Comencé a caminar por ese sendero que iba siendo adornado por pétalos de rosas blancas, arrojados por esas tiernas niñas caminado frente a mí.
A mi alrededor veía rostros de pura felicidad.
Mi vestido resplandecía con la luz del sol y el cielo estaba más azul de lo normal.
Al alzar la mirada, me encontré con la suya, podía sentir todo el amor que me tenía y su sonrisa denotaba felicidad y satisfacción de que sea yo su compañera, la que él había elegido para compartir toda una vida.
Apreté el ramo aún más contra mí pecho al sentir que llegaba al final, donde su mano extendida me esperaba. Sin dudarlo la tomé y sentí su calidez, esa que siempre me gustó.
La ceremonia comenzó, dijimos nuestros votos matrimoniales, pero lo único que nos importó fue el coincidir con felicidad en una sola frase:
"Si, acepto"
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