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Capítulo 1: Atrapada

Bowne St, New York, United States.

Degusté dos tragos de vino. Me encontraba sentada junto a mis amigas en una de las mesas del salón donde se celebraba el baile de máscaras del año. Le entregué la copa a mi compañera antes de levantarme para tomar aire en las afueras del lugar. Me sentía mareada por el licor.

Atravesé el salón con atolondradas pisadas. En la puerta estaban de pie los dos hombres de seguridad, vestidos de negro y con antifaces cubriéndoles la mitad del rostro.

Con la cara pálida y sintiéndome nauseabunda, salí casi disparada por las puertas de cristal, dirigiéndome hacia las calles vacías y oscuras. Todo se veía bastante solitario, excepto por un sujeto que creí reconocer. No llevaba su máscara puesta. Me pareció que íbamos juntos a la clase de inglés.

El chico estaba terminando de fumar un cigarrillo, el cual arrojó al suelo antes de darle un pisotón para apagar las cenizas humeantes. Se giró para regresar al baile.

—No deberías quedarte aquí sola en medio de la noche —me advirtió mientras entraba al gran salón.

Sospeché que me había hablado a mí, debido a que no había nadie más allí.

Sin prestarle atención, permanecí de pie en medio de la gélida noche. Necesitaba respirar, salir de la multitud.

Cuidadosamente, acomodé mi vestido de gala para sentarme en la frígida acera.

—Hola —mis oídos se inundaron de una armoniosa voz masculina que venía de alguna parte.

Giré la cabeza, mirando a todas partes, buscando la irreconocible voz. No logré ver a nadie.

—¿Qué hace una lindura como tú aquí solita? —señaló la misma voz.

Una figura masculina apareció ante mis ojos. Iba en un atuendo elegante, con una máscara negra cubriéndole la nariz y alrededor de los ojos. A la escasa distancia de un par de metros, se hallaba ese espécimen. No parecía demasiado mayor, era un tanto más alto que yo.

No lo pensé dos veces antes de enojarme. Fruncí el ceño, preparándome para insultarlo por su atrevimiento. Planeaba decir algo como: "¿Cuál es tu problema, tarado? Sal de mi camino". Pero no había siquiera pronunciado media palabra cuando el tipo me mandó a callar.

—Shhh, quédate muy calladita ahora —se aproximó con la misma cautela y determinación que un depredador antes de atacar a su presa.

Di marcha atrás, empezando a sentirme insegura.

Retrocedí a medida que él se acercaba.

Al tratar de reconocer su rostro, adiviné las intenciones en sus ojos ensombrecidos debajo del antifaz.

Claramente iba a hacerme daño.

Cuando mis ojos se posaron en la puerta del salón, pensando en atravesarla, el individuo la bloqueó con su cuerpo.

Los hombres de seguridad ni siquiera se alarmaron. Permanecieron tan inmóviles como dos estatuas.

Precipitadamente, me eché a correr a lo largo de la calle.

Como era muy lenta, decidí dejar mis zapatos de tacón en el asfalto y corrí descalza, sin darme cuenta de que el chico de la máscara venía detrás de mí. Y era demasiado veloz.

Lo más rápido que pude, avancé en dirección recta. A mi alrededor había un montón de negocios cerrados; no muchas tiendas solían abrir durante la medianoche. La luna no se veía en ninguna parte, pero los postes de luz iluminaban el panorama.

Giré cuando llegué a la esquina. Detrás de mí podía escuchar muy cerca sus pasos, incluso su respiración. Me volví hacia atrás, sólo para distinguir su deslumbrante sonrisa blanca, la cual mostraba al tiempo que me perseguía. En una de sus manos llevaba mi par de zapatillas de tacón alto.

Continué corriendo en busca de gente que me pudiera ayudar. El hombre no se cansaba de seguirme, a pesar de que yo sí estaba cansada de huir. Y mucho.

En cierto momento en el que pensé de forma razonable —y no sólo me dejé llevar por el sentido de supervivencia— descubrí que no lograba identificar ninguna de las calles. Estaba perdida, no tenía la menor idea de dónde me encontraba.

¿Cuánto había corrido? No lo sabía. De lo único que estaba segura era de que el extraño enmascarado todavía me acosaba sigilosamente.

Tan pronto como tomé la siguiente esquina, me encontré con una vereda atestada de personas.

Los vi apoyados contra sus automóviles, bebiendo cerveza o conversando en grupos. La cuadra estaba totalmente iluminada, repleta de discotecas, bodegas y licorerías

Disminuí el paso, sintiéndome segura alrededor de todos esos desconocidos. Ya no veía por ningún lado al imbécil que me perseguía.

Respiré agitada, tratando de sosegarme. La gente no me miraba. Era como si fuese invisible, como si ni siquiera estuviera ahí. Caminé apresurada en busca de ayuda, intentando captar la atención de alguien con apariencia de buena persona que me ayudara a regresar a la fiesta o a casa.

Entonces presentí de nuevo que aquel misterioso hombre se encontraba a mis espaldas. Al volver mi mirada atrás, me di cuenta de que tenía razón.

Él se desplazaba como si no estuviera interesado en mí, pero yo sabía que me estaba acorralando y que sus intenciones no eran buenas. El sonido de la música alta vibró en mi pecho, las voces de las personas me atormentaban igual que un enervante bullicio de muchedumbre. Me sentía tan pequeña y sola...

Las personas del lugar me ignoraban. Era prácticamente inexistente.

¿Cómo podían pasar por alto el hecho de que había una chica corriendo en medio de la calle, siendo perseguida por un tipo que llevaba máscara?

Tropecé torpemente con algunos sujetos mientras avanzaba entre la ruidosa multitud. Incluso así, seguía siendo imperceptible para todos.

—¡Ayúdenme! —balbuceaba sin aliento a cada individuo que pasaba cerca de mí.

Nadie me veía.

Solté una maldición antes de hallar una esquina en la que podía girar. Y lo hice, sólo para darme cuenta de que era un estúpido callejón sin salida. Vacío.

No había alcanzado llegar al final del callejón cuando tropecé, tambaleándome sobre mis pies. Dos segundos más tarde, caí al suelo sobre mis codos y rodillas, los cuales sangraron de inmediato.

Él estaba ahí, con la sonrisa más maligna que jamás había visto, acortando la distancia entre ambos, aprovechándose del hecho de que ahora estaba tumbada sobre el asfalto, indefensa.

Me di la vuelta para quedar acostada sobre mi espalda. En el momento en el que me apoyé del piso para incorporarme, lo sentí caer encima de mí como una maciza roca.

Era un tipo rígido y fuerte, todo su endurecido cuerpo estaba aplastando el mío. No pude evitar respirar su exquisito aroma. Aunque era extremadamente delicioso, no me detuve a pensar en lo bien que olía. Estaba presa del pánico, temblando. Agotada, débil, sin aliento y a punto de echarme a llorar.

¿Qué iba a hacerme? ¿Iba a violarme?

Me olfateó como si eso le proporcionara placer, como si fuese comida. Aspiró aire audiblemente, sin soltarlo.

Me estremecí de miedo.

No pasó un segundo más cuando sus labios se apretaron contra mi cuello y su lengua rozó la piel que recubría mi garganta. En ese momento sentí una punzada de intenso dolor.

Eran sus dientes, perforándome la piel.

Pude sentir cómo se abría mi piel, dando paso a que la sangre corriera dentro de su boca a borbotones. Él estaba bebiéndola.

El dolor era terriblemente insoportable, sin embargo, había una nota placentera dentro de esa agonía. Litros y litros de mi sangre caliente fluyeron desde mi garganta mientras él la engullía toda. Aún podía sentir sus húmedos labios y lengua presionando la herida, succionado.

Más dolor, sufrimiento.

Dentro de mí algo hacía arder mi cuerpo, como si se trataran de llamas. Todo se veía borroso, el suelo daba vueltas. Cuando se quitó el antifaz, no logré distinguirlo con claridad, porque mi visión se estaba tornando de color negro.

Y no quisiera hablar de lo que sucedió luego...

El desmayo no calmó mi dolor, sino que, al contrario, lo intensificó. Tenía la sensación de que estaba siendo quemada viva. Me incendiaba. Estaba muriéndome de la manera más cruel y lo sabía.

Ése fue mi último recuerdo antes de despertar.

Aún sin abrir los ojos, escuché voces. Eran insoportablemente ruidosas, mis oídos dolían.

No sabía cómo, pero podía olfatear cada cosa que me rodeaba. Sabía que las paredes eran de madera sin haberlas visto, porque podía olerlo. Sabía que estaba lloviendo, debido a que percibí el aroma a humedad. Olía cada partícula que flotaba por el aire. Y olía a... sangre.

De repente, una perforadora punzada de hambre me hizo doblarme. Mi estómago mandaba dolorosas señales y mi garganta se sentía seca y agrietada, al igual que mis labios.

Aún podía escuchar las voces. Parecía tratarse de un grupo de jóvenes conversando en algún lugar cercano.

Cuando abrí los ojos, la luz hirió mis retinas. Lo único que podía vislumbrar eran destellos provenientes del bombillo, haciéndome daño en la vista. Parpadeé unas cuantas veces hasta que mi visión se normalizó. Todo lucía nítido y colorido, como en alta definición.

Me di cuenta de que me hallaba recostada en un colchón que descansaba sobre un suelo alfombrado. El lugar era enorme: una gigantesca habitación en color vinotinto. Había una cama tipo litera a un lado de mi colchón y, a lo lejos, un par de sillones y un sofá, sobre los cuales estaban sentados un grupo de chicos jóvenes.

Al menos han de tener mi edad, pensé, o un poco más.

Ellos miraban televisión, se reían y se divertían mientras que yo no tenía la menor idea de dónde estaba o qué estaba sucediendo.

Me dolía la cabeza y me sentía terriblemente enferma. Me sentía débil, extraña, hambrienta, sedienta y muy asustada. Me senté sobre el colchón, colocando mis pies descalzos en la alfombra fría. A un lado hallé mis tacones de color negro.

En seguida, vi a un chico acercarse. Su cabello era castaño claro, su sonrisa encantadora.

—Hola —me habló, ladeando la cabeza cuando llegó hasta mí.

¿Quién era?

Estuve varios minutos callada antes de poder responder.

—¿Hola?

—¿Qué tal? ¿Todo bien? Soy Donovan —su voz era suave y tentadoramente hermosa.

Me hizo sentir que estaba dentro de un sueño.

No sabía qué responder o, mejor dicho, qué preguntar.

—¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? —expresé al resto de los jóvenes, que me contemplaban como si fuese un animal de circo.

Tan pronto como el joven delante de mí expandió su sonrisa un poco más, advertí aquellos alargados colmillos, filosos y mortales.

Tragué saliva con pánico.

Cuando él lo notó, puso las manos sobre mis hombros. Cálidas y gélidas manos, si es que eso es posible.

—No tengas miedo, no te haremos daño —aseveró—. ¿Sientes hambre o sed?

Asentí con la cabeza, sin hablar.

—¡Adolph! La chica tiene hambre —Donovan alzó la voz para hablarle a otro de sus compañeros.

El aparentemente mayor de los chicos se levantó del sofá, dejando su lata de cerveza en la mesa, y alcanzó un recipiente de color negro en el refrigerador. Se acercó a paso lento antes de entregarme la bebida. Me sonrió con cierto aire paternal.

Destapé el termo que tenía en las manos al tiempo que todos me observaban. Bebí un trago. Sabía muy bien. Nuevamente, tomé un sorbo, y luego otro, con absurda desesperación. Hasta que dentro de mi boca distinguí un sabor metálico, a hierro.

Me paralicé y parpadeé con miedo. Mis dedos tiritaban tanto que dejé caer el vaso sobre la alfombra.

—¿Sangre? —inquirí, estupefacta.

El líquido que derramé era prácticamente invisible, porque era casi del mismo color que la alfombra. Todo mi cuerpo trepidaba, mis rodillas se sacudían. No sabía qué pensar. Me moví hacia atrás, tratando de escaparme de la pandilla de psicópatas que me habían dado sangre para beber.

No obstante, cuando mi lengua rozó accidentalmente mis dientes, descubrí el filo de mis colmillos.

¡Maldita sea! ¿Qué está pasando aquí? Me pregunté.

El chico y la chica que habían permanecido en el sofá hasta ese momento, se aproximaron hacia mí, como si fuera alguna especie de espectáculo.

—¿Crees en vampiros? —cuestionó esta última.

Ella tenía el cabello teñido de rubio, corto hasta el cuello, e iba vestida con tacones y un vestido rojo bastante sensual.

El muchacho que la acompañaba traía el cabello repleto de rizos castaños. Era tan apuesto como Donovan y Adolph, aunque su rostro parecía bastante más adusto. La camiseta sin mangas que tenía puesta me permitió contemplar sus musculosos brazos.

¿Por qué se habían juntado tantos jóvenes guapos en una sola habitación?

¿Era una convención de belleza? ¿Una secta satánica en la que cambiabas tu alma a cambio de sensualidad infinita? ¿O simplemente una agencia de modelaje para... vampiros?

No, no puede ser.

No existe tal cosa como los vampiros. El resto, posiblemente sí.

—Llévenme a casa —ordené. Mi voz sonó ahogada por el terror.

—Escucha, cálmate. No puedes ir a casa, eres uno de nosotros. Tú sabes lo que eres —decía Donovan—, sabes lo que somos.

Le eché una mirada a lo que parecía ser una puerta de salida antes de que Adolph se moviera para bloquearla con su cuerpo. Se apoyó en ésta con los brazos cruzados en el pecho.

—No podemos dejarte salir. De ahora en adelante, si no te quedas con nosotros, correrás peligro.

Solté una carcajada histérica. Definitivamente estaba conmocionada.

Todos me vieron extrañados.

—Están locos, todos están locos —protesté.

—Bien, puedes creer lo que quieras, pero no te dejaremos ir —me dijo la única chica del grupo.

En ese preciso instante, Adolph se apartó de la puerta para dejar entrar a otro muchacho.

Cuando ésta se abrió, un joven desmesuradamente sexy la atravesó. Y, por supuesto, también tenía colmillos. Lo noté porque llevaba en su cara una amplia sonrisa radiante. Aquellos jeans pegados a sus piernas me hicieron olvidarme de toda mi histeria. Era atractivo como el infierno.

Estaba estupendamente bien formado, tal como un atleta. Cada vez que se movía, su camiseta se apretaba a sus músculos. Tenía el cabello oscuro, corto y desordenado, los ojos grises, las cejas espesas y los labios sonrojados, carnosos…

Mis pensamientos tomaron un rumbo que no deberían haber tomado.

—Hey —saludó mientras entraba, sosteniendo una botella de cerveza en la mano.

Me paralicé. No porque me hubiera provocado pensamientos lujuriosos, sino porque reconocí su voz.

Fue él quien me mordió.

Con cautela, lo vi aproximarse.

—¿Qué tal está la nueva pupila? —interrogó, parándose delante de mí.

Me contempló de cerca antes de elevar mi barbilla con sus dedos para examinarme la cara.

Le di una bofetada tan pronto como sus manos alcanzaron mi rostro.

—Fuiste tú —le reclamé—. Fuiste tú, imbécil. Tú me hiciste esto.

Por primera vez, me las arreglé para hablar en un tono mas imponente, furioso. El sujeto, sorprendido, tocó su mejilla lastimada. Luego de mirarme con los ojos bien abiertos, empezó a reírse a carcajadas.

—Lo siento —se excusó de manera burlona—. ¡Wow! Nunca creí que una mujer pudiese hacerme esto alguna vez.

Parecía incrédulo.

Donovan se carcajeó.

—Siempre hay una primera vez, Joe —departió, sin poder contener la risa.

—Él es Joseph, mejor conocido como Joe —aclaró Adolph, señalando al tipo majadero y sexy que tenía frente a mí—. Y él es Alan —se refería al chico más joven, con cabello rizado y expresión seria—. Ella es Nina. Creo que Donovan ya tuvo el placer de presentarse..., y yo soy Adolph.

—Es como nuestro jefe —manifestó Donovan, refiriéndose a Adolph.

—Yo... yo soy... —tartamudeé.

—Angelique —Joe completó la frase en un tono presumido y pedante mientras se tumbaba sobre el sofá.

—Debo irme a casa —les avisé.

—Ésta es tu casa ahora —señaló Adolph—. Tus padres creen que estás desaparecida desde la noche de la fiesta.

—¡Y lo estoy! —alegué. Luego pensé: ¿Desde la noche de la fiesta?—. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Dos noches.

—Dos noches que he dormido en el suelo gracias a que ocupaste mi cama —gruñó Joe desde el sofá.

—Fue tu culpa —me defendí.

No me respondió.

A pesar de que eran chicos extraños, con colmillos y bebedores de sangre, parecían gente amigable. Excepto por Joe, claro. Él era más bien un fanfarrón.

—Ahora... ¿Quieres un poco de sangre para cenar? —ése era Alan—. Tendrás que ir a cazar, ya sabes.

Sin previo aviso, mis rodillas se doblaron, dejándome de hinojos sobre la alfombra con las manos aferradas a mi estómago. De verdad tenía un hambre feroz. Debía saciarla antes de seguir perdiendo fuerzas.

Sentí la sed crecer poderósamente dentro de mí, cada vez más primitiva.

En el suelo seguía aquel vaso térmico...

Un instinto que no pude controlar me hizo tomarlo entre mis manos.

Me rendí ante mis impulsos. Revisé si había algo de sangre en su interior y bebí las últimas gotas carmesí que quedaban en el recipiente.

Eso era lo que necesitaba, únicamente sangre.

Vi a Nina correr hacia el refrigerador. Ella regresó con otro de esos vasos y se arrodilló frente a mí. Prácticamente le arranqué el recipiente de la manos. Frenéticamente, bebí hasta el fondo. Tragué hasta la última gota sin siquiera respirar.

—¡Vaya que estás sedienta! —se burló Alan.

—Si quieres algo de alimento humano, todavía puedes comer. Tal vez puedo preparar waffles o espagueti —se ofreció Donovan.

Increíblemente, al escuchar hablar de comida, sentí nauseas. La sangre sabía diferente ahora. Me agradaba, saciaba mi sed. Y eso era horrible.

—¿Es sangre de un muerto? —articulé, aterrorizada.

De todas formas, no pude evitar lamer mis labios para saborear los restos de sangre en ellos.

—Exacto —respondió Alan naturalmente.

Tragué el nudo en mi garganta mientras que Donovan me ayudaba a ponerme de pie.

Hundí el rostro en mis manos salpicadas con sangre y empecé a llorar. Las lágrimas brotaron sin mi consentimiento.

Para mi sorpresa, Donovan me rodeó con sus brazos, tratando de consolarme. En cambio yo me asusté tanto que retrocedí, liberándome de su agarre.

Él era un desconocido, un chupasangre o posible sectario... ¿Qué hacía abrazándome?

—Perdón, yo... —quise disculparme por ser grosera con Donovan y por llorar tan espontáneamente, pero ni siquiera pude.

—Mira —me explicó Adolph—, ahora eres diferente. No vas a envejecer, necesitarás beber sangre de personas para vivir, no volverás a ver a tu familia y vivirás con nosotros. Además, por nada del mundo puedes hablarle a nadie sobre lo que somos. Debes tener cuidado de que ni una sola persona lo descubra. Y, lo más importante, jamás volverás a ser como eras antes. No hay vuelta atrás.

El imbécil que me había mordido me contemplaba desde el sofá, con las manos detrás de su cabeza y las piernas extendidas, sin decir nada.

—No soy un vampiro. No soy un monstruo como ustedes.

Ellos me observaron en silencio, serios.

Joe se puso de pie y empezó a reírse.

—Ya lo aceptará —espetó, caminando hacia nosotros mientras se quitaba la chaqueta.

Se detuvo frente a un armario antes de quitarse los zapatos y la camisa. Mi corazón dio vuelco, acelerándose. No conseguí apartar mis ojos. No pude dejar de admirarlo.

Al menos estoy viva, pensé cuando sentí los latidos en mi pecho.

Observé detenidamente, sin poder disimular, cómo ese tal Joe cambiaba la ropa. Se colocó un par de zapatos negros de gala, una camisa blanca de mangas largas y un chaleco encima de ésta.

¡Oh, Dios! Es tan atractivo...

Al verlo se me olvidaba todo.

Donovan se aclaró la garganta ruidosamente, sacándome de mis pensamientos.

—¿A dónde vas? —consultó Adolph a Joe.

—Ya sabes, a divertirme —contestó mientras se aplicaba un poco de perfume, el cual inundó la habitación de innumerables fragancias.

Caminó cerca de mí, dejándome hipnotizada con su aroma.

Era evidente que había notado mi interés y la forma en la que me dejé encantar por sus atributos. Me lanzó una sonrisa pícara. Fruncí el ceño.

Es un maldito, sonó la voz de mi cabeza.

Es otro de esos chupasangre... ¿Como yo?

—Adiós —dijo galantemente.

—¿Puedo ir contigo? —le sugirió Nina.

—Adelante —estuvo de acuerdo Joe.

Ella agarró su bolso, entrelazó un brazo al de Joe y abandonó el lugar junto a él. Advertí cómo Alan se tensaba, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Vamos a cazar? —le preguntó Adolph, a lo que Alan respondió asintiendo.

Ambos miraron a Donovan.

Éste suspiró.

—Bien, me quedaré a cuidar a la chica.

—De acuerdo. No llegaremos muy tarde. Diviértanse.

—¿Quieres darte un baño o algo? —me preguntó Donovan una vez que estuvimos solos—. Te prestaré ropa mía o de Nina. No creo que se moleste.

Fui hasta al cuarto de baño. Lo único que había dentro era una bañera blanca en medio de cuatro paredes vacías. Y aparte de eso, un pequeño estante con una gran cantidad de productos de higiene que jamás pensé que un vampiro podría tener.

Demoré unas dos horas allí dentro, quería hacer tiempo para idear un plan para huir, pero no se me ocurrió nada que no terminara con mi muerte.

Elegí colocarme la ropa de Donovan, debido a que la de Nina era demasiado atrevida para dormir rodeada de hombres.

Él me estaba esperando afuera. Parecía cansado mientras miraba la televisión desinteresadamente, tumbado en un sillón. Al verme, me recibió con una sonrisa.

Se puso de pie para coger dos latas de cerveza, ofreciéndome una. Con cierta desconfianza, la acepté.

Al parecer, a los vampiros les gustaba beber otras cosas además de sangre.

Dándome por vencida, me arrojé en el sofá a su lado.

Luego de terminar esa cerveza, sentí más sed.

Sed de sangre.

Cuando Donovan lo notó, fue tan amable de calentar para mí sus últimas reservas de sangre.

Tan pronto como la sangre tibia descendió por mi garganta, casi pude sentir la piel caliente de un humano, mis dientes enterrados en su cuello...

Podía imaginarme el nervioso corazón de una persona muriendo tras mis mordidas, podía sentir cómo consumía cada gota de su adrenalina, transportada a través de esa deliciosa sangre roja.

Mi cuerpo se estremeció en el momento en el que descubrí que ya no era yo. Había cambiado.

Después de todo, quizás sí era como ellos.

Tal vez sí soy un chupasangre.

—¿Te gustaría compartir sangre conmigo? —prorrumpió repentinamente Donovan.

¿Qué clase de propuesta era esa?

—¿Qué? —murmuré antes empujar el recipiente de sangre hacia él—. ¿Acaso quieres un poco?

Él sacudió la cabeza.

—Hablo de algo diferente.

—No lo entiendo. ¿Cómo funciona?

—Tú me muerdes y pruebas mi sangre. Yo hago lo mismo contigo. No es para beberla, como lo harías con un humano, es sólo por placer —me explicó—. Digo, si no te importa.

No iba a dejar que nadie pusiera de nuevo sus dientes en mi cuello. No esta vez.

Negué.

—Quiero dormir.

¡Sorpresa! Pensé. Los vampiros sí duermen.

Al menos yo tenía sueño y me sentía muy cansada.

—Utiliza la cama de Joe. No creo que tenga ningún problema.

—Yo creo que sí.

—Sólo aparenta ser odioso, te aseguro que no le importará.

Derrotada, me recosté en la cama de Joseph.

Tenía sueño, pero no tenía la intención de dormir realmente. Aparenté quedarme dormida mientras esperaba a que Donovan lo hiciera.

Pasaron incontables horas en las que él permaneció tumbado sobre el sofá, fingiendo ver la tele.

Hasta que escuché en la distancia cómo su respiración se relajaba paulatinamente.

Perfecto.

A hurtadillas, me puse de pie y abrí la puerta principal.

¿Realmente había sido tan sencillo?

Me sorprendí mucho al ver lo que había del otro lado...

Me encontraba en esa misma calle donde había estado la última vez que fui humana.

Supuse que era de madrugada, puesto que las discotecas, bares, nightclubs... todo estaba lleno de gente, al igual que la última vez. Las personas danzaban en medio de la calle, totalmente ebrios.

Con precaución, terminé de salir, cerrando la puerta detrás de mí. Me adentré en la muchedumbre. Pero cuando examiné a esas personas detenidamente, mi rostro palideció.

No eran personas, todos ellos tenían colmillos. Eran chupasangres.

¡Por Dios!

¿Cuántos de ellos había en la ciudad?

En ese momento supe por qué ninguno me había ayudado aquella noche.

Malditos vampiros.

Bueno, soy una de ellos ahora.

Temerosa, seguí adelante. Sólo debía continuar caminando e irme a casa, donde todo sería igual que antes.

Esto tiene que ser una pesadilla o una mala broma, me dije, incapaz de creer lo que realmente estaba ocurriendo.

Esta vez los vampiros sí me observaban. Me seguían con la mirada cuando caminaba.

—¿Eres nueva aquí? —me dijo un sujeto que me tomó por el brazo—. ¡Muérdeme, chiquita!

¡Qué asqueroso!

Aunque era apuesto, todos los vampiros parecían serlo.

Aun así... Tiré de mi brazo para zafarme de sus grandes manos.

Salí de ahí, viva al menos.

La siguiente avenida parecía vacía y silenciosa. De pronto, mi sentido del olfato se alteró. En el aire había un ligero y penetrante aroma a humano, a sangre. Mi agudizado oído advirtió muy, muy fuerte, los latidos de un corazón mortal, comprimiéndose y expandiéndose.

Para mí fue como el sonido de una música tranquilizadora, como la lluvia o el crujido que hacen las hojas secas cuando se rompen bajo tus pisadas. O tal vez una melodía de piano.

Ahí estaba: un chico joven, alto, con buen parecido. Iba caminando con las manos en los bolsillos de sus vaqueros, relajado, escuchando música en su iPod. Poseía un corazón humano que bombeaba sangre a cada parte de su cuerpo y un aroma atrayente.

Un impulso primitivo surgió dentro de mí, como si fuera un animal salvaje. Empecé a temblar de pies a cabeza. Sabía que mis ojos se habían bestiales, que mi mirada era igual a la de un león hambriento acechando a un pequeño y frágil ciervo en medio de la selva. Se tensó mi mandíbula y cada músculo de mi cuerpo.

Intenté ignorar al muchacho, intenté olvidarme de su apetitoso aroma y de la sensación de la sangre en mi lengua. No obstante, no podía pensar. Me asaltó una repentina, descontrolada sed.

Sin poder dominar mi cuerpo, me abalancé sobre él. No pude evitarlo.

Cuando le salté encima, mis colmillos dolieron con urgencia, queriendo enterrarse en su cuello. Él gritó, aterrorizado. Pero en mí no había piedad. Yo no era yo misma, solamente era una indómita chupasangre, un monstruo. Nada podía detenerme en ese momento. Era simplemente instinto. Necesitaba... alimentarme.

Muy dentro de mí, sentía miedo. Mi parte humana suplicaba por ser liberada de ese instinto de matar.

Fue doloroso saber que el adolescente probablemente no quería morir tan pronto, que tenía una familia que lo esperaba en casa esa noche, que estaba muerto de miedo, que me imploraba que no le hiciera daño. Y, aun así, no tuve dominio de mí misma.

Hundí los dientes en su cuello. Mis alargados colmillos afilados se enterraron un su piel como si se tratara de un tierno trozo de carne, apetitoso y suave.

La sangre que palpitaba recorriendo sus venas salió disparada a chorros hacia el interior de mi boca. Se sentía caliente...

El sabor era sencillamente mejor de lo que había imaginado. Era como comer tu comida favorita después de días de ayuno. Satisfacía todos mis sentidos, saciaba mi sed y calmaba mi hambre.

No pude parar, no pude. La tentación era mucho más fuerte, incontrolable, y el placer era tan desmedido que nada me podía hacer reaccionar.

Salvo la muerte.

Sentí su vida abandonando su cuerpo bajo la poderosa mordida de mis dientes y mi ataque mortal.

Por un segundo regresé a mi estado normal, recuperando el sentido. Contemplé el cadáver desangrado entre mis brazos, mis manos y mi boca bañadas en su sangre. Mi pecho temblaba al tiempo que las lágrimas empezaban a caer sin control.

Maté una persona, me acusaba a mí misma, de rodillas junto al cadáver. Maldita sea, maté a una persona.

En ese momento deseaba despertar. Despertar en mi cómoda cama y descubrir que todo había sido una pesadilla, que nada era cierto. Continué sollozando. Hasta que vislumbré entre las sombras a otro individuo.

Era otro humano, lo sabía. Podía percibir su calor corporal incluso desde la distancia. La sangre corriendo por sus venas, su organismo en movimiento, el aroma de su sudor.

Era la silueta de un hombre, acercándose desde la oscuridad. Quería correr y alejarme para no volver a caer en el mismo deseo salvaje, para no tener que matar a otra persona.

No pude hacer más que parpadear y respirar.

Este individuo alzó su mano, en la que parecía empuñar una pistola. Escuché el estruendo del arma al ser disparada y, un instante después, sentí el dolor atravesándome.

***

Desperté en mi cama.

—Gracias a Dios —exhalé en voz alta—. Fue un sueño, solo un sueño.

No había ni una sola herida en el cuerpo. Estaba fresca, limpia, usando mis cómodas pijamas.

Me levanté con cierta emoción. Después de todo, había sido un sueño excitante y bastante estimulante. Apoyé mis blancos y descalzos pies en el suelo antes de dirigirme directo hacia el espejo.

Al ver mi reflejo, me impresioné. Yo era diferente. Mi cuerpo lucía más pálido que nunca, igual que una resplandeciente luz. Mis labios eran más rojos que de costumbre y... también mis ojos, eran del mismo color de la sangre.

Tragué saliva.

Insegura, salí al pasillo, encaminándome hacia las habitaciones de mi familia. Pronto noté que estaban vacías.

Fui a la cocina, donde hallé a mis padres desayunando junto a mi hermanita de once años, Serenity. Antes de que en mi cara se dibujara una sonrisa por el dulce retrato familiar que estaba presenciando, una incómoda punzada atravesó mi estómago.

No puede estar pasando esto.

Otra vez esos instintos primitivos me estaban volviendo loca. Fui consciente del olor de la sangre, de mi lengua deseando probarla, de mis colmillos queriendo morder con urgencia.

No podía matar a mi familia, no podía hacerlo. ¡Antes me suicidaría o amarraría!

¡Por Dios! Necesitaba controlarme.

Intenté respirar profundo para calmar el dolor de la necesidad. Pero aquello sólo empeoró la situación. Si no hacía algo, en cualquier momento iba a devorarlos a todos.

El hambre fue más fuerte que yo. Se apoderó de mi cuerpo.

Toda mi familia, era toda mi familia la que corría peligro. Y yo era su amenaza.

Ellos me observaron ahí de pie, a punto de cometer un asesinato, sólo que aún no lo sabían.

Me abalancé sobre mi propio padre. La sangre debajo de su piel se me hacía agua a la boca.

¡Que alguien me detenga, por favor! Gritaba para mis adentros.

De pronto, vi cómo mi hermana menor y mi madre se acercaban para defender a papá. Las dos tenían enormes colmillos que sobresalían de su boca.

Aquello me impactó tanto que dejé a mi padre escapar.

Serenity y mamá me acorralaron, listas para atacar.

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