—¡Lárgate! —reprendió el vendedor a Gabriel, guardando el collar en su bolsillo—. La próxima vez, no tomes cosas si no puedes pagarlas. No todos aquí son tan amables como yo.
Gabriel no pudo evitar asombrarse ante la audacia de esta persona. No importaba cuán cara fuera la moneda de este mundo, nunca podría valer una sola fruta. Especialmente porque podía ver claramente la codicia en el rostro de la persona.
—Deberías controlar esa codicia tuya. Podría hacerte mucho daño al final —le recordó Gabriel al hombre. Para él, ese collar no valía nada. Tenía cosas aún más preciosas, aunque inútiles, en su anillo de almacenamiento. Sin embargo, se sintió bastante irritado por el hombre.
—¿Me estás amenazando? —miró con furia el vendedor a Gabriel.
—¡Este era mejor! —intervino Ezequiel, terminando la fruta que le dieron. Tomó otra fruta similar y comenzó a comer mientras observaba a la gente en las calles.
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