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Cap. XXVI

ʚ Traumas desbloqueados ɞ

 

Luis llegaba a la casa de Esmeralda cada mañana a las diez, sin falta. Iba al cuarto de Nicolás, lo observaba dormir pensando en la fortuna que tenía de verlo, y Mortadela lo despertaba cuando se asustaba al ver a Luis. No importaba si lo veía todos los días, su reacción de erizarse era la misma de siempre.

Esmeralda no sabía nada acerca del chico que llegaba, aparte de que invadía su hogar como si fuese suyo y lo poco que notó en la cena navideña. No obstante, ver que su hermano estaba más animado al verlo, le dio una idea de que era un amigo importante. Se acostumbró a su presencia a la hora de desayunar al lado de Nicolás, y pronto dejó de preocuparse cuando llegaba por las mañanas, se le hizo rutina ir a abrirle.

Ambos chicos iban a almorzar a Johnny Rockets. Luis siempre invitaba la comida, pagaba el transporte y de cualquier forma sacaba a Nicolás de la casa para pasear. Las vacaciones no duraron mucho por lo que pronto estaban devuelta en clases, con kilos extras por toda la comida. Luis a diferencia de Nicolás hacia ejercicio y caminaba demasiado de un lado a otro, por lo que de los dos, Nicolás fue el que conservó su apariencia flácida. No le favoreció a su autoestima ver que había engordado mucho; sin embargo, Luis se acostumbró a tomarlo desprevenidamente por la cintura, apretando su piel y comentar que le encantaba cómo lucía.

Tanto Dylan, como Helena no les agradaba ver ese acercamiento. Luis alimentaba a Nicolás empeorando su peso, y este no podía ver ese hecho como algo malo.

—Nico, ¿te gustaría ir conmigo a mi casa? —preguntó cariñoso.— Hoy pasarán Zootopia. Es la más reciente película, salió en febrero.

—Pero tenemos tarea.

—No te preocupes. Te complicas por todo, Nico. Vamos —insistió—, será divertido. Luego podremos hacer la tarea juntos.

—Tengo que llamar a mi hermana —informó sacando su celular.

—La llamas después —refunfuñó. Le quitó el celular y tomó su mano—. Hay que irnos ya, o nos perderemos el inicio —exclamó alegre.

—Está bien. —Esbozó una pequeña sonrisa.

La mala condición física de Nicolás fue el primordial evento mientras caminaban. Luis casi lo pierde entre la multitud de la gente, porque el contrario se había detenido al no poder más. Nicolás se esforzó en avanzar al menos para salir del Mercado –el nombre correspondiente del lugar–. Luis intentó llevarlo en su espalda, pero fue una gran sorpresa sentir que estaba más pesado que la semana pasada. Nicolás se veía cansado, sus mejillas estaban coloradas por las quemaduras de sol y estaba jadeante. Luis nunca se imaginó que alimentarlo tanto iba a causarle eso, pero no era tarde para remediarlo.

—Vamos, camina —pidió jalándolo del brazo—. Estás en pésima forma, así que, desde ahora caminaras como yo. No te puedo cargar.

—Tomemos un descanso, por favor —exclamó entre jadeos—. La cuesta está muy empinada y las piernas me tiemblan demasiado. Me caeré si avanzo.

—No lo sabes. Eso no pasará. —Jaló de su brazo logrando que diera un par de pasos.— Vamos, Nico. La película empezará dentro de poco.

Nicolás subió la cuesta sintiendo dolores punzantes en sus muslos. Luis no se percató de ello, pero Nicolás había empalidecido con una sensación fuerte de náuseas. Al llegar a la casa, Nicolás se recostó en la cama sintiendo un enorme alivió de poder descansar, aunque presionaba con fuerza las almohadas por el dolor reciente que no desaparecía.

Luis se recostó a su lado y casi instantáneamente, Nicolás apoyó la cabeza en su abdomen. Necesitaba consuelo, una distracción del dolor en sus extremidades. Luis acarició su cabeza con dulzura mientras ponía la película, ese gesto logró, hasta cierto punto, calmar a Nicolás. Algunas lágrimas se escapaban de sus ojos, pero evitaba con firmeza hacer ruido para no levantar preocupaciones. Pudieron ver la película sin interrupciones, disfrutando de las escenas y riendo.

—¿Tienes problemas con la tarea? —preguntó Luis inclinándose para ver.

—No encuentro el límite de esta función. Me sale cero sobre cero.

—Significa que debes factorizar, ¿o tiene un radical? A ver, cuál haces —murmuró. Luego de ver el ejercicio señaló la hoja—. Sí, debes factorizar. Esto es una suma de cuadrados, lo sacas, cancelas y pruebas de nuevo.

—Tranquilo —chilló preocupado—. No entendí lo que dijiste.

—Ay...

—A ver, ¿cómo factorizo?

—¿En serio no te acuerdas? —El contrario negó con la cabeza.— ¿Ni un poquito? —Volvió a negar.— Hoy no salís de esta casa, si depende de mí explicarte cálculo.

Ambos estaban esperando el bus pasadas las seis de la noche. Demoraron demasiado en hacer la tarea por lo que llegaron tarde a la parada de buses. Luis estaba preocupado al no ver pasar más buses que llevarían directamente a la residencial a Nicolás.

—Mira, ese va a Río Grande —comentó Nicolás viendo el enunciado en el bus.

—Pero tú vas más lejos. Estarías yendo en dirección contraria.

—No. Me refiero que allí queda mi casa, con mis padres. Podría irme, llamar a Esmeralda y decir que me quedaré allí por hoy.

—¡Perfecto! Es mejor que lo tomes, no creo que pasen más buses si lo dejamos pasar.

—Aquí viene. —Se coloco frente a él y sonrió.— Gracias por ayudarme con matemáticas.

—Puedes confiar en mí para cualquier cosa. —Lo abrazó.— Te veré mañana. Llega temprano para que desayunemos.

—Hasta mañana. —Se despidió para abordar el bus.

Nicolás estaba sonriente en su asiento. Luis resultó ser una increíble persona, muy amable y cariñosa. Sin embargo, su problema más frecuente era no saber qué significaban esos sentimientos a su lado. Podría ser amor o no, y eso ya representaba un problema grande, porque Luis estaba enamorado de él, pero no podía corresponder en base a los nuevos sentimientos descubiertos. No quería dañar a un chico tan especial.

Al llegar al portón de su casa se percató que había olvidado pedirle su celular a Luis. Tendría que llamar a Esmeralda desde el teléfono fijo. Su padre fue quien lo recibió cuando tocó la puerta, este se sorprendió al verlo a esas horas de la noche y sin la presencia de su hermana.

—¿Qué haces aquí? —preguntó asustado viendo a los alrededores.— ¿Dónde está Esmeralda?

—Necesito llamarla. Vine solo en bus. Estaba haciendo tarea en la casa de un amigo y...

—¡¿Viniste en bus?! ¡¿Estás loco?! —Gritó enfadado de escuchar su respuesta.— Es muy peligroso que tomes bus de rutas tan tarde. ¡Pudieron secuestrarte de nuevo! Dios mío, peor aún, pudieron violarte. Siendo un hombre la policía jamás te ayudarían en ese caso. Jamás. —Negó con la cabeza y suspiró con pesadez.— Nico, no apruebo tu nueva vida... como gay. Me preocupa que te hagan cosas terribles. No confíes en nadie, por favor. Entra rápido y llama a tu hermana, que debe estar muy preocupada por ti.

—Lo siento —balbuceó con dificultad ante la voz de su padre—. Fue de ayuda. No entendía la tarea.

—Para eso, mejor te consigo tutores. Y... —Murmulló pensativo con la mirada desviada.— ¿Qué hay de tu profesor? El... No lo sé. Aquel gordo y de voz afeminada. ¿No te puede ayudar?... —Nuevamente suspiró. Observó fijamente a Nicolás con seriedad.— No quiero que te hagan daño. Yo, no sé qué debería hacer, pero ya me estoy preocupando. No eras gay antes. Nunca mostraste ninguna señal... Ahora —exclamó sorprendido—, te pasan miles de cosas. ¿Qué sucede? ¿Te están influenciando? —Notó a su hijo tembloroso y desanimado. Procuró hablar más suave para calmarlo.— Lo siento, Nico. Nunca debí acceder a que te cambiaran de colegio. Eso te arruinó.

Nicolás avanzó al interior de la casa, solo para encontrarse más discusiones. Paul y su madre estaban quejándose de todo lo que debían hacer. Al ver a Nicolás su madre avanzó para suspenderlo de la oreja y jalarlo al comedor, allí tomó asiento y vio la mirada decepcionada de su progenitora.

—¿Te diviertes? Me imagino que sí. Al lado de esa mujer haces lo que quieres, no te preocupas de nada y te haces un vago. —Levantó el tono de voz.— Ni creas que te voy a dejar que regreses a su casa. De ahora y en adelante vas a quedarte aquí, haciendo tus deberes y el trabajo de la casa.

—Estás obeso —comentó Paul con burla—. Pareces una vaca gorda y fea. Hasta te descuidas cuando te quedas en su casa.

—No, Paul. No creas que esto volverá a suceder. —Volvió la mirada a Nicolás.— Te ves fatal, estás gordo y ojeroso. A partir de mañana, no vas a comer nada hasta que vuelvas a estar flaco, que yo no quiero ballenas en mi casa. —Suspiró avergonzada de su apariencia y negó varias veces con la cabeza. Estaba realmente enfadada.— Dios mío, me repugna verte así. ¿Sabes que tuve una hermana? ¡Murió gorda! Me dio una vergüenza tener que enterrarla, porque no hay ataúdes para gente obesa. ¡Ve a llamar a esa mujer, que quiero decirle sus verdades! ¡Anda!

Nicolás fue a llamar a Esmeralda para avisarle que estaría en la casa. Se sentía bastante avergonzado por lo que había dicho su madre. Tendría que rechazar el desayuno de Luis. Esmeralda respondió con un tono apagado, ronco y neutral.

—Ah... Te quería avisar que estoy con papá —informó suave esperando alguna reacción.

—Nico, lo siento —exclamó con tristeza—. No quiero que vuelvas a mi casa. No ahora. Te veré al final del año, en tus vacaciones de invierno. Discúlpame, no estoy bien ahora y realmente, no quiero hablar con nadie.

—Bien... —La llamada se cortó al momento.

—¡¿Colgaste?! —Gritó su madre al quitarle el teléfono. Le dio un golpe el la cabeza y a su vez, le lanzó el teléfono contra el pecho.— ¡Te dije que quería hablar con ella!

—Ella cortó —informó balbuceante.

—Está bien, no importa. —Suspiró con pesadez.— Vete a bañar, para que empieces con los labores que teníamos Paul y yo.

—Aún tengo tarea que hacer.

—¿Y a mí qué me importa? ¡No haces nada! —Levantó el dedo índice.— Desde que te fuiste he lavado, hecho la comida a estos hombres, las compras, el cuidado del jardín y muchas cosas más. Fijo, no haces nada en la casa de esa sinvergüenza. Te vas a poner a hacer los labores. No me importa si tienes tarea, te vas a quedar hasta tarde en hacerla. Vas a hacer todo lo que yo te pida, porque soy tu madre.

—Mamá... —llamó tartamudo.— Sé que no soy un buen hijo, pero quiero creer que me dices todo esto porque me quieres, igual que papá. —Sus lágrimas se deslizaron por sus mejillas.— No me gustan los gritos, me están alterando con mucha facilidad. ¿Podrías...? —Su voz se cortó, pero respiró hondo para relajarse.— ¿Podrías ser más suave, por favor? Haré todo lo que me pidas, solo no me grites.

—Solo a arruinarte vas a esa casa. —Se paró delante de él y lo observó completamente decepcionada, incluso molesta de verlo llorar.— Debí abortarte cuando me dieron la oportunidad.

A la mañana siguiente, Luis estaba esperando a Nicolás sentado frente a una mesa. Había traído el desayuno hecho en su casa y pensaba en que podría gustarle. Su sonrisa desapareció al verlo entrar tan desanimado, pálido y con las ojeras remarcadas. Nicolás ni siquiera saludó, solo se limitó a subir las escaleras para ir al aula. Durante las clases, Luis intentó hablarle, pero Nicolás parecía estar en trance.

Pasaron las primeras horas, donde sus amigos vieron que solo escribía con gran lentitud, miraba a la pizarra y a su cuaderno. Algunos maestros le preguntaban cosas, pero él no respondía a nada. En el recreo, todos bajaron menos él. El señor de nariz grande le dijo que debía bajar, a lo que Nicolás tampoco respondió y se quedó allí, completamente quieto. Esto, por supuesto alertó al personal educativo y la opción era llamar a sus padres para que llegasen a recogerlo, sabiendo la condición que tenía por su amnesia. No obstante, era costumbre que nadie respondiera en la casa por sus diferentes horarios. No había otra opción, Nicolás debía quedarse hasta el final de clases; sin embargo, le darían una nota que debía presentar a sus padres.

Luis jamás lo había visto tan mal. Se culpó a sí mismo por no haberlo dejado en la casa de Esmeralda. Su culpabilidad cambió repentinamente, aceptando que Nicolás era responsable de sus propias desgracias. Después de todo, fue quien dijo que iría con sus padres.

Al llegar a casa ese día, Nicolás sentía una presión en su cabeza. Durmió una hora antes de irse a clases, no sin antes hacer algunos labores impuestos por su madre. Llegó para encontrarse solo, y por supuesto, no desaprovechó la ocasión para ir a descansar. Se apoyó de las paredes mientras caminaba por el pequeño pasillo. Esa sensación de cansancio le resultaba demasiado familiar, tanto que le provocó escalofríos.

¡Nicolás, nunca haces nada!

¡Tienes que aprender a conjugar!

¡Deja de enseñarle juegos de cartas!

¡Me decepcionas!

¡Eres el peor hijo que haya tenido!

¡Por fortuna Paul existe!

¡Vago!

¡Nicolás, ¿no has terminado?!

Comenzó a soltar pequeños sollozos al escuchar la voz de su madre en sus recuerdos. Los gritos aumentaban y no eran de ayuda a su condición actual. Llegó hasta su cuarto quedándose en la entrada al visualizar un recuerdo frente a él. Su madre estaba golpeando el dorso de sus manos con una regla, ya que Nicolás, se había equivocado.

¡No llores!

¡Deja de ser un inútil!

¡Dios, ¿qué voy a hacer contigo?!

¡Me decepcionas!

—Ya no me grites... —Pidió balbuceante. Se arrodilló en el suelo y se cubrió las orejas—. Yo solo quiero que te sientas orgullosa de mí... —Soltó un alarido entre el llanto.— Mamá... Por favor, ya no.

¡Inútil!

¡Nunca haces las cosas bien!

¡Eres un vago!

¡¿Por qué no eres como Paul?!

Debí abortarte.

Debí abortarte.

Debí abortarte.

Nicolás... Estoy tan decepcionada de ti.

¡Inútil!

Al llegar a casa, Ana, la madre de Nicolás, dejó las compras en el comedor. Vio la hora en el reloj de pared y se dio cuenta que su hijo ya estaría en casa. Fue a su habitación para pedirle que hiciera la cena mientras ella descansaba, añadiendo otras peticiones más. Se dio la sorpresa de que la puerta estaba cerrada con seguro, algo que no toleraba en sus hijos, porque siempre debía saber lo que ellos hicieran en la habitación.

—¡Nico, abre la puerta! —ordenó molesta.

Nicolás no respondió. No había ni un tan solo sonido de pisadas o del colchón rechinando por los resortes viejos. Ana apoyó la oreja contra la puerta para escuchar mejor. Había un extraño sonido del otro lado, pero era la voz de Nicolás susurrando. Se apartó para golpear la entrada.

—¡Ábreme o te rompo la puerta! ¡Sabes que no me gusta que se encierren! ¡Abre en este instante!

Nuevamente, no hubo ni una señal de que su hijo se moviera de la cama. Bufó mientras se retiraba para ir por un desarmador. Le quitaría la puerta si este no quería abrirla. Demoró un poco en quitar los tornillos que unían la puerta, pero esta cedió torciéndose ya que seguía unida al seguro. El peso que ejercía bastó para romper el seguro y que la puerta cayera dentro del cuarto.

—Ya no me grites. Ya no me grites. Ya no me grites. Ya no me grites... —susurraba Nicolás repetidas veces.

Ana amplió la mirada asustada al ver a su hijo. Estaba en una esquina entre un cesto y la mesa de Paul, meciéndose hacia delante y atrás con las piernas juntas y las manos cubriendo sus oídos. Su mirada no se concentraba en ningún objeto en especial, esta recorría todo lo que estuviese cerca de él. Su voz sonaba afónica, como si hubiese repetido la misma oración por un largo tiempo. Los labios estaban sangrando bastante, a causa de las mordidas que se daba cada cierto tiempo; sus dientes estaban colorados por la sangre. Estaba pálido, más que cualquier otro día.

—Nico, me estás asustando —exclamó mientras se acercaba—. Deja de susurrar.

—Ya no me grites... —Soltó un grito ahogado, logrando asustarla más.— No lo hagas. No lo hagas. No lo hagas...

Nicolás bajó sus manos para rascarse el dorso de la derecha. Ana se congeló al ver que estaba temblando notoriamente. Se quedó observándolo, hasta que su mano enrojecida resultó lastimada. Se acercó a él tomándole las manos y lo observó fijamente. Nicolás balbuceó, pero su mirada se fijó en su madre y finalmente, dejó de hablar.

—Ya no vuelvas a hacer eso, ¿me oíste? —expresó asustada, pero enfadada.— Yo no tengo ningún hijo loco. No lo vuelvas a...

Nicolás gritó histérico al verla. Ana se apartó atemorizada al escucharlo. El menor comenzó a llorar y a mecerse con más rapidez. Ocultó su rostro entre sus rodillas y abrazó sus piernas.

—¡No me pegues, por favor! —gritó afónico.— ¡Mamá, ya no, por favor! ¡Seré un buen hijo!

Ana salió de la habitación entre lágrimas. Nunca lo había visto comportarse de tal manera que estaba aterrorizada de lo que acababa de presenciar. Salió de la casa con el teléfono para llamar a su esposo, porque no quería volver adentro con Nicolás.

Nicolás siempre había sido un niño soñador, que aprendió con el tiempo a reprimir sus emociones y solo a demostrarlas delante de James, porque así lo deseaba. Su madre procuraba en convertirlo en una mejor persona, trabajadora y fuerte; porque sabia que su esposo no viviría por siempre y necesitaba que alguien ocupase su lugar para sustentar a la familia. Nicolás estaba destinado a tomar ese lugar por tantas ilusiones que tenía su madre. Ahora que había perdido la memoria fue un golpe severo a su cabeza tener una línea de recuerdos de Ana. Estaba en medio de una ataque causado por el desbloqueo de sus recuerdos. Años de maltratos regresando de golpe a él no era algo con lo que pudiese lidiar, como antes.

Además de los golpes en sus manos, Ana lo castigaba azotándolo con un cinturón en la espalda; lo colocaba en una esquina con un balde lleno de agua por encima de su cabeza; le negaba la comida y lo ponía a trabajar en los labores que le correspondían. Si Nicolás se equivocaba en el jardín, era empujado al rosal para salir lleno de heridas a causa de las espinas. De romper algún plato, Ana le quitaba los pantalones para hacerle un pequeño corte en el muslo con lo roto y seguido de ello, unas cuantas gotas de limón a la herida. Nicolás aprendió por las malas a ser obediente. Ana se encargó de hablarle para hacerle entender de que no debía hablar de los castigos, todo estaría bien siempre y él solo debía ser un hijo responsable. Nicolás nunca habló de ello a nadie.

A causa de aquel maltrato, Nicolás aprendió a ser más amable con las personas, comprender y escuchar atentamente; porque no sabia si otro estaría pasando su misma situación o peor. Le gustaba ayudar a otros, consentirlos, ver a través de ellos por sus ojos y dar cariño. Para Nicolás, era una mejor forma de olvidar sus preocupaciones y la vida que le había tocado en su familia.

Su padre llegó luego de una hora. Ana le explicó lo que había visto y le pidió que hiciera algo rápido con su hijo. El hombre entró a la casa cruzando por el pasillo con velocidad. Nicolás no se había movido de su lugar, pero su voz ya no se escuchaba. Se acercó con lentitud y logró que este dirigiera su atención a él.

—Papá... —musitó.

Nuevamente las lágrimas desbordaron. Nicolás se lanzó a sus brazos y lo abrazó, no de la mejor forma al no saber realmente cómo aferrarse de su padre. El hombre le acarició la espalda de forma circular. Su preocupación aumentó al sentir que su hijo estaba temblando, como si tuviese frío; anteriormente, notó su palidez y la sangre.

—¿Podrías decirme qué sucede? —preguntó con tranquilidad.

—No me dejes con mamá —respondió casi inaudible—. Ya no quiero que me castigue... Ya no... No quiero más golpes... No te vayas, papá... No me dejes aquí solo con ella.

Se sorprendió al escuchar la respuesta, pero una parte de él no se vio asombrada de la revelación. Esmeralda siempre le advertía de su esposa, pero él consideraba que eran celos entre ellas dos y un problema de mujeres, en el que no debía entrometerse. En ese momento, se dio cuenta que Nicolás estaba gritando por ayuda, una que debió ser pedida hace años. A pesar de ver la desfavorecida condición de su hijo, tanto mental como física, decidió que no diría nada al respecto con su esposa.

Un hombre con su edad, cuidando de dos chicos y sin tiempo para ninguno, no era una opción. Prefería conservar la esposa, a perderla por defender a su hijo.