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Cap. XVI

ʚ Last Christmas ɞ

 

La Navidad se acercaba y con ella lo más esperado por las tiendas: Compras navideñas. Era reconocido que en diciembre los centros comerciales estuvieran repletos de personas, que durante el resto del año a lo mejor estuvieron en sus hogares sin hacer nada. El espíritu de las compras, la buena fe de reunirse en familia; así como el nacimiento de Jesucristo, las posadas, villancicos y festividades religiosas; pero también se presentaba la pérdida de seres amados, suicidios y malas noticias.

Siempre existe un poco de todo en el mundo y es válido para las leyes básicas de la vida. Un día vives, al otro podrías estar muerto.

Nicolás se encontraba luchando entre la multitud. Abriéndose paso avanzaba para llegar a un local, que le quitaría todos sus ahorros del año. Llegó finalmente dándose la sorpresa de que estaba desolado –a diferencia del resto–. Entró tomando aire, un descanso y sacando su billetera. Una amable mujer lo atendió informando que si necesitaba ayuda en cualquier cosa ella estaba a la orden; él agradeció mientras avanzaba a la sección de corbatas.

James despertaba cada mañana con una hermosa vista al jardín. Cierto día le comentó lo bellas que eran las flores, como también lo delicadas que llegaban a ser; sin cuidados podrían marchitarse al igual si eran sobreprotegidas. Le recordó que los humanos son iguales, aunque la diferencia entre especies era la comunicación y la forma en expresarse. Nicolás observaba, con disimulo, el nuevo interés de su novio hacia el jardín; este ayudaba a regar, pedía que compraran abono y buscaba datos interesantes por internet para un mejor cuidado de las mismas.

A James le encantaba usar sus trajes y ropa formal. Ya estaba acostumbrado desde muy pequeño a vestir de esa forma, por lo cual no se sentía cómodo con otro tipo de prendas. Nicolás no tenía suficiente dinero para comprar un carísimo esmoquin, pero sí lo suficiente para una corbata especial.

—Gracias por su compra.

Nicolás tomó un descanso en una pequeña cafetería. Estaba tomando una limonada mientras contaba lo que le había sobrado de dinero, una cantidad aceptable para buscar más regalos. Fue entre tiendas a comprar pequeños objetos que a pesar de su tamaño y precio, él reconocía que tendrían un gran impacto en la persona a obsequiar.

La Navidad estaba tan cerca. Sería la primera que tendría al lado de James, recibiéndolo en la casa de su hermana y tenerlo en la cena navideña.

En la mansión, el joven amo acababa de despertar con su grupo confiable de cuidadores. Extrañaría a cada uno de ellos. Sentía impotencia por no tener el poder de evitar los despidos, de no ser quien tiene las riendas en el hogar y de solo ser un prisionero más.

La ayudante y mano derecha de su padre ingresó a la habitación sin saludar, ni presentar alguna emoción. Ella se acercó a James arrodillándose ante él, quien estaba sentado en su colchón. No dijo nada en lo absoluto, cuando le quitó el brazalete del tobillo. Se marchó dejándolo con la duda. ¿Su padre había cambiado de opinión? Era algo que debía averiguar inmediatamente.

—Buenos días, joven amo —saludó el varón entrando al cuarto.

—Alfred. —Se acercó a él todavía más confundido—. Buenos días. Lizzie acaba de quitarme el rastreador, ¿qué sucede?

—El amo decidió retirarlo. —Extendió una caja de color negro—. Es un presente de su parte y debe ser abierto en su cumpleaños. El mensaje es: "Quiero saber qué tan paciente puedes ser, así que, ábrelo cuando cumplas diecinueve".

Aceptó la caja percatándose de un extraño aroma que emanaba de él. No podía estar seguro, pero le era bastante familiar y repulsivo. Agradeció al hombre antes de que este se marchara. James colocó el regalo sobre una mesa cercana a los ventanales. Un poco de aire le quitaría ese desagradable olor. No dudaba que había llamado su atención, aun así decidió esperar como se le indicó.

—Nico, ¿puedo pasar? —Preguntó Esmeralda.

—Me falta poco —respondió concentrado—. No quiero que nadie mire los regalos antes de tiempo.

—Llevas tres horas, me preocupas. —Suspiró apoyando la frente contra la puerta—. ¿Al menos tienes hambre?

—Unas papas no me caerían nada mal, gracias.

—Siempre con las papas —exclamó risueña—. Que no se te vayan a acalambrar las piernas por estar sentado.

—Creo que es muy tarde para decir eso.

Nicolás estaba frente a su escritorio coloreando con crayones y decorando una tarjeta con escarcha. Él tenía un problema con este último; admitía que era algo extraño, pero detestaba la escarcha. Sentía una terrible repulsión de solo verla y tocarla; sin embargo, estaba aguantándose la sensación, porque sabe que es muy buen decorativo.

Estiró las manos con un suave ejercicio de abrirlas y cerrarlas. Estaban duras, tensas y un poco rojas. Nicolás era de las personas que se esfuerzan mucho en los regalos a mano, porque les gustan las sonrisas que forman al ver el obsequio. Todo individuo necesita sentir, aunque sea una vez en su vida, lo que es el amor y la ternura. Nicolás era amable con cualquier persona pensando en que eso podría ayudar un poco a aliviar los dolores.

Al finalizar guardó los regalos debajo de su cama. Esmeralda nunca revisaría allí, y de ella más que todo, era por quien los escondía. Su hermana no era muy paciente cuando se trata de la Navidad y los obsequios de su querido hermano. Ella aún conservaba en una caja de madera todas y cada una de las tarjetas que le hizo; desde su cumpleaños hasta los de las fiestas célebres y por supuesto la más importante que atesoraba con el corazón, la que él diseñó para su Bat Mitzvah.

—¿Hace cuánto que no comías? —Inquirió Esmeralda sujetándose el mentón.

—Perdón —exclamó apenado—. ¿Estoy comiendo muy rápido? —Ella asintió. Bajó la mirada—. Sabes que a papá no le está yendo muy bien en el trabajo. Hace lo mejor que puede. A mí no me molesta, si es por el bien de la familia.

—Nico —extendió el brazo. Usó el pulgar para limpiarle una mancha de salsa— esa amabilidad tuya te hará sufrir mucho. Te sacrificas por otros, cuando no deberías. A veces, uno debe priorizarse por encima de otros.

—No puedo. —Levantó la mirada hacia la de ella—. Quiero que todos sean felices, eso me hace feliz a mí —interrumpió a su hermana tomando la palabra—. James tiene una teoría muy buena de la vida y mi único deseo es poder hacerlo feliz siempre. Ser la persona que pueda ayudarlo a escapar de la tristeza. Entiendo perfectamente que él no depende de mí, yo no dependo de James; pero compartir nuestras vidas, experiencias y sueños es lo mejor que me haya pasado en años.

—El muchacho es agradable, pero un día crecerá y dudo mucho que su padre sea flexible con su relación.

—Está bien —esbozó una pequeña sonrisa—. Guardaré todos nuestros buenos momentos. A veces ganas, otras pierdes. No sabía que esto era amor, hasta que él me pidió que fuese su novio. Podré seguir adelante, porque ya soy amado y su amor me hace fuerte. —Tomó un trago de refresco. Su sonrisa se amplió más—. Si su padre nos separa, ambos sabremos que vivimos una bonita relación. Es real y mientras lo sepamos siento que nada puede derrumbarnos.

—Que cursi —balbuceó.

James se encontraba al lado de su madre. Durante las vacaciones se queda en la habitación con ella para cuidarla y hablarle, porque su padre se comporta distante a ella. Él entiende que está en coma, que es una situación muy difícil y debe estar destrozado de ver al amor de su vida en tal situación; pero no entendía el porqué se comportaba tan frío cuando él le pedía que estuviesen junto a su madre para hacerle compañía.

La mujer recostada sobre una cama matrimonial se asemejaba a una reina de belleza. Un cuerpo esbelto, buena figura, piel blanquecina y una larga, sedosa y oscura cabellera. Si ella no estuviese allí su hijo se preguntaría por qué él es tan alto, blanco y azabache puesto a que su padre alguna vez fue rubio, aunque ahora lo tenía castaño. Lo único que compartían eran los ojos verdes.

James anhelaba la llegada de la Navidad. Estaba más que decidido a abandonar toda la vida de lujos que poseía por una oportunidad de vivir realmente. El dinero que su padre le había dado antes de marcharse sería suficiente para comenzar con algo.

Tomó la mano de su madre observándola con tristeza. Se preguntaba qué clase de mujer sería, si ella era igual que su padre o si estaría enojada con él. Después de todo su nacimiento la condujo al coma.

El joven se sorprendió al verle los párpados temblar. Tocó un botón que avisaría a una enfermera para llegar a la habitación. Siguió observando los espasmos musculares que presentaba la mujer. Poco a poco el sudor se acumuló en la frente, luego al cuello y después en las manos. Al llegar la ayuda James estaba perplejo de lo que observaba, era la primera vez que presenciaba algún movimiento de su madre.

Finalmente se presentó lo impensable: Abrió los ojos. James quedó paralizado ante esa mirada de confusión que presentaba, dolorida, agotada y llena de un brillo. Nicolás solía ser muy fijado en cada expresión de una simple mirada. En ese momento, James sintió que su madre era completamente diferente a su padre.

La mujer se agitó al sentir el tubo dentro de su boca. Observó su alrededor sintiéndose desorientada. Su mirada viajó por los rostros de las enfermeras, ahora estaría segura de que estaría en algún hospital; pero su expresión se llenó de temor al ver los ojos verdes de su hijo, sin reconocerlo como tal. Fue casi instantánea la reacción de histeria, temor y un rostro enrojecido lleno de lágrimas; deseaba apartar al joven frente a ella, pero sus miembros no estaban funcionando.

Las enfermeras sacaron a James del cuarto para asistirla. Era un milagro que finalmente estaba despierta, aunque un misterio su reacción tan violenta hacia el joven amo.

—¡Jimmy! —Gritó Tom exaltado llegando a su habitación—. Recibí tu mensaje. ¿Dónde está la comida?

—Te mentí —respondió apagado—. Necesitaba que vinieras urgentemente.

—Oh, maldición. Eso es jugar sucio... —Notó que su amigo estaba bastante serio. Su voz se suavizó—. ¿Qué sucede?

—Mi madre acaba de despertar —volvió la mirada a él. Se le acercó expresando preocupación— y ella tuvo miedo al verme.

—Descuida —exclamó con evidente sorpresa ante la noticia—. Pasó mucho tiempo en coma, debe estar asustada por todo lo que vio en el momento.

—No. Ella estaba bien —explicó con dificultad por sus pensamientos—. Veía su entorno, como si estuviese analizando lo que pasaba a su alrededor. Vio a las enfermeras, a lo mejor se sintió mejor de saber que estaba a salvo... Solo se fijó en mí y comenzó a sacudirse, trató de apartarse de mí, inclusive empezó a llorar.

—No entiendo —expresó con los labios fruncidos—. Dijiste que entró en coma desde que naciste, así que, es extraño de que te tenga miedo si ni siquiera te conoce.

—Pero yo no soy el único de ojos verdes en su vida —concluyó.

Tom pertenecía a una familia con historia. Su tatarabuelo estuvo en la primera guerra mundial, salió como teniente primero; su abuelo en la segunda, como coronel; su padre en Vietnam, perdido en acción y él se había desviado completamente del linaje decidiendo estudiar arquitectura. Su madre estaba más que feliz con haber criado sola a su hijo, porque no quería que siguiera los pasos de sus familiares paternos. No había ni un tan solo pariente que no estuviese relacionado a la seguridad o la criminología; policías, detectives, forenses, solados, marines, entre otros.

Su madre era diseñadora de interiores, arquitecta, ingeniera y maestra. Por eso podían costearse una casa en aquella residencial prestigiosa.

Tom tenía una buena relación con sus familiares por lo que supo inmediatamente lo que James necesitaba en ese momento. Ayudaría a su estimado amigo como él en el pasado lo había ayudado con su prima. Tal vez James estaba sobrepensándolo, podría estar equivocado con respecto a sus sospechas.

—Joven amo —llamó una criada al entrar a la alcoba—. Su madre desea verlo.

—Ve con ella —Tom le sonrió. Llevó su mano al hombro de este y susurró—. Te diré qué averiguo. Me iré a casa.

—Gracias —expresó más calmado.

James siguió a la mujer, quien le explicó que su madre estaba mejor y le dieron unos calmantes. Le dieron un breve resumen destacando la fecha actual, en dónde se encontraba y que el joven era su hijo. Ella deseaba verlo inmediatamente luego de la noticia.

—Con permiso, mi señora —intervino en la habitación—. El joven amo está aquí.

El personal se retiró cuando James entró y se sentó a su lado. Por unos momentos la habitación había quedado completamente en silencio. La joven dama había sido colocada en una posición sentada sobre la cama. Ambos se vieron sin decir nada, sus miradas observaban al contrario con mucho detalle.

—James —llamó con dulzura en la voz, de tono refinado y suave.

—Alba... —Exclamó. Sus labios temblaron y balbuceó—. Mamá.

—Ven aquí —extendió los brazos hacia él. Igualmente sus labios temblaban y las lágrimas no se hicieron esperar. Una vez teniendo a su hijo en brazos se aferró a él—. No te imaginas cuánto te he soñado, mi bebé.

—Yo también soñé contigo —confesó reconfortado escuchando el latido del corazón de su madre—. Siempre te hablé cada día. ¿Pudiste escucharme?

—Te percibí —respondió titubeante—. Tu voz, tu tacto, hasta tu olor. Ya estoy aquí —sollozó—. Por favor dime que estás bien. Necesito saber que no te hizo daño.

—¿Hablas de mi padre? —Se separó observándola fijamente con preocupación—. Te asustaste al verme, pude notar tu alteración. ¿Él te hizo daño?

—No puedo hablar —respondió en voz baja—. No puedo.

—Entiendo —exclamó sereno, ya que después de todo, Tom le daría información. Le tomó la mano acariciándola. Logró calmarla luego de estar tensa—. Por ahora, solo concentrate en recuperarte, por favor. Todo va a estar bien.

—Quisiera —pidió suavemente con una sonrisa— saber más de ti. Me encantaría que hablemos un poco, si no tienes nada pendiente ahora.

—Este día, seremos solo tú y yo. —Esbozó una pequeña sonrisa.

Alba observó fuera de los ventanales el jardín tan hermoso que había. Luego volvió la mirada a su hijo que se parecía tanto a aquel hombre del cual temía; sin embargo, al iniciar con la conversación se dio cuenta que el muchacho frente a ella no se había dejado pisotear ante las reglas de su padre. Ella no podía contarle sus preocupaciones a su hijo, porque el miedo era más grande que intentar hacer algo para cambiarlo.

James nunca había tenido a alguien con quien conversar en la mansión, ya que su padre no demostraba ninguna emoción delante de él. Ver a su madre despierta era difícil de creer. Aquella reina dormida sobre la cama, sola e inmóvil ahora despierta, feliz y acompañada; cualquiera podría creer que es un cuento de hadas, donde tuvo suerte de verla despertar.

Las enfermeras llegaron poco después para revisar que todo estuviese bien con ella. Trajeron al doctor encargado de su caso para hacer una revisión, ver los cuáles eran los músculos atrofiados y si no habría dificultades más severas. Alba no podía mover las piernas, había perdido cualquier sensibilidad sobre ellas. Siguieron evaluando y en todo momento James no se apartó para hacerle compañía. Al final, todo estaba bien a excepción de sus extremidades inferiores, las cuales estaban dañadas y con acumulación de sangre. Probarían una terapia más adelante, por los momentos debería acostumbrarse a una silla de ruedas.

Una vez solos nuevamente, Alba le pidió a James que la llevase afuera. Se sobresaltó cuando su hijo la cargó en brazos, ella esperaba que las enfermeras volvieran con la silla, no ser cargada. Su hijo la llevó al jardín sin mucho esfuerzo y allí esperaron a las encargadas que llegaron unos minutos después. Recorrieron lentamente los alrededores con las nuevas flores que crecían hermosas y perfumadas. Alba jamás había visto el jardín tan vivo, ni lleno.

James le habló acerca de Nicolás, como el jardinero encargado de haber logrado el milagro de salvar el jardín. La forma en como detallaba las acciones del menor, lo describía, comentaba las anécdotas a su lado y la sonrisa torpe que se le formaba al hablar de él fueron más que suficiente para que Alba, se diera cuenta de las preferencias de su hijo. Fue una sorpresa, pero una muy adorable al verlo tan enamorado. Dieciocho años perdidos. Un primer día para iniciar las cosas bien.

Nicolás llegó por la tarde para regar los arbustos y podarlos. Se encontró a su novio paseado y hablando sin parar con una mujer en silla de ruedas. Su expresión se veía llena de alegría, incluso su voz estaba ronca y sonaba grave debido a todo lo que le estuvo contando. Cuando ambos se encontraron con las miradas se sonrieron ampliamente. James fue a su encuentro dándole la noticia de que ella era su madre. No había tiempo para explicar más. Él deseaba presentarlo ante la mujer y que pudiera verlo con sus propios ojos todo aquello que habló. Se presentó tímido, con las orejas rojas y tartamudeando; a Alba le pareció encantador y rió con suavidad ante sus expresiones y gestos.

El día había comenzando, desarrollado y finalizado bien para ellos. Sin embargo, dos pares de ojos que vigilaban a la pareja tenían algo más de qué informarle a su amo y este no estaría contento de saberlo.

 

[. . .]

 

Luego de un par de días interactivos Alba podía salir de su habitación en compañía de sus cuidadores. Ella mantuvo su mayor atención en conocer más a su hijo, apoyarlo, darle su espacio al lado de Nicolás y hablar con este también. Ahora podía ser la madre que durante años estuvo ausente. Alba deseaba con todo el corazón tener esta oportunidad y la estaba obteniendo, porque su hijo deseaba tenerla a su lado.

 

 

Llegó la fecha más esperada de diciembre, la Noche Buena. Por la mañana, tanto la familia de Nicolás como la de James asistieron a misa. Por la tarde Nicolás estaba almorzando en compañía de su hermana al lado de su padre, madre y de Paul. Al día siguiente volverían siendo el cumpleaños de su papá, pero esa noche les pertenecía a ellos con una compañía especial.

 

 

James se estaba preparando para la cena navideña. Sus cuidadores le enseñaban todos los trajes que él poseía para escoger uno adecuado. Era la primera vez que asistiría a una celebración con poca gente, de diferente posición social y sin contar que era la hermana de su novio. Estaba nervioso, no deseaba dar una pésima impresión y tampoco una como la de su padre.

 

 

Logró decidirse por una camisa de manga larga azul, un centro gris y pantalones negros. Alba fue a despedirse de él halagando lo atractivo que se veía con la ropa y que se veía muy bien para la cena. James continuaba nervioso, como si estuviese olvidando algo importante. No fue hasta que llegó a la casa de Esmeralda el recordar ponerse una corbata negra que había apartado. Ya estaba allí, no podía regresarse por ese mínimo detalle. Nicolás no se fijaría.

 

 

—Jimmy —susurró su amigo escondido en unos arbustos—. ¿Nico te invitó a cenar?

 

 

—Tom —exclamó asombrado. Ya había tocado el timbre y no sabía qué deseaba el contrario—. Sí, sí lo hizo. ¿Sucede algo?

 

 

—Sí... —Salió apresuradamente posando al lado de James—. Tengo hambre.

 

 

—¡Hola! —Saludó Esmeralda animosamente—. No sabía que traerías a un amigo. Pasen adelante y cierren la puerta... Dejé a Nico en la cocina solo con el flan —comentó entre dientes.

 

 

—¡Esmeralda, se me está quemando! —Gritó el menor con gran temor.

 

 

—¡Ya voy, sigue batiendo! —Se alarmó entrando de vuelta.

 

 

—Por favor —James volteó la mirada al intruso—. Por favor, dime que no vas a comentar nada ofensivo.

 

 

—No te preocupes, traje mis propios cubiertos. —Sacó un tenedor—. Estoy listo para la pachanga.

 

 

—Jesucristo —susurró.

 

 

Entraron a la pequeña casa de Esmeralda. Todos en la residencial vivían en mansiones a excepción de ella, como vivía sola no necesitaba tanto espacio. Tom se sintió gigantesco al ver los muebles, las mesas y poder estirar el brazo rozando el cielo falso; James estaba peor, porque él sí podría tocarlo sin ningún problema ya que su cabeza estaba a unos centímetros del mismo. Era un lugar bastante acogedor, sencillo, rústico y cálido. El calor se mantenía en el hogar teniendo pocos escapes de corrientes frías.

 

James se encontró en la cocina a Nicolás subido sobre un banquillo para alcanzar las ollas sin quemarse. Estaba ayudando a cocinar, pero su hermana era quien estaba encargada de todo realmente.

—Tom, sabía que vendrías —informó con una sonrisa—. Donde hay comida, allí estás.

—Si ya saben cómo me pongo, no deberían de hacer cenas.

—Cariño, buenas noches —saludó al mayor acercándose a él. Fue levantado del suelo y le dio un corto beso—. ¿Camisa nueva? —Preguntó acariciando la tela.— Me gusta.

—La mía también es nueva —intervinó el pelirrojo con la boca llena de rosquillas—. ¿Quién cocinó esto? Está delicioso.

—Yo —respondió Nicolás. Estiró el brazo para tocar igualmente—. Te queda muy bien.

Tom tosió al verlo sonreír, pero se relajó con recordar que James estaba presente. Le gustaba la atención que Nicolás le daba y en cada oportunidad aprovechaba para obtenerla. El menor no sabía que le estaban coqueteando, seduciendo, insinuando y exigiendo amor. James decía las cosas directas por esos motivos.

La puerta fue golpeada bruscamente a lo que Esmeralda dejó a cargo a los tres de que cuidaran el flan. Al abrir se encontró con otra pareja, Luis y Helena. Nicolás había comentando lo entusiasmado que estaba con la llegada de la Navidad, que Luis no podía permitirle celebrarla sin su presencia.

Durante esos días Nicolás estuvo yendo a misa para agradecer por todo, pedir por la salud de Alba y felicitar al cumpleañero del día. Nicolás sí celebraba el cumpleaños de Jesucristo encendiendo una vela blanca, al igual que lo hacia con sus familiares difuntos; cantaba alguna de las conocidas alabanzas y guardaba silencio por diez minutos pensando en las buenas cosas que sucedieron en el año. De ser posible compraría un pastel, pero no tenía el dinero necesario para comprar uno.

—Luis —se acercó Nicolás con sorpresa— no sabía que vendrías.

—Estaba con Helena y pensé en que podríamos venir a visitarte. Es una sorpresa ver a James, pensé que comería en su casa.

—¡Tom! —Exclamó Helena alegre al ver a su primo comer rosquillas—. No sabía que estuvieses aquí.

—¡¿Y a ti quién te dio permiso de venir a irrumpir esta humilde vivienda?! ¿Qué no ves que me estoy atascando de comida? ¡Vuelve a la casa!

—No será necesario —intervino Luis—. Viene conmigo y solo estamos para visitar. Hola, James —saludó al mayor torciendo una sonrisa.

—¿Debemos esperar a alguien más? —Preguntó Esmeralda—. Ya quiero cenar.

Tom y James se veían graciosos sentados en las sillas de madera puesto a que debían flexionar las piernas para acomodarse bien. Cenaron con lomo prensado, ensalada de papas y arroz. Esmeralda había hecho tres, que fue de gran provecho ya que Tom pidió repetir el platillo aproximadamente en cinco ocasiones. James estaba amenazándolo con la mirada si se atrevía a pedir de nuevo.

Durante la cena Luis no despegó la mirada de Nicolás ni por un segundo. Su corazón se aceleraba al escuchar reír de los comentarios de su hermana, observaba sus labios manchados de sangre y como este se los lamia rápidamente; el cabello desarreglado en un moño, sus manos pecosas temblando al sujetar los cubiertos y los hermosos ojos brillantes al llevarse cada bocado. James también estaba en su mira preguntándose qué tenía de bueno él.

James se percató de la mirada acosadora de Luis sintiendo una gran incomodidad, cuando cruzaban entre ellas. El comportamiento del menor tan obsesivo lo dejaba intranquilo, ya que siempre observaba cuando se besaban e inmediatamente él se disponía a besar de su novia. James no sabía qué pensaba él con verlos, pero no era algo que desease descubrir.

—¡Todos acerquense! —Pidió Esmeralda mientras acomodaba la cámara.

James estaba sentado en el sofá unipersonal debido a que su altura no le favorecía nada quedándose fuera del panorama del lente. Nicolás estaba encima de su regazo. Al lado de este se encontraba Luis junto con Helena; del otro lado estaba Tom esperando a Esmeralda. La fotografía salió bien luego de verla. Era la primera Navidad en que James y Nicolás estaban juntos, la foto sería especial para ellos.

Llegó la medianoche para darse los abrazos y las felicitaciones. En la residencial todo estaba sumamente silencioso a diferencia de los hogares donde vivían los dos más jóvenes. Tom aclaró que era mucho mejor no tener que escuchar los cohetes y el ruido, porque eso era cosa de escandalosos. Pasaron un rato en el patio para encender luces de bengala y tomar más fotografías. A Nicolás le encantaba encenderlas, hacer figuras con la luz y verlas hasta el final.

Regresaron a la sala para dar entrega de los regalos. No esperaban visitas sorpresas por lo que Luis y Helena solo verían los obsequios. Nicolás había predicho la llegada de Tom por lo que él sí tendría un regalo.

Esmeralda recibió la tradicional tarjeta de su hermano con un diseño de copos de nieve y galletas, junto a un disco duro completamente nuevo. Chilló de alegría porque era justamente lo que necesitaba en esos momentos, con mucha urgencia a decir verdad. Abrazó a Nicolás dando pequeños saltos. Tomó asiento en un sofá para leer los detalles que tenía el empaque.

Tom fue otro que chilló muy agudamente, como un ratoncito al ver un paquete completo con prendas rojas. Entre ellas destacó una tanga similar a la que le había robado a James, ahora estaba contento por tener una. Levantó a Nicolás en el aire dando giros encantado por la ropa. Nicolás no se atrevió a decirle que solo la dichosa tanga era comprada en una tienda lujosa, porque el resto era de una local barato con montañas de prendas donde se rebuscó hasta encontrar algo adecuado. También obtuvo una tarjeta con coronas rojas y velas. Simplemente no pudo con tanta emoción que comenzó a llorar en los brazos de James.

Finalmente el mayor obtuvo su regalo. Al abrirla se sorprendió llevándose la mano contra el pecho, porque recordó que había olvidado ponerse una. La corbata era de color negro con un estampado de narcisos, una de las flores que crecían en el jardín y que cuidaba muchísimo. Su tarjeta era más grande con varios corazones, la escarcha simulando nieve y dibujos de las bellas flores; expresa en el interior eran sus buenos deseos, incluyendo los mejores recuerdos que tenía el menor a su lado. Al final se podía leer: "Eres mi retoño favorito y te ayudaré a crecer, como tú lo haces por mí".

—Gracias —exclamó sereno llevándolo entre sus brazos—. Es el mejor regalo de Navidad que haya recibido en mi vida. Lo amo, la usaré siempre.

—Feliz Navidad, cariño. —Le correspondió el abrazo hundiendo su rostro en el hombro del contrario.

Para Nicolás de parte de Esmeralda fue una caja de madera que contenía mucha lana y unas agujas de croché. James no se alejó mucho dándole un set de pinturas acrílicas con diferentes pinceles y una espátula. Luis se asombró al ver los regalos, pero ambos le habían dado una idea para regalarle en el cumpleaños.

James se puso la corbata completando su atuendo de la noche. Esmeralda puso música para que se animaran a bailar. Nicolás no sabía bailar, pero allí estaba su novio de pies grandes para ofrecerle enseñarle. Los dos se movían despacio por la sala, tomados de las manos; James sujetándole la cintura y Nicolás llegando al antebrazo de este colocando sus pequeños pies encima de los de él.

Estuvieron a punto de besarse, cuando James notó la mirada invasiva de Luis. Apartó los labios confundiendo a Nicolás.

—No —susurró—. Por ahora, no.

Tom se marchó luego de terminarse toda la ensalada de papas y el lomo, cuando nadie lo vigilaba. Esmeralda ya no tendría recalentado gracias a él. Nicolás y James se quedaron en el cuarto para descansar. Luis y Helena se estaban marchando. Ella estaba sumamente cansada luego de comer, pero su novio no le permitía marcharse y le pedía que se quedara hasta el final.

—Tengo que regresar —comentó apático soltándole la mano—. Olvidé mi chaqueta.

—Podríamos irnos. Nico te la guardaría y venimos mañana —expresó somnolienta—. Quiero irme a casa. Me duelen los pies de tanto bailar.

—Vete. —Se encogió de hombros—. Nadie te retiene. Nos vemos mañana.

—A veces eres muy insensible conmigo. —Suspiró frunciendo los labios—. ¿Ni siquiera me besarás?

—Estoy enojado contigo. Eres muy egoísta. No quieres esperarme ni dos minutos, cuando te estás quejando —articuló molesto—. No importa. Ya me tienes resentido.

—Luis... —Intentó detenerlo.

—Vete a casa, Helena. Mañana hablaremos de eso.

Se regresó a la vivienda abriendo la puerta sin tocar. Iría solo por su chaqueta, así que, no veía ningún problema con invadir. Luego de ponérsela visualizó las fotografías que tenía Esmeralda sobre una repisa. Nicolás se encontraba con algunos cachorros, cuando era niño; en otra estaba escalando un árbol de manzanas, en esa parecía una niña con los zapatos galleta. Luis tomó una de las fotografías contemplando esa gran sonrisa, que solo podía observar cuando se encontraba James.

Caminó por un pequeño pasillo siendo sigiloso de no hacer mucho ruido. Escuchó a la pareja hablar acerca de la cena y comentar los regalos de Nicolás. Se asomó con cuidado ocultándose en la sombra para no ser percibido.

James se inclinó hacia delante besándole la mejilla, luego los labios y lo tomó de las manos para besarle el dorso. Nicolás se ruborizaba esbozando esa hermosa sonrisa amplia. El mayor lo atrajo hacia su abdomen, rodeándolo con sus brazos.

—¿Pasó algo cuando bailamos? —Preguntó inclinando la cabeza—. No te veías cómodo y menos con la idea de besarnos frente a todos.

—Supongo que es una inquietud que tengo con respecto a su amigo, Luis —respondió calmado con el entrecejo fruncido—. Sé que me ha dicho que él es así con las parejas homosexuales, sin embargo, me siento acosado cada vez que nos mira. Siempre lo hace y más aún cuando nos besamos.

—¿En serio? —Se sorprendió ampliando la mirada—. No lo había notado.

—Tal vez es mi imaginación —suspiró cansado—, pero me atrevo a decir que él parece un acosador y manipulador. No creo que realmente ame a Helena, solo debe estar aburrido.

—¿Por qué lo dices?

—Es la sensación que me da. Supongo que no la observó mientras bailaba, Helena se veía cansada y Luis solo continuó. Además de que la besa exactamente después de que nosotros lo hacemos.

—Hablaré con él. Puede ser una equivocación.

—Espero que sí, realmente quisiera estar equivocado. Helena no merece un amor así.

Luis se marchó llevándose consigo la fotografía de Nicolás. Escuchar a James lo había hecho enfadar, se enojó que él hablase de esa forma cuando no sabía nada de sus sentimientos y el daño que él causó al emparejarse con Nicolás.

La joven pareja se preparó para dormir. James dormía en ropa interior por lo que ya estaba en la esquina de la cama esperando a su querido novio. Nicolás llegó con una gran camiseta y en bóxer. Se recostó a su lado aferrándose al cuerpo del contrario como si se tratara de un peluche.

—Buenas noches, milord. —Esbozó una sonrisa al haber llamado su atención—. Encontré una forma de llamarlo.

—¿Me cuentas? —Preguntó curioso.

—Siempre he sido el joven amo, quien tiene tanto el respeto del personal como de otros y me criaban con la idea de que nadie está por encima de mí solo Dios. —Lo abrazó acariciándole el cabello—. Llegó usted a mi vida para enseñarme que todos somos iguales, ganándose mi respeto y amor. Usted es el "lord" de mi vida, quien esta arriba y al cual yo sigo fielmente; porque me ha enseñado tantas cosas que jamás hubiese descubierto sin usted.

—Me alegra saber que estoy cumpliendo mi promesa. —Se acurrucó esbozando una sonrisa—. Ahora los dos tenemos en algo para creer con todas nuestras fuerzas. Yo siempre te haré feliz.

En la oscuridad, escondidos a simple vista estaban los ayudantes del amo de la mansión. Al finalizar la fiesta estaban anotando la dirección, los nombres de las personas, su afiliación hacia Nicolás y algunos otros detalles de la noche.

El amo había regresado al país luego de que le dieran la noticia de que su esposa despertó hace algunos días. Su plan se había derrumbado casi instantáneamente y por ende debía rearmar uno más sólido. Él quiso ser benevolente con James, pero le quedaban pocas opciones para redimirlo. Necesitaba que Alba volviese a la coma o muriese de alguna manera aparentemente accidental. Habían muchos estorbos en su camino a conseguir el poder, la riqueza y los derechos heredados.

Por ahora, descansaba en el cuarto de un hotel luego de que le dieran las noticias más recientes acerca de Nicolás. Ya tenía planeado lo que le depararía al joven. Era su propia familia la que estaba causándole problemas innecesarios. Tendría que dar su mejor actuación frente a ellos, al menos, hasta que tuviese un nuevo plan en mente.

A la mañana siguiente, James despertó primero bostezando. Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz y recorrió con la mirada la habitación en donde se encontraba. Suspiró con una sonrisa mientras volvía a acostarse, abrazó a Nicolás y le dio un beso en la cabeza; este ni se inmutó.

Ese día era el que había escogido para escapar de la mansión, pero no podía dejar a su madre sola sin asegurarse que estaría bien. Cerró los ojos mientras se aferraba al cuerpo de su novio.

—Espéreme un poco más —susurró— y estaremos juntos sin barreras.

Se removió de la cama con cuidado de no despertarlo. Accidentalmente se golpeó la rodilla contra la pared, sin embargo, Nicolás no despertó. James se inclinó ante él para arroparlo con cuidado, ya se había dado cuenta que nada podría despertarlo si no lo quería así. El extraño temblor al que estaba acostumbrado de ver le pareció preocupante con notar que estaba empeorando. Salió del cuarto para hablar con Esmeralda acerca de ello. A lo mejor, ella sabría qué sucedía.

Encontró en la cocina una nota donde aclaraba que dejó el desayuno y su ausencia en la casa por una emergencia del trabajo. James se sirvió el casamiento con huevo, olía muy bien y con el primer bocado le gustó mucho. Estando en el comedor se quedó observando su entorno. Las paredes pintadas de colores cálidos, las fotografías, lo jarrones de barro, algunas figurillas hechas de caracoles y el ambiente rústico. Estaba bien para él tener una vida tranquila como la que vivían en esa casa, sin lujos y con un buen plato de comida. Era suficiente.

Tomó asiento en el sofá luego de comer. El día anterior se percató del televisor y ese día estaba dispuesto a aprender a encenderlo, ver los canales y buscar algo de su interés. En la mansión no habían para no distraerlo de sus clases, ni darle un entretenimiento en su tiempo libre. Él debía hacer algo más productivo por órdenes de su padre.

Con el paso de los minutos logró pasó los noventa y ocho canales, pero ahora quería verlos con más detalle. James podía admitir que la televisión parecía un aparato impresionante y lleno de buenas cosas.

—¿Cariño?

Nicolás despertó pasado el mediodía. El ruido de la televisión fue lo primero que escuchó al encontrarse solo en su cama. Se asomó a la sala encontrándose a su novio recostado en el sofá con los ojos achinados sin despegar la mirada de la pantalla. Se había quedado viendo Investigation Discovery.

—Creo que mi padre es un asesino —balbuceó.

—¿Cuánto tiempo llevas viendo tele? —Preguntó risueño mientras se acercaba, obstruyéndole la vista.

—No, no —lo tomó de la cintura apartándolo con suavidad—. Quiero terminar de ver si descubren al acosador de Verónica. —Se reincorporó abrazando a Nicolás por detrás. El menor se sentó en su regazo sirviéndole como apoyo al mentón del mayor—. Yo pienso que es él. Todo apunta a que fue él.

—Deberías de ser detective.

—Hmm... —Lo pensó durante un momento—. No, sin embargo, me gustaron los forenses. ¡Sí! —Alzó los brazos—. Sabía que había sido él.

—¿Seguirás viendo?

—No. —Se levantó cargándolo en brazos—. Ya llevo seis horas. Tengo que moverme, bañarme, hacer algo... ¿Gemelos perversos? —Nuevamente se sentó.

—Me alegra saber que estás disfrutando de la televisión.

—Encontré mi vicio.

James regresó a la mansión por la noche luego de que se le durmieran las piernas en el sofá. Nicolás también se quedó a su lado viendo programa tras otro, indagando en las pistas y hablando entre comerciales de sus teorías. Esmeralda los encontró quedándose muda al ver a James en ropa interior. No sabía cómo tomárselo.

—Bienvenido, joven amo —saludó una sirvienta—. Su padre lo espera en el salón.

Al escuchar la noticia se apresuró a llegar. No sabía que volvería tan pronto, no estaba en sus planes. Se alarmó ante la idea de que estuviese furioso por no encontrarlo en la mansión. Entró al salón observando a su madre sentada en su silla especial, la expresión que tenía era de sorpresa y no parecía haber problemas. En cambio, su padre estaba de espaldas con un vaso de ron girándolo lentamente en el aire. Se volvió hacia su hijo sin demostrar –como de costumbre– alguna emoción.

La nueva corbata resaltó para él. Le pareció desvergonzado que un hombre luciera flores en su vestuario, pero se abstuvo de ser naturalmente autoritario. Después de todo debía fingir hasta tener un mejor plan.

—¿No piensas saludar? —Inquirió con un tono ronco y apagado. Tomó un trago.

—Buenas noches —exclamó del mismo modo.

—Salomón —llamó Alba con suavidad—. ¿Por qué no mejor le dices a nuestro hijo lo que me contaste?

—James —se acercó deteniéndose a unos pasos de él— quiero que me presentes a tu novio.

—¿Cómo? —Cuestionó desconfiado.

—Sé que tienes una pareja y me parece desconsiderado, irrespetuoso y antitético de tu parte el que no hayas hecho ninguna mención delante de mí. Soy tu padre. Tengo el derecho de saber a quién escogiste.

—James —exclamó Alba—. Él realmente quiere conocer a Nico.

—Nico, ¿eh? —Tomó otro trago—. Espero verlo en tu cumpleaños. No es una petición, es una orden y exigencia.

—¿No te molesta? —Preguntó desconcertado.

—No. —Apoyó la mano sobre el hombro del contrario—. Quiero conocerlo.