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Sombras Divididas

El destino es confuso. A veces pasa sin ser percibido, otras puede volver del revés la vida de alguien. Un chico normal, con problemas normales, viviendo una vida normal, justo como cualquier humano común... con la diferencia que el destino tenía otros planes para él. Un día, después de un extraño evento, se topó con dos chicas aladas y su vida se volvió mucho menos... normal. Fue arrastrado fuera de su planeta, probando la existencia de otros mundos y de extraños poderes como la magia misma. Desgraciadamente, el camino de regreso a su casa fue cerrado tras de si, dejando como única opción para regresar a su casa vagar a través de diversos mundos desconocidos . Al mismo tiempo, descubrió que no era capaz de usar magia, pero en su lugar obtuvo un extraño poder que le permitía tomar la energía del propio mundo, junto a otro extraño poder acompañado por una misteriosa y tenebrosa existencia despertando dentro suyo, sin la menor idea de si se trataba de un amigo o enemigo.

Gascart · Fantasy
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67 Chs

Epílogo 1: el final de algo que apenas empieza

El sol entraba por la ventana de una habitación poco familiar. No se me hacía raro, ya que una escena parecida me ha ocurrido demasiadas veces. Todo el cuerpo me dolía

exageradamente... Otra sensación que también se me había hecho demasiado familiar...

—Buenos días... Supongo.

—[¡Drayd!] gritaron Raidha y Pyro a la vez.

Me levanté un poco de la cama, estaba todo vendado una vez más. Seguramente la pelea fue terrible, para que mi compañero terminara tan terriblemente herido. Pero... si él terminó de esta manera, ¿cómo terminaría esa Katryde? Sentí un poco de pena por esa chica.

Raidha me saltó al cuello en el mismo momento que me levanté, dándome un fuerte abrazo que, como siempre, me dolió un montón. No obstante, me aguanté y le dejé

hacerlo sin decir nada.

—Estoy bien, no te preocupes.

—¡Imbécil! ¡¿Por qué siempre me haces sufrir de esta manera?! ¡Más te vale no hacer ni una sola vez más algo así, ¿entiendes?!

La abracé y empecé a acariciarle el pelo. ¿No estaba últimamente abrazándome cada dos por tres? Hacía unos pocos meses me estaba pateando a la mínima.

—Entendido… princesa.

[Pyro también quiere.]

—Está bien...

Pyro se unió al abrazo.

«Bueno, qué más da. Por un día, esto no es tan malo.»

-¿He de unirme yo también?

—Probablemente se puede considerar que ya te uniste... Bueno, supongo que... gracias.

Nos separamos del abrazo grupal. De golpe, el humor de Raidha cambió un poco.

—¿Hablas con eso?

—Sí… bueno, al fin y al cabo fue él quien se encargó…

—Yo… no voy a darle las gracias… No me gusta nada, ojalá desapareciera.

Raidha acababa de decir algo bastante desagradable en este momento.

—¿Por qué dices eso?

Con una cara triste, Raidha desvió la mirada.

-Olvidalo, está mejor así.

«¿Qué está mejor así? No entiendo por qué... Bah, no importa.»

—¿Qué pasó ayer?

—No solo ayer, siempre. Tú... No eres consciente de lo que pasa mientras él tiene el control, ¿verdad?

—Pues la verdad es que no... pero sé que gracias a él seguimos vivos.

—Y gracias a él casi mueres.

-Eso es verdad, cada vez que tomo el control tu cuerpo se degrada. Si no fuera por el poder de regeneración que tienes habrías muerto, y no por las heridas.

Todos nos callamos, incluso Pyro estaba callado. A pesar de ser un pájaro, parecía entender que no sabía suficientes cosas para intervenir.

—Pero sigo vivo, ¿no es así?

—¡De milagro!

—Raidha... no voy a morir, te lo prometo. No moriré mientras sigamos juntos. Creéme no es tan fácil matar a un hombre lobo.

—¡Tú…! Eres incorregible.

—Soy un auténtico caso perdido.

El buen humor regresó a la habitación. Eso no era una mentira, no tenía intención alguna de morir... Al menos no mientras ella estuviera a mi lado. Una vez nos separásemos... Si

nos separábamos, supongo que entonces ya no me esforzaría tanto.

***

Al día siguiente ya podía moverme de nuevo. No curaba a la velocidad que curaba cuando estaba transformado, pero sí lo suficientemente rápido como para no querer perder el tiempo en la posada y poder seguir adelante.

—¿Seguro que puedes caminar?

—Por supuesto, estas heridas no son nada comparadas con las que recibí la otra vez. Recuerda que tenía un agujero en el estómago...

[Pyro también piensa que tendrías que descansar un poco. Cuando regresaste estaba realmente mal.]

—Ahora que lo mencionas, ¿qué pasó?

[Volviste ensangrentado y lleno de cortes. Cuando te vimos parecías poder morir en cualquier momento.]

—Sí, volviste en un estado lamentable. Las heridas eran terriblemente profundas y sangrabas por todos los agujeros de tu cuerpo… no quiero ni pensar como estarías por dentro.

—Entonces no tenéis de qué preocuparos. Mi cuerpo cura antes por dentro que por fuera. Si las heridas externas están ya casi cerradas significa que por dentro estoy ya

perfectamente.

[Eso es increíble, increíble.]

—Bueno, si tu lo dices, supongo que lo soy un po... ¡¡¡¡No me jodas!!!!

—¡¡¡¡Por queeeeeeeé!!!!

Ni yo me lo puedo creer.

[Esto…]

—No hacía falta gritar tanto al verme.

Delante nuestro estaba Calitia, esperándonos con toda la tranquilidad del mundo. Estaba perfectamente, no podía ver ni una sola herida en su cuerpo.

«Y yo compadeciéndome de ella...»

Raidha me agarró del cuello y empezó a agitarme mientras gritaba.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaa! ¡Qué hace ella aquí! ¡Qué hace completamente intacta! ¡¿No se supone que acabaste con ella?! ¡Respondeeeeeeeeeeee!

—¡Lo mismo quiero preguntar yo! ¡No me sacudas a mí!

El que debía contestar se quedó en silencio.

—¡Contestaaaaa!

Raidha siguió gritando, pero el silenció siguió.

—Y ahora va y se queda completamente callado...

Calitia estaba con los brazos cruzados y los ojos cerrados, esperando que termináramos de montar el espectáculo.

—¡¡Y tú no te quedes ahí parada como si no tuvieras nada que ver en esto!! —Raidha dejó de sacudirme para gritarle a la rubia.

[¿Qué está pasando?]

—Como si yo lo supiera...

Calitia abrió los ojos y nos señaló con el brazo tan extendido como pudo y sacando pecho.

—He decidido que os daré una oportunidad, así que iré con vosotros.

—¡¡¡¡Queeeeeeeeeeeeé!!! —gritamos Raidha y yo a todo pulmón.

—Tengo que asegurarme de que realmente no haréis ninguna maldad.

—Habría sido mejor si me moría allí mismo... —suspiré con pesar.

—¡¡Eso no lo decides tú!! —se le acercó Raidha.

—¡Por supuesto que sí! A partir de ahora formo parte de vuestro grupo. No hay no que valga.

—Sí... Creo que me voy a morir de verdad...

—No digas tonterías humano. De todos modos, ¿dónde está él?

—¿Él? Te refieres a...

—¡Sí a él! Tenemos una cuenta pendiente, ¡con lo que prefiero tratar con él a contigo! —me gritó mientras desviaba la mirada.

-No estoy, no estoy, ¡Dile que no estoy!

«¡Soy yo quien no quiere estar ahora mismo!»

Aguante mis ganas de llorar y seguí hablando. No parecía querer pelear... Yo tampoco me veía capaz de siquiera intentarlo.

—Por qué a mí... Y llámame Drayd, no humano...

—Pues Drayd y... ¿Cómo se llama él?

—¡Él no tiene nombre! ¡Siquiera tendría que existir! ¡Aléjate de nosotros loca!

Calitia se acercó a Raidha y puso la mano encima de su hombro. Raidha hacía una cara de asco, como si le hubiera caído mierda en el hombro.

—Tendrás que aprender a usar un poco de respeto y gritar menos, es insoportable.

«He perdido un 15% de mis neuronas por culpa de todo esto... Pero bueno, quizás no esté tan mal. Ahora que lo pienso, los Katryde se supone que tienen naves que permiten viajar entre mundos. Probablemente ella nos pueda ayudar.»

—¿Calitia no? —pregunté, echando a un lado a Raidha.

—Sí, Calitia Katrum concretamente.

—Si, bueno, lo que sea... Si dices que ahora quieres que vayamos juntos entonces, ¿podemos usar tu nave?

—¡Yo no me subo en una cosa de esas ni loca!

—No, no podemos.

—Y... ¿por qué?

—¿De verdad crees que mis hombres aceptarían fácilmente ayudar a los silphen? Obviamente los mandé de regreso a nuestro mundo. No voy a involucrarlos en una decisión personal.

—De verdad, me duele la cabeza... Me duele mucho... ¡Demasiado! ¡Más que las heridas!

—Pues, por eso iré con vosotros. Espero que nos llevemos bien.

Calitia levantó su mano, esperando un apretón. Raidha y yo nos quedamos mirando esa mano con indecisión.

«Bueno, si estas dos se hacen amigas... Podría ser el principio del final de esta estúpida guerra entre Silphen y Katryde… Si la princesa de los silphen es capaz de llevarse bien con un comandante katryde…»

Lentamente acerqué mi mano hacia la suya, pero Raidha me golpeó inmediatamente.

—¡Nooooooooooooooo! ¡Aparta a este engendro de mi vista!

—Que grosera, te he dicho que soy tu superior. Aprende a respetar a tus superiores.

«Sí, tengo algo de esperanza.»

—Cerda, perra, ¡zorra!.

—¡Oye, no me hagas perder la paciencia!

«Siempre hay un poco de esperanza...»

—¡¡¡Muérete de una vez!!!

—Vale, ya me cansé. Después de todo mi paciencia también tiene un límite. ¿Te crees mucho por ser la hija de un demonio? ¡No eres más que una maldita y asquerosa Silphen más!

—¡Draaaaaaayd! ¡Esta vez estoy a favor, mátala, mátala, mátalaaaaaa.

«¡No hay esperanza alguna!»

—¡Dejadme en paaaaaaaaaaaaaaz!

Eché a correr tan rápido como mis piernas me permitían. Acababa de quedar atrapado en mi propia guerra a pequeña escala.

[Espera!]

—¡Draaaayd! ¡No me dejes sola con esta!

—Vosotros dos, ¡esperad he dicho!

—¡¡¡¡Olvidadme de una maldita vez las dos!!!!

Un exageradamente extraño grupo acababa de formarse. Y así, el nuevo grupo partió camino hacia un nuevo mundo sin saber lo que el destino les deparaba...

***

Mientras tanto, en Nilhemfir, las puertas del castillo se abrían pesadamente, dejando entrar al abatido rey de los silphen.

—¡Majestad! ¡Por fin está de vuelta!

Uno de los sirvientes se apresuró a recibirlo.

—Las cosas no fueron como planeé.

Arkin había estado buscando a Raidha durante días, pero no había sido capaz de encontrar el mínimo rastro suyo. Finalmente, cansado tanto físicamente como mentalmente había decidido regresar.

«Debí haber destruido esa espada hace mucho.»

No encontrar rastro alguno de Raidha solamente podía significar dos cosas: o había muerto, cosa que se negaba a creer, o que había llegado a un mundo tan lejano que su percepción era incapaz de alcanzar.

—Necesito hablar con Heinar inmediatamente.

—De acuerdo majestad, iré a buscarlo.

—No, yo mismo hablaré con él. Mientras, tú puedes ir a buscar a esos tres.

—¿Qué?

—Que los llames.

—A, a, ¿a ellos?

El sirviente empezó a temblar al escuchar las órdenes. Arkin suspiró al verlo temblar.

—Sí, a ellos, no hay otros a quien me pueda referir, ¿no es así? Entiendo que no le gusten a nadie, incluso a mi me ponen de mal humor, pero son los mejores en seguir rastros.

—¡Claro majestad! Pe..pero, ¿es necesario? El señor Heinar es incluso mejor que ellos…

—Pero incluso su poder tiene límites, necesitamos encontrar a mi hija y a Vurtalis cuanto antes. Dejar esa espada en sus manos puede causar el peor desastre de la historia de los silphen.

—¿Tan poderosa es esa arma?

—No, Vurtalis no es un arma poderosa. En realidad, no es muy útil para luchar. Después de todo no fue creada para ser un arma…

—Entonces, ¿qué es?

Arkin se paró y se quedó mirando al techo mientras se rascaba la cabeza en frustración.

—Una herencia… —murmuró.

—¿Entonces que la hace tan peligrosa?

—Vurtalis en sí no es peligrosa… excepto si está en manos de la idiota de mi hija. Como sea, olvídalo y haz lo que te digo. No necesitas saber sobre este tema. Transmite mi mensaje, lo tienen que conseguir a cualquier coste.

—¡Sí, majestad!

El sirviente se marchó a toda velocidad. Arkin continuó su camino hacia las profundidades del castillo mientras se perdía en sus pensamientos.

«¿Qué sentido tiene dejarle una herencia tan estúpida e inútil a tu hija? Lo único que conseguiste con esas ideas es morir, y ahora, tener a tu hija vagando entre mundos. Tendría que haber destruido esa maldita espada hace mucho... Pero no podía deshacerme de lo único que me recordaba a ti.»

Arkin llegó a su habitación y se sentó en la cama.

«Además... ese humano es raro, no me gusta. ¿Raidha, por qué le ayudaste a escapar? De verdad... no lo puedo entender. Llegar al punto de abandonar hasta tus propias alas para estar al lado de un simple humano. Eres una auténtica cabeza hueca.»

Alargó un poco el brazo para coger una foto que tenía en la mesa de noche al lado de la cama, una foto de familia. Arkin suspiró con tristeza mientras recordaba los viejos tiempos.

«Dalia, definitivamente tu hija es exactamente igual a ti.»

Arkin no pudo evitar formar una ligera sonrisa melancólica. Al mismo tiempo, una lágrima se precipitó desde su mejilla.

—Heinar, escuchaste lo que dije verdad.

—Si, majestad —se escuchó la voz de un hombre desde afuera de la habitación.

—Cuento contigo.

***

Y mientras el tiempo transcurría por los distintos mundos, en uno en concreto no parecía hacerlo.

Clap, clap, clap, en ese mundo, durante una noche donde no se podía apreciar luz alguna a parte de la de las estrellas del firmamento, se podían escuchar pisadas haciendo eco en medio de una ciudad que una vez fue espléndida, pero en ese momento no eran más que puras ruinas. No había rastro alguno de vida a parte de un solitario hombre paseando en medio de las calles de esta.

—¿Uh?

Murmuró mientras levantaba la mirada hacia el cielo estrellado, observando algo que únicamente él podía ver.

—Por fin un fuerte destino se ha mostrado. El momento que estuvimos esperando parece haber llegado, no obstante siento una perturbación en la corriente del tiempo… Ya no soy capaz de ver con claridad en ella.

Lentamente, caminó hasta llegar a un edificio que parecía un antiguo templo. El único lugar que parecía estar completamente intacto. Dentro de ese magnífico edificio, estatuas de seres alados se alzaban por todos lados. Se podría afirmar que no eran ni silphen ni katryde. Eran algo distinto, algo más fuerte.

Finalmente, con su paso ligero y sin preocupaciones, llegó hasta lo más profundo del templo y se paró en una sala donde dos enormes estatuas, que prácticamente parecían reales, se enfrentaban. Una hermosa mujer, cuya sonrisa podría curar hasta el más atormentado corazón, y un hombre con una mirada malvada capaz de asustar al más temible dragón. Ambos estaban mirándose con fuego en sus manos derechas. Detrás de ellos, una enorme puerta se alzaba.

—Es una suerte que no podáis ver en lo que se han convertido vuestros hijos, probablemente estaríais realmente defraudados. Durante milenios he guardado vuestro

legado, la hora en que alguno de vuestros hijos lo empuñe se acerca. Por fin una nueva estrella está por nacer, ahora bien, ¿con qué luz brillará? La blanca luz de la esperanza o la luz negra de la destrucción.