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CAP 3: La Desesperación Oscura

—Muy bien, Morgana Le Fay, te has ganado mi respeto por ser una oponente formidable—replicó Amatiel con solemnidad. —eres una existencia peligrosa para todos los seres vivos de este planeta, por tal motivo; como representante divino de la Deidad Suprema, es mi obligación exterminarte aquí y ahora. —En ese momento, el Arcángel alzó su brazo lentamente, para después lanzar su poderoso ataque— ¡Espada Divina…Amatiel!

Un potente haz de luz, salió expedido de su brazo cortando por la mitad a la bruja Morgana. Cuyo cuerpo partido se internó en la penumbra del bosque oscuro. Completamente derrotada.

Después, Amatiel se dirigió en donde se encontraban sus colegas divinos, los cuales estaban en un profundo estado de abatimiento.

Ludoshel se hallaba tratando de curar sus ojos con sus palmas sanadoras sin obtener ningún resultado. Sariel, por su parte, estaba examinando con mucha curiosidad, su nueva apariencia en un charco de agua. Mientras que Tarmiel, se palpaba su nuevo rostro semi demoniaco, con bastante preocupación.

—Lamento la demora, pero necesitaba cargar mi poder mágico para lanzar la Espada Divina—se excusó Amatiel con tranquilidad.

— ¡Apresúrate hermana!— exigió Ludoshel con ímpetu — ¡sananos pronto!

Amatiel extendió ambos brazos para materializar una esfera de energía plateada entre sus manos, luego exclamó:

— ¡Purificación!—la esfera se infló hasta el punto de absorber al resto de arcángeles dentro de ella. Luego emitió un brillo y posteriormente se evaporó; revelando que no había funcionado.

—¡¿Qué ha pasado, Amatiel?!—Preguntó con desesperación Tarmiel— ¡esto no ha funcionado!

La líder de los Arcángeles estaba visiblemente sorprendida por su fallo.

—E…esto es i…imposible—balbuceó Amatiel, pero esta, volvió a invocar su poder de purificación, fallando de nuevo.

— ¡Concentrate Amatiel!—exigió Sariel visiblemente enfadado— ¡se supone que eres la mejor sanadora de nuestro clan!

—¡¿Acaso no ves que lo estoy intentado?!—Respondió con fastidio Amatiel— ¡Invigorate!—intentó el Arcángel con otro hechizo, pero sin tener éxito.

— ¡No puede ser! …¿a…acaso fueron "maldecidos"?—exclamó Amatiel con sorpresa, a lo cual, el resto de Arcángeles respondieron con una muestra de terror en sus rostros.

— ¡Absurdo!—respondió Ludoshel con un chillido— ¿se te ha olvidado que solamente el Rey Demonio y su hija bastarda pueden maldecir a otros?

—La mujer que nos atacó era la maestra del demonio Rittha, por lo que es seguro asumir, que el Rey Demonio le confirió grandes poderes, entre ellos, el de "maldecir" —anunció Amatiel con seguridad, mientras observaba a sus compañeros.

— ¿S…significa que solo la Deidad Suprema podrá curarnos?–preguntó Tarmiel con preocupación.

—Me temo que si—respondió Amatiel mientras se mordía un labio en señal de impotencia. —L…lo lamento—añadió la hermosa Arcángel mientras cubría su cara entre sus manos.

— ¿Por qué te disculpas hermana?—preguntó Ludoshel con calma—Solo tenemos que esperar a que la Deidad Suprema regrese de su misión.

— ¡Precisamente por eso me disculpo!—replicó Amatiel de manera exaltada—para que la Deidad Suprema pueda curar una maldición, necesita hacerlo dentro de las primeras tres horas de haber sido maldecidos, de lo contrario, ni siquiera ella podrá liberarlos.

— ¿A…acaso estas d…diciendo q…que…?

—Si—cortó Amatiel a Tarmiel—Se quedarán así para siempre.

Los tres arcángeles cayeron al suelo en señal de derrota y desesperación, tras escuchar la sentencia de Amatiel. Puesto que la Deidad Suprema llevaba casi un año en una misión secreta, y ciertamente era muy improbable volviera pronto, mucho menos, en las próximas tres horas.

— ¡D…debe ser una broma!—gritó Sariel, sumamente exaltado— ¡trabaje mucho para ganarme mi puesto en los Cuatro Arcángeles!

—Nadie ha dicho que ya no serás parte de esta elite, Sariel—atajó Ludoshel con aspereza.

— ¿ah no? ¿Y entonces porque tu pequeño hermano, Mael, no forma parte de nosotros, a pesar de su enorme potencial?—replicó Sariel airado—Te diré porque, ¡porque el aún es un niño! ¡Igual que yo ahora!

—Si te vas a comportar como uno, quizá te expulsemos. — Dijo Amatiel con seriedad—La decisión es tuya— El ahora pequeño Arcángel Sariel se limitó a chasquear sus dientes.

—Si Sariel, relajate. Tú te llevaste la mejor parte. —Anunció Tarmiel— ¡Yo perdí mis visiones!

El resto de arcángeles observaron alarmados al Arcángel Tricéfalo.

—¡¿E…estas seguro?!—preguntó Amatiel con un dejo de nerviosismo.

—No puedo ver el pasado—anunció la cabeza anciana de Tarmiel—yo no puedo ver el futuro—corroboró la cabeza joven—y yo no puedo ver el presente—dijo la cabeza principal del Arcángel.

Amatiel apretó sus dientes a manera de molestia con ella misma. Ya que las visiones de Tarmiel eran determinantes en sus planes estratégicos. Por lo que habían perdido una bendición bastante valiosa.

—Yo perdí mis ojos, y con ellos, mi bendición—confirmó Ludoshel con un tono de resignación en su voz—pero esto, al contrario de abatirme, me hará más fuerte, ¡porque mi convicción por acabar con los demonios jamás había sido más fuerte!—añadió el joven Arcángel con ímpetu— ¡Somos los Cuatro Arcángeles, la elite del clan de la diosa! ¡No seremos derrotados por estas nimiedades!

En ese momento, un sarcástico aplauso comenzó a resonar desde el Bosque Oscuro, haciendo que Los Cuatro Arcángeles se pusieran en guardia al escuchar este sonido.

—Eso ha sido magnifico. Justo lo que esperaba de un Arcángel—dijo una voz gutural y femenina que provenía desde el bosque.

— ¡Muéstrate!—exigió Amatiel mientras desenvainaba su inmaculada espada dorada.

—Eres buena—replicó la voz gutural mientras seguía aplaudiendo sarcásticamente—pero no tanto como yo.

Al instante, una figura femenina apareció súbitamente frente a ellos. Era una mujer de cuerpo esbelto y exuberante; de proporciones voluptuosas y de cabellera larga y blanca como la nieve, de la cual sobresalían un par de cuernos retorcidos de cuarenta centímetros de largo. La mujer demonio iría completamente desnuda, de no ser, por una leve nube de oscuridad que cubría sus partes íntimas, y una pequeña mota de oscuridad que ocultaba cada uno de sus pezones. En su espalda, había un enorme par de gigantescas alas de murciélago, y sobre su trasero, nacía una enorme cola de dos metros de largo. Su rostro era inusualmente hermoso, de facciones finas y elegantes; de ojos profundos y malignos, cuyos glóbulos negros y pupila vertical amarillenta, le conferían una mirada atemorizante.

— ¡N…no puede ser! ¿Q…que e…es este presencia tan abominable?—preguntó con sorpresa Sariel al sentir el poder de aquella mujer—T…Tarmiel… ¿puedes ver su nivel de poder?

—N…no—contestó el Arcángel tricéfalo mientras comenzaba a sudar—pero juzgando por lo que siento, s…su poder es de aproximadamente de…ci…cincuenta mil…

— ¡Debes estas bromeando!—exclamó Sariel— ¡eso es imposible!

— ¿Por qué no lo probamos?—sugirió la mujer demoniaca. Acto seguido, en un despliegue de velocidad segadora, agarró al pequeño Sariel por la garganta, asfixiándolo lentamente.

Al instante, el resto de Arcángeles se abalanzó rápidamente sobre el demonio femenino, pero esta logró esquivar hábilmente todos los ataques de estos.

—Mi turno—anunció el demonio—La mujer extendió su cola hasta alcanzar a Tarmiel, a quien sujeto por el cuello de la cabeza central. Luego se movió ágilmente para capturar a Ludoshel con su otro brazo.

Los tres Arcángeles estaban siendo asfixiados al mismo tiempo.

—Si…sufran—decía la mujer demonio mientras lamia sus labios sensualmente. Pero en ese momento, una violenta ráfaga de viento cortó los brazos y la cola de la mujer demonio; liberando a los Arcángeles de su yugo. No obstante, la mujer seguía sonriendo con malicia a pesar de sus amputaciones.

— ¿No puedes esperar a tu turno?—preguntó la mujer demonio a Amatiel con una sonrisa maliciosa—Quiero tomarme mi tiempo para jugar contigo. Lo que me hiciste hace rato me dolió mucho. Quiero regresártelo con más dolor.

Amatiel observó extrañada al demonio.

— ¿Lo que te hice?—preguntó la Arcángel confundida— ¿de qué…—en ese momento, Amatiel lo comprendió y abrió los ojos como platos en señal de sorpresa—¿E…eres…Morgana?

— ¡Correcto!—respondió la mujer con una amplia sonrisa—¡finalmente soy lo que siempre quise ser…¡un súcubo!

Los Cuatro Arcángeles miraron con desprecio a Morgana.

—¡¿Cómo fue posible?!—Preguntó Tarmiel exaltado— ¡tú eres una humana, yo vi tu esencia!

—Cuando el Rey Demonio me acogió en su seno, renuncie a pertenecer a una raza tan repugnante como los humanos—replicó Morgana con acritud—Su majestad no solamente me dotó un enorme poder mágico que, incluso, me da la habilidad de maldecir a otros—añadió sonrientemente, mientras miraba de reojo a los Arcángeles maldecidos por ella—Sino que también, me dio el regalo de acceder a una transformación reservada únicamente para los demonios. La forma Indura.

— ¡Imposible!—bufó Ludoshel en el acto— ¡solo los demonios naturales pueden acceder a esa transformación!

—Eres listo—replicó el súcubo—en efecto, para poder acceder a esta transformación se requiere del sacrificio de seis de los siete corazones que tiene un demonio, pero en mi caso, tuve que sacrificar algo más "especial"…mi humanidad. ¡Lo que significa que jamás volveré a ser una humana, mucho menos la anciana que conocieron!—finalizó Morgana mientras se carcajeaba de manera estridente y escalofriante.

—Ustedes tres regresen al Palacio Celestial—ordenó Amatiel al resto de Arcángeles—Yo me encargaré de ella—añadió mientras alzaba su espada dorada.

—¡¿Te has vuelto loca, hermana?!—Preguntó Ludoshel con exasperación— ¡necesitas de nuestra ayuda para enfrentarte a esta…cosa!—añadió el joven Arcángel con un gesto de asco.

—Ludoshel tiene razón—corroboró Sariel—Nos necesitas.

—No—cortó Amatiel en tono seco—con su maldición no me sirven. Aparte que ya deberían saber que no caeré fácilmente—añadió mientras les guiñaba un ojo con confianza.

Los arcángeles comprendieron lo que su líder tramaba, e inmediatamente asintieron.

—Regresa pronto, hermana—dijo Ludoshel escuetamente, para luego emprender el vuelo junto con los otros dos Arcángeles.

Morgana forzó una carcajada de burla ante lo sucedido.

— ¿Se supone que debo quedarme a ver cómo huyen?

—No tienes que hacerlo—contestó Amatiel mientras se encogía de hombros—Si en verdad eres tan poderosa como afirmas, podrás atraparlos justo después de tomar mi cabeza.

Morgana observó a Amatiel con una mirada perversa.

— En otras circunstancias, tu patético truco psicológico hubiera hecho que me diera un baño con las tripas de tus amigos frente a ti, pero admito que la idea de llevar tu cabeza en mi mano solo para ver cómo se quebrantan sus ímpetus…me excita.

—Bien. Entonces trata de no decepcionarme—Amatiel pasó su dedo entre una ranura de su armadura, lo que hizo que esta, cayera al suelo dejando al desnudo el voluptuoso dorso del Arcángel.

Morgana observó con curiosidad, que el dorso de Amatiel estaba completamente cubierto de extraños símbolos en formas de runas color negro. La hermosa divinidad, juntó sus manos en actitud de oración, y luego comenzó a recitar unas palabras extrañas utilizando el lenguaje de la diosa.

— ¿Qué rayos estás haciendo?—preguntó el súcubo con irritación— ¿estas orándole a tu diosa para que te ayude?

No obstante, Amatiel dijo una última palabra en su idioma natal, y las runas tatuadas en su cuerpo comenzaron a brillar tanto, que Morgana tuvo que cerrar sus ojos para cubrirse del cegador destello que estas habían emitido.

Cuando la mujer demonio trató de abrir los ojos lentamente, pudo observar la nueva apariencia del Arcángel.

Su cuerpo brillaba tanto, que el solo hecho de verla directamente, hacía que le doliera la cabeza un tanto. Su melena dorada había adquirido un tono ligeramente plateado. Las runas tatuadas en su cuerpo, brillaban en un fulguroso tono dorado; y sus pupilas azules habían adquirido la forma del símbolo del clan de la diosa.

—Tarmiel tenía razón—replicó Amatiel—tu nivel de poder es de cincuenta mil quinientos. Exactamente mí mismo poder actual. Esto será interesante.