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Revelándome a ti

Andrea_River · History
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9 Chs

Esperando

La carta había sido recibida el día martes, aún así, ninguno tenia idea de cuando arribaría la joven. Los habitantes y trabajadores de la casa habían tomado hábitos extraños. Diariamente se tenía preparado un baño de sales, algo que ningún Robledo utilizaba, en la cocina se tenían listos los ingredientes para remedios contra el vómito, padecimiento que nadie en casa tenía, pero lo que más le afectaba a Gabriel notar, era la ausencia de Doña Aracelly, temía que se hubiese enojado con él por la actitud seria que había tomado el martes y hubiese renunciado, marchado y entrado a trabajar en un periódico para así dar a conocer al mundo toda información que obtuviese. Pero fue mayor su impacto la actitud que tomaban todos cuando él preguntaba el por qué de todas estas situaciones, era regañado y enviado a estudiar, entonces mejor le contaba todas sus dudas a las lombrices de tierra del jardín.

—Es verdad, en esta casa mi voluntad no importa, el único de los vástagos que tiene poder es mi hermano Sansón. —E hizo pucheros ante esa afirmación, mientras volvía a poner uno de los anélidos en la tierra. Así que mejor se fue a trabajar al campo, para no pensar en cosas innecesarias y mejor hacer algo productivo.

El domingo en la noche había una gran fiesta en la ciudad, con el fin de traer un poco de alegría a los ciudadanos luego de algunas matanzas acontecidas en varios pueblos de los alrededores, de nuevo las diferencias políticas hacían de las suyas. Los señores Robledo junto a varios empleados se encaminaron a la celebración, pero Gabo no pudo asistir, al parecer se había tomado por accidente un brebaje para dormir de su madre, la Sra. Ana, su familia al ver que no despertaba se fueron sin ningún remordimiento, pues "el tonto durmiente no les iba a dañar la salida".

De repente consiguió despertar, al abrir sus ojos y verse en su recámara se levantó bruscamente de la cama tirando las sábanas a todos lados, salió de allí corriendo mientras intentaba ponerse los zapatos para montarse en su corcel para así "alcanzar el coche", pero cuando iba por la sala vio en el reloj de péndulo que eran las 3:30 de la madrugada. En ese momento se sentó en el piso, aburrido de saber que otra de sus estupideces le había costado la fiesta y murmuraba entre dientes sus quejas.

—Claro, si fuera para hacer un recado en la ciudad si despertarían a Gabrielito, así fuera a golpes ¡Ah! Pero como es para una fiesta, dejan a Gabrielito dormidito y roncando —Así que mejor se quitó los zapatos y quedó a medio vestir.

Se sentó en el corredor junto al jardín, sentía con sus pies las piedras redondas blancas que rodeaban ese pequeño sitio donde no crecían plantas por su terrible costumbre de escarbar tierra buscando lombrices, se levantó de su puesto para sentarse ahora en la tierra, logrando ver el cielo despejado lleno de estrellas de aquella noche de luna nueva. Media hora después, el ruido de un carruaje interrumpió el silencio de la casa, inmediatamente pensó que sus padres al fin habían regresado de festejar alegremente sin él.

Se retiró del jardín el cual blindaba con las habitaciones del ala derecha de la casa (de huéspedes, la que perteneció a Sansón y la suya), pasó por el corredor mientras iba maquinando como mostrar su enfado ante el abandono de sus padres, bajó unos escalones para llegar a la sala que estaba adornada con un tapizado mostaza y uno que otro retrato de sus padres y su hermano, cruzó el vestíbulo y llegó al porche de madera de cedro desde el cual pudo divisar al final de la colina, que el portero abría el paso al cochero pero este no avanzó de allí, el cochero Julio sólo abrió la puerta del vehículo y retrocedió rápidamente para observar con temor junto con el portero a lo que se bajaba de ahí.

Gabo, que esperaba ver a sus padres, sólo logró ver que algo oscuro de forma ovalada con un gran sombrero iniciaba su trayecto colina arriba para llegar a la casa. Parpadeó por unos instantes para asegurarse que no seguía bajo un efecto del brebaje, pero se veía muy real, inhumano pero real, entonces pensó que era una especie de espíritu maligno que poseía transporte propio para ir a realizar su trabajo. Pero se tranquilizó al ver que traía equipaje y que saludaba reverenciando a los empleados, corrió desde allí pasando por un lado de aquella "cosa", para dirigirse a Julio preguntándole quién o qué era lo que había traído.

—Es una persona invitada por los señores. Sólo me dijeron que estuviese hoy pendiente en la estación y apenas llegó. Creí que era la señorita Ferrec, pero no tengo idea alguna de quien sea... pues por la apariencia que lleva.

—¿Una persona, cuál persona? Por Dios Julio, yo sólo veo una cosa ovalada y oscura, expide un olor a lodo impresionante y no veo ningún rostro.

—No le voy a negar que estaba algo asustado estando a solas con eso en el coche, pero no hay que exagerar, se nota que es pura ropa y suciedad.

—Sea lo que sea... ya entró a la casa. —Posó su mano en su cara, mientras suspiraba decepcionado por haber dejado entrar aquel ser vivo desconocido.

Al entrar de nuevo en casa, preguntaba agitado la ubicación de "la cosa", le contestaron dos atemorizadas  empleadas que había entrado a darse un baño. Al meditar su terrible acción de no proteger su amada casa de lo desconocido, se sumió en la desesperación y todo empeoraba con los cuestionamientos que le hacía la servidumbre.

Doña Aracelly fue a tomar su labor en la casa, llegaba con un abrigo negro y guantes para cubrirse del "sereno, el frío de la noche" al que tanto le temía por ser malo para la salud. A medida que entraba a la casa iba notando que su protegido había llenado la esta de tierra (cuando fue del jardín al porche), luego en la sala lo encontró con rostro miserable y complejo de inferioridad tirado en un rincón entre el sofá y la pared.  La doña sólo llevaba una idea en su cabeza — «¿Pero qué  demonios...?Ahora si lo perdí» —.Fue así que mejor comenzó una investigación.

— ¿Qué  pasó  mijito?¿Otra  vez problemas de viejas? —preguntaba mientras estaba sobre el sofá y se inclinaba para hablarle, apoyando sus manos en el tallado de la parte superior del mueble.

—No es eso. Es que... parece que dejé entrar un espíritu a la casa, bueno un rarísimo desconocido, me atormenta que no hice nada para evitarlo, soy un cobarde y soy una basurita por el mundo.

—¿Un espíritu?¿Desconocido? — preguntó extrañada mientras hacía una mueca de incredulidad, pulsando con su índice su frente varias veces, mientras intentaba entender lo que escuchó  — Oh ¡los jóvenes y el alcohol!

Gabriel replicó y le explicó lo sucedido, la doña aún así no entendía la situación, era raro que  llegase una extraña visita, si la única que estaba pendiente en llegar era la joven Mercedes. Los señores al llegar se tomaban fuerte las manos al sentirse temerosos luego de ver el piso con rastros de tierra, a su muchacho como un loco en un rincón con Doña Aracelly intentando sacarlo de ahí.

— ¿Acaso me sobrepasé con el vodka de hoy? —aseguraba el señor Humberto Robledo Sáenz, padre de Gabriel. Su hijo nuevamente contó la historia, todos se miraban los unos a los otros extrañados de todo lo dicho, la Sra. Ana por su parte había empezado a rezar temiendo un maleficio.

No sabían que detrás de la la pared que comunicaba al pasillo con la sala, había alguien vigilando, intentando adivinar  que sucedía, era raro ver gente discutiendo con un mueble.

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A los ojos de "la cosa" habían tres personas en la sala. Sabía que esa era la casa de los Robledo, pero en siete años todo había variado demasiado y desconocía la apariencia actual de los miembros de la familia.

Veía una mujer robusta de cabello dorado, ojos oscuros, a la cual no lograba distinguir quien era por el gran abrigo oscuro que le cubría, la cual se encontraba (según lo que lograba ver) discutiendo con un sofá, hablaba muy fuerte, su voz de tono grave llenaba cada rincón silencioso de la casa. Al lado izquierdo de aquella mujer, había una pareja sorprendida de ver su locura, un señor robusto de barba oscura, calvo, de ojos cafés oscuros pequeños, portando traje elegante, se hallaba tomado de gancho a una señora alta y muy delgada, de cabello corto rubio liso, ojos avellana, nariz aguileña  y labios delgados, con un vestido de fiesta discreto de adornos florales y su abrigo colgado de su brazo.

Concluyó que eran los señores Robledo, eran semejantes a los de su memoria, eso si, el Sr. Humberto antes tenía cabellera negra y la señora llevaba la moda de la larga cabellera con centenares de adornos. Pero sus personalidades eran invariables, le alegraba saber que no les había sucedido lo mismo que su padre. El señor era un hombre de fuerte carácter que hablaba lo estrictamente necesario, su silencio muchas veces no permitía saber que rondaba en sus pensamientos, la única que podía leer su mente era su esposa, ella era sinónimo de alegría, era muy conversadora a veces llegando a cometer indiscreciones, siempre anheló poseer la sabiduría de su amado, en situaciones de estrés no sabía cómo actuar, pero ambos tenían algo en común: su infinita amabilidad.

Llena de curiosidad por la situación que veía, se acercó suavemente para entender lo que sucedía. Los Robledo estaban totalmente concentrados observando a Gabo en su rincón que ni notaron la presencia de aquella persona. Viendo desde cierta distancia y empinándose para alcanzar a ver sin que las cabezas de los espectadores impidiese observar, así, logró observar a un joven de su edad, muy desarreglado, con la camisa mal abotonada en la parte baja y desabotonada en la parte superior, con los pantalones recogidos hasta la rodilla, lleno de tierra en las extremidades, la cara y la ropa, estaba cruzado de brazos exigiendo que creyeran en un relato hecho por él. Al analizar sus rasgos logró definir quien era, aquellos ojos avellana, cejas pobladas oscuras, nariz de puente alto, ojeras oscuras, cabello liso negro despeinado que llegaba hasta los hombros.

—¡Ja! ¿Qué haces ahí Gabo? —Dijo al reconocerle mientras lo señalaba con su mano derecha. Para los señores hubo una terrible sensación de escalofrío al oír aquella dulce voz desconocida a sus espaldas. Gabo levantó su rostro y pudo  observar aquellos ojos verdes oscuros que tanto esperó por ver nuevamente. Tiró el sillón hacia un lado dejándolo con las patas hacia arriba, la joven sorprendida por su reacción retrocedió rápidamente, pero él le alcanzó abrazándola fuertemente y ella le correspondió, al ver sus rostros intentaban contener las lágrimas, en especial Mercedes.

Había regresado su anhelada amiga, y con sus brazos él cubría su cabeza y su cintura, mientras iban descendiendo lentamente al suelo quedando de rodillas, mientras tanto Gabriel se maravillaba al ver tan amplia sonrisa que elevaba sus mejillas haciendo que cerrara sus ojos, era una sonrisa que había estado ausente incluso antes de su partida al lejano continente ya que pasaba por la pena de la muerte de su madre.

Los demás se lanzaron a ellos para unirse al abrazo, ahí sentados en el suelo, ella abrazaba a los señores que expresaban su sorpresa al ver cuanto había crecido, era verdad, la niña de la cual se despidieron hace mucho ya no estaba, no era la que corría  por el jardín  de tulipanes de su madre teniendo como ropa un costal o una camisa de su padre, ya no llevaba el cabello castaño en las orejas, ahora llegaba a su cadera, aunque, extrañamente estaba peinado en dos trenzas mal hechas, al parecer imitaba tenía la costumbre de su madre de peinarse así, su tez blanca estaba pálida al parecer por el encierro en que se encontraba en el instituto. Tenía un vestido de cuello alto, adornado con encaje y  la falda llegaba hasta el suelo, era algo anticuado ya que la nueva moda permitía mostrar el cuello y los tobillos.

Mientras Mercedes saludaba a los pocos del servicio que estaban esa noche, el Sr. Humberto regañó a Gabo por su comportamiento y su facha, le ordenó ponerse presentable para la visita para poder conversar un rato en la sala. La señora sentada en el mismo sillón que ella le abrazaba y acariciaba las trenzas.

—¡Oh, Merce!¡Es bueno tenerte con nosotros nuevamente! —la tomaba la señora de los hombros y la sacudía emocionada —Mi niña ya es toda una señorita, ahora si tu padre no te va a dejar ni asomar a la ventana.

—Ojalá no sea así... ya es demasiado cauteloso.

—Ana, deja de sacudirla.

—¡Si, querido! Espero no haberte incomodado Merce, es que me encuentro altamente feliz.

—Gabriel, ahora explica la razón de tu terrible comportamiento —cuestionó el señor con mirada amenazante que hacía a Gabo palidecer.

—¡Lo había olvidado! Es verdad hijo ¿A qué te referías con lo de "la cosa", el espíritu maligno que entró a la casa?

—Creo que yo tengo la explicación de todo esto. Al parecer Gabo me confundió a mi con un espectro. —Todos se giraron a ver al joven, pensaban que había cometido una falta de cortesía y le observaban con furia —Pero en verdad si me veía así.

—¡Gabo, mal educado! Mercedes es muy linda como para que la llames así, es que... ¡Aw, es una ternurita! —De nuevo la señora abrazó fuertemente a la joven.

—Eh... les explicaré. Mi apariencia fue debido a diversas circunstancias del viaje. Primero, venía con tres abrigos gruesos puestos por el frío y porque no cabían en el equipaje. Las inclemencias del clima causaron que tuviera contacto constante con lodo en el camino, también me cayó algo de hollín del tren que estaban limpiando cerca del que iba a tomar para venir aquí, en el camino pasamos por una población llena de muerte, no sé si hubo algún tipo de enfrentamiento pero extrañamente mi ropaje ya destrozado se llenó de plumas de aves oscuras que rondaban por ahí eso si que fue extraño, había por todo el vagón pero se aferraron justo a mi.

—Eso se ajusta mucho a la descripción de Gabo ¿lo ves Humberto? Él no está loco.

—Mi cara estaba llena de suciedad, además estaba cubierta con mi bufanda para así intentar repeler el hedor y los impulsos de vómito, siempre que viajo me mareo. Sé que tenia una terrible apariencia, de hecho, su chofer no estaba muy feliz conmigo.

—Ya entiendo, ha sido un viaje agotador y con desfortunios. Pero ahora estás en casa, donde tendrás excelente atención. —Se podía notar una pequeña sonrisa bajo su tupida barba.

—Muchas gracias Sr.Humberto. Ahora que menciona lo de estar en casa... ¿Qué sucedió con mi padre? Sólo me envió una telegrama avisando que este era mi destino, pero no me dijo nada más.

—Debía cerrar un negocio para la compra de nueva maquinaria de la textilera, se adelantó la fecha y nos pidió que estuviéramos pendientes de ti. Antes de irse dejó sales de baño, dijo que era por tu salud, además de listas de brebajes que usa para calmar los mareos que traes al viajar dejó algo de ropa y dinero también. Mi querido Ferrec es muy meticuloso, se preocupa mucho por tu salud, mi Merce.

— Si, en todo maneja una correcta logística, en segundos tiene planeado como afrontar la situación. Desarrolló esa capacidad gracias a mi madre... —Se mordió el labio inferior y tomó fuerte su muñeca izquierda con la mano derecha, para luego sonreírles. Los tres estaban extrañados ante el comportamiento, sólo se miraban entre sí dándose cuenta que habían tocado un tema delicado. 

—Que... bien... si... —dijo la señora buscando una manera de salir de la incomodidad del momento, luego se paró rápidamente del sillón y se acercó a su esposo tomándole la mano —¡Humberto, divino!¡Vamos a dormir! —Lo ayudó aso levantarse —.Debe estar exhausto, hoy bailó tanto que hasta cojo quedó. Los dejaremos a solas, sé que tienen mucho para hablar y es mejor que estén sin estos estorbos ¡Adiós mis niños! No le digan a Ferrec que los dejé solos, me tratará de imprudente.

Los señores Robledo se fueron a su cuarto, el Sr. Humberto ni tiempo tuvo de despedirse por la prisa con que lo llevaba su esposa, pero ni se inmutó en protestar, ya que cuando Anita le decía "divino" quedaba bajo un hechizo.

Los jóvenes se levantaron de sus sillas para despedirse haciendo una reverencia con la cabeza. Estando allí a solas, se miraban uno al otro, mientras Gabo intentaba buscar tema de conversación, después de todo el hombre era quien tenía la obligación de tener la iniciativa en todo, pero Merce se olvidó de la prudencia tomando valor para abrazarle apoyando su cabeza contra su pecho, tomando al joven por sorpresa que al instante le correspondió, sintiendo los suaves cabellos castaños rozar su mejilla.

Se sentaron en el corredor viendo el pequeño jardín, mientras se miraban disimuladamente comparando el recuerdo que tenían del aspecto del otro desde la última vez que se vieron. El gran cambio de Gabo, además de verse ya de semblante maduro, era que tenía cabello, pues su hermano Sansón solía cortarle el cabello por diversión dejándole su cuero cabelludo sin rastros de esta, a veces quedando hasta cortes en su piel. Al joven le preocupaba ver la mirada de su amiga llena de melancolía, además de que sentía que no se expresaba con total libertad, como si en cada instante quisiera reservar todo para sí misma, pero sus ojos no podían callar lo que su boca si, luego de notar esos detalles fue que desvió su concentración a la idea de que la pequeña Mercedes con la cual jugaba todo el día, ya tenía atributos de un cuerpo femenino, no eran muy notables pero sabía que estaban allí. Pero por respeto mejor desvió su mirada al cielo, para evitar mirar lo que no se debe.

Conversaban a cerca de la gran primera impresión que se dieron luego de versen el uno al otro después de años. Ambos tenían expectativas de un reencuentro como en los libros, un momento idóneo en que podían ver como había transcurrido estupendamente su transición a la madurez pero fue al revés. Gabo no dejaba de ser altamente exagerado en su forma de reaccionar ante cualquier situación, ante lo más mínimo podía armar una tragedia. Merce por su parte, había dejado de siempre mostrar su sensibilidad a todo lo que le rodeaba y parecía que más bien se reservaba su emotividad en sus pensamientos.

Comenzaron a agregar detalles de situaciones que se escribían por carta, pero que se habían abstenido de contar a través de la pluma por temor a que alguien indelicado las leyese.

— Por cierto Gabo ¿Qué ha pasado con tu dama?¿Se decidió en ser tu novia?

—Seguimos igual, aún no quiere nada formal.

—Oye ¿ahora si vas a decirme quién es?

—No, le prometí no decirle a nadie.

—¿Qué? Pensé que no lo decías sólo por ser correo. Tanto esperar para que continúe esta intriga —exclamaba decepcionada mientras arrugada su nariz, gesto de inconformidad.

—¿Tendrías confianza en mi, mientras rompo una promesa ante ti?

—Bueno... tienes razón.

—Ella es extraña, no desea nada serio pero debo afirmar que ella es quien muestra mayor interés por mantener esto, aunque sea bajo total discreción.

—Eso no me agrada, es que si ambos no están cometiendo ningún crimen ¿por qué tanto afán por esconderlo? Mi padre dice que sólo un culpable esconde su pecado para que la justicia no le encuentre.

—Tranquila, ella sólo desea tener su vida en privado para evitar las personas entrometidas, que tanto daño le han hecho. Yo sé que ella es una buena mujer aunque los demás la tomen por una persona ruin. Además, cuando se es novios es para prepararse para una futura boda, cuando ella me de su "si" eso desencadenará muchas posibilidades.

—¿Estás seguro de que ella desea eso?¿No juega contigo?

—Créeme, se muestra con mucha más ilusión que yo, además, sus cartas confirman todo.

—¿Qué te impide estar igual de ilusionado que la dama? —Él dejó de ver el cielo para girarse a verle sorprendido ante la pregunta, ella seguía aún seguía observando el jardín.

—Sólo estoy... inseguro —dijo mirando a la joven mientras se empezaba a dibujar una sonrisa en él, para luego mejor apartar su mirada de ella.

—Espero puedan atravesar sus problemas. Me alegraría mucho estar a tu lado en el día de tu boda, verte lleno de felicidad apreciando a aquella mujer que amas. Sabes que amo las bodas, es la mejor ocasión para comer hasta reventar.

—¿Qué hay de ti y el tutor Pablo? Puede que sean una... buena pareja.

—Ya no hablamos. Me di cuenta que él no era nada de lo que intentaba aparentar ser.

— ¡Ah! Mercedita trenciloquita ¿Cuándo me iba a mencionar eso?

—No me exijas cuando no eres capaz de decirme nada de tu estimada dama, además, eso era para la carta siguiente, pero ya no habrá más. —Volteó a verle a los ojos —. Me agrada conversar contigo y poder ver tus gestos y oír tu voz.

No pudo evitar que su sonrojo hiciese presencia. Merce admiraba la facilidad con que Gabo exteriorizaba sus emociones, por eso, aprovechaba cualquier oportunidad para causarle esa reacción a su amigo. Estaban conversando y riendo de tantas anécdotas que ambos poseían cuando notaron que la noche y el día ya no estaban en amalgama, la compañía había derribado las horas en que los astros aún se amaban.

Se despidieron desde las puertas de sus recámaras contiguas, y dormían con la tranquilidad de saber que podrían seguir compensando tantos años separados, en las pocas horas del siguiente día.