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Capítulo 1: El arquitecto fatulo

—¡Maldición! —exclamó Daniel.

Lanzó otro papel arrugado a la basura. El zafacón tenía una montañita de papeles que habían corrido la misma suerte que el anterior. Mientras más papeles lanzaba, más frustrado estaba.

Daniel se masajeo las sienes para calmar su enojo. Estaba cansado de que los dibujos no le estuviesen saliendo perfectos. Si no lo hacía, Bentley lo mataría. Ese viejo bobalicón. Con tan solo pensar en él, Daniel se enfurecía. Resignado, Dani fue al baño a lavarse el rostro. Vaya aspecto que tenía.

Él tenía tez morena clara, cabello negro largo y ondulado. Albergaba una barba muy corta, tenía cejas pobladas, era de ojos caídos y mirada dura. Debajo de sus ojos tenía unas notables ojeras por su falta de sueño.

Se lavó el rostro al menos unas cuatro veces para despertarse por completo. Dani verificó la hora en su reloj de mano. Eran las 4:45 de la mañana. En quince minutos debería llegar al trabajo.

Rápido como un rayo, se vistió con una camiseta azul y se puso los zapatos. Ni siquiera verifico si estaba peinado y salió de su habitación.

Daniel vivía en el complejo de habitaciones lujosas de la Estación Aurora en la Gran Nave Espacial Itthon. Esto se debía a su estable trabajo como arquitecto espacial. A pesar de su gran trabajo y lujosa habitación, Daniel era uns persona que prefería estar solo. Lo único que se le daba bien eran sus dibujos y por alguna razón aquella noche no había logrado realizar ninguno con éxito.

Bentley, su jefe, le había encomendado el día anterior a hacer un diagrama perfecto acerca de una nueva estación para la Gran Nave. Desgraciadamente, Daniel no había logrado realizar la encomienda. Ahora tenía que soportar la actitud de Bentley cuando supiera que no lo había hecho.

Dani salió del complejo de habitaciones montándose en el ascensor que daba a la Plaza Central. Introdujo su tarjeta en la ranura del panel del ascensor y una voz róbotica femenina dijo:

—Daniel West. Próxima parada: la Plaza Central.

Una vez bajo el ascensor, Daniel accedió a la Plaza Central. Era una sala amplia y muy larga llena de todo tipo de cosas. Había tiendas, puestos de trabajos, restaurantes y más. En las paredes había carteles holográficos que exhibían propaganda de cada negocio. También, en las paredes había grandes ventanales que daban al espacio exterior. Se podía apreciar cada estrella a lo lejos.

Daniel caminó con paso decidido y sin detenerse hasta un lugar llamado: Bentley Architect Creations. Una vez allí, se dirigió hasta su oficina, pero alguien le cerró el paso.

—Vaya, vaya —dijo un hombre calvo y barrigón con una sonrisa desdeñosa—, otra vez tarde, señor West.

Dani verifico su reloj nuevamente. Esta vez eran solo las 5:01.

—Solo ha sido por un minuto, Bentley —soltó Daniel.

—Solo ha sido por un minuto —repitió Bentley, haciendo muecas al decirlo—. Sabes que cada minuto que no estes, es un minuto que tengo que pagarte y no pienso pagarte si no estas aquí.

—Pues ya estoy aquí —dijo Dani, entre dientes.

—A mi pesar —dijo Bentley con crueldad—. ¿Tienes los planos que te mandé a hacer ayer? ¿O eres tan inútil que ni eso puedes hacer bien?

Daniel se sonrojó a tal punto que sentía sus orejas coloradas. Se tragó la vergüenza y dijo:

—No las hice.

—¿Qué no qué? —Bentley abrió los ojos como platos. Respiró hondo y dijo—. ¿Sabes porque aún no te he echado de este trabajo?

—No lo sé, Bentley.

—No lo sé, señor Bentley –corrigió el jefe—. Cuando te dirijas hacia mí, hazlo con respeto.

—No lo sé, señor Bentley —dijo Dani con paciencia, aunque se estaba comenzando a irritar.

—No te he despedido porque a pesar de tu insolencia, eres brillante —dijo Bentley—. Tus trabajos son medianamente buenos, podría decir. Mejor que los de muchos otros. A pesar de que eres un imbécil.

—¿Gracias? –dijo Daniel, confundido.

–No me des las gracias y vete a trabajar, alcornoque —dijo Bentley—. Pero como llegues tarde mañana, no será muy bueno para ti.

Así era todos lo días. Incluso si llegaba temprano, Bentley siempre buscaba la forma de regañar a Daniel. Era más de lo mismo. Si no fuese porque no sabía hacer nada más que diseñar, Daniel ya se hubiese ido de ahí. Por eso y por su buena paga.

El día transcurió de forma lenta y aburrida. Daniel se la pasó viendo el reloj de su oficina y soltando largos bostezos cada dos por tres. Estaba a punto de dormirse cuando se reloj comenzó a sonar indicando la hora de la salida.

De buena gana, Daniel salió de su lugar de trabajo y pensó en donde comería. Tras un instante de indecisión, optó por un restaurante llamado: Fried Fish. Tomó asiento y esperó a que alguien se acercara.

Pasados unos minutos, se acercó una mesera a pedirle su orden. Daniel no pudo evitar admirarla. Era muy guapa.

—Buenas tardes. Bienvenido a Fried Fish. Mi nombres es Natalia. ¿En qué puedo servirle?

Daniel se quedó un rato observándola. Era una chica muy hermosa con el cabello castaño rubión y tez blanca. Albergaba también muy buena figura.

—Eh... ¿Cómo dices? –preguntó Daniel, ensimismado.

Ella soltó una risita.

—Le pregunté qué en que puedo servirle.

—Ah, claro —dijo Daniel saliendo de su trance—. Quisiera una mini bandeja pescado frito y zumo de naranja.

—Enseguida —dijo ella. Se dirigió hacia el mostrador y antes de perderse de vista, echó una mirada por encima de su hombro a Daniel.

Daniel sintió como la sangre le subía a la cabeza y sintió una extraña sensación en el estómago. "Debe ser el hambre" pensó. Aun así, sentía que aquella mujer había tenido algo que ver. Solo pasaron cinco minutos cuando la chica regresó con la orden de Daniel.

—Aquí tienes —dijo ella, depositando la comida en la mesa—. Buen provecho.

La chica comenzó a alejarse. "Es tu momento" le urgió la mente de Daniel.

—Espera —le dijo Daniel.

—¿Si? —Ella se dio la vuelta rápidamente.

—¿Quisieras quedar algún día? —preguntó Daniel—. Y tal vez, no sé, ¿pasear por el Jardín de la Plaza?

—Claro, me encantaría —contestó ella, parpadeando más de lo necesario y con una sonrisa traviesa—. Solo dime cuando y...

—Natalia —dijo la voz de un hombre—, ¿Qué crees que estás haciendo?

Un hombre negro y calvo se acercó a donde nosotros. Era muy musculoso. Llevaba una barba de candado que ayudaba mucho a su imagen de malote.

—Gabriel, ¿qué haces aquí? ¿No ibas a trabajar hasta la noche? —preguntó Natalia, abriendo mucho los ojos.

—Lo siento amigo. Natalia y yo estábamos en algo... —intentó decir Daniel.

—Yo no soy tu amigo. Le estabas coqueteando a mi novia —dijo el Gabriel ese.

—Espera, ¿de que estas hablando? —preguntó Daniel con un tono de nerviosismo.

—Natalia es mi novia —repitió Gabriel, enfurecido—. Y te pillé coqueteándole.

—No Gabriel, él no tiene la culpa —dijo Natalia con exasperación.

Gabriel tomó a Daniel por la camisa, levantándolo de su asiento. Acto seguido, le propinó un puñetazo en todo el rostro. Dani se tambaleó hacia atrás. Gabriel se acercó a él y lo golpeó nuevamente.

Daniel dio un traspié y cayó al suelo. De nuevo, Gabriel se abalanzó sobre él, pero Daniel lo rechazó de una patada. Se levantó del suelo de un salto y arremetió contra Gabriel.

Ambos cayeron al suelo. Daniel que estaba encima de Gabriel comenzó a golpearlo repetidamente en la cara. Su nudillo le dolía y poco a poco se iba llenando de sangre de su enemigo. Cuando le iba a dar el último golpe para dejarlo inconsciente, Natalia gritó:

—¡No golpees a Gabriel!

Daniel dudó un segundo. Eso bastó para que Gabriel le rompiera la nariz con su golpe final. Daniel soltó un alarido de dolor y se derrumbó en el suelo.

Gabriel se fue, no sin antes patear a Daniel en las costillas. Natalia se fue detrás de él, tratando de calmarlo mientras que Daniel seguía tendio en el suelo.

Dani sentía la cara llena de sangre, lágrimas y mocos. Mantenía los ojos cerrados para no ver a los curiosos que lo observaban. Sentía unas grandes ganas de llorar allí mismo, pero se levantó del suelo con abatimiento.

Dios sabe cómo, Daniel llegó a su departamento cojeando, malherido. Se dio una ducha rápida para quitarse la sangre y la mugre. Delante del espejo, se arregló la dislocada nariz soltando una docena de palabrotas.

Se tendió en la cama con los ojos cerrados. Maldita sea su suerte. Una chica linda le hablaba y tenía por novio a un gigantesco mastodonte. Era por eso por lo que muchas veces prefería estar solo. Era mejor así. La gente traía problemas y narices rotas.

Lo único que hacía a Daniel feliz eran sus dibujos de diseños. Pero ahora ni eso lo estaba haciendo bien y mucho menos feliz.

Daniel se durmió maldiciento todo. A Bentley, a Natalia, al idiota de Gabriel y a su vida en general. Él estaba cansado de todo.