Gabriel miró al espejo, encontrando solo su propio reflejo. Curiosamente, su reflejo asintió en respuesta, como si contestara su pregunta sin palabras.
—¿Mi reflejo? —Gabriel frunció el ceño—. ¿El espejo estaba usando su reflejo para hablar con él?
—¿Qué... eres? ¿Y qué quisiste decir con que los que vinieron antes que yo se llevaron algo más valioso que cualquier tesoro?
—¿Qué soy? —el reflejo repitió la pregunta—. No soy más que un guía de almas perdidas, usando tu reflejo para responderte temporalmente —finalmente contestó—. Como has logrado llegar a este lugar, has ganado una recompensa como todos los demás que vinieron antes que tú.
—¿Cuál es mi recompensa? —preguntó Gabriel—. A estas alturas, estaba claro que el espejo no era un espejo ordinario. No parecía ni se sentía como un Numen, pero probablemente lo fuera. Esto le resultaba un tanto decepcionante, pero aún mantenía el optimismo.
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