ʚ El lirio de plástico ɞ
Una vez más, Nicolás se encontraba frente a una mesa. Un señor de cabellos blancos, expresando seriedad con su mirada y luciendo formal, estaba anotando algunos detalles en una hoja. Estaba con un psicólogo público, en el hospital que anteriormente había sido hospitalizado por sus accidentes. Se le debía pagar una cantidad adicional, pero el padre del menor quería estar seguro que no volvería a pasar algo similar a lo anterior. Él estaba presente al lado de su hijo.
—¿Cuál es tu problema? —preguntó sin entusiasmo.
—Tuve un ataque —respondió dudoso—. Realmente, no sé qué sucedió. Todo estaba borroso.
—¿Ya había sucedido antes? —Volvió la atención a su padre.
—No. Es la primera vez que lo veo así.
—¿Dónde está la mamá del niño?
—Ella no sabe que estamos aquí... Mi hijo... Siento que hay problemas con su madre y preferiría resolverlo con él a solas, sin problemas.
—Ah, usted es su padre. Lo siento, creí que era su abuelo —comentó despacio. Bajó la mirada para corregir en la hoja de datos—. Explíquenme qué sucedió exactamente.
—En primer lugar, mi hijo fue secuestrado hace recientemente y olvidó todo. Lo drogaron a tal punto que le dio amnesia.
—Es un buen comienzo —exclamó anotando.
—Nico, dile lo qué sucedió.
—Ah... Bueno —titubeó nervioso—. Llegué a casa y comencé a sentirme muy mal, solo había dormido una hora y...
—¡¿Qué?! Eso no me lo habías contado.
—Señor, necesito que no interrumpa al niño. No querrá hablar si le hace sentir que hizo mal en acciones que no controla. —Levantó la voz regañándolo. Volvió la mirada a Nicolás y suavizó su timbre.— Continúa.
—Escuché a mi mamá gritándome. —El ambiente se torno frío para él.— Quería que se detuviera, se lo pedí y nada resultaba. La vi golpeándome cuando era pequeño, castigándome y los insultos. —Soltó un jadeo, ya que no quería llorar frente a ellos.— Recuerdo que me encerré en mi cuarto y el resto es borroso. Mi papá llegó, sé que le hablé, pero no recuerdo más.
—¿Qué sucedió cuando encontró a su hijo?
—Estaba pálido, con la boca llena de sangre y susurrando. Me pidió que no lo dejara solo con su madre. Se desmayó cinco o siete minutos después. Eso fue todo.
—¿Ha considerado en denunciar a su mujer? Esto es maltrato infantil. El niño fue agredido por su madre.
—No lo haré. Es mi esposa... No puedo hacerle eso.
—Le pido que se retire por unos minutos. Quiero continuar la entrevista con el niño a solas.
—¿Por qué? —preguntó con cierta molestia.
—Necesito que sea honesto conmigo y con usted presente, reclamándole, no lo conseguiré. —Señaló la puerta con su bolígrafo.— Retírese, señor.
El hombre se retiró apenado, sabiendo que no debió haber interrumpido de esa forma a Nicolás. Se quedó cerca de la entrada, al lado habían unas sillas donde pudo ocupar asiento. El psicólogo escribió algunos detalles sobre la hoja, luego de ello, observó a Nicolás.
—¿Hay algo más que hayas recordado con este episodio de pánico?
—Sí —respondió suave. Tuvo que asentir, porque reconoció haber hablado en voz baja. Sus ojos se cristalizaron, pero no se permitiría llorar frente a un desconocido—. Miraba pornografía. —Hizo una mueca.— Me siento mal de haber recordado eso.
—¿Qué recuerdas de ese hecho?
—Escenas grotescas, gemidos, la gente desnuda... No me siento bien comentando esto. En realidad, me siento terrible de saberlo —balbuceó arrepentido—. Parecía ayudarme a dormir, al parecer, lo disfrutaba y me masturbaba. —Presionó sus labios por un momento para evitar morderlos.— Tal vez es normal para otros chicos, pero soy sincero en decir que me siento un degenerado.
—Hay una delicada línea entre gozar y obsesionarse. Una te hace disfrutar un momento, la otra es un trastorno. No puedo hacer mucho si no recuerdas nada. ¿Hay algo más que quieras añadir?
—¿Estoy loco? —preguntó directamente.— Hace un tiempo que escucho una voz que me pide olvidarlo, y cada vez que lo oigo en mi mente, me bloqueo y termino en un hospital. Ya me ha pasado ver cosas que no están allí.
—¿Cómo cuáles?
—Estaba con un amigo que usa un parche y pude ver ese ojo faltante. Se veía tan claro, como si estuviese allí. También veo algunos recuerdos en persona, tipo... me separé de mi cuerpo y estoy viéndolo.
—No estás loco —respondió sereno—. Me preocupa que tengas esa imagen de ti, que ya has perdido la cordura. Es frecuente que algunos pacientes con esta clase de amnesia vean, escuchen y sientan algunas emociones fantasmas. —Se encogió de hombros.— Es parte de recuperarse.
—¿También es normal la voz que me bloquea?
—Antes de olvidarlo todo, debió existir una persona que te pidió olvidar y entró a tu subconsciente a través de sus peticiones. —Murmulló pensativo, oscilando entre sus palabras.— Me atreveré a deducir que la voz le pertenece a alguien cercano a ti. Probablemente sea la persona que te borró la memoria.
—¿Y si le pido que me hable? ¿Podría recordar de nuevo?
—Es una vaga esperanza. Cada mente funciona de manera distinta, no podría asegurarte de que funcione, pero podrías intentarlo. ¿Sabes a quién le pertenece la voz?
—No... Pensé que podría pedir ayuda para encontrarlo. Es todo.
—Te veré el próximo miércoles para realizarte unos exámenes psicológicos. Veremos qué sucede. ¿Entendido?
—Sí. Muchísimas gracias, señor.
Nicolás avanzó con su padre a una nueva oficina. Tuvieron que esperar, porque ya había una sala entera llena de personas esperando a tener su consulta. Nicolás le dijo que debían regresar el próximo miércoles para los exámenes con el psicólogo, a lo que su padre, prometió que asistirían para resolver el problema juntos.
—Este niño tiene severos problemas, que llegan a un grado casi crónico —informó el doctor luego de leer un informe—. Por ser la primera vez, les vamos a obsequiar la mitad del tratamiento que se basa en algunas pastillas, pero después de que se acaben, deberán comprarlas en una farmacia. Les daremos una receta para que la presenten.
—¿Cómo es posible que esté tan mal? —inquirió anonadado.— Solo perdió la memoria, no creo que le afectase de tal forma.
—Según los análisis, esto es hereditario. ¿Su esposa o algún familiar suyo se encuentra enfermo? ¿Su padre? ¿Abuelo? ¿Sabe usted?
—De mi lado, no. No tengo ningún problema de salud, pero mi esposa se ve muy sana y mi suegra murió sin ningún problema de salud.
—Nicolás —llamó el doctor dirigiendo su atención a él. Con amabilidad le habló—. ¿Podrías dejarnos a solas un momento?
—Sí —respondió y asintió—. Tranquilo, papá. —Esbozó una pequeña sonrisa.— Ya era mi turno de quedarme afuera.
Nicolás se quedó afuera tomando lugar en un asiento. Adentro, el doctor observó con seriedad al padre del menor, pero más que eso, sintió una clase de lástima hacia él.
—¿Cuántos años lleva casado?
—Veintiséis. ¿Por qué la pregunta? ¿Qué tiene que ver con mi hijo?
—Señor, yo no sé nada de su matrimonio, pero es inquietante que el niño padezca de una enfermedad hereditaria y que ninguno de los dos progenitores la tenga. —Se acercó más para evitar ser escuchado por Nicolás.— Solo quiero decir que debería de hacerse una prueba de paternidad.
—¡¿Cómo se atreve?!
—Señor, tiene que calmarse —pidió seriamente—. Estamos hablando del bienestar de su hijo. Si usted no es el padre biológico, será un problema si Nicolás llegase a necesitar un trasplante en el peor de los casos. Será una prueba rápida y tendrá los resultados mañana. Es mejor descartar esta posibilidad.
Demoró un poco en acceder, porque no quería creer que su esposa le había sido infiel después de tantos años juntos. Nicolás se entregó a la prueba sin sospechar nada al respecto, porque no querían inquietarlo como se encontraba su padre al momento de sacar la muestra. Normalmente las pruebas se hacían en un momento y se entregaban rápidamente, pero siendo un hospital público debían atender a otras cientos de personas antes que a ellos. Los resultados estarían el día de mañana.
Al regresar a casa, Ana los estaba esperando impaciente, ya que necesitaba a Nicolás para mandarlo a comprar un par de ingredientes para el almuerzo, que él también tendría que hacer. En el momento que quedaron solos, Ana se acercó a su esposo al que había notado bastante pensativo.
—¿Qué sucede? Te ves terrible.
—Quiero que seas honesta conmigo. Dime sí o no. La verdad, no quiero escucharte quejarte y armando un show —exclamó rudo.
—Ah, está bien. Pregunta —refunfuñó. Se cruzó de brazos mientras hacia una mueca por el comentario.
—¿En verdad soy el padre de Nico?
—¡Sí! —respondió con obviedad, aunque bastante enfadada.— ¿Ahora puedo armar mi "show"? Porque eso me ofendió. Yo no soy como tu hija, que se la pasa de hombre en hombre; o como tú. De hecho, debería sentirme mal por ti. Te casaste una vez, dejaste a dos mujeres embarazadas y luego te casaste conmigo. Yo debería ser quien te ande preguntando cosas de ese tipo.
—Y me hice responsable de todos mis hijos, de ellas y me casé contigo años después de que falleciera mi primera esposa. No te he sido deshonesto.
—Pues, no. No te he sido infiel, si es que le temías a eso. ¿De dónde sacaste tal acusación?
—Simplemente, lo veo tan enfermo y ninguno de los dos tiene tales problemas. Solo estoy preocupado, Ana. Es todo.
Esa tarde él se marchó a trabajar, dejando a Nicolás con su madre. Ana tomó asiento cerca de su hijo mientras lo veía limpiar los frijoles. Se sostuvo el mentón con el codo apoyado encima del comedor.
—Nico, ¿a dónde fueron hoy?
—Dimos un paseo —respondió concentrado en su labor.
—¿Seguro? Sabes que puedes confiar en mí. Estoy tan preocupada como tu papá por ti. Puedes ser sincero. Dime la verdad.
—Fuimos de paseo —afirmó nuevamente.
—Mentiroso. No puede ser posible. ¿Sabes que tu papá cree que no eres su hijo? —Logró captar su atención.— Sí. Él duda de serlo. ¿Cómo fue posible que en un paseo se ponga a pensar en cosas así? Tienes que decirme la verdad.
—Mamá... Fuimos de paseo.
Su padre le había dicho que debía decirlo sin importar las circunstancias. Ana se quedó allí pensando en cómo podría hacer que Nicolás le dijese la verdad, porque no le gustaba no tener las cosas bajo su dominio. Le había herido lo que su esposo la acusó entre palabras.
A la mañana siguiente, Nicolás estaba en clases con una mejor actitud. Respondía a los maestros, hablaba poco, pero ya no parecía un zombie en medio de la clase. Luis le entregó una caja con forma de corazón antes de que bajaran a recreo. Se encontraban solos, pero pronto el consejero vendría a ordenarles bajar.
—Es hermoso —comentó anonadado de ver la pequeña caja. Al abrirla, su mirada se amplió al ver que eran unos ganchitos para su cabello—. Luis... Son bellísimos —exclamó hipnotizado.
—Sabía que te gustarían. Antes usabas ganchitos con girasoles, pero yo decidí algo diferente y que fuesen unicornios. —Soltó unas pequeñas risas.— ¿Ya sabes? Somos homo, la bandera es arcoíris y a veces hay unicornios de por medio. Una manera sutil de...
—¿Me los pones? —preguntó rápidamente con gran ilusión en sus ojos, y extendiéndole la caja.
—¿Aquí? —balbuceó. El contrario asintió varias veces.— Nico, podrían decomisártelos.
—Son ganchitos, no una manifestación gay. —Se acercó más con una mirada brillante y alegre.— Por favor, Luis. Quiero usarlos.
Los labios de Luis temblaban por la vergüenza del momento. Cada persona que veía a Nicolás se quedaba viendo los ganchitos en su cabello. Sintió que fue una terrible idea habérselos dado tan temprano, aunque él jamás pensó que le gustarían tanto. Lo vio mal los días anteriores por lo que quería ser amable, cariñoso y darle un regalo. No creyó que Nicolás aceptaría tan rápido. De hecho, se sorprendió de solo pensar en ello. Nicolás no aceptaba cosas tan rápidamente.
Lo observó olvidando las miradas curiosas. Nicolás estaba sonriente con sus ganchitos sosteniendo su flequillo. Se miraba realmente eufórico por el regalo. Analizó los movimientos del contrario en busca de alguna pista que le diría la idea de lo que estaba ocurriendo.
—Nico, ¿y esas pastillas? —preguntó al verle sacar unas pequeñas de diferentes colores.
—Oh, es mi medicina —respondió tranquilo. Torció una sonrisa—. Ayer me llevaron con el doctor y me recetaron un medicamento. En la mañana me tomé las primeras, pero estas las debo tomar después de comer.
—Entiendo —exclamó con un descenso de voz.
El gran humor de Nicolás, era producto de los efectos secundarios de la medicina. Luis observó las pastillas para poder reconocerlas mejor; sin embargo, se sintió desanimado al sospechar que Nicolás no estaba siendo sincero con el regalo. Probablemente, no le había gustado en lo absoluto.
Nicolás llegó temprano a casa para tener tiempo de hacer su tarea, los labores de la casa y dormir adecuadamente. Fue una agradable sorpresa tener más energía que antes, ya que su nuevo medicamento estaba comenzando a acostumbrar el cuerpo desatando algunos efectos secundarios. Dejó para el final limpiar su habitación, porque estaba consciente de que se quedaría ojeando las cosas que encontrase y trataría de recordarlas.
En medio de sus pertenencias encontró un lirio de plástico. La tomó entre sus dedos y la observó detenidamente. Su corazón se aceleró al recordar a Luis robándola de la decoración en la feria gastronómica. El joven estaba sonriente y con una reverencia le entregó el lirio, siendo un caballero a lo que Nicolás había correspondido como una forma de juego. El actual Nicolás se alegró con el recuerdo, siendo esta para él, una señal de la verdad de Luis en que fueron pareja. Sonrió mientras contemplaba la flor artificial. Finalmente, un recuerdo que no dañaba, ni lo llevaba al hospital. Colocó el lirio en su cabello mientras continuaba el aseo de su habitación, pensaba llevarla el día de mañana para que Luis la viese.
—¡Mira lo que encontré! —exclamó sonriente al ver a Luis.— Me lo regalaste el año pasado. Estaba viendo entre mis cosas y la encontré. —Bajó la mirada hacia la flor sin dejar de sonreír.— Luis —habló sereno—, lo siento. Admito que no estaba confiando en ti plenamente, por todas esas cosas que me dijeron de ti; pero luego de ver el lirio y recordar ese momento, no siento más dudas ahora. Eres un maravilloso chico.
—¿Estás seguro de que me lo dices en serio? Ayer noté tus pastillas y estuve investigando un poco. Traen efectos secundarios, Nico —exclamó desanimado—. No sé si está hablando la medicina o tú.
—En verdad estoy siendo honesto —expresó asombrado por la información—. Ayer me tomé un tiempo para recordarte y logré recuperar mucho de ti. Luis, de verdad que eres asombroso.
—¿Significa que podemos ser novios de nuevo?
—Aún no, lo siento.
—¿Qué más necesitas para que me aceptes?
—Quiero aceptarme a mí mismo —respondió con ternura recordando las palabras de James—. Si quiero amar, tengo que amarme primero.
—Pero... ¿Qué sientes por mí? Ahora, en este momento.
—Me siento seguro. —Esbozó una pequeña sonrisa. Jugó con sus dedos nerviosamente.— Significa mucho para mí si me siento seguro contigo. Lo siento, por hacerte esperar tanto, pero en verdad quiero hacer bien las cosas y amarme antes de amarte a ti. —Lo observó fijamente.— Será un amor muy sano. Ya lo verás, daré lo mejor de mí.
A la salida, Nicolás se dirigía a su bus para irse a casa; sin embargo, Helena lo detuvo jalándolo del brazo. Antes de hablar se aseguró que Luis no viniese detrás de Nicolás y que estaban seguros en ese espacio entre buses.
—¿Estás bien? —preguntó Nicolás confundido por la inesperada reunión.
—Mi primo, Tom, está muy triste ahora por un montón de cosas que le han pasado —respondió con tristeza—. Nico, él me ha dicho que tú lo haces sentirse relajado, seguro y feliz; pero quiero pedirte que te alejes de él. Por favor, solo apartate de Tom.
—¿Por qué? —exclamó perplejo.
—Luis no es quien tú crees, ya te lo hemos advertido y tú no haces caso. —Retrocedió unos cuantos pasos.— Dylan y yo, ya no pensamos seguir detrás de ti para protegerte. No quiero que Tom sufra también por intentar hacerte entrar en razón.
—Helena, lo siento, pero en serio considero que están juzgándolo sin conocerlo. Luis me demostró su mejor lado.
—¿Y el malo? —inquirió firme.— ¿Ya lo viste también?... —Suspiró.— Lo siento, Nico, cuando te caigas de esa burbuja vas a reconocer que estabas mal. —Se giró dándole la espalda.— En serio, ya no te acerques a mi primo. Cuídate, Nico. Ahora estás solo.
Fue recibido por su padre al llegar a casa, con un gran abrazo y una hoja en su mano. Nicolás se sentía asfixiado por la gran fuerza en que estaba siendo abrazado, a su vez, se sentía desorientado por el inesperado afecto.
—Jamás me había sentido tan padre tuyo como hoy —comentó con jubilo. Se apartó mientras leía nuevamente los exámenes—. Tu padre. Realmente lo soy.
—¿En verdad hiciste una prueba de paternidad? —preguntó traicionado.— Creí que mamá estaba mintiendo.
—Lo siento, Nico. Tenía que quitarme la duda de encima —exclamó afligido—. Imagínate que hubiese sido otro hombre. No podría ayudarte en nada referente a trasplantes, ni podría sentirme bien de saber que fui engañado. Por favor, comprende que lo hice por el bien de ambos. Todo está mejor ahora, porque resultó ser que en verdad soy tu padre.
—Solo no me vuelvas a engañar, ¿sí? No quiero desconfiar.
—Nico, te ves triste —expresó con preocupación—. ¿Cómo te fue en clases?
—Me fue bien... No lo sé, solo tengo problemas con mis amigos. Ya pasará.
—Te he dicho que no confíes en nadie.
—Lo siento, papá —murmuró—. Es difícil para mí apagarme así de la gente. Siento que hay personas a las que sí debería darles mi confianza. —Avanzó por la sala.— Quiero descansar un rato.
Luego de cambiarse de ropa se recostó en su cama mientras contemplaba el lirio de plástico. Helena se veía bastante triste cuando la vio, y no podía imaginar cómo estaría Tom. Revisó su celular viendo los mismos mensajes de antes marcados en visto. No volvió a escribirle después de eso, y ahora con Helena diciéndole lo mal que se encontraba, no estaba seguro de si debía volver a hacerlo.
Tomó sus pastillas antes de tomar una pequeña siesta en la cama. Deseaba estar con Esmeralda, ya que era más cálido y estaría cerca de Tom para visitarlo los fines de semana.
Dejó a su lado la flor pensando en Luis. Algo faltaba, no eran recuerdos, pero Nicolás sentía que había un pequeño problema para conectar con Luis. Se quedó dormido con la imagen del chico en su mente. Estaba seguro que todo estaría mejor cuando lograse amarse a sí mismo, para luego corresponderle al contrario.