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Capítulo 3: Ruellan

Ruellan creció en belleza y en espíritu. La capitana la adoraba y solo frente a la niña su semblante que la caracterizaba como la legendaria Mata Sarcos, cambiaba al esplendido semblante de una dulce madre. La niña acompañaba a Alana en ocasiones en los entrenamientos del batallón. Ruellan se quedaba sentada en una manta sobre el césped echándole porras a los fieros hombres. Todos la adoraban y se disputaban sus besos en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, ya que la niña siempre regalaba un beso a los ganadores.

En la cocina, la conocían debido a que la niña se escabullía de sus deberes para buscar bocadillos y golosinas, los trabajadores ahí la mimaban y le daban cualquier cosa que ella pidiese debido a la dulzura que su apariencia inspiraba. Le regalaban chocolates, galletas e incluso tartas y rebanadas de pastel. La niña entonces agradecía con una reverencia a las mujeres y a los hombres que ahí trabajaban, estos reían ante sus gestos tan apropiados. Después, ella regresaba a su habitación y comía a escondidas de su nodriza, quien la reprendía cada que la encontraba. Los regaños de su nodriza eran severos, a veces le daba en las manos con una vara, otras, la dejaba arrodillada fuera del cuartel con los brazos alzados hasta que su madre regresaba.

La niña había aprendido a no regresar a su cuarto, sino que escondía las galletas en los bolsillos de su vestido y luego, buscaba lejos del cuartel y más adentrado en el edificio principal un lugar para degustar el pastel. Escuchaba la voz de María cerca, iba preguntando al personal sobre ella, ellos siempre negaban haberla visto. En cuanto escuchó que la voz de su nodriza se acercaba, la niña corrió deprisa por unas escaleras y, luego, por un pasillo, hasta que se escabulló por una puerta.

Ruellan escuchó a tiempo como la voz de María la llamaba justo por el pasillo que ella apenas había atravesado. Solo cuando escuchó que los pasos de la mujer bajaban las escaleras, cayó sentada sobre el suelo alfombrado y comenzó a respirar gravemente en un intento por recuperar el aliento.

Entonces, brincó asustada cuando sintió que una lengua gigante le engullía la espalda. Rápidamente se puso de pie, el animal se sentó frente a ella, este era gigante, mucho más grande que ella. Tenía la apariencia de un lobo, pero su cola era larga y emplumada. Su pelaje era blanco con algunos destellos platas, los cuales hacían juego con sus ojos. El animal sonreía para ella, esperaba quieto a que ella se recuperara de su susto. La niña sonrió y alargó la mano para revelarle el pastel de fresas y nata que llevaba en una servilleta encerada. El animal hizo caso omiso a la ofrenda y le lamió la cara. Riellan hizo cara de asco y se limpió las babas de la bestia con las faldas de su vestido. Cuando levanto su cara fue cuando se percató de la siniestra presencia.

Aster estaba leyendo sobre el sofá junto a la ventana, la cual se encontraba cubierta por una espesa cortina que evitaba que la luz entrara a la habitación de manera impertinente. Escuchó a los pequeños pasos acercarse y colarse por la puerta. En lugar de su usual gruñido, Brutus se puso en cuatro y se abalanzó sobre la intrusa. La mascota de Alana estaba ahí, en sus aposentos, luciendo una apariencia turbulenta con los cabellos dorados fuera del moño, las mejillas encendidas y el vestido lleno de las babas de Brutus y de algo que parecía barro o quizá, chocolate, según olisqueó Aster. No se inquietó por la presencia de la criatura, más bien, le pareció inusual aquella visita. No había visto en estos seis años a la criatura de su capitana. La última vez que la había visto no tenía los ojos abiertos. Pero ahora los tenía muy abiertos como dos rosas. Ese color lo consternó, pues en el siglo que levaba de vida nunca había sido testigo de un color como aquel. Parecía que después de un siglo, la vida sí daba sorpresas de vez en cuando.

La niña palideció cuando finalmente notó su presencia. Aster la miro por encima del libro "Tratado de los Arteros Nórticos". La niña y él se miraron por uno segundos en silencio. El pedazo de pastel que sostenía con tanta devoción en su mano izquierda cayó desmembrado sobre el suelo, las virutas se esparcieron sobre la alfombra que recién había limpiado Mariel, su mayordomo. Ya podía escuchar como el vejestorio lo reprendía por ser tan descuidado.

-¿Te quedarás ahí?

Preguntó Aster a la cada vez más temblorosa criatura. Por un momento la niña se recompuso y sujetándose las faldas hizo una reverencia aniñada. El señor estuvo por sonreír ante la conducta de esta. Entonces, la niña se dispuso a recoger como si nada cada viruta de pastel. Pudo sentirla deprimirse al contemplar el cadáver sobre su mano. Una sonrisa tintineó sobre sus labios. La tonta había hurtado pastel de la cocina solo para acabar de esta manera.

La niña lo miró inquieta, con la mano hecha un puño porque sostenía ahí la servilleta con todo el desorden. Suspiró. Se acercó a Aster tímidamente, metió la mano libre en su bolsillo y sacó dos galletas de nata que depositó sobre la mesita de madera junto al sofá donde yacía Aster. Dejó las galletas ahí para él, este, sin entender, arqueó una ceja hacia ella. La niña se llevó el dedo índice a los labios. Aster se sonrío ante su descaro.

Un par de pasos se escucharon por las escaleras. La niña se apresuró a buscar un refugió detrás de las cortinas. Aster continuó con su lectura incluso cuando las puertas de su habitación se abrieron de par en par por la capitana del batallón, detrás de esta, estaba María, la nodriza.

-Señor, estamos buscando a Ruellan, ¿la habrá visto?

Preguntó Alana.

-Detrás de la cortina.

Respondió con simpleza. Alana y María se apresuraron a sacarla a rastras de la habitación del Señor, lo que fue un total espectáculo. Brutus gruñía y ladraba intentando salvaguardar la dignidad de la pequeña Ruellan, la batalla estaba perdida. Alana la cargó sobre su hombro, cuando le dio la espalda a su Señor, la mirada de Ruellan y Aster finalmente se encontró.

>>Traidor<<

La escuchó pensar.

Cuando lo dejaron a solas, el Señor del Invierno sonrió.