22 | Seduciendo a la Amante |

Desde que me había dado una segunda oportunidad para intentar ser feliz, había decidido tomar mi vida de forma lo mal libre posible. Disfrutar de todo, como si no hubiese un mañana.

El sexo se había vuelto menos monótono y más excitante a partir de allí.

Había sentido curiosidad varías veces en experimentar con mujeres pero nunca había concretado al cien por ciento, y no podía negar que Cheryl Hamilton despertaba algo en mi. Mi sentido de dominación se activaba al verla tan Segura de sí misma pero a la vez tan vulnerable.

Volví en dirección a la mesa, pero en el camino choqué con Theo, quien bailaba animadamente con Sienna. Intenté saludarlo, pero la sirenita se arrojó sobre mi en un abrazo.

—¡Este lugar es tan genial! —exclamó arrastrando las palabras.

Me separé de ella, quite la copa que llevaba en la mano y acomode el vestido rojo de corte clásico que la había obligado a colocarse.

Se veía encantadora, al igual que Theo. El siempre tenía un aspecto pulcro y adorable, incluso cuando intentaba ser sexi.

—Me alegra que te diviertas, pero es suficiente de alcohol para ti —exclame, bebiendo el contenido de su copa.

—Tranquila, me aseguraré que no ingiera más de eso —aseguró el moreno dedicándome una sonrisa que mostraba todos los dientes.

—Te dire Flash. ¡Has llegado muy rápido! —exclamé con diversión.

—Es que soy un súper héroe. Ya lo sabes.

Me enseñó sus bíceps musculosos y lance una carcajada. Tenía musculatura pero nunca podría competir con su primo, Stephen parecía ser de otro planeta.

—¡Dios, debes matarte en el gimnasio! —dijo Sienna tocando la dureza de su brazo.

¡Peligro! ¡Peligro!

¡Así se comienza, sirenita!

Estaba mucho más deshinibida a causa de los tragos y el Champagne. Agradecía al cielo que el otro James no estuviese aquí o la sirenita perdería la virginidad de manera poco especial en el baño de la discoteca.

—Me alegra que no vinieras con Alexander.

—Estaba en casa de Stephen, íbamos a ir a un bar cerca de aquí pero Justo Cassy llamó —respondió ayudando a Sienna a estabilizarse —Stephen no quería venir pero cuando le he dicho que estabas tú, accedió inmediatamente.

Esbozó una sonrisa que provocó que negara con la cabeza. Comprendía el juego que estaba jugando y no iba a caer en eso.

—¡Se lo qué haces, Theodore James! —acuse.

—No se de que hablas —fingió ser inocente.

—Intentas hacer de cupido... pero no te funcionará.

—Eso lo veremos, prima.

—¿Eres su prima? —preguntó Sienna sorprendida.

—¡Te detesto! —replique mientras caminaba hacia los sillones del vip.

—¡No es así!

Encontré a Stephen sentado allí, con la vista en su móvil y el ceño fruncido. Tenía una expresión de desagrado que arruinaba sus lindas facciones. Su camiseta blanca brillaba gracias a la luz de neón, y la campera de jean celeste que llevaba le daba un aspecto juvenil y relajado. Lejos estaba ese empresario insoportable y demandante que trabajaba conmigo.

Todo en él gritaba sexo.

—¿Puedes cambiar esa expresión? Tendrás que usar botox a los treinta de lo que te arrugarás por tanto fruncir el ceño.

—No me gustan estos lugares —dijo, recorriendo con los ojos todo mi cuerpo.

—¿Discotecas? —pregunte.

—Si. Personas amontonadas como ganado, bailando apretados y transpirando. Es muy desagradable.

Lanzó una carcajada y me senté a su lado, tomando una copa de Champagne. Se recostó sobre el respaldo del sillón y escaneo todos mis movimientos.

—Hay otras cosas que se hacen apretados y transpirando que no te desagradan, Stephen —repuse.

Ladeo la cabeza, entrecerrando los ojos.

—A veces me pregunto si eres real.

—Yo me pregunto lo mismo, no puede ser que no te guste divertirte —hice una mueca y sonrió.

—Si me gusta, pero mi concepto de diversión es muy diferente.

Por mi cabeza pasaron miles de imágenes de como podría llegar a divertirme con Stephen James. Mis sentidos comenzaban a jugarme una mala pasada, y mordí mi labio inferior.

—¿Cuál sería una noche de diversión para ti? —pregunte.

—Cena en un buen restaurante, obra de teatro o alguna de ópera. Noches mirando películas en casa con unos buenos tragos.

—Te hubieses llevado muy bien con mi abuelo —aseguré.

—Si le gustaba lo mismo que a mi, seguramente.

—Era un tenor muy reconocido. Participó en varias óperas a lo largo del mundo.

Markus Simmons había sido toda una eminencia en la ópera. Su voz tan esplendorosa y única te transportaba a un mundo de fantasía y lograba conmover al corazón más duro. Se codeaba con grandes celebridades de esta y había llegado a conocer incluso a personas de la realeza.

Oriundo del prestigioso Londres, era un hombre estructurado y elegante, amaba la tranquilidad y la sofisticación. No éramos en nada parecidos, pero aún así yo había sido la luz de sus ojos.

—¡Oh, que increíble! Vienes de familia de artistas.

—El arte murió con el. Mi madre solo tiene arte en elección de carteras y zapatos —exclamé.

Stephen emitió una risa relajada.

—Me he cruzado con Cheryl Hamilton en el baño de damas.

—¿Que hace aquí? —dijo, observándome con completa atención.

—Quizá te está siguiendo.

—No sería tan estupida.

Apreté los labios para reprimir una risa. No era tan estupida para seguirlo pero si para intentar ligarme.

—Coqueteó conmigo —asegure.

—No es posible. No te creo.

—Ha dicho que yo era una persona que incitaba a la perversion —respondi —Fue un muy buen piropo, tuve que besarla.

Su rostro se deformó, como si no pudiese acreditar lo que estaba escuchando. La manera en la que sus facciones se contrajeron era muy graciosa, no podía contener su carácter controlador y eso me divertía.

No pudo evitar gritar.

—¿¿QUÉ HICISTE QUÉ??

—Cuida tus espaldas. Tu amante parece muy curiosa y ya sabes lo que dicen de la curiosidad.

—¿Mato al gato? —abatió, intentando digerir la noticia del beso.

—Y tuvo sexo con la mujer —agregue.

—Eso nunca lo escuche.

—Ella me parece un juguete muy seductor. Quizá te la robe solo para mi diversión.

Me levante del asiento para ir en busca de mis amigas, pero una mano presionando mi brazo me detuvo. Tiro de mí y quedé sentada encima de sus rodillas, con mi torso pegado al suyo y nuestros rostros a sólo milímetros de distancia.

Podía sentir el calor de sus mejillas.

—Me gustaría que me explicaras que soy yo para ti —susurro con su vista en la mía —¿Un juguete también? ¿Alguien desechable? Me desconciertas, Jessica.

Si el demonio existiera, sería este hombre. No podía ser que desprendiera ese magnetismo sexual tan cautivante. Despertaba mis más bajos instintos animales solo sentirlo tan cerca de mi.

—Eres un muy, pero muy atractivo juguete de mi colección —toque con el dedo índice el contorno del tatuaje que llevaba en su cuello y noté que contuvo la respiración —No eres desechable, no se desecha el buen sexo tan fácil.

Me sorprendió con un beso apasionado y salvaje. Soltó mi brazo y tomó mi cuello para profundizar más el beso, llevándose por completo mi voluntad.

Me aprisiono con fuerza contra él con la intención de impedir que huyera, cosa que no estaba en mis planes.

Mis manos bajaron por su torso tocando sus duros músculos abdominales hasta llegar a su entrepierna, la cual podía notar bastante abultada.

Jadeo entre mis labios al sentir mi toque en sus partes más sensibles, y eso provocó descargas de electricidad en todas mis terminales nerviosas.

Conseguí salir del trance y reunir fuerzas para liberarme de este intenso, salvaje y ansioso hombre.

Estaba en una jodida discoteca y por más que eso no me importaba en absoluto, mis amigos se encontraban a unos metros de allí bailando y no quería que nos vieran.

Separé mis labios de los suyos y me encontré con su mirada animal que demostraba lo excitado que se encontraba, incluso mucho más que yo.

Estábamos malditos, éramos perversos el uno con el otro, buscándonos como si no existiera nada más. La perversion que manejábamos era solo otra forma de arte, excepto que en lugar de pintar cuadros o esculpir obras de arte, usábamos el sexo como medio de liberación.

—Crei que había sentido una conexión especial entre nosotras —se escuchó una voz en mi espalda —¡Me siento estafada!

Cheryl Hamilton estaba plantada con los brazos cruzados, observándonos como si fuese una esposa que descubrió a su hombre con la amante.

—¿Que haces aquí?

—¡Más bien tú qué haces aquí! —lo enfrentó con molestia—¡No te gustan las discotecas!

—No te incumbe.

—Apuesto a que estás aquí por ella —inquirió.

Exhale el aire de mis pulmones. Lo que me faltaba era quedar en medio de una pelea, yo solo quería divertirme un rato con personas que habían accedido a ello, no tener que soportar dramas ajenos.

—Mejor me voy. Sigan con su discusión absurda que no me incumbe para nada —me levanto de las piernas de aquel hombre que logra hacerme temblar con solo besarme.

—Iré contigo.

—No necesito niñera, además tengo que preguntar si Sienna dormirá en mi casa.

—Yo soluciono eso. Tu vienes conmigo —ordenó demandante, observando cada detalle de mi rostro.

Estaba excitado y yo también.

Tomo mi mano y entrelazo los dedos, mientras me llevaba directamente hacia la salida. Me encantaba la determinación que manejaba, y más cuando se salía de su rol de director ejecutivo importante y se volvía una persona normal de veintisiete años.

Al llegar a la calle, el aire estaba más cargado. Hacia frío y la suave llovizna nos adornaba. Un clima ideal para intercambiar calor humano.

Una persona nos detuvo antes que pudiésemos ingresar al auto.

—Oigan, sigo aquí —exclamó la morena sin dejar de seguirnos. Stephen se dio la vuelta con mirada asesina.

—Lamentablemente. Vete a casa, Cheryl.

—¡Quiero ir con ustedes!

Quería estallar de risa por la expresión que puso el tatuado. Parecía confundido, su rostro estaba encendido, tanto que parecía que iba a prenderse fuego en cualquier momento.

—¿Acaso estas ebria? —preguntó, con los ojos casi saliéndose de las cuencas. Si asesinarla fuese legal, ya lo hubiese hecho ni bien la morena dijo "A".

—No, no estoy ebria —aseguró —Solo quiero mirar.

Su sonrisa amistosa y seductora decía que hablaba en serio. No estaba jugando.

—Estas haciendo que pierda mi paciencia. Lárgate.

—¿Eres Vouyerista? —pregunte.

Hay muchas personas que disfrutan de observar a otros teniendo sexo. Generalmente lo hacen desde lejos y está acompañada por la masturbación.

Aman contemplar la desnudez y les produce excitación sexual el exhibicionismo.

—Algo así.

Stephen se tocó el puente de la nariz con molestia.

—Voy a asesinarla. Juro que voy a asesinarla —susurro intentando recuperar la calma.

—Oh, vamos Stephen. Nunca te ha gustado compartir pero ella no te pertenece.

La mirada del tatuado se volvió diabólica. En un momento supuse que la golpearía de manera violenta. Se acercó a ella, quien retrocedió al notar la actitud de Stephen y tuve que interceder para intentar calmar las aguas tomándolo del brazo.

—Puedes venir con nosotros, morena —dije, mientras la cabeza del tatuado giro en mi dirección —Quizá tengas suerte y te dejemos participar.

El rostro de Stephen perdió todo su color. Tuve que observarlo bien para percatarme que estuviese respirando. Seguramente me observaba con la esperanza que dijera que era una maldita broma, pero no esa así.

Yo necesitaba divertirme.

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