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Cap. X

ʚ Chocoleyde ɞ

 

—Oye, Nico —Dylan lo llamó con cierto nerviosismo en su voz—. Bueno, ¿y cómo que sos gay?... —Al verlo esbozar una pequeña mueca, alzó las manos en son de paz—. Pura curiosidad, Nico, te lo juro.

—En ese caso, solo puedo decir que miré la retaguardia de Pedro Fernández en la televisión y me dije: ¡Cielos, soy gay! —Acercó su jugo a su boca antes de añadir—. Ah, y me vomitó un arcoíris en la cabeza para terminar de hacerme homosexual. Sí, así pasó —comentó tranquilo.

—Vos, ¿y cómo que sos hetero? —Interrogó Luis después de reírse un buen rato por la expresión de Dylan—. Pura curiosidad, Dylan.

—Solo quería saber —murmuró berrinchudo—. Sos el primer gay que tengo de amigo.

—Dylan, en serio tuvo que ver la retaguardia de Pedro Fernández en esto —confesó más accesible al verlo apenado por la pregunta.

—¿Significa que te gustan culones? —Desvió la mirada hacia arriba, luego a la izquierda tratando de recordar al personaje mencionado por Nicolás—. Un momento...

—Te explicaré, antes de que te explote la cabeza. —Se rio momentáneamente, antes de terminarse su jugo para continuar—. En primer lugar, solo porque sea gay no quiere decir que me van a gustar todos los chicos del mundo y menos tú, Dylan; así que, puedes estar tranquilo por si llegaste a pensarlo.

—Je, para nada, Nico —balbuceó, antes de desviar la mirada hacia la derecha—. Claro que no pensé en eso.

—Lo segundo —continuó, luego de saber que Dylan estaba mintiendo—. Bueno, cuando lo miré me llamó la atención su atuendo y más al darse la vuelta, noté un mejor ángulo de lo que me atrajo verdaderamente. Técnicamente, me sentí muy atraído hacia su atuendo. Más tarde me di cuenta que me atraen mucho los hombres en uniforme o los que usan esmoquin, más estos que los primeros.

—¿No probaste con mujeres? —Se apoyó de la mesa al sentir bastante interés en su explicación.

—Julieta Venegas es mi cantante favorita y no, no me siento atraído físicamente hacia ella. Jenni Rivera, Diana Reyes, Akira, las integrantes femeninas de ABBA... Puedo escuchar y admirar muchísimo a las cantantes que me gustan, pero no siento lo mismo que siento cuando veo a Jim Root, por ejemplo.

—Él te atrae físicamente, ¿no? —Con ver el rubor creciendo en sus mejillas lo comprobó—. ¿Y cómo te gustan? Bueno, mejor dicho, cómo te atraen físicamente, ¿no? ¿Así se dice?

—Tengo que admitir que me siento muy atraído hacia los hombres robustos y altos —respondió tartamudo, solo por imaginarse a uno en especial—. Siento que al abrazarme se me reinicia la vida y se me arregla la columna de la espalda. Son tan fuertes, saludables y llenos de tanta ternura, que no puedo simplemente evitarlo.

—¿Saludables? —Dylan interrogó dudoso.

—¿Los osos son tiernos? —Luis también estaba tan confundido como Dylan.

—Te ves tan chiquito, que jamás esperé eso de vos —admitió Dylan.

—¡Bah! —Se cruzó de brazos, porque no era la primera vez que lo decían—. Solo porque soy pequeño, no quiere decir que tengo que enamorarme de gente baja o media. —Sus ojos brillaron, solo con el pensamiento de sus gustos. Cerró los ojos por un momento, su sonrisa temblaba y las palabras se escapaban a medias—. No puedo hacerles entender la belleza de los hombres musculosos y cariñosos; pero les juro que son los seres más tiernos del mundo, aunque se oculten en esos robustos cuerpos.

—Pero Nico, usan drogas para ser así.

—No, ahí estás mal, Dylan —se apresuró a corregirlo—. Hay varios que sí usan las drogas para los concursos o cosas por ese estilo, como interpretar un papel o algo así; pero yo me estoy refiriendo a los hombres que por salud se ejercitan, los que duramente trabajan por ese físico y esos son, naturalmente, los más tiernos de la historia.

—En pocas palabras, un oso —comentó Luis, ciertamente, decepcionado con sus gustos—. Esos, todos superficiales, que ni personas parecen.

—Bueno, Luis, para los gustos están los colores —suspiró encantando. Nicolás estaba más animado que antes—. A los demás les pueden gustar las personas delgadas y planas...

—Lo normal que se encuentra —interrumpió Luis.

—Con tal de que cada persona tenga definido su gusto, todo está bien en el mundo —continuó, antes de esbozar una amplia sonrisa al cerrar los ojos y seguir imaginando—. Los hombres con grandes pectorales, robustos, velludos, barbudos, con las venas marcadas, con estrías o lonjas, o grasita; en uniforme, en esmoquin, si tienen dientes chuecos o no... Yo tengo en mente a mi tipo ideal. Puede parecerle irreal a las otras personas, pero no quiero conformarme con menos en un cuerpo.

—Nico, no es por nada, pero sonaste superficial con eso —confesó Dylan—. Fijo, puro tóxico te tocaría.

—Te equivocas, Dylan, porque me preguntaste meramente por el físico y lo que le atraen a mis ojos; de cierta forma, también le atrae a mi tacto. —Al abrir los ojos se centró solo en Dylan—. Uno, a veces, no puede conseguir que una persona cumpla con la atracción física, la sexual en la intimidad y la sentimental al mismo tiempo; de vez en cuando cumplen uno o a lo mucho dos requisitos. Nunca me preguntaste por el resto, más que lo físico y yo, tengo muy claro mis límites y las relaciones que jamás me atrevería a iniciar solo por un cuerpo.

—Pero me dijiste que no te conformarías con...

—Sí, físicamente, no me conformaría con menos de lo que te describí; pero como te dije hay casos en que logras encontrar a una persona con dos de los tres requisitos. Un hombre robusto y tierno, lo físico y lo emocional; un hombre con las venas marcadas y bueno en la intimidad, lo físico y lo sexual; un hombre de estatura baja y de gran corazón, solo cumpliría lo emocional.

—¿Qué hay de uno robusto, de sentimientos, bien sensible y experto en el kamasutra gay?

—Tal vez exista, Dylan, pero justo en este momento... ya me siento atraído por alguien más.

Luis, al ver la hermosa sonrisa, la misma que vio cuando Nicolás se encontraba en los brazos de James, desenvolvió una serie de recuerdos de ese día.

Cerró los puños con fuerza al sentirse mareado y nauseabundo, recordando haberle pedido a su contacto el poder olvidar todo lo que vio. Lo había conseguido, se había mantenido en un lapso de tiempo de paz y tranquilidad; pero ahora, no podía sentir nada más que un profundo dolor en su corazón al recuperar todos esos recuerdos.

James, no tenía que convertirse en su novio. Luis, no iba a permitirlo por el profundo cariño que sentía hacia Nicolás.

 

[. . .]

 

Como último día escolar y, a su vez, el aniversario del colegio se realizó una gran feria cultural con los mismos estudiantes. El curso de Nicolás se encontraba practicando por última vez las pirámides humanas, mientras él se acomodaba en el suelo haciendo puente junto a una chica quien se prestó para hacer dúo a su lado con los split.

Luis estaba afuera del colegio recibiendo la merienda acostumbrada de cada día. No estaba concentrado en su tutor legal, ni siquiera en la comida; cuando el contrario notó su indiferencia a la lonchera y el nulo contacto visual entre ellos decidió hablar.

—Ábrela —pidió con un tono dulce, muy amable en verdad—. Te tengo una pequeña sorpresa.

En ese momento, Luis levantó su mirada hacia el par de ojos ámbar que se veían achinados por la sonrisa en los labios. Al abrir la lonchera se encontró con lo habitual que era una paila y un termo con café; no obstante, lo que más resalto –y no por el simple hecho de tener un listón atado– fue una malteada de chocolate.

—¿Te gusta? —Preguntó risueño cuando lo sacó de su lugar—. A mí me fascinan las chocoleyde; pero no me atrevería a beber esa por ningún motivo, ni aunque dependiese de mi vida.

—¿Qué querés que haga con esto? —Interrogó confundido, olfateando el entorno con cuidado.

—Te ves miserable, así que decidí ponerte en prueba —respondió suspirante, bajando los hombros—. En tu futuro veo demasiadas probabilidades de morir con el corazón roto, enfermo, en el borde de la locura y la obsesión; pero ¡hoy es tu día de suerte! —Se animó de inmediato ante su propia noticia, volviendo a sonreír ampliamente—. Con esta deliciosa chocoleyde podrás cambiar muchas cosas... Bueno, borrarlas, de hecho.

—¿Me estás diciendo que... tiene la droga pura? —Susurró al final, observándolo con preocupación—. ¿Llenaste la maldita caja con eso?

—Tu primer futuro, beberte toda la malteada hasta el fondo y olvidarás a Nico por completo; en lo personal, yo elegiría este camino porque es el más sano —continuó explicándole su objetivo, consiguiendo que esa opción molestase a Luis—. Tu segundo futuro recaería en dárselo a Nico, drogarlo y hacer todo lo que quieras con él; pero no te lo aconsejo porque, personalmente, no estás en posición para huir de mí.

—Espero que la tercera...

—¡Tú tercer y último futuro! —El hombre se rio con solo ver el susto que consiguió darle a Luis—. Botarlo y seguir con tu miseria, hasta el próximo punto de inflexión que pueda ayudarte a mejorar tu vida.

—¿Y si te la regreso? —Arqueó una ceja, esperando que eso pudiese influenciar en algo.

—Decidiré tu futuro —respondió en voz baja—. Sabes cuál escogeré si me la devuelves.

—¡No quiero olvidarlo! —Gritó enfurecido, estrujando con fuerza la malteada—. ¡Vos no sabés todo lo que siento por él y no dejaré que Nico se quede con un maje como James! ¡Entendé eso de una vez!

—Si lo pones en esa postura... —Se tomó un momento para limpiar el contorno de sus labios, donde fue aterrizar la saliva de Luis con sus gritos—. Tendré que tomar tu futuro con mis propias manos, pues no me has dicho qué opción tomarás.

—Tiene que haber una opción que me convenga y quiero sabe cuál es —exigió en voz baja—. Vos ves el futuro. Estoy seguro que no me los dijiste todos.

—Si ambos beben la misma cantidad, es probable de que se encuentren bastante calientes por el efecto secundario y, como el animal salvaje que eres, terminarías complaciendo tus necesidades sexuales reprimidas —bostezó aburrido, sintiendo que era de los peores futuros en la vida de Luis—. Los dos no recordarían nada de lo que hicieron; pero tu objetivo siempre fue ser el primer en toda la vida de Nico, así que obtendrías algo valioso de él.

—¡Vaya, eso suena mejor! —Con la mirada devuelta en la malteada una torcida sonrisa se esbozó en sus labios—. Tengo más oportunidades de recordarlo que Nico, eso me beneficia más de lo que pensé.

—En fin, ¿esa será tu elección final?

—¿Por qué tan malhumorado? —Su risa comenzó a rozar con una carcajada al verlo—. No te gusta la idea de que consiga lo que quiero, ¿va?

—No es mi vida —respondió decepcionado, sin dirigirle la mirada—. Lo único que pienso es que te extrañaré un poco la primera semana cuando no bajes a desayunar con nosotros; con suerte, me olvidaré de mi dolor al mes de tu entierro.

—¿Qué?

Luis permaneció inmóvil en su lugar sintiendo que la caja de malteada se le caería por el repentino temblor en su mano. Cuando el hombre frente a él decidió regresarle la mirada observó la seriedad de sus palabras; en todos sus años juntos, Luis estaba seguro que esa sombría expresión en su rostro solo podía deberse cuando, realmente, estaba enfadado o decepcionado.

—Lo que escuchaste —susurró, inclinándose hacia su rostro—. Bebes con Nico y mañana amanecerás muerto.

—¿Cómo? —Se atrevió a preguntar casi sin voz. No era posible que una simple malteada pudiese pesar su vida en el futuro.

—Ya sabes por qué, ¿o ya lo olvidaste? —Sosteniendo unos mechones cerca del oído de Luis, susurró aún más bajo—. No trabajo con menores de edad.

Nicolás se encontraba en medio de una llamada telefónica con su madre, la que lo esperaría en casa tan solo terminase su turno al lado de las pirámides humanas. Una vez que terminó se dispuesto a bajar por algo de comer, era probable que Dylan estuviese con su sobrino y desde la mañana no sabía nada de Luis; este último lo sorprendió dentro del aula, completamente vacía y en silencio.

—¿En dónde estabas? —Preguntó sonriente, acercándose a su mochila en búsqueda de su dinero—. Te estábamos esperando para practicar un poco más antes de que fuese nuestro turno.

—Fui por... —A Luis le costó hablar, sintiendo que su corazón se aceleraba muy rápidamente.

—¿Eso es una chocoleyde? —La emoción de Nicolás al ver la malteada era el temor que crecía dentro de Luis—. Son muy caras para mí, pero siempre fueron mis favoritas.

—Podemos... compartirla —sugirió, manteniendo su mirada fija en los oscuros ojos de Nicolás.

—¿Seguro?

—Sí...

Luis temía mucho por su vida, con el último recordatorio de su tutor legal era seguro que no saldría con vida del colegio si continuaba; sin embargo, el temor que luchaba por controlarlo era opacado por sus emociones en el momento de ver a Nicolás y más al verlo sonreír.

Ese día, a pesar de que le tocaba un ejercicio tan forzado como el puente, Nicolás lucía bastante regordete y suave al tacto. Luego de haber practicado con los demás desde la mañana, sus mejillas estaban acaloradas y ruborizadas, mientras su piel ocupaba un peculiar brillo por el sudor; esbelto u obeso, Luis estaba embelesado por el cuerpo de Nicolás y más con su amable personalidad.

Al pasar los segundos Luis contempló con temor la malteada que Nicolás tenía en sus manos; si ambos bebían podría pasar los últimos minutos de su vida sintiendo placer. Él ya había experimentado los efectos secundarios, la repentina euforia que invadía su cuerpo hasta hacerlo carcajear por una felicidad irreal; donde todas sus sensaciones se intensificaban y, en todos esos años al lado de su tutor, nunca había probado mantener intimidad bajo los efectos. Ser uno con Nicolás en esa danza de placeres podría resultar la muerte perfecta para un hombre como Luis.

—¡Ya nos toca! —Anunció Dylan, solo asomando la cabeza para avisarles e irse con la misma rapidez.

—Oh... —Nicolás bajó la malteada de regreso al pupitre y dirigió su atención en Luis—. Será en otra ocasión.

Cuando Nicolás se marchó Luis pudo respirar de nuevo, llegando a hiperventilar por la falta de oxígeno y toser con fuerza. Hace un tiempo atrás que él no creía en las señales, ni en supersticiones o segundas oportunidades; pero esa era, sin duda alguna, una forma de advertirle de su error en intentar hacerlo beber. Su tutor legal lo tenía planeado todo, era seguro que se estaría riendo al saber de previsto lo que sucedería ese día; a pesar de ello, Luis seguía sorprendiéndose con las sutiles confirmaciones de que ese hombre podía ver el futuro, pues él nunca hubiese esperado que Nicolás fuese tan confiado en beber una malteada y mucho menos que le gustase una de chocolate en especial.