2 Carta a Ciudad Naciente

— ¿Ha llegado alguna carta para mi? —preguntó el joven Gabriel desde su habitación mientras estaba sentado en el escritorio leyendo libros para sus estudios. Siempre estaba atento a que llegara correo para él, esperando en su habitación muy meditabundo, sin mostrar ni una pizca de la ansiedad que le provocaba la espera.

— Por supuesto que sí, joven. Ha llegado carta de la Señorita Ferrec para usted —respondió Doña Aracelly con su indistinguible potente voz, quien era una "empleada" al servicio del joven, rondaba los 40 años, era de mediana estatura y robusta; piel blanca, cabello dorado crespo muy corto, oculto bajo el gorro negro del uniforme. Desde hace algún tiempo él le daba clases de etiqueta a la señora, ya que ella misma se lo había pedido, destacando en el momento a su alumna su mejoría en el dialecto, aunque también realizó observaciones como el hecho de no haber tocado la puerta.

Doña Aracelly aceptó la recomendación y aunque estaban entablando una conversación, notó que no expresó emoción alguna sobre la carta, así que la colocó como siempre sobre el escritorio y se retiró tal como decían las pautas. Las empleadas conocían la monotonía del joven, y sabían muy bien como era su forma de actuar cuando era afirmativa la llegada de la carta, habían incluso creado una lista de las acciones predecibles que realizaba, y pautas de como actuar frente a su comportamiento, por ejemplo algunas eran:

▪ Luego de anunciar su presencia, podrían encontrar a Gabriel sentado en su escritorio o recostado en su cama, supuestamente leyendo con gran concentración aunque el libro estuviese al revés; o se hacía el medio dormido en el segundo caso, pero al hablar parecía ebrio, circulando algunos rumores erróneos; así que dejó de hacerlo.

▪ El preguntará por la ubicación del correo destinado a su persona, consecuentemente entabla una conversación, pero no hará mención de la carta, la cual deberá ser puesta en su escritorio sin hacer comentario alguno y retirarse.

▪ En la habitación, se podía escuchar gritos de júbilo en los que clamaba el nombre de la joven.

Y tal como dicen las pautas, los hechos acontecieron en el orden expuesto, aunque la única diferencia fue que esta vez si continuó con la lectura de los libros antes de leer la carta.

Las pautas eran mayores en la anterior habitación ya que debido a su amplitud tenía mayores posibilidades de acciones, lastimosamente se incendió por un pequeño descuido y el cuarto que tenía ahora no era de tal magnitud, pero para el era ameno y la cercanía al jardín le sumaba puntos; puesto que en sus días de preocupación solía hablar con las lombrices de tierra.

Mientras tanto en la cocina, Doña Aracelly y otras chicas del servicio aguardaban que Mari avisara del comienzo de la lectura de la carta, ya que el joven algunas veces la leía en voz alta. Relataban anécdotas de cuando les había tocado en algunas ocasiones entregar la correspondencia. Como Luisa, una mujer que ya pasaba de los treinta años, sus cabellos eran oscuros y lisos mezclados con canas que poseía desde la juventud. Estaba recién llegada a aquella casa sin conocimiento de la psique del joven, al ver que no mostraba interés por la carta aquella primera vez que debió entregarle el correo, ella se ofreció a tirarla, Gabo desde ese día evitaba inclusive acercarse a ella, por ello habían creado las pautas, ahorrándose tragedias por el correo.

—Muy interesantes sus anécdotas queridas damas, pero deberían dejar el chisme —comentó Tigre, el cocinero de la casa, el cual apareció sorpresivamente.

—Tigre miserable, casi nos matas de un susto, vos no tienes condición moral para regañarnos, tú vienes por lo mismo viejo chismoso, hasta oídos tendrá en ese mostacho horroroso.

—¡Cálmese Doña Aracelly! El joven ya está abriendo la carta, vamos al pasillo.

—Gracias Mari. Ha llegado el entretenimiento después de tanto tiempo, por fin tenemos noticias de la Señorita Mercedes, es como un soplo de vida para nuestro chisme matutino, este sentimiento de felicidad al igual que el origen de la vida misma no puede ser explicado. Esto... esto... esto es chisme fresco estimados compañeros de trabajo, chisme fresco —decía la doña suspirando, mientras los demás le hacían señas de que hiciera silencio.

Gabo, como se le llamaba por cariño, abrió la carta sin causar gran daño al sobre para poder conservar todo intacto, luego tomó la carta que tenia por escrito:

Mi estimado Gabriel

Esta será mi última carta, perdóname ya que tu colección tendrá su fin, pero no te alarmes ya que la razón es que... ¡por fin regresaré a Ciudad Naciente!

He culminado mis estudios y mi padre me ha dicho que ya es hora de volver. No te miento, tengo miedo de recomenzar mi vida, sólo espero que todas aquellas personas que me aprecian sigan haciéndolo y estén a mi lado. Cada vez que escribí una carta para contarte mis días, pensaba en que el tiempo separados aumentaba; pero que nuestro reencuentro cada vez era más próximo. Espero que la noticia sea de tu alegría.

Mercedes Ferrec Monsalve.

Luego de contener la respiración todos soltaron un grito de sorpresa, esperaban el chisme de siempre, pero no tal noticia, todos ellos corrieron a la cocina luego de esto. Allí  mientras tomaban agua dulce, doña Aracelly suspiraba y su pensamiento se convirtió en palabras en el viento  —Aún no lo creo, han crecido tanto, y aún así recuerdo el beso de ambos como si hubiera sido ayer  —Tomó un sorbo de agua, al separar el rostro de la taza vio como todos le miraban de manera acusadora, exigían que la líder recolectora de información contara todo de inmediato.

—¡En que buen lío me metí al relacionarme con ustedes! Siento que si no lo hago seré el almuerzo de hoy. Bueno, en fin, lo que importa es estar informados. Eso fue antes de que ella se fuera, estaban sentados en una banca vieja del "Lago de la ahogada" de la propiedad de la viuda, los andaba buscando porque ese día estaba de niñera con esos muchachitos ¡Yo señores!¡Yo! Vi con estos hermosos ojos color mierda que Dios me dio, como esos dos se dieron un beso ten tierno, digno de ser hasta pintado para que en cada casa tuvieran una copia de ello así como la imagen de cristo agonizante.

—Aún posees esa forma peculiar de narrar eventos, pero no fue romántico, en aquel tiempo teníamos curiosidad ya que solíamos ver a nuestros padres hacerlo —pronunció Gabriel ante su relato, estaba parado bajo el marco de la puerta, estaba cruzado de brazos y con una de sus manos aún sostenía la carta, su rostro de decepción mientras fruncía sus labios llenó de angustia a la doña.

La expresión de los empleados cambió de asombro por la jugosa historia de Doña Aracelly, a una de terror al enterarse de su presencia, él no pudo evitar soltar una gran carcajada al ver sus rostros. Se puso en medio de ellos para así pedirles que no volvieran la noticia un chisme, pero la doña tuvo que rehusarse a su petición, ya que habían enviado a la joven Mari para contarle a todos.

Gabriel sorprendido se llevó a la señora tomándola del brazo llevándola a la sala, aunque pensaba que recibiría un regaño o hasta un despido, el joven solo preguntaba si ella tenía conocimiento del regreso de la Señorita, Doña Aracelly  que siempre fue reconocida por su personalidad extrovertida, tomó una actitud temerosa mientras retorcía el delantal entre sus manos y negaba saber algo del tema, a la vez que expresaba la sorpresa al escuchar la noticia.

—¿Estás segura de que mi madre no te comentó nada?

—Ya le dije que no sé nada. Usted era mi única opción a pesar de que se guardaba todo para usted solamente, pero ¿sabe? Ahora que esta es la última carta déjeme decirle que usted no debió ser así con la información Gabriel, porque ni un resumen nos daba, muchas personas le tenemos un profundo afecto a la señorita y queríamos saber de ella, fuiste egoísta.

—¿Egoísta? Si que eres injusta. Siempre supe que espiaban mis cartas, por algo leía en voz alta para que estuviesen informados, pero bueno, sólo me agradeces diciéndome "egoísta" —suspiraba al verse rodeado de injusticia.

—¡Ay mierda! ¿Usted lo supo todo el tiempo? Eh... Gabrielito eres un ángel... —Y le daba palmaditas en la espalda.

—Atrevida. Enojándote porque no comparto mi correspondencia ¡no tengo el deber de compartir mi intimidad! Dejemos la discusión hasta aquí, debo comentar esto con mis padres.

—Tal vez los señores también recibieron la noticia hoy en el correo.

—Puede ser. Aún hay algo que me inquieta, siempre pensé que Merce nunca volvería a Ciudad Naciente, que su padre el Sr.Ferrec la dejaría allí toda su vida... ¿Por qué justo ahora regresa?¿ Qué le hizo cambiar de parecer?

—¿Y me lo dices a mí? Yo que voy a saber, difícilmente sé sobre mi misma para andar pensando que le ocurre a ese señor en el cerebro.

Habían pasado siete años desde la última vez que vio a su gran amiga, Gabriel sentía que su pecho estaba a punto de partirlo en dos por el fuerte palpitar de su corazón. Pero temía a la vez que a ella le costase acostumbrarse, no era lo mismo estar aislada del mundo en un instituto de monjas donde estaba segura contra todo peligro, a exponerse socialmente, ante los juicios, los chismes, la opresión, la perversión de caballeros que no pueden dejar a una bella flor en paz y la violencia que en varias zonas del país había dejado su marca.

—Ella no lo tendrá fácil —pensaba en voz alta viendo el firmamento desde su ventana —No es sólo a la parte sucia del mundo a la que debe acostumbrarse, también soportar el mal genio de su padre, si tan sólo su madre la Sra. Teresa pudiese ayudarla. —Una leve sonrisa se dibujó en sus labios —. Yo me encargaré de que se sienta a gusto al regresar, debemos compensar esos siete años.

Gabriel tenía como meta el ayudar a su amiga, lo que no sabía era que ella sería quien tendría que darle todo su apoyo, la dulce Mercedes en realidad ya conocía la maldad que puede haber entre las personas, gracias a ello tendría la capacidad de afrontar las adversidades que en sus caminos se cruzarían.

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