuve que intentarlo y exponerme a la tortuosa radiación de luz solar.

Nos aventuramos a correr debajo del sol y... ¡Oh! ¡Vaya que era desagradable! Se sentía como cientos de pinchazos en la piel y hacía que mis ojos ardieran, impidiéndome ver correctamente.

Por otro lado, deseaba no toparme con ningún humano más en el camino, o las consecuencias serían fatales.

—¿Pedimos un taxi? —cuestionó Joe antes de volver su mirada hacia mí—. ¡Oh! Cierto, no puedes...

No terminó la frase, pero sabía que quería decir que no era capaz de dejar a algún humano vivo. Me estremecí al pensar en lo que le sucedería al pobre taxista si sus pasajeros eran dos vampiros.

Tan pronto como comenzamos a alejarnos caminando, los cazadores de vampiros desaparecieron sin dejar rastros.

—¿Joe? —le llamé.

—¿Qué?

—Soy un monstruo, no puedo... No puedo controlarme.

Cuando él dejó de caminar, me detuve también. Sorprendentemente, ya no sonreía. Me contempló de una forma...

Bueno, no voy a pensar en eso.

Alzó una mano y me sobresalté cuando sentí las yemas de sus dedos sobre mis labios. Con su dedo pulgar, limpió los rastros de sangre en mi boca.

—Es normal. Los primeros días te puedes considerar peligrosa, después serás capaz de estar rodeada de personas —me tranquilizó.

De forma brusca, tiró de mi brazo para que continuara avanzando. Por suerte, las calles parecían estar más solitarias de lo normal porque era demasiado temprano. De todas formas, estuvimos obligados a tomar los atajos menos concurridos debido a mi condición de asesina.

Una vez más, atravesamos aquel barrio repleto de vampiros. Observé cautelosamente a todos esos chupasangres que me escrutaban con malicia. Como recordaba, casi al final del callejón, se hallaba ese lugar. El lugar donde vivía Joe. Sólo que nunca me había dado cuenta de que la fachada lucía como un comercio abandonado. Incluso tenía un gran letrero en letras de neón, brillantes e iluminadas, que decía "Bourbon Street Cafe‎".

Del bolsillo trasero de su pantalón, Joe sacó una llave pequeña y plateada. Igual que un caballero, sostuvo la puerta abierta para que entrara primero.

¡Vaya sorpresa! Joe no parecía del tipo amable; quizás sólo estaba acostumbrado a seducir.

Entré asustada. Allí estaban todos. Alan y Nina se encontraban acostados juntos en la cama de abajo de la litera. Me pregunté si eran hermanos, por la confianza que percibí entre los dos. Donovan se levantó del sillón antes de aproximarse de forma apresurada hasta mí. Adolph permaneció tumbado en el sofá.

Escuché cuando Joseph cerró la puerta tras él. Pasó junto a mí y sin decir una palabra, se arrojó en su cama.

—¿Cómo les fue? —profirió Adolph, sonaba molesto—. ¿Se divirtieron?

Esperé a que Joe dijera algo, pero no lo hizo.

Donovan seguía parado frente a mí. Algo me decía que estaba dudando en qué hacer.

—¿Por qué te escapaste? —me riñó—. ¿Sabes lo peligroso que es?

—Mira, Angelique —dijo Adolph, poniéndose de pie y acercándose a mí—. No puedes salir de aquí. Al menos durante unos días tu sed de sangre será incontrolable y muchos humanos estarán expuestos contigo cerca. Si algún cazador te ve, te atrapará. Y puede que no corras con suerte la próxima vez. O lo que es peor, si algún otro vampiro te ve poniendo en peligro nuestro secreto, te asesinará. Y será aún más terrible si es uno de los vampiros mayores. Nos matarían a todos. Así que mejor ten cuidado y deja de hacer tonterías antes de que nosotros también estemos involucrados.

Me sentí como una niña pequeña siendo reprendida por sus padres.

—Lo siento —agaché la cabeza.

Había querido escaparme realmente. Sin embargo, ahí estaba de nuevo, con el grupo de vampiros.

—Joseph, no quiero saber cómo lograron atraparte a ti —lo acusó Adolph. Este último sonrió perspicazmente desde su cama.

—No, no quieres —afirmó antes de levantarse—. Mi cama huele a chica —se quejó, posando sus acusadores ojos en mí, sabiendo que era la responsable de eso.

Colocó una toalla sobre su hombro desnudo y entró al baño.

—Yo... —comencé a hablar—. Necesito saber más sobre lo que somos.

—Te entiendo —balbuceó Adolph, un poco más amable—. Donovan te explicará algunas cosas.

Donovan me tomó de la mano y me condujo hasta la mesita que había cerca del refrigerador, junto a la pequeña cocina eléctrica.

—¿No te hicieron daño? —me interrogó.

Si un disparo en el hombro cuenta...

Negué con la cabeza.

—No sé por dónde empezar... —prosiguió—. ¿Ves a Adolph? Él es el mayor de nosotros, lleva cincuenta y dos años teniendo veintidós. ¿Entiendes? Quiero decir, fue convertido en un vampiro hace cincuenta y dos años, cuando tenía veintidós. Yo fui convertido hace apenas dos años, cuando tenía diecinueve. Y, pues… aún tengo diecinueve. No envejecemos.

—Lo sé —aseveré—. Digo, eso de que no envejecen.

—Mucho mejor —continuó—. Nina tiene físicamente dieciocho, pero hace cinco años que es vampiro. Es decir, que si sumas su edad, ahora tendría unos veintitrés años. ¿Lo entiendes?

Asentí. Era matemática para idiotas.

—Alan fue convertido hace diez años. A pesar de que lleva más tiempo que yo siendo vampiro, tiene apenas catorce años físicamente. Sé que aparenta más edad, pero es uno de los vampiros que ha sido convertido más joven. Son pocos los casos como el suyo.

Vaya, ¿catorce años? Honestamente, lucía mayor. Yo le habría calculado unos diecisiete o dieciocho. Parecía mayor que yo, incluso tal vez mayor que Nina.

—¿Y Joe? —sabía que Donovan estaba por decirlo, pero no pude frenar mi curiosidad.

—Él tiene veinte años. Y menos de un año siendo vampiro.

Eso significaba que era un vampiro novato. O algo así. Aunque la verdadera novata era yo.

—Esta calle —Donovan interrumpió mis pensamientos—. Aquí sólo vivimos vampiros. Todos esos bares, discotecas, clubes…, durante el día son sólo escondites de vampiro, madrigueras. Y durante la noche trampas para atrapar indefensos humanos. Las personas se sienten atraídas por la música, la fiesta, el ambiente… y terminan viniendo aquí, donde se convierten en nuestro alimento. Tenemos algunas reglas en el barrio, pero hay más tiempo para explicarte eso, al igual que las reglas del hogar. Por nada del mundo debes hacer que los humanos sospechen sobre lo que somos. Ya hay suficientes cazavampiros en el mundo. Por otra parte, los vampiros superiores, los más poderosos, asesinan a cualquier imprudente que exponga en público nuestra condición.

—Cuando tu hambre se normalice, podrás integrarte nuevamente a la sociedad —expuso con calma—. Por ahora debes ocultarte por lo menos una semana. Salimos a cazar casi todas las noches. No te preocupes, te enseñaremos a hacerlo. Durante el día llevamos una vida casi normal. Algunos trabajamos y, en el caso de Alan, estudia en la universidad. Sólo asegúrate de salir bien cubierta. Tú entiendes: gafas de sol y camisas con mangas largas. La luz solar es bastante incómoda. Con respecto a tu familia... Lo siento mucho, no puedes volver a verlos. Ellos se darían cuenta de que has cambiado. Tal vez quieras dejarles una nota que diga: "Papá, mamá, me he escapado de casa. Los visitaré a menudo, los quiero".

—¿Puedo hacer eso? —me refería a visitarlos.

—No es conveniente —rechazó la idea—. Al menos no por mucho tiempo. Se darían cuenta de que no creces y eso no es muy bueno.

—¿Y lo de compartir sangre entre vampiros...? —me apetecía escuchar qué tenía Donovan para decir al respecto.

Lo vi ruborizarse.

—Lo siento —se adelantó—. Supongo que Joe te lo ha contado. Los vampiros hacemos eso antes de... de hacer el amor. Es algo muy íntimo. Siento habértelo pedido, de verdad. No quería aprovecharme de ti, me comporté como un idiota.

—¿Y qué interesa? Si eres un asesino, lo menos que debería importarte es ser un desgraciado que se aprovecha de los demás —fui descortés.

Por algún motivo, estaba enojada.

—Necesitamos alimentarnos, lo sabes. No es tan fácil como ser un asesino y ya.

Claro, trataba de convencerme de que éramos los buenos. Sin embargo, ambos sabíamos que no era así.

—¿Algo más? —inquirí, un poco más furiosa que antes.

—Creo que es todo. El resto lo sabrás luego —su voz no dejaba de ser perfecta y apacible.

Cuando me levanté de la silla, vi que Alan y Nina conversaban en voz baja, acostados boca arriba uno al lado del otro en la cama. Segundos después, el muchacho cambió de posición, situándose encima de Nina. Los labios de él le rozaron el cuello ligeramente. Los dos se lanzaban miradas de... ¿Ímpetu? Tal vez.

Entonces son pareja, pensé.

¡Qué raro…! ¡Pero si Alan tenía catorce y Nina dieciocho!

No obstante, eso era lo que más me tenía sin cuidado. Alan parecía mayor. Además, si contábamos su edad de vampiro, técnicamente... tendrían casi la misma edad de vida, ¿no?

Aparté la vista de inmediato.

Tan pronto como posé mis ojos en otro lugar, vi a Joe saliendo del baño. Llevaba unos jeans limpios, salpicados de agua y ajustados a sus piernas; el torso desnudo, el cabello húmedo y aplastado goteándole encima, y la toalla sobre su hombro.

¡Santo Dios! Debería ser ilegal verse tan deseable.

—Mi turno —me aproximé a Joe y le quité la toalla húmeda del hombro para entrar con ella al baño.

—Bien —respondió él. Podía sentir la sorna oculta en su tono, queriendo relucir—. Sólo no te preguntes en qué partes de mi cuerpo estuvo esa toalla cuando te estés secando.

Pretendiendo que no había escuchado eso, me encerré dentro del cuarto de baño. Mi rostro encendido, sonrojado.

Me retiré la ropa de Donovan antes de dejarla en el suelo. La habitación seguía llena de vapor, húmeda y caliente.

Al entrar en la bañera, el agua tibia me reconfortó. Percibí un ligero ardor en el hombro cuando ésta me cubrió completamente. A pesar de que la herida todavía dolía, se veía mucho mejor. Se había cerrado de forma notoria desde la última vez que la había visto. Supe entonces que sanaría más rápido de lo que imaginaba.

Después de terminar de asearme, noté que no había traído ropa limpia conmigo. Me envolví con la toalla lo mejor que pude, haciéndome a la idea de enfrentarme a tener que salir de ahí cubierta únicamente por un trozo de tela húmedo.

Fue un alivio darme cuenta de que Joe estaba dormido.

De igual manera, Adolph descansaba en la litera de arriba y Alan en la de abajo junto a Nina.

A diferencia de Donovan, que no me quitó los ojos de encima ni un segundo cuando me vio aparecer. No disimulaba al inspeccionarme minuciosamente desde el sofá.

Me paré frente a él, cruzando los brazos sobre mi pecho en un intento por esconder mi cuerpo.

—Yo... quería... sólo... —tartamudeé.

—Ropa, claro —concluyó el vampiro sin dejar de verme. Lo cual se estaba volviendo cada vez más incómodo.

Se puso de pie y se movió nerviosamente un par de pasos. Parecía inquieto por algo.

Tan pronto como se irguió delante de mí, entendí que debía apartarme para dejar que caminara hasta el armario.

Traté de dar una zancada hacia la derecha, pero no me había movido siquiera un centímetro cuando sus brazos envolvieron mi cintura. Mis latidos se aceleraron mientras él me apretaba contra su cuerpo lo suficientemente fuerte como para que no pudiera irme a ningún lado.

Llevó una de sus manos a la parte baja de mi espalda, ayudándose con ésta para mantenerme cerca. La otra mano la deslizó por encima de uno de mis desnudos hombros, retirando el cabello mojado que lo tapaba.

Había una minúscula separación entre sus labios y los míos.

¿Qué debía hacer? ¿Resistirme a un chico apuesto y sexy? ¿O dejar que pasara lo que tuviera que pasar?